Tras
cruzar los fielatos de seguridad; tomó asiento en una de aquellas
filas de sillones de la sala de tránsitos y recordó instantes de su
vida.
—
((
¿Creí que jamás desempolvaría aquel llanto y ese dolor que me
quedó impregnado. ¡Lo había olvidado! ))
— juzgaba entonces
taciturno, recordando con detalle, las caras de aquellos hermanos,
que se iban a ver en treinta y tantos años.
Los
ojos se le envidriaron y quedó inmerso en sus recuerdos; volviéndose
a repetir, aquella vivencia tan original
Se
escapó con unos parientes liberales que estaban a punto de ser
apresados por motivos políticos. Las cosas no deparaban del todo
bien.
La
guerra civil, estaba llegando a su fin y muchos tenían que
esconderse.
En
aquel pueblo todos temblaban por estar a punto de ser tomado. Las
tropas nacionales entraban por la carretera de Alcañiz.
Las
partidas moriscas arrollaban, se temía por las mujeres y chavalas,
el caos era grande y no se sabía, que iba a suceder.
Fue
a buscar a su hermano que jugueteaba en la plaza de la Iglesia, junto
al Calvario, después de tener clara la decisión.
—
¿Emilia?
¿Qué quieres aún no es la hora de comer? ¡Te pasa algo!
—
Manelet;
¡me marcho con la familia del Brigadier!
—
¡Dónde
vas! con el follón que hay montado. ¡Estás loca!
—
Creo
que nos fugamos a México
—
Pero
tú sabes lo que hablas ¡Se lo has dicho a la mama!
—
¡No!
…No me ha dado tiempo.
—
y
padre que opina de tu decisión, no creo que le agrade demasiado.
—
Manel
he decidido definitivamente que me marcho, yo no quiero seguir en
esta vida, acarreando con las cosas del campo y esclava de la
situación que se nos presenta.
—Emilia,
te largas así como si nada y a nosotros que nos zurzan ¿verdad?
—
¡Manolo!
No tengo tiempo, he de dejarte. Despídeme de los papas y de Ángel,
está contigo ¿No es cierto? ¡Cuídale! En cuanto acabe todo esto,
volveré.
—
No
te vayas ¡Por Dios! ¡Esto lo hemos de pasar juntos! O es que no
piensas más que en ti.
—
Si
me quedo, al haber estado sirviendo en casa del Comisario, creerán
que soy otra roja y me pueden hacer cualquier faena. Cuando solo les
he quitado la mierda. Ya ves como ha dejado Don Augusto Alegret las
propiedades y todas las fincas.
Ha
llegado incluso a quemar la casa donde vivía. ¡Esa que está al
revolver de la calle que baja de la iglesia. Le ha prendido fuego,
porque sabe que no volverá jamás. Si lo pillan va directo al
paredón.
—
¡Emilia!
te digo; que no te vayas, piensa un poco en nosotros y olvídate de
pirártelas. Papá y mamá, morirán del disgusto, están trabajando
en el campo las pocas tierras que tenemos como miserables y todo lo
hacen por subsistir, por nosotros y tú, solo piensas en salvar tu
culo.
—
Manelet,
¡Os quiero! – Los sollozos al despedirse fueron muy dolientes, a
los dos les costó tragar aquella baba que se había vuelto caldo
agrio.
La
hermana cortó de inmediato y siguió con la mirada perdida, agobiada
por la huida.
Un
Hispano Suiza negro, les aguardaba en el puente de hierro. Conducido
por un chófer del partido, que los llevaría a la estación de
Tortosa, para desde allí llegar a Castellón y embarcar en un buque
australiano con destino a lo que llamaban democracia.
No
podía dar más rodeos, si quería que la incluyeran, en esa tocata y
fuga, para viajar a un paraíso desconocido, en busca de una
supervivencia más aliviada, dejando aquí las ideas políticas, el
duro trabajo de la finca, el hambre, el rencor y a su familia.
Con
lo puesto y un hatillo con ropa y zapatos, montaron en el vehículo y
se dirigieron hasta embarcar en el puerto de la ciudad de la Plana,
frente a sus muelles de salida, donde tenían pasaje en el: “”Bon
Boyage””, hasta Marruecos, allí si llegaban harían solo una
escala que los llevaría al destino.
La
casa de la señora Engracia y el señor Paco de Valderrobres,
albergaba además de a la abuela Doña Gertrudis a dos niños de
corta edad, Manel de 14 y Ángel de 9 años, hermanos de Emilia que
ya cumplía 17.
El
“masico” estaba situado a las afueras de la población camino del
pantano de Pena y su vivienda, no demasiado grande, pero si lo
suficiente para dar cobijo a los residentes; en la calle del Codo de
la misma población.
