Aquella
noche se acostó como de costumbre, para no volver a despertarse.
El
ritual de buenas noches era fijo desde hacía nueve días.
Daba
un beso en la mejilla a Marije, su esposa y le decía sin avistar —me
voy a doblar la oreja— Te vienes a la cama— y su contestación
indefectible era igual cada noche, la misma respuesta invariable —Ve
cortando leña y, calienta la
cama que no tardo.
Ocupó
su lado de la pitra y cuando se reclinó, solo pudo apagar la luz
desde el interruptor y cayó sobre su almohada ¡Muerto!
Quedó
fulminado de inmediato.
Ni
siquiera un quejido, un grito de alarma, un gesto de énfasis.
Se
quedó lo que se llama frito.
Con
la certeza que él se había dado cuenta, desde el mismo instante en
que tomó aquel pulsador para cortar la luz de la estancia, se
interrumpió su propia vida.
Notó
que estaba erecto, porque quiso cerrar los ojos y fue imposible,
estaba muy tieso. Intentó rascarse la nariz y los brazos no le
respondieron, probó en llamar a Marije y su voz no sonaba— a pesar
de que él si escuchaba el sonido de la televisión aún conectada—.
No sentía el peso de su alma, levitaba sin moverse de la posición
en que había quedado.
Su
fuerza no le acompañaba, ni siquiera la lengua le ayudaba. Notó
completamente detenido su corazón. Sólo le quedaba raciocinio en el
cerebro.
Lo
bueno del caso es que ya estando en el otro “Aforo”, percibía a
su vez de lo que estaba sucediendo aquí en la tierra, en su casa, en
su alcoba.
Allí
en el limbo, lo que se denomina por
los vivos el Paraíso.
Es bastante diferente a lo que nos han contado. Ni se vive, ni se
muere, es algo muy extraño. Por darle un nombre diremos que se
vegeta muy bien — ¡Vamos creo que eso es vegetar!—Esa es la
impresión que me le dio al llegar.
Sin
equívocos. Fue como una gozada—eso cree, ya no puede decir vivida,
porque está muerto, quedó difunto en cuanto se acostó.
Desde
que inició el periplo. Fue una ambigüedad con mucha pulcritud y
precisión a primera vista y luego creyó estar equivocado.
Es
realmente una especie de nebulosa celestial y paradisíaca. En cuanto
llegó comprendió que se quedaba —que el traspaso no dura apenas
nada—, el transfer de llegada tarda apenas un segundo. Para después
estar en ello, una eternidad.
En
cuanto se para el motor, es para siempre. Arranca la nueva fase y ya
te ves distinto.
Hasta
le fueron a recibir personas que iban delante de él, y le llevaron a
la máquina roja de accesos. Desde dónde tomó su número y su
expediente, en el cual se podía entender todo aquello que los vivos
no les da la gana de atender.
La
que se llevó un chasco fue Marije, cuando lo encontró muerto, no
supo que hacer—él se dio cuenta y se llevó un chasco—. Marije
no tuvo pena, a pesar de estar recién casados. Ella es una novia que
se echó por correo y tan solo hacía nueve días que se conocían y
compartían vida. Sin comprender las últimas palabras que pronunció
su esposo, aquello de—me voy a doblar la oreja.
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