domingo, 26 de agosto de 2018

Volviendo a las raices




Anduvo, hasta la puerta del desembarco y allí se percató, por los altavoces de que en el último momento, se retrasaba la llegada del JLQ6173, procedente de México.
Tras cruzar los fielatos de seguridad; tomó asiento en una de aquellas filas de sillones de la sala de tránsitos y recordó instantes de su vida.

(( ¿Creí que jamás desempolvaría aquel llanto y ese dolor que me quedó impregnado. ¡Lo había olvidado! )) — juzgaba entonces taciturno, recordando con detalle, las caras de aquellos hermanos, que se iban a ver en treinta y tantos años.
Los ojos se le envidriaron y quedó inmerso en sus recuerdos; volviéndose a repetir, aquella vivencia tan original

Se escapó con unos parientes liberales que estaban a punto de ser apresados por motivos políticos. Las cosas no deparaban del todo bien.
La guerra civil, estaba llegando a su fin y muchos tenían que esconderse.

En aquel pueblo todos temblaban por estar a punto de ser tomado. Las tropas nacionales entraban por la carretera de Alcañiz.

Las partidas moriscas arrollaban, se temía por las mujeres y chavalas, el caos era grande y no se sabía, que iba a suceder.

Fue a buscar a su hermano que jugueteaba en la plaza de la Iglesia, junto al Calvario, después de tener clara la decisión.
¿Emilia? ¿Qué quieres aún no es la hora de comer? ¡Te pasa algo!
Manelet; ¡me marcho con la familia del Brigadier!
¡Dónde vas! con el follón que hay montado. ¡Estás loca!
Creo que nos fugamos a México
Pero tú sabes lo que hablas ¡Se lo has dicho a la mama!
¡No! …No me ha dado tiempo.
y padre que opina de tu decisión, no creo que le agrade demasiado.
Manel he decidido definitivamente que me marcho, yo no quiero seguir en esta vida, acarreando con las cosas del campo y esclava de la situación que se nos presenta.
Emilia, te largas así como si nada y a nosotros que nos zurzan ¿verdad?
¡Manolo! No tengo tiempo, he de dejarte. Despídeme de los papas y de Ángel, está contigo ¿No es cierto? ¡Cuídale! En cuanto acabe todo esto, volveré.
No te vayas ¡Por Dios! ¡Esto lo hemos de pasar juntos! O es que no piensas más que en ti.
Si me quedo, al haber estado sirviendo en casa del Comisario, creerán que soy otra roja y me pueden hacer cualquier faena. Cuando solo les he quitado la mierda. Ya ves como ha dejado Don Augusto Alegret las propiedades y todas las fincas.

Ha llegado incluso a quemar la casa donde vivía. ¡Esa que está al revolver de la calle que baja de la iglesia. Le ha prendido fuego, porque sabe que no volverá jamás. Si lo pillan va directo al paredón.

¡Emilia! te digo; que no te vayas, piensa un poco en nosotros y olvídate de pirártelas. Papá y mamá, morirán del disgusto, están trabajando en el campo las pocas tierras que tenemos como miserables y todo lo hacen por subsistir, por nosotros y tú, solo piensas en salvar tu culo.

Manelet, ¡Os quiero! – Los sollozos al despedirse fueron muy dolientes, a los dos les costó tragar aquella baba que se había vuelto caldo agrio.
La hermana cortó de inmediato y siguió con la mirada perdida, agobiada por la huida.

Un Hispano Suiza negro, les aguardaba en el puente de hierro. Conducido por un chófer del partido, que los llevaría a la estación de Tortosa, para desde allí llegar a Castellón y embarcar en un buque australiano con destino a lo que llamaban democracia.

No podía dar más rodeos, si quería que la incluyeran, en esa tocata y fuga, para viajar a un paraíso desconocido, en busca de una supervivencia más aliviada, dejando aquí las ideas políticas, el duro trabajo de la finca, el hambre, el rencor y a su familia.

Con lo puesto y un hatillo con ropa y zapatos, montaron en el vehículo y se dirigieron hasta embarcar en el puerto de la ciudad de la Plana, frente a sus muelles de salida, donde tenían pasaje en el: “”Bon Boyage””, hasta Marruecos, allí si llegaban harían solo una escala que los llevaría al destino.

La casa de la señora Engracia y el señor Paco de Valderrobres, albergaba además de a la abuela Doña Gertrudis a dos niños de corta edad, Manel de 14 y Ángel de 9 años, hermanos de Emilia que ya cumplía 17.

