Amaneció
el primero de enero después de festejar la salida del año anterior,
con suma alegría entre amigos y colegas. Fue cuando le presentaron a
Dulcinea Marinesku y quedó prendado de la calidad humana de la mujer
y del conocimiento cultural que atesoraba. Tanto que lo dejó
anonadado.
Perdió
la noción de los sucesos tras del agrado de aquella fiesta, donde
nadie le molestó ni distrajo, a pesar que siempre era él quien
animaba las reuniones.
Anoche
nadie quiso molestarle y se fue encontrando tan a gusto que llegado
un momento ni siquiera recordaba, el cómo ni el cuando.
Se
notó extraño y se despidió amable de los camaradas y conocidos,
viniéndose a su casa.
Durmió
sin interrupciones, se levantó y cuando salió de la ducha, se
preparó su café de todas las mañanas y al ir a degustarlo, -pensó- Que raro que nadie me haya llamado siendo las
horas que son y sin hallar respuesta volvió al sabor de la cafeína.
No
acertó en precisar que su teléfono móvil no lo tenía situado
donde normalmente lo dejaba cuando llega a casa.
Apareció
de madrugada y venía con las fuerzas justas para llegar y echarse
sobre sus sábanas. Su pregunta era:
—¿Venía
solo, anoche? Quizás me traje a Dulcinea conmigo. No supo
contestarse y se echó otro terrón de azúcar en aquella taza de
café.
No
tenía el mismo gusto de siempre, amargaba.
Le
daba vueltas a su cabeza, preocupado sin poder recordar y se acercó
a la bandeja de mimbre, que es -donde
guarda sus pertenencias al llegar a casa- y
vio que el teléfono no estaba, ni su billetera. Ni siquiera las
llaves que debió utilizar para poder abrir la puerta de su casa.
Al
levantar la cabeza y mirarse en el espejo mural que permanece asido
al tabique que resguarda la mesilla de centro, situada justo en el
pasillo de acceso a la casa ¡Se sobrecogió del susto! No se
reflejaba.
Estaba
situado frente al luna de su espejo y no se reflejaba en él. Su
figura no se mostraba, como si fuese invisible.
No
quiso perder la serenidad y fue al salón, se acomodó en el sofá
analizando que es lo que le estaba sucediendo y comenzó a hilar
desde el inicio de la noche, cuando... llegó al restaurante La
Despedida y se encontró con Mónica y Raquel, que le presentaron a
Dulcinea…
—¡Cómo
puede ser! Mis amigas Mónica y Raquel, hace dos años murieron
camino de la playa—pensó para si mismo.
1 comentarios:
Está claro que había tomado burundanga
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