domingo, 31 de diciembre de 2017
Los Magos traen_Un delantal, un lapicero y una flauta_
viernes, 29 de diciembre de 2017
Tan desnuda me visita
Leyendo, escribiendo pensando.
martes, 26 de diciembre de 2017
También hay tristeza en Navidad
lunes, 25 de diciembre de 2017
Hoy vuelve a ser Navidad
lunes, 18 de diciembre de 2017
2017 Felicitación de Navidad y año 2018
Los niños, vienen de París
domingo, 17 de diciembre de 2017
La voz de los Poetas "Veus de Poetes"
lunes, 11 de diciembre de 2017
Con una estrella soñando o, quizás fuera...
Me quedo con el gusto de tus labios__pensaba mientras conducía su Chevrolet Delivey, rojo del sesenta__Lo iba imaginando en su subconsciente creativo y diverso.
A la señora Martha no la conocía en persona.
Es cierto que había mantenido con ella, unas conversaciones por teléfono desde la lejanía y había nacido cierto “feeling” entre ambos.
Una relación amigable sin que entre ellos mediara posibilidad de verse, un repertorio de coincidencias entre aquellas dos personas que se caracterizaba por ser muy positiva, sin explicitar qué elementos intervinieron para trasvasar y convenir en tantos puntos de vista.
Jamás la había tenido delante en persona, ni existía la posibilidad de verse desde lejos. Imposible, mediaba un par de Océanos entres ellos.
No fijaba su estatura, ni su enjundia, jamás había estado departiendo a su vera. El pensar que la pudiera sujetar entre sus brazos, era algo ficticio, tan irrealizable, como trazar una carretera entre dos islas.
Ni tan siquiera sabía como era el olor corporal que desprendía.
Para poder seguir leyendo todo el relato, pincha en el link de más abajo y podrás disfrutar de una histroia que te hará sudar, aunque no seas caluroso.
https://emiliomorenod.blogspot.com.es/2017/12/sonando-con-una-bellida.html
Soñando con una bellida
Me quedo con el gusto de tus
labios.
<<pensaba Renato, mientras
conducía su Chevrolet Delivery rojo del sesenta>>
Lo iba imaginando en el
subconsciente creativo y diverso, que atesoraba.
A Mirella no la conocía en
persona.
Es cierto que había
mantenido con ella, conversaciones interesantes por teléfono desde la lejanía y
había nacido cierto “feeling” entre ambos.
Una relación amigable sin
que mediara posibilidad de verse. Un repertorio de coincidencias entre aquellas
dos personas que se caracterizaba por ser muy positiva. Sin explicitar qué
elementos intervinieron para trasvasar y convenir en tantos puntos de vista.
Jamás la había tenido
delante en persona, ni existía la posibilidad de advertirse desde lejos.
Imposible.
Mediaba un par de Océanos
entre ellos, y una compañera llamada Marucha, a punto de mandarlo a freír monos.
Harta de aguantar.
Renato no fijaba la estatura
de Mirella. Ni su enjundia. Jamás había estado departiendo a su vera.
El pensar que la pudiera
sujetar entre sus brazos, era algo ficticio, tan irrealizable, como trazar una
carretera entre dos islas.
Ni tan siquiera sabía cómo
era el olor corporal que desprendía.
Aún menos; la había mirado a
los ojos dulces y bondadosos que mostraba en las fotografías.
Las risas nerviosas, los
milagros imposibles, las ilusiones baratas, era quizás lo único que los
acercaba, porque además no había derroche de malos entendidos, ya que cada uno
vivía de sus días, de sus vidas y de sus cuitas.
Por lo que si se diera el
caso de pronunciar en sus charlas yerros, o se emitían detalles no exactos o
hipócritas, quedaban sin contexto.
Como no había rasero para
medir, ni existía la comprobación metódica, todo quedaba deshilvanado como
deslumbramientos irreales.
Renato la codiciaba cada
noche en sueños. Se transformó en una ilusión. La poseía como si fuera suya. Tan
solo de su propiedad, y sin la remota posibilidad de compartirla.
Tan asumido tenía aquel
laberinto afectivo sin salida, que jamás se había planteado contarlo. Ni
tampoco a ella misma, le manifestó en momento alguno que bebía sus vientos.
No le apetecía tener prisa,
quería saborear aquellas sensaciones anormales que le abordaban privadamente.
Cuando pensaba e imaginaba en
la curva de su cintura, se emocionaba. Por la esbeltez de sus pechos, y el
jadeo en sus orgasmos, se excitaba irremediablemente. Imaginar el aliento
amanzanado que tuviere, o la redondez de sus nalgas sedosas, aquellas que equidistaban
no demasiado diferentes de sus piernas depiladas. Lo ponía sobre ascuas,
levitando y suspirando.