El “masico” estaba situado a las afueras de la población camino del pantano de Pena y su vivienda, no demasiado grande, pero si lo suficiente para dar cobijo a los residentes; en la calle del Codo de la misma población.

Una familia con tendencias políticas diferentes al pensamiento general de los habitantes, que además lo demostraban, sin ningún tipo de ocultación.
Sin embargo tenían sus huertos y eran descendientes de una saga muy conocida y respetada en la zona, con lo que trabajaban muy a gusto sus tierras que en aquel tiempo comenzaron a resquebrajarse, primero por la contienda y después por la despoblación que llegaría.

Muchas familias comenzaron a emigrar por miedo a las represalias, de las cuales nunca más se supo y, otras hicieron lo propio y siguieron viniendo a sus casas, tan solo de visita y cuando podían. Así la población mermó en un numero importante de vecinos.

Al llegar a la Habana se retrasaron una quincena, hasta tener los visados de la Embajada y la entrada legalizada, en el país al que solicitaban amparo. Fue cuando el presidente del país el Republicano Don Lázaro Cárdenas, dio el visto bueno para que todos los refugiados llegados a México, procedentes de España y, auspiciados por el presidente Negrín, pudieran acceder al territorio y establecerse entre su ciudadanía.

Comenzando en algunos casos, nueva vida y en otros una esperanza sin temores hasta que la contienda finalizara y poder volver de nuevo donde les esperaban. En sus tierras, sus familias y sus raíces.

Emilia; la linda jovencita, nunca le gustó la vida del campo y ya en Valderrobres, hizo para que la contrataran en casa del Comisario Republicano. Haciendo labores de sirvienta y a la vez criara a la cuadrilla de niños que el matrimonio Alegret Batiato, había engendrado.

Procurando de su cuidado en los tantos viajes que ellos hacían por la zona de Aragón y de Cataluña, en pro de su partido y de la causa.

Una vez en tierras mexicanas supo ganarse el cariño de los que la rodeaban, mezclándose con usanzas, rutinas y costumbres, granjeando todo su cariño a la muchedumbre diversa que con agasajos y simpatías la iban admitiendo a medida que pasaban los meses.
Adoptando como suyas las fiestas y tradiciones, hasta tal punto que sin tardar, estaba entre los componentes de asociaciones de baile autóctono poniendo su granito de arena y disfrutando de todo cuanto la vida le regalaba.

Llegó a pertenecer en un tiempo récord al Centro Aragonés en el exilio.
Bailando jotas Turolenses que era una de las formas que ayudaban a atenuar la distancia entre el Matarraña y el distrito Federal.
Disimulando de esa forma las posibles carencias y costumbres de su terruño de nacimiento.

Trabajó en lo que pudo, adaptándose a lo que hubiere y sin el más mínimo desprecio, queriendo tanto al país que la acogió como al suyo propio.
Oportunidades no le habían de faltar y se acomodó con dulzura y agrado hasta llegar a conseguir un empleo en el entorno textil.

Con los años de estadía, contrajo matrimonio con un apuesto joven. Nieto de aragoneses por parte de padres y, descendientes de una familia de rancio abolengo Caspolino, que fue a hacer las Américas a finales del siglo XIX. 

Por parte materna, una familia mexicana, con linaje francés de la Borgoña.
Asentados durante las explotaciones mineras de la península de Baja California y Sonora, estableciéndose con las comunidades francesas en las ciudad de Loreto.

Estos llegaron al país después de las guerras napoleónicas y fueron protegidos por el Gran Duque y emperador Maximiliano de Habsburgo para que se establecieran sin problemas.
Así pasaron sus mejores años verdes, con la alegría propia de una mujer agradecida y amante de su nueva familia y con la distancia y la ausencia de su tierra y su familia.

Los padres de Emilia, siguieron en el pueblo antes y durante la guerra, trabajando sus pocas tierras y ayudando con su esfuerzo como podían a quitarse la hambruna de encima. Añorando a su hija expatriada y viendo a sus dos hijos qué, porvenir les estrechaba.

Manel; una vez terminada la contienda, hizo de su vida una resignación y el trabajo honesto ocupó su tiempo, pasando de grandes pretensiones y bienestares irreales. Ayudando en el campo a la recogida del olivo y a “Beremar” la cosecha de la vid. Fue de los pertenecientes a la Quinta del cuarenta y cinco; siendo destinado a Cartagena para cumplir con su Servicio Militar obligatorio.

