De patinar sobre
ruedas ninguno de los dos sabía. Aunque se esforzaban en mejorar yendo a
practicar a la pista en las instalaciones deportivas de la ciudad. Excusa que
se inventó la joven, para poder estar cerca del amigo, al que igual pretendía y
lo preparaba para llevarlo de su mano al éxtasis. Dándole de beber del agua que
ella sabía proveer, dejándole palpar aquello que Lola, protegía en ciertos
momentos y si podía, llegar a enloquecer al patinador con su olor y feminidad.
Así comenzaron a
disfrutar, sin poder llegar a más, y no por falta de las ganas de Lolita en que
aquello comenzara a tomar enjundia.
Germán no preveía lo
que Dolores preparaba y se dejaba llevar mirando furtivamente entre el escote
que ella cada vez lo bajaba más, para que el muchacho perdiera el oremus
Ella era algo mayor
que el rayuelo, pero apenas se notaba la diferencia física, por ser muy corta
la distancia entre sus fechas de nacimiento.
Donde existía trecho
diferencial era en la experiencia mundanal, en la picardía y en la práctica
sexual de la agraciada morena.
Sin querer perder
tiempo Lolita, le propuso al amigo, cambiar de deporte por una vez y en su
próxima salida, la llevara a la playa, para así con su ayuda hacerle perder el
miedo y sin susto la enseñara a nadar. Sin necesidad de espanto ni desconfianza.
Conociendo ella el
lugar preciso, el sitio ideal, por haber ido otras veces, a ilustrarse con la
natación.
No era un sacrificio
llegar a la ribera. Estaba muy cerca de su domicilio, siendo un viaje agradable
hacia la maravillosa playa.
Existía una cala
escondida, con arbóreos de yuca que resguardaban a los bañistas de los mirones.
Poco profunda donde Germán podría darle el apoyo y la ayuda necesaria para
aletear entre las olas como si se tratara de una sirena.
Ella provenía del seno
de una familia poco estructurada, donde careciendo de culpa, había presenciado
no pocas experiencias más o menos trágicas en su casa.
Hija de padre
alcohólico, que laboraba en hurtos y descuidos cercanos. Cuando no en desfalcos
de importancia por lo que había estado preso en varias ocasiones.
La madre Leocadia, una
mujer entregada fue siempre la encargada de sacar a la prole de los hijos hacia
adelante. Siempre con el miedo que alguno de ellos, siguiera el camino de
Jesús.
Por lo que todo lo que le sobrevenía de parte del farmacéutico, lo daba por bueno, sin que la mujer de este lo supiera. Y aprovechando esas labores caseras la muchacha había aprendido más que a nadar a guardar la ropa, sin poder explicárselo a nadie y teniéndoselo que tragar.
Aquella mañana tomaban
el trenecillo que los llevaba a la cala de la pasión. Germán vestía unas
deportivas con pantalón y camisola fresca y Lolita, un conjunto de algodón
veraniego amplio y holgado que transparentaba su piel agitanada. Las braguitas
que llevaba debajo de las enaguas con el mismo tono que el vaporoso taparrabos revelaba
un deseo inconfesado por desear estar dentro de la normalidad. Con alguien que
a ella le agradaba y del que poco a poco se colaba.
Puntuales se saludaron con un gesto de cejas y moviendo poco la cabeza, sin llegar a palparse con las manos, se ungieron con la vista. El muchacho se le acercó con idea de besarla, pero no se atrevió. Jamás lo habían hecho. Ella tampoco quiso adelantar gestas.
Le preguntó muy
conciso, qué clase de excusa les había puesto a sus padres, para salir tan
temprano en un domingo y ella, se limitó a encoger los hombros. Como
respondiendo que no les había importado absolutamente nada, que saliera o que
se fuera.
Lola también quiso
saber qué clase de excusa, mentira o motivo aludió para salir de madrugada y
Germán, le dijo que iba a la playa con Lolita. A enseñarle a nadar y a intentar
desterrar el miedo que sentía por el mar.
