lunes, 26 de febrero de 2018

Cuando mi amigo se fue...





Le recuerdo tan sereno como cuando me lo presentaron, en el abril del año 1992.
Desde entonces jamás dejamos de tratarnos, de hablarnos, de compartir charlas y conversaciones que no iban más allá del momento, del propio tiempo.
Instantes acaecidos a cada uno de nosotros. Recuerdos de infancia, padres, amigos y hermanos que circundaron nuestras vivencias.


De la curiosidad del campo, con sus anécdotas, sus variantes y sus espinas, del costumbrismo que tienen los agricultores como él, en el desarrollo y ejecución de sus faenas diarias y de lo que se diferenciaban con la mía, que venía de la gran ciudad y estaba sometido por aquel entonces en la vorágine de los negocios y de las empresas pujantes. De las prisas y de la ausencia de tiempo para pensar en lo más simple.


Contrastando con su pasión que era la música, porque además de realizar aquellas tareas en los campos, era un virtuoso del saxofón. Instrumento que aprendió como Dios manda, con todos los años del solfeo acabado y con sus reglas y partituras.
Antonio Giner, era un músico en el sembradío. Por ese mismo labrantío y por lo que le daba, no dejó jamás a su familia, ni se marchó del pueblo para buscarse su propia vida.

Se quedó en el pueblo para hacer del apoyo que por aquellos tiempos esperaban los padres de los hijos, que no era otra cosa, que el ser atendidos en su vejez.
Entablábamos aquellas tertulias que tenían su transcendencia y llegaban a mi, con un aire de nuevas, que gracias al cielo, aún perduran en mis memorias como si se tratara de una cháchara pasada en el día de ayer. Actuales y presentes a pesar del tiempo pasado. Si cabe más en flor que cuando se produjeron por vez primera.



Aquella amistad se fundamentó en el respeto y en el afecto, en dos personas que venían de lugares y situaciones muy dispares y fueron a encontrarse, en el lugar más insospechado del mundo, con una diferencia de edad importante y siempre siguiendo la estela del conocimiento, respeto y de las buenas maneras de entenderse simplemente con el verbo.


Hoy precisamente hace cinco años que murió mi amigo. Un 26 de febrero, cuando no pude velarle, porque me encontraba fuera de mi ciudad y además me llegó la noticia, muy tarde, a mi regreso. De haberla sabido y conociéndome a mí mismo. Hubiera interrumpido con urgencia el viaje y lo que hacía aquel día, que además; lo recuerdo perfectamente y ni siquiera pude intuir, que él me avisaba, mientras yo pasaba frío en Ibiza.


Sin lugar a dudas me hubiera presentado en aquella su dirección la de entonces, la Residencia de Ancianos de su localidad, donde por aquellos entonces vivía.

Siendo una ilusión llamar así de rotundo “vida”; a la forma de hallarse de residente. Sujetos a esas normas estrictas, de los alojamientos generales para personas mayores.

Antonio te recuerdo con frecuencia, pero hoy precisamente hoy a los cinco años de tu partida, de esa despedida que no pudimos celebrar como hubiéramos querido, te participo que te recuerdo y que siempre estarás en mi corazón y en mi memoria, por tantas formas de aprecio con las que llegaste a regalarme a lo largo del tiempo que nos conocimos.


Aquí dejo una de las historias que me contaste, una de aquellas noches de invierno a la vera de la lumbre de mi casa.


Pinchar en el link para leer el relato de abajo. 


















Soneto para un amigo

En ocasiones cuando estoy tan solo
recuerdo tu voz de agro y de dominio
Sé qué eres tú mi amigo, don Antonio
reclamando el confín del glacial polo.

Donde esperas llegue con desarbolo
como si fuera atleta y capricornio
y pudiera llegar con patrimonio
a explicar por los hechos que enarbolo.

Persona muy robusta y tan amable
de todos conocido, fuiste justo
echando sobre tu espalda honorable

Evitando del feo y gran disgusto
a tus seres tan próximos por darles
un precioso final sin ningún susto.







1 comentarios:

carlos oyague pasara dijo...

Hermoso homenaje al amigo ausente...

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