Fue
como volver al pasado.
Retrasar
el tiempo en muchos años.
Reencontrarse
en la abundancia de aquella época excitante ya finita.
Que a
menudo perpetuaba con añoranza.
Era
como si se caducara el permiso para volver a vivir de nuevo la década del medio
siglo.
Niveles
que cuando se sueltan o te dejan.
Entras
en el ciclo del mustio y arrugado preludio.
Resolviendo
desde el pedestal de los setenta aquellas dudas que quedaron impregnadas e
irresolubles, bien por falta de experiencia o por necedad y escasez de
enjundia.
Sin
pretenderlo se vio inmerso en semejante tesitura.
Aquella
alborada parecía ser uno de sus mejores despertares. No había dormido
demasiado, pero el descanso encajado por aquel extracto de hierbas mezcladas
con brandy que ingirió poco antes de acostarse hizo milagros. Pronto concilió
el sueño y quedó en brazos de Mabel, una desconocida con la que solía tener
ilusiones eróticas desde que volvió de las milicias.
Detalle
que jamás había confesado a nadie, desde que se produjo la primera ofuscación
obsesiva. Creyendo era fruto de su imaginación sensorial sonámbula.
Suceso
que se producía de tanto en vez y tan siquiera jamás lo reveló, ni a los amigos
ni a sus allegados. Y a la que entre tinieblas y sombras buscaba denodadamente
sin poder hallarla y siempre intentando compararla con aquellas que habían
incidido en su trayectoria existencial.
Saltó
del jergón directo a la ducha, un café a sorbos cortos mientras se vestía para
salir de su casa antes de que hubiera levantado la jornada. Ya en el trayecto a
la oficina, notó una presencia en la parte trasera de su automóvil, que no
conocía.
Al
girar la calle el semáforo rojo le hizo detenerse en la travesía. Fijándose más
en lo que al principio le había parecido un acto reflejo muy anormal.
—¡Oiga!¡Quien
es usted!, y como ha entrado en mi vehículo sin autorización. Gritó con onda
deprimente. Voz que emerge en algunos desequilibrados o los que recién erguidos
de una colchoneta pretenden armonizar vocablos exuberantes.
Forzó
mirando por su retrovisor y ya, no percibía a nadie sentado en la plaza trasera
del utilitario. Aunque hubiese jurado advertir instantes antes la presencia de una
acompañante, un pasajero acomodado.
De pronto
dudó al notar que hablaba solo. Pensando para sus adentros. La tonta confusión
que le avivó sin causa alguna. Desorientado, sin precisar, disminuyó su frenesí
buscando en el receptor del automóvil una emisora de noticias.
Cuando
y por sorpresa, una frecuencia no derivada de la emisora le advertía que ya
estaba en verde el semáforo.
Confuso
por lo ocurrido con la presencia y el consejo que el locutor sin venir a cuento
le exigía, cambió de marcha y sin escoger cadena de radio alguna reanudó su camino.
Volviendo
a mirar por el espejo hacia atrás y notando que Mabel, iba conforme en la plaza
central y le ordenaba.
—No
mires hacia atrás, limítate a conducir hasta el próximo poste en rojo. He de
dispensarte un recado que veo no aciertas en adivinar en los mensajes que te
envío en tus sueños.
Atolondrado
parpadeó y llenándose los pulmones del oxígeno limpio que entraba por la
ventana se notó en la avenida llegando al cruce.
Las luces
de precaución dejaron de fulgurar y al pronto un disco purpúreo apareció como
un lucero sobresaliente.
Detuvo
el coche y antes de poder hablar escuchó de nuevo aquella voz, sin descubrir figura
alguna acomodada en su Chevrolet, que le advertía.
— A
partir de mañana, vivirás alegre y a lo peor, despreocupado de la parte que te
quede de vida.
Aquel
eco invisible siguió notificando y matizó.
—A los cien años, no llegarás. Te lo advierto porque igual no lo piensas y no te imaginas que tu desgaste puede acabar contigo ahora. Procura ser feliz. A fin de cuentas, aunque lo logres a momentos, será lo que te llevarás y por lo único que no se abona peaje.
Se
hizo el silencio y de nuevo el semáforo lució en verde esmeralda, más poderoso
que lo había notado jamás.
Prosiguió
con su marcha y creyó que aquellos consejos los había escuchado fruto de su imaginación
natural.
Cuando
llegó a su mesa de trabajo, sonó el teléfono y el número que se dibujaba en el
panel procedía de la centralita de la empresa.
Tres
signos muy raros. Enigmáticos dígitos desconocidos en la telefonía. Símbolos con
interrogación, sospechosos, inauditos y gráficamente acentuados. Impropios de
cualquiera de las llamadas corporativas existentes.
Levantó
el auricular y sin pronunciarse, escuchó.
— Recuérdalo,
no suelo repetir conceptos.
De
pronto un empellón lo devolvió al mundo.
—¡Que
te ocurre abuelo! —. Le espetó su nieta.
—Menudo
susto me has dado colega—. Siguió reprochando.
—Pensaba
que te morías.
¡Estas
bromas no las repitas conmigo porque no vuelvo más a esta cutre residencia a
verte!
—Quién
eres. ¡donde estoy! ¡Qué me ha pasado! —Preguntó el abuelillo.
—Tú
sabrás jodido—. Le recriminó la fantástica nieta
—Colega
te has fumado toda la mierda que traía y has dejado temblando mi petaca de
ginebra—. ¡Eres un capullo! No ves que te puede dar un rancio.
Emilio Moreno
mayo de 2024, dia 22
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