De vez en cuando efectúo
a Montserrat mi visita.
Es un gesto que fluctúo
con sensación exquisita.
Mi recuerdo perpetúo
y mi razón deposita.
Todo lo que yo puntúo
y mi pauta necesita.
De chiquito lo sitúo
como inicio que transita.
Así en mi piel yo tatúo
con mi fe que no oposita.
A Montserrat acentúo
con la virgen que musita
y elimino y exceptúo,
ese error que incapacita.
Visitando la Basílica de Montserrat,
después de tantos años de no hacerlo, pude disfrutar de mucha y buena compañía.
La primera del compromiso en saludar a la “Moreneta”. El estupendo tiempo
caluroso que nos brindó la naturaleza y del viaje en transporte público y a la vez—, por qué no decirlo— presenciar
con pena, la falta de educación que suelen tener algunos de los viajeros en los
medios de traslado.
Ahora como todo vale, pues casi te la
juegas; si llamas la atención al que comete faltas graves de urbanidad.
Sin embargo, es que en no pocas ocasiones
la paciencia se agota y te consume por dentro.
Como el relato va del disfrute me ceñiré
a mostrar alguna de las fotos que pude tomar y de lo bien que lo pasé,
encontrándome primero con los recuerdos de mi juventud, de la bondad de la
climatología y de otras cuestiones que por aquello de la privacidad me las
reservo.
Hacía años que no ascendía a la montaña
sagrada, y mira por dónde se presentó la oportunidad de hacerlo, y allí nos
fuimos.
Con la paciencia de tomar el Carrilet en
Sant Boi hasta Monistrol y allí empalmar con el tren cremallera que nos subió
como siempre hasta el complejo, para poder visitar la zona y entrar en la
Basílica a ver a la Virgen Morena.
Calor. Parecía ser mes de julio por lo
menos. A pesar que los meteorólogos habían pronosticado lluvias y ventoleras a
tener en cuenta. No fue así.
El sol lució durante toda la jornada y
gozamos de su benevolencia. La zona estaba rebozada de rigor y dulzura, y atestada
de personas originarias.
De otras que venidas de latitudes lejanas
se rinden en el altar de la Basílica, con fervor ante la fe que les subyuga.
Detalles que no dejan de ser muy bonitos y delicados, sobre todo en estos
tiempos de la inteligencia artificial que todo lo muta y lo allana hasta límites
insospechados.
Recuerdo la primera vez que visité
Montserrat, era muy niño y me llevaron mis padres en una de aquellas
calamitosas excursiones que solíamos hacer, tirando de la cesta con la comida,
y las gaseosas que llevábamos para pasar la jornada. Una expedición de nervios
ya que íbamos varios chiquillos en edad de corretear y hacer poco caso a los
mayores.
Nostalgia que el recuerdo me retrae y por
ser poco frecuentes, resuenan con la casi nitidez de la edad párvula.
Después llegaron tiempos en los que como
ahora, eres la persona que enseña y explica las curiosidades del lugar
emblemático. O sea, el Cicerone de turno, que suelo hacerlo con mucho gusto.
Aquí lo dejo documentado y si os falta
“chicha” podéis entrar en la página de la Basílica o del entorno.
Un abrazo para todos y hasta pronto.
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