miércoles, 22 de mayo de 2024

Puede darte un rancio.

 




Fue como volver al pasado.

Retrasar el tiempo en muchos años.

Reencontrarse en la abundancia de aquella época excitante ya finita.

Que a menudo perpetuaba con añoranza.

Era como si se caducara el permiso para volver a vivir de nuevo la década del medio siglo.

Niveles que cuando se sueltan o te dejan.

Entras en el ciclo del mustio y arrugado preludio.

Resolviendo desde el pedestal de los setenta aquellas dudas que quedaron impregnadas e irresolubles, bien por falta de experiencia o por necedad y escasez de enjundia.

Sin pretenderlo se vio inmerso en semejante tesitura. 


Aquella alborada parecía ser uno de sus mejores despertares. No había dormido demasiado, pero el descanso encajado por aquel extracto de hierbas mezcladas con brandy que ingirió poco antes de acostarse hizo milagros. Pronto concilió el sueño y quedó en brazos de Mabel, una desconocida con la que solía tener ilusiones eróticas desde que volvió de las milicias.

Detalle que jamás había confesado a nadie, desde que se produjo la primera ofuscación obsesiva. Creyendo era fruto de su imaginación sensorial sonámbula.

Suceso que se producía de tanto en vez y tan siquiera jamás lo reveló, ni a los amigos ni a sus allegados. Y a la que entre tinieblas y sombras buscaba denodadamente sin poder hallarla y siempre intentando compararla con aquellas que habían incidido en su trayectoria existencial.

 

Saltó del jergón directo a la ducha, un café a sorbos cortos mientras se vestía para salir de su casa antes de que hubiera levantado la jornada. Ya en el trayecto a la oficina, notó una presencia en la parte trasera de su automóvil, que no conocía.

Al girar la calle el semáforo rojo le hizo detenerse en la travesía. Fijándose más en lo que al principio le había parecido un acto reflejo muy anormal.

—¡Oiga!¡Quien es usted!, y como ha entrado en mi vehículo sin autorización. Gritó con onda deprimente. Voz que emerge en algunos desequilibrados o los que recién erguidos de una colchoneta pretenden armonizar vocablos exuberantes.

Forzó mirando por su retrovisor y ya, no percibía a nadie sentado en la plaza trasera del utilitario. Aunque hubiese jurado advertir instantes antes la presencia de una acompañante, un pasajero acomodado.

De pronto dudó al notar que hablaba solo. Pensando para sus adentros. La tonta confusión que le avivó sin causa alguna. Desorientado, sin precisar, disminuyó su frenesí buscando en el receptor del automóvil una emisora de noticias.

Cuando y por sorpresa, una frecuencia no derivada de la emisora le advertía que ya estaba en verde el semáforo.

Confuso por lo ocurrido con la presencia y el consejo que el locutor sin venir a cuento le exigía, cambió de marcha y sin escoger cadena de radio alguna reanudó su camino.

Volviendo a mirar por el espejo hacia atrás y notando que Mabel, iba conforme en la plaza central y le ordenaba.

—No mires hacia atrás, limítate a conducir hasta el próximo poste en rojo. He de dispensarte un recado que veo no aciertas en adivinar en los mensajes que te envío en tus sueños.

Atolondrado parpadeó y llenándose los pulmones del oxígeno limpio que entraba por la ventana se notó en la avenida llegando al cruce.

Las luces de precaución dejaron de fulgurar y al pronto un disco purpúreo apareció como un lucero sobresaliente.

Detuvo el coche y antes de poder hablar escuchó de nuevo aquella voz, sin descubrir figura alguna acomodada en su Chevrolet, que le advertía.

— A partir de mañana, vivirás alegre y a lo peor, despreocupado de la parte que te quede de vida.

Aquel eco invisible siguió notificando y matizó.

—A los cien años, no llegarás. Te lo advierto porque igual no lo piensas y no te imaginas que tu desgaste puede acabar contigo ahora. Procura ser feliz. A fin de cuentas, aunque lo logres a momentos, será lo que te llevarás y por lo único que no se abona peaje.

 

Se hizo el silencio y de nuevo el semáforo lució en verde esmeralda, más poderoso que lo había notado jamás.

Prosiguió con su marcha y creyó que aquellos consejos los había escuchado fruto de su imaginación natural.

Cuando llegó a su mesa de trabajo, sonó el teléfono y el número que se dibujaba en el panel procedía de la centralita de la empresa.

Tres signos muy raros. Enigmáticos dígitos desconocidos en la telefonía. Símbolos con interrogación, sospechosos, inauditos y gráficamente acentuados. Impropios de cualquiera de las llamadas corporativas existentes.

Levantó el auricular y sin pronunciarse, escuchó.

— Recuérdalo, no suelo repetir conceptos.

 

 

De pronto un empellón lo devolvió al mundo.

—¡Que te ocurre abuelo! —. Le espetó su nieta.

—Menudo susto me has dado colega—. Siguió reprochando.

—Pensaba que te morías.

¡Estas bromas no las repitas conmigo porque no vuelvo más a esta cutre residencia a verte!

 

—Quién eres. ¡donde estoy! ¡Qué me ha pasado! —Preguntó el abuelillo.

—Tú sabrás jodido—. Le recriminó la fantástica nieta

—Colega te has fumado toda la mierda que traía y has dejado temblando mi petaca de ginebra—. ¡Eres un capullo! No ves que te puede dar un rancio.




Emilio Moreno

mayo de 2024, dia 22



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