domingo, 30 de enero de 2022

El deseo y el sexo de la señora Kinterbwole. 5º entrega

 


Hijo de un ejecutivo de la multinacional (Panagra), o sea de la Pan American Grace Airways y Katherine Wilson, actriz secundaria de la Metro.

El niño fue criado en el estado de Luisiana, lejos de su familia prosperó como un muchacho déspota, inteligente y bastante cruel, rozando a lo mezquino, y enemigo de lo normal. Dando problemas casi siempre a sus tutores, creyéndose ser un individuo intocable por los agasajos que ya, recibía siendo tan joven y procedente de personajes impensables, añadido si cabe, por poseer un carácter rancio, y agresivo. 

Mostrarse como un delincuente, y carecer de cercanía con nadie. Sin amigos, ni valores honrados, recibidos desde el cariño de sus padres. 

Falta de obediencia y desidia, sin dejar de ser organizado, controlador y desalmado. Caminaba directo a convertirse en un vil y sanguinario jefe de una parte de la “Camorra”, establecida en aquel país.

Mostraba una capacidad superior y su talento le sobraba para alcanzar qué, es lo que necesitaba hacer, consiguiendo tener el mundo a sus pies. 

Aprovechando cualquiera de las situaciones para aprender, llegando a licenciarse como abogado, siendo uno de los destacados de su promoción, sin el más mínimo problema, únicamente aprovechando las jornadas normales de ocupación y de estudio. 

Llegado el momento de regresar a convivir en su casa familiar, la de sus padres, pudo rechazar esa opción y negarse a ello, ocupando el albergue de acogida que le habían dispuesto al comienzo de la carrera. De esa forma, ni el hijo ni los padres, coincidían y evitaban esos tratos a veces inadecuados que solían protagonizar. 

Al venir de una gente que tenía posición, no le faltó ni dinero, ni caprichos y al llegar a la pubertad estaba preparado para ser un verdadero Capo. 

Temidas sus acciones en la mitad de los estados de la nación, ya que, de él, se sabía muy poco o casi nada, por el momento no había tomado sus credenciales oficiales por parte de los “padrinos” del clan. Siempre estaba protegido por alguien que le servía de pantalla, asesoramiento y ejecución. 

Iba cosechando una fama, aquel joven que nadie se atrevía a contestar. Negocios turbios, trata de cautivas africanas, y cabareteras blancas, todas prostituidas a la fuerza por aquella clandestina red de mafiosos. Drogas de diseño, garitos de alterne y de juego, trapicheo con recién nacidos, madres de alquiler, y toda la amalgama de barbaridades habidas y por haber en un delincuente tan joven y con tanta crueldad. 

Considerado por todos como un individuo endemoniado con criminales obsesiones, y con una maldad fuera de lo común.

Fue por aquel tiempo cuando conoció a Nadia, una trigueña preciosa hija de la luna que, desde el primer instante al conocerla, se encaprichó fulminante de toda ella, y la retiró de la pasarela de probaturas de cuantas vedettes disponían. 

Ella llevaba unos meses sometida por aquellos truhanes y las había sufrido de todos los colores, por lo que no esperaba de la vida absolutamente nada.

La avistó cuando paseaba sobre una mullida alfombra verde de lana y crepé, muy esponjosa y agradable. Nadia, descalza, completamente desnuda, sin abalorios ni joyas. Sin pintar, sin cremas. Sola en pelotas, tan solo su cabello largo recogido en un peinado raro debajo de la nuca, batiendo sus pechos al aire, según caminaba, con el garbo de una sirena educada, que conocía el papel que debía representar, una vez más frente a los nuevos adquisidores del negocio. Trato al que habían llegado, por acuerdo, el joven capitán y el más que pretérito Don Rinaldi, al que iba a sustituir en breve.

Desfilaban sonrientes, y fáciles de mirar, sin rasgos de falsas vergüenzas, aquellas señoritas, algunas más seguras y convencidas, quizás resignadas por el trajín que se les venía sobre sus cuerpos en breve. Ella, delicada y juvenil, como pidiendo a la naturaleza que la vieran, la disfrutaran y de momento no tocaran, marcaba el inicio del desfile en aquel paseo de tantas lindezas. 

Una fila desordenada y poco rígida, por la que desfilaban todas destapadas, mostrando cada una de las jóvenes sus atributos. Los que exponían sin recato, aquellas muchachas venidas de donde fuera, para darles empaque y relevancia con su concurso a tanto gánster.

Pudiéndolas revender en diversos mercados; persas, americanos, y como no, europeos, sacándoles al producto una vez refinado, un rendimiento plural y acrecentado.

Milagro que supo disponer el tal Tucson, en su compañía de señoritas amables, a las que recogían tras un rapto, sometiéndolas a enseñanzas propias de cualquier casa de lenocinio de cualquier lugar, tras haberlas desplazado de sus lugares de origen en miles de kilómetros. Las pulían y salían mejor preparadas que las propias Geishas niponas. Finas y guapas como las prefieren los muchos hombres que se las rifan en los prostíbulos, o en los standing comerciales de más categoría del mundo. De ahí rescató a Nadia, de la misma pasarela.





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