Tenía la convicción que Mirella
a su vez también pensaba en él, y lo valoraba por las palabras cariñosas y
afectivas que le regalaba, cuando tenían oportunidad de describirse.
Detalle que solía ser de
tarde en tarde y en condiciones poco esclarecedoras. Huía y no le agradaba
desabrocharse el alma y si no tenía tema, estuviera atareado y malhumorado,
pasaba de distraerla o seducirla.
Pretendía ser un querubín
celestial frente a la joven.
Todo lo contrario a como le
consideraban en su casa. El desprecio de su compañera. En el barrio, amigos y vecinos,
colegas y contactos habituales.
Se conocieron hacía varios
años en uno de esos foros de amistad, de personas neófitas, en busca de apego.
Por una de las tantas
casualidades que se dan en instantes de insatisfacción y por la necesidad de
encontrarse arropado aunque sea en la distancia, y por los millares de tipos de
afectos, doctrinas y contactos que existen.
Coincidieron en una ternura
asertiva, que mantuvieron sobre la fe entre personas y caracteres afines.
De ahí, prolongaron sus
charlas, su relación y su creciente amistad, por periodos asiduos, casi
constantes.
Siempre manteniendo aquella
llama de curiosidad, sin dejar perder el trato por desidia o por aburrimiento y
sin descubrirse jamás los deseos personales en cuanto a atracción y anhelos.
Es verdad que habían
aprehendido de pasada, partes de sus vidas emocionales, pero siempre dando a
entender que todo estaba cubierto y que ninguno de los dos se necesitaba.
Estaban protagonizando una
mentira, sin destino definido. La historia presentada por Mirella hacia Renato,
entrañaba tintes de verosimilitud, sin llegar a ser comprobada por el caballero.
Mirella era una mujer
abierta, sin pareja y con dos hijos, que ya mayores de edad, se buscaban la
vida a su modo.
Nacida de una familia
humilde y honrada. Con una infancia divertida, y muy allegada con los suyos, que
le dejaron mella para futuro. Relacionada de forma cariñosa con todos sus hermanos,
repartidos por todo el vasto país.
Así mismo su madre, ausente
del suelo propio desde hacía unas décadas, por estar afincada y trabajando en otro
país, sin pretensión de regresar a sus orígenes. Obligó a la saga a vivir
alrededor de la figura del padre, que jamás les falló a ninguno.
Renato, era un tipo
despistado pero afectivo. Sin bondades conocidas y de nacimiento achinado de
estirpe franco judía. Divorciado muchas veces y también con hijos mayores, que
conocían perfectamente los pros y los defectos paternales, por estar presente
en los momentos decisivos.
Sin querer comprometerse con
nadie, por aquello de las responsabilidades, ni tener más ensayos y líos con
señoras, a pesar de ser buenos partidos para él. Con lo que explicó a su
conocida fue totalmente falso y denigrante. Detalles que Mirella, descubrió a
la primera de cambio y fingió por aquello de ver hasta donde llegamos con esta
farsa.
Renato no podía camuflar su
realidad, era un tipo complicado que acostumbraba a ser una persona displicente
e inaguantable. A pesar de querer disimularlo por las conveniencias y por el
disimulo de esconder sus defectos.
Un fulano astuto que todo lo
quiere, pero que nada compromete.
Al aparcar el coche Renato sonrío
sobre el pensamiento mordaz e indecente que había tenido para con Mirella, sin
darle la más mínima de las importancias, y pensó.
—<<Me encantaría poder
desnudarte sin prisas, con mis argumentos de actor. Sin complicaciones
despojarte de tu camisa de seda y tus sujetadores de ballesta. Tenderte sobre
mi alma, para amarte mientras el cansancio permitiera. Deambular por la amplia
cuna de tu cuerpo y afincarme en uno de esos valles que posees, junto a la
fuente de tu vida. Entre besos y arrumacos, para siempre jamás>>.
Volvió al mundo después de
regresar de la sonrisa echada tras el argumento sensual de sus inclinaciones
amatorias. Sabiendo que del dicho al hecho siempre existe aquel trecho del conocido
refrán. Con irrisorias posibilidades de disfrutar lo que hacía escasos segundos
había imaginado.
Entró en su cafetería preferida,
la del concurrido barrio. Aquella que le disponía a menudo la cena y su gran
soledad.
La que linda desde la
esquina con la avenida y desde donde divisa mientras degusta lo que solicita,
con el pasmo que genera su condición de insociable.