Una
familia con tendencias políticas diferentes al pensamiento general
de los habitantes, que además lo demostraban, sin ningún tipo de
ocultación.
Sin
embargo tenían sus huertos y eran descendientes de una saga muy
conocida y respetada en la zona, con lo que trabajaban muy a gusto
sus tierras que en aquel tiempo comenzaron a resquebrajarse, primero
por la contienda y después por la despoblación que llegaría.
Muchas
familias comenzaron a emigrar por miedo a las represalias, de las
cuales nunca más se supo y, otras hicieron lo propio y siguieron
viniendo a sus casas, tan solo de visita y cuando podían. Así la
población mermó en un numero importante de vecinos.
Al
llegar a la Habana se retrasaron una quincena, hasta tener los
visados de la Embajada y la entrada legalizada, en el país al que
solicitaban amparo. Fue cuando el presidente del país el Republicano
Don Lázaro Cárdenas, dio el visto bueno para que todos los
refugiados llegados a México, procedentes de España y, auspiciados
por el presidente Negrín, pudieran acceder al territorio y
establecerse entre su ciudadanía.
Comenzando
en algunos casos, nueva vida y en otros una esperanza sin temores
hasta que la contienda finalizara y poder volver de nuevo donde les
esperaban. En sus tierras, sus familias y sus raíces.
Emilia;
la linda jovencita, nunca le gustó la vida del campo y ya en
Valderrobres, hizo para que la contrataran en casa del Comisario
Republicano. Haciendo labores de sirvienta y a la vez criara a la
cuadrilla de niños que el matrimonio Alegret Batiato, había
engendrado.
Procurando
de su cuidado en los tantos viajes que ellos hacían por la zona de
Aragón y de Cataluña, en pro de su partido y de la causa.
Una
vez en tierras mexicanas supo ganarse el cariño de los que la
rodeaban, mezclándose con usanzas, rutinas y costumbres, granjeando
todo su cariño a la muchedumbre diversa que con agasajos y simpatías
la iban admitiendo a medida que pasaban los meses.
Adoptando
como suyas las fiestas y tradiciones, hasta tal punto que sin tardar,
estaba entre los componentes de asociaciones de baile autóctono
poniendo su granito de arena y disfrutando de todo cuanto la vida le
regalaba.
Llegó
a pertenecer en un tiempo récord al Centro Aragonés en el exilio.
Bailando
jotas Turolenses que era una de las formas que ayudaban a atenuar la
distancia entre el Matarraña y el distrito Federal.
Disimulando
de esa forma las posibles carencias y costumbres de su terruño de
nacimiento.
Trabajó
en lo que pudo, adaptándose a lo que hubiere y sin el más mínimo
desprecio, queriendo tanto al país que la acogió como al suyo
propio.
Oportunidades
no le habían de faltar y se acomodó con dulzura y agrado hasta
llegar a conseguir un empleo en el entorno textil.
Con
los años de estadía, contrajo matrimonio con un apuesto joven.
Nieto de aragoneses por parte de padres y, descendientes de una
familia de rancio abolengo Caspolino, que fue a hacer las Américas a
finales del siglo XIX.
Por
parte materna, una familia mexicana, con linaje francés de la
Borgoña.
Asentados
durante las explotaciones mineras de la península de Baja California
y Sonora, estableciéndose con las comunidades francesas en las
ciudad de Loreto.
Estos
llegaron al país después de las guerras napoleónicas y fueron
protegidos por el Gran Duque y emperador Maximiliano de Habsburgo
para que se establecieran sin problemas.
Así
pasaron sus mejores años verdes, con la alegría propia de una mujer
agradecida y amante de su nueva familia y con la distancia y la
ausencia de su tierra y su familia.
Los
padres de Emilia, siguieron en el pueblo antes y durante la guerra,
trabajando sus pocas tierras y ayudando con su esfuerzo como podían
a quitarse la hambruna de encima. Añorando a su hija expatriada y
viendo a sus dos hijos qué, porvenir les estrechaba.
Manel;
una vez terminada la contienda, hizo de su vida una resignación y el
trabajo honesto ocupó su tiempo, pasando de grandes pretensiones y
bienestares irreales. Ayudando en el campo a la recogida del olivo y
a “Beremar” la cosecha de la vid. Fue de los pertenecientes a la
Quinta del cuarenta y cinco; siendo destinado a Cartagena para
cumplir con su Servicio Militar obligatorio.
A
la vuelta y después de cumplir durante mas de dos años a la Patria.
Contrajo matrimonio y tuvo sus hijos, intentando poder resurgir sin
conseguirlo de lo que le daba el campo.
