viernes, 17 de mayo de 2019

Capt nº 12- Rapto en la Amapola - Historia- Cuarentena entre Timadores


Habían pasado muchas penurias juntos y no era el momento de marcharse escondiendo el bulto.

Por ello Poli imaginando una madrugada intrépida y veloz, preparó de ante mano, ayudas externas que las consiguió todas ellas del gremio de la “malagente” del puerto. Detalle que, ni siquiera conocía Evelio.

Al llegar a la altura del acceso de la Amapola Lola, uno de los compadres del descuidero Poli, hizo señales, indicando exactamente donde se hallaba Brígida, en ese instante. Las averiguaciones iban a la cocinilla de la huerta trasera. El ruido del agua al repicar sobre las cazoletas de barro descubría que la niña estaba sola y empapada fregando platos, con lo que fue muy fácil llegar a ella y advertirla.
La moza esperaba preparada, de un instante a otro ese suceso y, a su vez estaba pertrechada y ducha de lo que le tenía que hacer en cuando la fueran a recoger.

La monja Palmira, con anterioridad y mucha calma estuvo contándole la verdadera historia y quien era su madre. Como padeció y el verdadero sacrificio que se impuso para poder defenderla siempre, tras la violación a la que fue sometida.

Explicaciones que venían de muy atrás para que Brígida fuera asimilando el trance, reconociera a su mamá y por qué la habían separado de ella, cuando tan solo tenía horas de vida. 

Era el momento de retornar con su realidad. Conocer a su madre que la esperaba para cuidarla y no separase jamás.
Policarpo llegó a la altura de la muchacha y le hizo una señal que se acercara cobijándose bajo un dintel esperando que en el comedor del mesón comenzaran los ruidos, golpes y posiblemente tiros, que no tardaron en apreciarse.

En el salón de la hospedería se formó una reyerta a base de ataques de lucha fratricida y de cuchilladas que desató la anarquía y pronto comenzó un incendio voraz en el lugar que no tardó en arrasar aquel cochambroso asador. 

Las demás estancias ardían como teas y el propio techo de cañizo en un instante cayó sobre los que aún se estaban aporreando. Era un desquicio todo lo que ocurría, afectando a la completa destrucción del lupanar.

Heridos y fracturados los hubieron por decenas y el que se llevó la peor parte fue Guzmán, el dueño del antro, que por defender su mezquindad perdió la vida.
El padrastro de Brígida, otro facineroso hermano de Ginés de Gonzalo de Terry murió por herida de arma blanca al ser atravesado por una daga morisca que le atravesó el plexo solar.
Los dos “sirvemesas” con que contaba el negocio, aprovechando el tumulto se marcharon con la recaudación de la caja. 

Las cocineras vaciaron las alacenas y despensas, llevándose todo lo que pudieron. A la par que Brígida desaparecía aquella madrugada mientras los demás se partían la cara y hurtaban lo que podían.
Con una capa de hombre taparon a la niña, y le colocaron un sombrero oscuro de ala ancha, que la hacía pasar totalmente desapercibida mientras caminaban por los callejones de la villa hasta que llegaron al puerto.

No era demasiado grande Brígida, ni tenía un peso extraordinario, con lo cual, pudieron colocarla dentro de una cesta de cordajes y desde la popa la subieron a pulso entre Evelio y un par de amigotes que le debían algún tipo de favores.
Luisa, estaba medio adormecida esperando la buena nueva, en una de las camaretas compartidos de la arroyada del barco cuando una mano la tocó con sumo cuidado para que no hiciera el menor ruido, dejándole en custodia una niña, que la llamó mamá y se abrazó a ella con la fuerza de un titan.
El sigilo presenció aquel desarrollo y Evelio, le habló al oído a Luisa, quedando en verse y recibir instrucciones para cuando hubiera pasado la tormenta y fuera la normalidad el común aroma del hastío.

Policarpo no subió al barco, quedó pie en la tierra, para ir a buscar su recompensa que bien guardada estaba en el convento, bajo las llaves de la hermana sanitaria, Sor Palmira.
Hubo mucho revuelo en el barrio de pescadores, creyendo el pueblo que había sido un ajuste de cuentas que le pasaban a los Gonzalo de Terry, por tantas fechorías como acaudalaban. Hasta la Guardia Civil, lo tramitó como mero acto vandálico, con asesinato incluido, pero a nadie se le ocurrió pensar ni preguntar por la niña. 

La esposa de Guzmán, no reclamó a la desgraciada y humilde chavala, ni siquiera optó por recuperar lo que en un principio podía ser suyo, ya que se fugó y acompañó en la fuga a uno de los meseros, el que llevaba la recaudación, quedando todo muy tapado y oscurecido.
Aquella tarde aprovechando el calor sofocante y las murmuraciones del incendio del tugurio de la Amapola Lola y, el asesinato de Guzmán, la monja boticaria Sor Palmira, con su oficio y experiencia subió a la nave La Dulce, para dar el normal apoyo y atención a las hermanas que partían en breve hacia las Filipinas. Con una nueva cédula más de viaje a nombre de Brígida de León, hija de Luisa, entregándosela a su madre y comprobando que la mocita estaba sana y salva entre los brazos de su prohijada.












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