Era la primavera del año 1888. Fue cuando se embarcó Evelio Romero Revillo desde Cartagena, huyendo de un asesinato cometido en la persona de un distinguido delincuente murciano, dedicado al trasiego y contrabando de mujeres.
Desde
la construcción de El Canal
de Suez inaugurado
el 17 de noviembre de 1869, estaba
planificada
una nueva vía de comunicación entre la colonia del archipiélago de
Filipinas y algunas ciudades españolas.
Se
habían acortado los viajes desde Cádiz a Manila y esta apertura
de la nueva línea va a ser aprovechada rápidamente por el gobierno
español para establecer una comunicación postal más regular y más
rápida con sus colonias asiáticas.
El
tiempo de travesía pasó de
más de cuatro meses a poco más de cuarenta días.
Esta
línea postal por el nuevo
canal se constituyó en
inicio por una compañía llamada Mensajerías
Imperiales, con capital de unos cuantos magnates vinculados con el
ejecutivo de Madrid y, desde
junio de 1873, recayó esa función en la empresa marítima Olano
Larrinaga.
Asociada
a su vez con una firma Anglosajona.
En
cuanto a los trayectos, todos
quedaron establecidos en
esta prestigiosa empresa. Sus
barcos salían de Liverpool cada cuarenta días y paraban en Cádiz y
Barcelona para recoger carga, comunicaciones, correo, y viajeros.
Sus
vapores hacían escalas en Port Said, Suez, Adén, y Singapur antes
de alcanzar puerto
en Manila.
No
se arrugó demasiado en atreverse a surcar los mares y llegar según
su deseo a Cavite, El puerto de Cavite, donde imaginaba, allí nadie
le buscaría ni sabría jamás de un español huido de la ley.
Embarcó
desde Cartagena hacia aquel exótico país, empleándose como bracero
en la tripulación de la nave, esperando no ser descubierto por
algunos de los que hacían lo mismo que él y partían en las mismas
condiciones que Evelio, desde el puerto cartaginés. Buscando otra
vida, queriendo encontrar un camino que no tenían o disimulando
fechorías acumuladas en su lugar de nacimiento.
En
aquella época todo funcionaba con una calma chicha, sin rapidez y
sin comprobaciones legales, por lo que llegados al barco todos los
que pretendían viajar y pagarse su trayecto con el sudor de su
cuerpo, fueron admitidos.
Los
armadores y responsables de la contratación, solo miraban que no
fueran tullidos, incompetentes y enfermos. El resto no importaba, ni
la moral, ni el credo, ni siquiera las tendencias sexuales de los
embarcados. La naviera, solo quería zarpar con la carga hacia los
puertos de destino y cumplir con lo estipulado, sin atender ni
compadecerse de nadie.
Evelio
Romero Revillo, era hijo de un topógrafo del Arsenal de Cartagena,
un hombre culto que no se distinguía más que por su silencio
sepulcral, escondiendo desde mucho tiempo atrás detalles de su vida,
que en el año 1812, no se podían si siquiera explicar a la familia
más cercana.
Continuará……
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