Le
recuerdo tan sereno como cuando me lo presentaron, en el abril del
año 1992.
Desde
entonces jamás dejamos de tratarnos, de hablarnos, de compartir
charlas y conversaciones que no iban más allá del momento, del
propio tiempo.
Instantes
acaecidos a cada uno de nosotros. Recuerdos de infancia, padres,
amigos y hermanos que circundaron nuestras vivencias.
De
la curiosidad del campo, con sus anécdotas, sus variantes y sus
espinas, del costumbrismo que tienen los agricultores como él, en el
desarrollo y ejecución de sus faenas diarias y de lo que se
diferenciaban con la mía, que venía de la gran ciudad y estaba
sometido por aquel entonces en la vorágine de los negocios y de las
empresas pujantes. De las prisas y de la ausencia de tiempo para
pensar en lo más simple.
Contrastando
con su pasión que era la música, porque además de realizar
aquellas tareas en los campos, era un virtuoso del saxofón.
Instrumento que aprendió como Dios manda, con todos los años del
solfeo acabado y con sus reglas y partituras.
Antonio
Giner, era un músico en el sembradío. Por ese mismo labrantío y
por lo que le daba, no dejó jamás a su familia, ni se marchó del
pueblo para buscarse su propia vida.
Se
quedó en el pueblo para hacer del apoyo que por aquellos tiempos
esperaban los padres de los hijos, que no era otra cosa, que el ser
atendidos en su vejez.
Entablábamos
aquellas tertulias que tenían su transcendencia y llegaban a mi, con
un aire de nuevas, que gracias al cielo, aún perduran en mis
memorias como si se tratara de una cháchara pasada en el día de
ayer. Actuales y presentes a pesar del tiempo pasado. Si cabe más en
flor que cuando se produjeron por vez primera.
Aquella
amistad se fundamentó en el respeto y en el afecto, en dos personas
que venían de lugares y situaciones muy dispares y fueron a
encontrarse, en el lugar más insospechado del mundo, con una
diferencia de edad importante y siempre siguiendo la estela del
conocimiento, respeto y de las buenas maneras de entenderse
simplemente con el verbo.
Hoy
precisamente hace cinco años que murió mi amigo. Un 26 de febrero,
cuando no pude velarle, porque me encontraba fuera de mi ciudad y
además me llegó la noticia, muy tarde, a mi regreso. De haberla
sabido y conociéndome a mí mismo. Hubiera interrumpido con urgencia
el viaje y lo que hacía aquel día, que además; lo recuerdo
perfectamente y ni siquiera pude intuir, que él me avisaba, mientras
yo pasaba frío en Ibiza.
Sin
lugar a dudas me hubiera presentado en aquella su dirección la de
entonces, la Residencia de Ancianos de su localidad, donde por
aquellos entonces vivía.
Siendo
una ilusión llamar así de rotundo “vida”; a la forma de
hallarse de residente. Sujetos a esas normas estrictas, de los
alojamientos generales para personas mayores.
Antonio
te recuerdo con frecuencia, pero hoy precisamente hoy a los cinco
años de tu partida, de esa despedida que no pudimos celebrar como
hubiéramos querido, te participo que te recuerdo y que siempre
estarás en mi corazón y en mi memoria, por tantas formas de aprecio
con las que llegaste a regalarme a lo largo del tiempo que nos
conocimos.
Aquí
dejo una de las historias que me contaste, una de aquellas noches de
invierno a la vera de la lumbre de mi casa.
Pinchar en el link para leer el relato de abajo.
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Soneto
para un amigo
En
ocasiones cuando estoy tan solo
recuerdo
tu voz de agro y de dominio
Sé
qué eres tú mi amigo, don Antonio
reclamando
el confín del glacial polo.
Donde
esperas llegue con desarbolo
como
si fuera atleta y capricornio
y
pudiera llegar con patrimonio
a
explicar por los hechos que enarbolo.
Persona
muy robusta y tan amable
de
todos conocido, fuiste justo
echando
sobre tu espalda honorable
Evitando
del feo y gran disgusto
a
tus seres tan próximos por darles
un
precioso final sin ningún susto.
1 comentarios:
Hermoso homenaje al amigo ausente...
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