lunes, 27 de mayo de 2024

Patinando en firme.

 








De patinar sobre ruedas ninguno de los dos sabía. Aunque se esforzaban en mejorar yendo a practicar a la pista en las instalaciones deportivas de la ciudad. Excusa que se inventó la joven, para poder estar cerca del amigo, al que igual pretendía y lo preparaba para llevarlo de su mano al éxtasis. Dándole de beber del agua que ella sabía proveer, dejándole palpar aquello que Lola, protegía en ciertos momentos y si podía, llegar a enloquecer al patinador con su olor y feminidad.

 No era una obligación, y se lo alternaban, siempre en domingo. Cuando coincidían y reunían aquella moneda de dos cincuenta de peseta, (Los llamados dos reales), que era el coste del boleto al pabellón. No era una cantidad exagerada, pero al estar en la edad de estudios. Debían mirar por su economía, para poder llegar a final de mes y seguir disfrutando de su escasa libertad.

Así comenzaron a disfrutar, sin poder llegar a más, y no por falta de las ganas de Lolita en que aquello comenzara a tomar enjundia.

Germán no preveía lo que Dolores preparaba y se dejaba llevar mirando furtivamente entre el escote que ella cada vez lo bajaba más, para que el muchacho perdiera el oremus

Ella era algo mayor que el rayuelo, pero apenas se notaba la diferencia física, por ser muy corta la distancia entre sus fechas de nacimiento.

Donde existía trecho diferencial era en la experiencia mundanal, en la picardía y en la práctica sexual de la agraciada morena.

 Era todo tan natural. Se lo ponía tan fácil, lo acariciaba tan discreta, que el muchacho no había apreciado la urgencia que tenía la chica en verse con más frecuencia fuera del complejo deportivo, y que despertara súbitamente en él una pasión descontrolada y la encimara como un poseso.

Sin querer perder tiempo Lolita, le propuso al amigo, cambiar de deporte por una vez y en su próxima salida, la llevara a la playa, para así con su ayuda hacerle perder el miedo y sin susto la enseñara a nadar. Sin necesidad de espanto ni desconfianza.

Conociendo ella el lugar preciso, el sitio ideal, por haber ido otras veces, a ilustrarse con la natación.

No era un sacrificio llegar a la ribera. Estaba muy cerca de su domicilio, siendo un viaje agradable hacia la maravillosa playa.

Existía una cala escondida, con arbóreos de yuca que resguardaban a los bañistas de los mirones. Poco profunda donde Germán podría darle el apoyo y la ayuda necesaria para aletear entre las olas como si se tratara de una sirena.

 Dolores, era una chavala, preciosa y poco cultivada. Con la juventud que atesoraba ya hacía cuatro años que servía en casa de Don Eustaquio Lorente, el farmacéutico del laboratorio Cruces de la localidad. Haciendo encargos domésticos y atendiendo a su esposa en el cuidado de sus hijos y las labores caseras.

Ella provenía del seno de una familia poco estructurada, donde careciendo de culpa, había presenciado no pocas experiencias más o menos trágicas en su casa.

Hija de padre alcohólico, que laboraba en hurtos y descuidos cercanos. Cuando no en desfalcos de importancia por lo que había estado preso en varias ocasiones.

La madre Leocadia, una mujer entregada fue siempre la encargada de sacar a la prole de los hijos hacia adelante. Siempre con el miedo que alguno de ellos, siguiera el camino de Jesús.

Por lo que todo lo que le sobrevenía de parte del farmacéutico, lo daba por bueno, sin que la mujer de este lo supiera. Y aprovechando esas labores caseras la muchacha había aprendido más que a nadar a guardar la ropa, sin poder explicárselo a nadie y teniéndoselo que tragar.


 

Aquella mañana tomaban el trenecillo que los llevaba a la cala de la pasión. Germán vestía unas deportivas con pantalón y camisola fresca y Lolita, un conjunto de algodón veraniego amplio y holgado que transparentaba su piel agitanada. Las braguitas que llevaba debajo de las enaguas con el mismo tono que el vaporoso taparrabos revelaba un deseo inconfesado por desear estar dentro de la normalidad. Con alguien que a ella le agradaba y del que poco a poco se colaba.

Puntuales se saludaron con un gesto de cejas y moviendo poco la cabeza, sin llegar a palparse con las manos, se ungieron con la vista. El muchacho se le acercó con idea de besarla, pero no se atrevió. Jamás lo habían hecho. Ella tampoco quiso adelantar gestas.

