domingo, 6 de enero de 2019

Volvió a creer



El paje del Rey Mago Gaspar, estaba vestido para salir al escenario de los grandes almacenes y recibir a cuantos niños pasaran con sus cartas, solicitando que clase de juguetes habían pedido a Sus Majestades.

Era una tradición en su familia, el hacer de paje de los magos por aquellas fechas. Su padre ya lo hizo en su madurez y ahora lo hacía Miguel, encantado por los buenos momentos que pasaba al recibir las expresiones de tanto niño, como pasaban por su regazo, mientras les preguntaba —Si se habían portado bien aquel año. Mientras los servicios comerciales les hacían una foto al niño o la niña que pagarían sus papás encantados.

El paje de Gaspar ya se había colocado la barba rubia y se encajaba el gran tocado que llevaban por sombrero. Los tres escuderos estaban a punto cuando se abrió el gran telón de aquel decorado.

La animadora del establecimiento hizo las presentaciones y mandó preparar en fila a cuantos jovenzuelos esperaban para subir las escalinatas y entregar su carta. Ella misma fue distribuyendo por las diferentes tribunas, a los niños dependiendo a que asistente quisieran entregar su misiva con sus peticiones e ilusiones.

En la escalera del centro, estaba el lacayo de Gaspar y vio como se le acercaba una niña rubiales que al llegar a su altura le dijo sin ningún tipo de vergüenza.

—Se que los Magos no existen. Aunque creí en su momento, pero he subido por mi hermano que está ahí abajo postrado en una silla de ruedas y tememos por sus días en breve. Mi madre que está con él, me ha pedido que hiciera esta triquiñuela para que mantenga la fe en que el próximo día seis de enero, se curará y podrá jugar con todos los juguetes. Llenándonos a todos nosotros de felicidad. Todo lo que yo pudiera pedir sería para que se curara, Así que toma la carta y gracias por escucharme.

La niña se daba la vuelta para volver junto a su lugar cuando una voz salida del cuerpo de Miguel interrumpió su retorno.

—Espera Susana, no te marches aún. La niña se volvió a mirar al enviado y preguntarle.

—Cómo sabes mi nombre, si ni siquiera me lo has preguntado. 

—Pues, aunque tú creas que el embrujo no existe, a veces puedes equivocarte. Anda dame la mano y llévame con Alberto.

Se levantó de su sitial, se arremangó las vestiduras y sin dejar que la niña volviera a preguntarle ¿Quién era? y cómo sabía el nombre de su hermano; bajaron los cuatro escalones hasta llegar a la altura del Alberto, que esperaba atónito, viendo lo que había conseguido Susana.

Hola Berto, así te llaman ¿verdad? me han explicado algo de ti y ha sido Susana. Fíjate lo que vas a hacer para sanarte y jugar el día de los Reyes Magos, con tus amigos. Se le acercó al oído y le estuvo diciendo algo, que nadie supo que fue durante dos minutos. Cuando se levantó se miró a la mamá, que no sabía de que iba la cosa.

Diciéndole a Susana mientras le tomaba las manos.

—Volverás a creer y si no espera al día de los Reyes. 













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