martes, 21 de mayo de 2019

Capt. nº13 -Tribu de Señoritas Sanitarias - Historia : Cuarentena entre Timadores





Nadie se fijaba en la tercera de las embarcaciones que se habilitaban para partir en breve junto con sus dos homólogas, que junto a La Doña y La Dulce, surcarían en breve, hacia las Filipinas. Dentro del plan de crucero de la travesía de: Las tres Marías de Cartagena.

Aquella que sería la última nao, era la más simpática a la vista y la que cerraría la gira. Sin ser por ello menos importante que sus semejantes.
La flamante y piropeada: Hembra. Botada desde los astilleros de Cádiz hacía cuatro años con un dibujo y una ingeniería de lo más moderno y avanzado de la época. Dotada como las demás sin que le faltase una vela, ni un mástil de repuesto. Además de su tripulación, elegida y dispuesta con los oficiales más destacados de la escuela Naval.

Cargada con todos los pertrechos necesarios, con las viandas oportunas para una gran travesía por alta mar, con rumbo sur suroeste hasta llegar a la costas del mar de la China.
Cargada en sus bodegas con objetos facultativos y fármacos, frutas almibaradas, verduras distintas y tubérculos de los conocidos en Europa, y algunos llegados con Colón desde las Américas.

El tipo de pasajeras que llevaría era similar al resto del convoy. Todas ellas especiales y singulares que la harían a su vez, extraña por lo que de sí; daría en el largo viaje.
En la Hembra, de momento no se habían definido quien seria la figura que estaría frente a los mandos responsables del bajel. Entre los armadores del viaje y de la causa, existían algunas diferencias en la designación del capitán o teniente del buque. Aunque todos ellos estarían sometidos a las ordenes del Almirante de la expedición, pero sí; faltaba designar el nombre del marino responsable de la Hembra.

Como las restantes naves portaría como cabeza social y ejecutiva a una Jueza, que recayó sobre la persona de Ramona del Todo, una monja no demasiado vieja, todo lo contrario fuerte y madura pero muy bien puesta y dedicada. Una mujer de hierro, que había rehecho a todo un Convento declarado hostil y ruinoso. Por la falta de dirección del mismo, que indefectiblemente iba a la deriva, volviendo a dejar con el culo al aire a la Iglesia, por los sinvergüenzas y tarados que en su momento lo administraban.

Abandono del mantenimiento de las infraestructuras de la colegiata, falta de respeto entre y por las religiosas que lo habitaban, por cuanto Ramona, puso sus dotes de gobernación, saneando todas las vertientes que acompañan la vida monacal. Haciendo de aquel abadiato un lugar de rezo, de concentración y de seriedad. Multiplicando el laborioso trabajo de repostería y la buena pastelería de las manos de las monjitas que, de sus cocinas salían distribuyéndolas por toda Segovia.

La madre Ramona, era una sabia mujer, que disimulaba desde su tierna infancia, al verse rodeada de tristes traidores que pronto la hicieron madurar y saber de qué, iba el verdadero misterio existencial. De sexo, dolor y muerte y aunque maleable por algún capricho, tenía tendencias especiales y un grado altísimo de teatralidad para representar cualquier cosa. Una religiosa de las que en presencia de desconocidos, todo era considerado gran pecado y en las distancias mínimas y cercanías. Inclusive en la oscuridad; nada era punible, ni tenía el rigor que los beatos sacerdotes pretendían. 

Había sido obligada por su infame familia a tomar los hábitos. El abolengo del apellido no les permitía tener en su hacienda a Ramona, con unas tendencias sexuales un tanto criticables en el tiempo. La rancia alcurnia de sus padres le habían hecho un flaco vacío demasiado amplio, como para que la muchacha se sintiera arropada en aquella saga de presumidos y falsos elementos.
Por lo que le quedaron dos caminos, el que sus intercesores le mostraban, pudiendo formarse, educarse y vivir tal como le habían planteado. Fingiendo en el Convento, hasta poder resarcirse ella misma en el momento oportuno, o la negación, el desacato y falta de obediencia que la llevaría con seguridad a no ser ni por asomo, lo que por sagacidad consiguió.

Las Comisarias encargadas y carceleras del orden de la nave, eran Petra, Rosa, Engracia, Manuela, Simona y Sonsoles, las seis venidas del cuerpo de Señoritas Sanitarias del Reino de España, mujeres que habían estado dedicadas al amparo de los heridos de las grandes cruzadas o actividades militares, personas con un arrojo mas que probado y sin ninguna virtud cariñosa. Caracteres duros con poder de decisión y poca intuición de compasión.
El cuerpo de las Señoritas Sanitarias, era una especie de adscripción vinculante con la sociedad civil, que habían fundado en su momento los Masones en Navarra y se había derivado con sus mínimas diferencias por todo el territorio español, incluso se había segregado secretamente a las Américas, en los barcos de Colon y de Hernando Cortés.
Esta institución discreta hacía las veces y servicios a los varones que servían en guerrillas y en cruzadas, que no poseían mujer alguna para la cama, ni para dejarles satisfechos en el juego sexual. Colmándoles ellas durante sus noches de placer intencionado y gusto primoroso. Así las Señoritas Sanitarias brindaban a los campeadores y esgrimidores del clan, alimentación, limpieza de sus ropas, atención en las enfermedades y como no, alguna que otra charanga carnal, como era el servicio de masajes y prostíbulo. Además de los cuidados de enfermería y crianza de huérfanos de la tribu. 

Estas seis personas elegidas para ir en la nave, venían de Milán y del Vaticano, tras haber participado y solucionado una sangradura de algunos prelados que se habían sublevado contra el Sumo Pontífice, dejando las aguas mortecinas nuevamente en la Curia Romana y ya estaban dispuestas para seguir viaje hasta las Filipinas, ayudando al orden en el llamado viaje de Las tres Marías de Cartagena. 










0 comentarios:

Publicar un comentario