Le preguntó muy conciso, qué clase de excusa les había puesto a sus padres, para salir tan temprano en un domingo y ella, se limitó a encoger los hombros. Como respondiendo que no les había importado absolutamente nada, que saliera o que se fuera.

Lola también quiso saber qué clase de excusa, mentira o motivo aludió para salir de madrugada y Germán, le dijo que iba a la playa con Lolita. A enseñarle a nadar y a intentar desterrar el miedo que sentía por el mar.

El muchacho previsor, le pasó un hatillo, donde llevaba panecillos, canapés y embutidos y un par de bocatas bastante generosos, para que comieran ese día los dos amigos.

Diciéndole las bebidas ya las compraremos en cualquiera de los tenderetes del lugar.

Lolita, también aportó algún detalle, que prefirió no descubrirlo de momento. Asegurándole que era una insignificancia, pero asentó.

—Será lo que nos permita disfrutar de la jornada, sin prevenciones, miedos ni excusas. Siempre que te dejes llevar por mí.

 


Ya encima de la arena, bajo un espeso de yuca tropical de la playa, Germán se despojó de la indumentaria. Solo tuvo que quitarse los vaqueros que cargaba y se quedó con su bañador de pernera. Arremolinó la ropa junto a una de las grandes piedras que acercaron en el arbóreo elegido donde se iban a amoldar. Sirviéndoles para apostar sobre ellas los bocadillos y la botella de agua fresca que compraron.

Esperó a Lolita, se desvistiera para ir a recibir justo en la orilla, el sol y que las olas rompieran sobre sus cuerpos en aquel día sofocante.

En aquella zona, los bañistas que tomaban el sol estaban bastante alejados del lugar donde la amiga escogió para su baño. Así que, sin ningún tipo de precaución, se quitó el vestido y se quedó completamente desnuda frente al amigo, que se la miró con agrado y no dijo absolutamente nada.

Se congratuló para mostrarle los atributos de su piel provocativa. Alzándose sus pechos y apretándolos con ambas manos, como diciéndole, ¿Te gustan? Mientras le miraba, con lascivia por debajo de la cintura.

Se calzó y ajustó la braga del bañador sin necesidad de ayuda, pero se las volvió a quitar para darle más morbo a un Germán que estaba disfrutando. Sin más se agachó y con la prenda en la mano, invitó al mirón que se las ajustara en su cintura. Solicitando cariñosa, más ayuda impostada para que enlazara en la espalda los cordones del sujetador.

Torpemente el chaval, tocó los pechos de la desesperada Lolita y antes de pedirle perdón, ésta; le cerró los labios y musitó.

—Que gusto me da, sentir tus manos en mis senos. No sabes lo que te espera.

 

Fueron sin mediar palabra a la orilla y Lola entró en el agua como una sirena, sin pedir ayuda. Nadando perfectamente y dejándose llevar por la marea.

—No decías que no sabías nadar. —Preguntó sorprendido.

—Yo siempre digo muchas cosas, para conseguir otras. —Le advirtió la niña lozana.

— Confía en mí, si quieres ver las estrellas y suéltate la melena

Entró tras de ella en el agua y ésta le rogó de forma romántica acariciando sus nalgas.

Instrúyeme. ¡Por Dios! ¡Creo que podría ahogarme!

 Recibió su primera lección, que a ella le supo a gloria celestial, tan solo por la forma de agarrarla para que supiera en que pose debía bracear con las extremidades superiores y ahondar con las inferiores. Controlar esa cadencia necesaria de sus ancas y el tiempo para jadear en distancias cortas.

 Volvieron bajo la yuca a descansar, y al reclinarse sobre las toallas Lola, se despojó de su bikini, quedando en colitates. Completamente desnuda sobre el molludo paño, que serviría para secarse una vez concluyera la lección teórica del nadar sobre firme.

 

De su bolso extrajo una caja de preservativos. — Te dije que era una insignificancia, del resto de mis palabras seguro las recuerdas sin más.

Cumpliendo así aquel detalle escondido en un principio que no quiso desvelar, cuando le participó al joven que ella también aportaba deseos inigualables en lugar de comida. Evitando así el miedo y guardando las prevenciones.

Lo invitó a hacerla feliz.

Gozaron todo ese día, confesándose secretos y anhelos.

Jamás volvieron a calzarse unos patines los domingos por la tarde.

En ningún tiempo aprendieron a patinar sobre ruedas.

Distanciándose muy mucho desde entonces, hasta que pasadas unas semanas Lola desapareció de la zona para siempre.

Cuando Germán preguntó por ella, Leocadia, la madre le comunicó muy contenta que su Lolita se había casado y se había mudado de residencia

 



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