A la vuelta y después de cumplir durante mas de dos años a la Patria. Contrajo matrimonio y tuvo sus hijos, intentando poder resurgir sin conseguirlo de lo que le daba el campo.

En las heladas del año sesenta y uno, tuvo que emigrar como tantos otros y se buscó la vida en las cadenas de montaje de Seat, en la Zona Franca de Barcelona, regresando a Valderrobres siempre. En aquel tren de la Vall de Zafan, hasta que pudo.
El terruño le llamaba y era como una contribución mimética de atracción y a la vez que abrazaba a sus padres y familia, volvía a respirar aquel aire del Matarraña tan característico y sentimental.

Ángel, siguió siendo el hijo prudente, el lazarillo de todos ellos, continuando y admitiendo las expectativas, que veía dentro del seno familiar. Arrugado de por vida, por no exteriorizar sus ideales.
Siempre tratado como el mozo de estoques del festejo familiar. Fue el que batalló con sus viejos hasta el final.

Aquellos padres tuvieron que reponerse de muchas pérdidas, entre ellas la ausencia de su hija.
Lo que no llegaron jamás a perdonarle, ni a admitir el que se marchara en el momento y en la forma que ella decidió.

Ellos siempre pusieron en tela de juicio las noticias que le llegaban, sobre el bienestar de su Emilia; sosteniendo una impresión, que su hija en el exilio no era feliz ni estaba contenta como aparentaba.
Preguntándose en sus adentros, si su hija Emilia, hubiese sido feliz con ellos en el masico y; a su lado.

Dónde las cosas no eran celestiales y menos en un tiempo que a las mozas de clase baja no se les daba ni proporcionaba libertad ni felicidad alguna.
Con suerte; encontrar marido para desposarse y ser la madre y la criada de toda la plebe.

Jamás se volvieron a encontrar, el exilio y la ausencia les ganó y la falta de posibles y el escaso deseo, dilató demasiado la urgencia de volver a reunirse.
Saltaron bastantes inviernos del almanaque, tantos que Ángel, vivía en París, desde hacía años, con su familia y la caterva de hijos que tenía.
Buscando trabajo y bienestar, tuvo que ser el segundo en cruzar la frontera para poder comer y realizarse. Una vez que los padres ya no vivían.

El turismo hacia furor en la península ibérica, llegaban gentes de todas las latitudes. La España costera, estaba de moda, a pesar de las estrecheces cerebrales, el miedo al pecado y el silencio sepulcral a todo lo incomprensible.
La otra España la rural, se estaba quedando sin gente, porque nadie ponía freno a los desmanes olvidando la vida de los pueblos y las generaciones que llegaban, sin proveer trabajo ni ocupación para evitar la despoblación. 

Cuando las aperturas políticas incipientes comenzaban a resurgir, cuando los escenarios de opinión, no eran tan herméticos; es cuando desde el Distrito Federal de México, da señales Emilia, para volver a su pueblo.

Retornaba; pero esta vez, sin escalas en la Habana, sin temores de nadie, sin ataduras, sin visados ni permisos de adopción, sin aquel hatillo de la ropa precaria y precisa. Sin escapar pitando y sin miedo.
Vuelve a casa; visitaba a su tierra con pasaje de ida y de vuelta.
Seis lustros desde que Manel, se enteró que; Emilia se fugaba y salía soplando, prácticamente sin decir adiós.

Volvía tras tantas decepciones, soledad y amarguras del pasado. Tantas alegrías, tantos buenos momentos, cariño de su nueva familia, tanto agrado, dejando muchos amigos y sobrada de remordimientos, retornó a su origen
El abrazo, fue de los que no pueden explicarse entre renglones de tinta muda, fue de los que inducen al auténtico llanto por sentimiento verdadero.

La mama; se quedó con las ganas de verte, antes de morir.— Asintió Manel, en cuanto se le acercó, acusándola sin perder tiempo.
¿Si me hubiese quedado, no habríais pasado calamidades?, ¿Ni hambre? ¿Soy yo la responsable de tus penas? ¿Has sido desgraciado por mi culpa?
¡Manelet! La vida no es fácil para nadie.

¿Crees que yo no he tenido dificultades? ¿Piensas, que no tengo corazón? Y no he sufrido por aquellos momentos y los que vinieron después.— Matizó Emilia, con resignación y sin esperar que la comprendiera.

¿Por qué, quisiste escapar? Contigo no iba la cosa, tú; no eras más que una niña.

habló el hermano ya con más pena que exigencia.

¡Tu sitio estaba entre nosotros!

Precisamente por ello he regresado.






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