miércoles, 26 de enero de 2022

El deseo y el sexo de la señora Kinterbwole cuarta entrega.




Ganó la calle y parecía ser la hora de la marcada “rebelión”, los transeúntes venían, otros paseaban distraídos, algunos incluso saboreaban el paseo, los menos concentrados en el regreso a sus hogares, sopesaban el milagro y sacrificio de mantener a sus hijos, que alegres esperaban la llegada de sus papás tras un día de soledad en el colegio y la guardería. Sin embargo, todos en conjunción orquestal sin la ayuda de un director de intérpretes. Sabía cuál era su destino más próximo. 

Tucson realmente había bajado al portal a paladear el ambiente natural de uno de los centros neurálgicos mas animados de los estados de la unión. Todo aquello que pretendía hacer quedó postergado y su único interés era, conseguir más datos de la señora Kinterbwole y a ello dedicó toda su bribonada maléfica. Comprobó introduciendo su mano izquierda en el bolsillo de su chaleco y aseguró llevar encima el juego de ganzúas y palancas quita bloqueos necesarios para violar cualquier puerta. Poniendo fin al incipiente paseo que había iniciado, dando la vuelta sobre sus pasos hasta retornar nuevamente al portal del “<The Steel Wings>”.

Se acercó al aparador de información y solicitó con mucho interés le explicaran qué tipo de seguridad existía en el edificio y en especial en las dependencias de los departamentos, con prioridad del suyo. Tecnologías afectas, equipos aéreos de quita fuegos, alarmas volumétricas, avisos de presencias sin autorización, denuncias al servicio de vigilancia sobre circunstancias anómalas. 

Ópticas de visión infrarrojas, y detectores de aguas, líquidos, gases y humectantes que pudieran verterse o derramar por causas accidentales sobre los perímetros reservados a viviendas o despachos de super lujo. Al punto estaba todo tan organizado y lo tenían tan a mano, que de inmediato el servicio de infraestructuras del inmueble, designó a un especialista para que mostrase, y diese a conocer con orgullo las subestructuras de la magnífica aula de control y cautela, con todos los automatismos. Con la versatilidad de cuantas novedades tecnológicas poseían y del personal completamente científico, que manejaba los diversos algoritmos a menester. 

Procesando rutinas, verificando secuencias posibles e irreales, siempre configurando y detectando, cualquiera de las anomalías que pudiesen darse, sin dejar ninguna de ellas sin solución inmediata. Con el debido tratamiento para que fuese meramente imposible entraran en lo que se denomina, <fallo desconocido> o (error <not found) y fuese al campo del azar, desbaratando toda seguridad. 

Desde una de las tangentes de la periferia, les iba indicando a los técnicos auxiliares, cada una de las funciones que hacía el personal, todos ellos con el grado de ingeniero y con credenciales fehacientes de su trayectoria anterior. 

Aquel acantonamiento podía detectarlo todo absolutamente, los trescientos sesenta y cinco días del año, desde las 00 horas hasta las 23:59, con turnos extremadamente sigilosos y subalternos del personal idóneo. Hurtos, despistes, robos, pérdidas, olvidos de objetos personales, grabación de las conversaciones, paseo y traslados de visitas, conversaciones en la sala de espera. Podía medir incluso la cantidad de alcohol ingerida por los usuarios por medio de una aplicación inestimable que lo medía en sangre, sin que el designado supiera que se le estaba fiscalizando. Radiografías del cuerpo, con visión de posibles armas escondidas entre las ropas. Era un lugar de los que se podía confiar en la llamada seguridad.

Tramos en distancia recorridos entre plantas por cada uno de los individuos, y su percepción del grado de sudoración expelida por cada cuerpo, estado de embriaguez personal de cada cliente, sin dar señal alarmista, al que la pudiera sufrir. 

Intervención en la guardarropía, de los abrigos y prendas guardadas, peso de la ropa, color, fibra, y depósito en cada uno de sus bolsillos, detectando principalmente, si se guardaban defensas del tamaño y del prototipo que fuera, inventario de las huellas tanto digitales como físicas, que pudieran darse, asociando ese rastro, con la propiedad del abrigo, o de la prenda, del auto que guardado en los garajes también están siendo vigilados. Todo al completo. 

La tecnología había ingresado en aquel edificio inteligente, y no había secreto que no se supiera, excepto claro está los guardados en los entresijos del pensamiento. En el interior de los habitáculos destinados a vivienda o como despachos, salas de masaje, o lavabos y aseos. 

Existía un aplicativo que lo propiciaba una especie de “sónar” ideado contra bandidos, cleptómanos y descuideros y el famoso “Control Face”, o Control de Caras humanas. Yendo a parar a un almacenamiento por días registrando fisonomías y caracterizaciones.

Cuando Tucson salió de la Mega sala pensó y no se equivocaba <<has de ser invisible>> para profanar cualquiera de los departamentos y subió al noveno piso esta vez por las escaleras. Aquel caballero respondía a un <alias> que le pusieron al nacer. 

Su madre se había criado con una familia de adopción en esa ciudad Tucson City, aunque el muchacho tuviera inscrito en el registro el nombre de Clyde Welsy.


CONTINUARÁ

TO BE CONTINUED...


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