El muchacho previsor,
le pasó un hatillo, donde llevaba panecillos, canapés y embutidos y un par de
bocatas bastante generosos, para que comieran ese día los dos amigos.
Diciéndole —las bebidas ya las
compraremos en cualquiera de los tenderetes del lugar.
Lolita, también aportó
algún detalle, que prefirió no descubrirlo de momento. Asegurándole que era una
insignificancia, pero asentó.
—Será lo que nos permita
disfrutar de la jornada, sin prevenciones, miedos ni excusas. Siempre que te
dejes llevar por mí.
Ya encima de la arena,
bajo un espeso de yuca tropical de la playa, Germán se despojó de la
indumentaria. Solo tuvo que quitarse los vaqueros que cargaba y se quedó con su
bañador de pernera. Arremolinó la ropa junto a una de las grandes piedras que acercaron
en el arbóreo elegido donde se iban a amoldar. Sirviéndoles para apostar sobre
ellas los bocadillos y la botella de agua fresca que compraron.
Esperó a Lolita, se desvistiera
para ir a recibir justo en la orilla, el sol y que las olas rompieran sobre sus
cuerpos en aquel día sofocante.
En aquella zona, los
bañistas que tomaban el sol estaban bastante alejados del lugar donde la amiga
escogió para su baño. Así que, sin ningún tipo de precaución, se quitó el
vestido y se quedó completamente desnuda frente al amigo, que se la miró con
agrado y no dijo absolutamente nada.
Se congratuló para
mostrarle los atributos de su piel provocativa. Alzándose sus pechos y
apretándolos con ambas manos, como diciéndole, ¿Te gustan? Mientras le miraba,
con lascivia por debajo de la cintura.
Se calzó y ajustó la
braga del bañador sin necesidad de ayuda, pero se las volvió a quitar para
darle más morbo a un Germán que estaba disfrutando. Sin más se agachó y con la
prenda en la mano, invitó al mirón que se las ajustara en su cintura.
Solicitando cariñosa, más ayuda impostada para que enlazara en la espalda los cordones
del sujetador.
Torpemente el chaval, tocó
los pechos de la desesperada Lolita y antes de pedirle perdón, ésta; le cerró
los labios y musitó.
—Que gusto me da,
sentir tus manos en mis senos. No sabes lo que te espera.
Fueron sin mediar
palabra a la orilla y Lola entró en el agua como una sirena, sin pedir ayuda. Nadando
perfectamente y dejándose llevar por la marea.
—No decías que no
sabías nadar. —Preguntó sorprendido.
—Yo siempre digo
muchas cosas, para conseguir otras. —Le advirtió la niña lozana.
— Confía en mí, si
quieres ver las estrellas y suéltate la melena
Entró tras de ella en
el agua y ésta le rogó de forma romántica acariciando sus nalgas.
— Instrúyeme. ¡Por Dios!
¡Creo que podría ahogarme!
De su bolso extrajo
una caja de preservativos. — Te dije que era una insignificancia, del resto
de mis palabras seguro las recuerdas sin más.
Cumpliendo así aquel detalle escondido en un
principio que no quiso desvelar, cuando le participó al joven que ella también aportaba
deseos inigualables en lugar de comida. Evitando así el miedo y guardando las
prevenciones.
Lo invitó a hacerla
feliz.
Gozaron todo ese día,
confesándose secretos y anhelos.
Jamás volvieron a
calzarse unos patines los domingos por la tarde.
En ningún tiempo
aprendieron a patinar sobre ruedas.
Distanciándose muy
mucho desde entonces, hasta que pasadas unas semanas Lola desapareció de la
zona para siempre.
Cuando Germán preguntó
por ella, Leocadia, la madre le comunicó muy contenta que su Lolita se había
casado y se había mudado de residencia
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