El
paje del Rey Mago Gaspar, estaba vestido para salir al escenario de
los grandes almacenes y recibir a cuantos niños pasaran con sus
cartas, solicitando que clase de juguetes habían pedido a Sus
Majestades.
Era
una tradición en su familia, el hacer de paje de los magos por
aquellas fechas. Su padre ya lo hizo en su madurez y ahora lo hacía
Miguel, encantado por los buenos momentos que pasaba al recibir las
expresiones de tanto niño, como pasaban por su regazo, mientras les
preguntaba —Si se habían portado bien aquel año. Mientras los
servicios comerciales les hacían una foto al niño o la niña que
pagarían sus papás encantados.
El
paje de Gaspar ya se había colocado la barba rubia y se encajaba el
gran tocado que llevaban por sombrero. Los tres escuderos estaban a
punto cuando se abrió el gran telón de aquel decorado.
La
animadora del establecimiento hizo las presentaciones y mandó
preparar en fila a cuantos jovenzuelos esperaban para subir las
escalinatas y entregar su carta. Ella misma fue distribuyendo por las
diferentes tribunas, a los niños dependiendo a que asistente
quisieran entregar su misiva con sus peticiones e ilusiones.
En
la escalera del centro, estaba el lacayo de Gaspar y vio como se le
acercaba una niña rubiales que al llegar a su altura le dijo sin
ningún tipo de vergüenza.
—Se
que los Magos no existen. Aunque creí en su momento, pero he subido
por mi hermano que está ahí abajo postrado en una silla de ruedas y
tememos por sus días en breve. Mi madre que está con él, me ha
pedido que hiciera esta triquiñuela para que mantenga la fe en que
el próximo día seis de enero, se curará y podrá jugar con todos
los juguetes. Llenándonos a todos nosotros de felicidad. Todo lo que
yo pudiera pedir sería para que se curara, Así que toma la carta y
gracias por escucharme.
La
niña se daba la vuelta para volver junto a su lugar cuando una voz
salida del cuerpo de Miguel interrumpió su retorno.
—Espera
Susana, no te marches aún. La niña se volvió a mirar al enviado y
preguntarle.
—Cómo
sabes mi nombre, si ni siquiera me lo has preguntado.
—Pues,
aunque tú creas que el embrujo no existe, a veces puedes
equivocarte. Anda dame la mano y llévame con Alberto.
Se
levantó de su sitial, se arremangó las vestiduras y sin dejar que
la niña volviera a preguntarle ¿Quién era? y cómo sabía el nombre
de su hermano; bajaron los cuatro escalones hasta llegar a la altura
del Alberto, que esperaba atónito, viendo lo que había conseguido
Susana.
Hola
Berto, así te llaman ¿verdad? me han explicado algo de ti y ha sido
Susana. Fíjate lo que vas a hacer para sanarte y jugar el día de
los Reyes Magos, con tus amigos. Se le acercó al oído y le estuvo
diciendo algo, que nadie supo que fue durante dos minutos. Cuando se
levantó se miró a la mamá, que no sabía de que iba la cosa.
Diciéndole a Susana mientras le tomaba las manos.
—Volverás
a creer y si no espera al día de los Reyes.
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