En
las heladas del año sesenta y uno, tuvo que emigrar como tantos
otros y se buscó la vida en las cadenas de montaje de Seat, en la
Zona Franca de Barcelona, regresando a Valderrobres siempre. En aquel
tren de la Vall de Zafan, hasta que pudo.
El
terruño le llamaba y era como una contribución mimética de
atracción y a la vez que abrazaba a sus padres y familia, volvía a
respirar aquel aire del Matarraña tan característico y sentimental.
Ángel,
siguió siendo el hijo prudente, el lazarillo de todos ellos,
continuando y admitiendo las expectativas, que veía dentro del seno
familiar. Arrugado de por vida, por no exteriorizar sus ideales.
Siempre
tratado como el mozo de estoques del festejo familiar. Fue el que
batalló con sus viejos hasta el final.
Aquellos
padres tuvieron que reponerse de muchas pérdidas, entre ellas la
ausencia de su hija.
Lo
que no llegaron jamás a perdonarle, ni a admitir el que se marchara
en el momento y en la forma que ella decidió.
Ellos
siempre pusieron en tela de juicio las noticias que le llegaban,
sobre el bienestar de su Emilia; sosteniendo una impresión, que su
hija en el exilio no era feliz ni estaba contenta como aparentaba.
Preguntándose
en sus adentros, si su hija Emilia, hubiese sido feliz con ellos en
el masico y; a su lado.
Dónde
las cosas no eran celestiales y menos en un tiempo que a las mozas de
clase baja no se les daba ni proporcionaba libertad ni felicidad
alguna.
Con
suerte; encontrar marido para desposarse y ser la madre y la criada
de toda la plebe.
Jamás
se volvieron a encontrar, el exilio y la ausencia les ganó y la
falta de posibles y el escaso deseo, dilató demasiado la urgencia de
volver a reunirse.
Saltaron
bastantes inviernos del almanaque, tantos que Ángel, vivía en
París, desde hacía años, con su familia y la caterva de hijos que
tenía.
Buscando
trabajo y bienestar, tuvo que ser el segundo en cruzar la frontera
para poder comer y realizarse. Una vez que los padres ya no vivían.
El
turismo hacia furor en la península ibérica, llegaban gentes de
todas las latitudes. La España costera, estaba de moda, a pesar de
las estrecheces cerebrales, el miedo al pecado y el silencio
sepulcral a todo lo incomprensible.
La
otra España la rural, se estaba quedando sin gente, porque nadie
ponía freno a los desmanes olvidando la vida de los pueblos y las
generaciones que llegaban, sin proveer trabajo ni ocupación para
evitar la despoblación.
Cuando
las aperturas políticas incipientes comenzaban a resurgir, cuando
los escenarios de opinión, no eran tan herméticos; es cuando desde
el Distrito Federal de México, da señales Emilia, para volver a su
pueblo.
Retornaba;
pero esta vez, sin escalas en la Habana, sin temores de nadie, sin
ataduras, sin visados ni permisos de adopción, sin aquel hatillo de
la ropa precaria y precisa. Sin escapar pitando y sin miedo.
Vuelve
a casa; visitaba a su tierra con pasaje de ida y de vuelta.
Seis
lustros desde que Manel, se enteró que; Emilia se fugaba y salía
soplando, prácticamente sin decir adiós.
Volvía
tras tantas decepciones, soledad y amarguras del pasado. Tantas
alegrías, tantos buenos momentos, cariño de su nueva familia, tanto
agrado, dejando muchos amigos y sobrada de remordimientos, retornó a
su origen
El
abrazo, fue de los que no pueden explicarse entre renglones de tinta
muda, fue de los que inducen al auténtico llanto por sentimiento
verdadero.
—
La
mama; se quedó con las ganas de verte, antes de morir.— Asintió
Manel, en cuanto se le acercó, acusándola sin perder tiempo.
—¿Si
me hubiese quedado, no habríais pasado calamidades?, ¿Ni hambre?
¿Soy yo la responsable de tus penas? ¿Has sido desgraciado por mi
culpa?
—¡Manelet!
La vida no es fácil para nadie.
—¿Crees
que yo no he tenido dificultades? ¿Piensas, que no tengo corazón? Y
no he sufrido por aquellos momentos y los que vinieron después.—
Matizó Emilia, con resignación y sin esperar que la comprendiera.
—
¿Por
qué, quisiste escapar? Contigo no iba la cosa, tú; no eras más que
una niña.
— habló el hermano ya con más pena que exigencia.
—
¡Tu
sitio estaba entre nosotros!
—
Precisamente
por ello he regresado.
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