Al acercarse Lucía la
dependienta solicitó para cenar un medallón de merluza, con hojas de escarola y
algo de embutido.
Regándolo con una copa de
buen vino tinto de una zona riojana.
No parecía estar dentro de
sus mejores momentos aquella noche, ni de sus amplias cualidades.
Al finalizar aquella frugal dieta,
notó algo elevada la temperatura corporal, y creyendo tendría décimas de fiebre,
adelantó su retirada.
Aquella indisposición, la
conocida de siempre. La que le atacaba y encontraba desprevenido, dejándolo mal
trecho durante unas horas. Por lo que se marchó a dormir sin esperar a su
compañera, ni ver aquel programa deportivo de televisión que le encantaba.
En un término de tiempo,
apenas detallado, quedó completamente con la oreja arrugada sobre la almohada,
cortando leña como si estuviera muerto.
Propinando sus acostumbrados
resuellos, que ya no perturbaban ni siquiera al gato de Marucha. La amiga, que
no siempre llegaba a tiempo para calentarle la cama y el cuerpo.
El silencio apareció en la
estancia, y los sueños, como sabemos” sueños son”.
— Hola Renato— le dijo la
dama de sus fantasías. Ya dentro del profundo sueño.
—Que flojo te veo. Abandonado
en esas sábanas cutres de color calabaza, que más bien parecen las cortinas del
baño de la asistenta del Doctor Jenkins.
—Que tal Mirella. Tú siempre
tan ingenua y sagaz. Te veo ojeriza y despeinada, como si vinieras de pelearte
con la amante del guardaespaldas del comodoro Harry Torrans.
—¡Pues mira no! Me han
llegado bio ritmos raros hace poco y provenían de ti. Y como sé que has estado
fantaseando conmigo durante todo el trayecto de retorno desde la oficina a
casa, me he permitido el lujo de hablarte para que sepas como son las cosas.
Argumentó la utopía de su sueño,
dentro de la irrealidad del rostro de Mirella.
—He notado tu alto contenido
energético. El que imagino es circunstancial para conmigo. Pero la verdad, si
me gustaría poder medirte en un cuerpo a cuerpo. En golpe a golpe, y en un beso
a beso, de tu desespero emocional.
Desnudos los dos, viendo cómo
me regalas briznas de ese sexo que gastas a borbotones, entre tus lujurias.
Renato seguía conversando en
sus sueños. En voz alta, y del todo sonámbulo. Actuación placentera en un
protagonista dormido. Chirriando, en su palabrería, con sonidos y altibajos
sonoros dados por la gran destemplanza que lo contenía y a la vez le
transportaba la presencia clara de Mirella. Su bellida amiga lejana.
Al final del pasillo, se
escuchó de pronto una cerradura que abría la vivienda, por la llegada de
Marucha. Volvía del tajo y viendo que Renato dormía, hizo el mínimo ruido.
Viendo que parloteaba en
sueños y queriendo entender de que iba el argumento. Marucha silenció su murmullo,
mientras se metía en la cama con Renato. Completamente desnuda.
Con aquel enfebrado, que ni
siquiera percibió que su compañera, le apartaba un poco haciéndose sitio, y
tomar su espacio en aquel angosto jergón.
Sin decir ni media palabra, Marucha, le iba tocando entre espalda y nalgas a Renato,
para calmarlo y él, prosiguiera con sus alegatos nocturnos.
—Mirella ¿estás ahí?... En
sueños pronunció Renato, tocando el cuerpo de Marucha, que a la vez ésta, le
recorría los rabeles con suavidad.
Tanto era el entronque que
suscitaba el aletargado con sus palabras hacia su alejada Mirella; que Marucha,
no pudo reprimirse por celos, y expulsó toda la inquina que contenía en sus
adentros, con cajas destempladas.
—Oye tío, que me ¿confundes?
O es que estás borracho. ¡Que sepas que yo soy Marucha. Sin el mínimo caso el
dormido siguió.
—Deja que te cuente lo que
por ti siento nena.
Dijo dentro de su sueño el depravado
de Renato, dirigiéndose a la protagonista de su fantasía.
— ¡Anda y duérmete! Despectivamente
le conminó aquella mujer que permanecía a su lado.
Viendo que Renato no
reaccionaba a sus peticiones siguió en sus trece poniendo el oído Marucha, para
saber que decía aquel loco, en su confesión nocturna.
—Déjame acariciar tu
cabellera, y besarte los labios, pasearme entre la plaza minúscula del ombligo.
Entre tu vientre y los accidentes físicos y pedregosos de tu monte venus.
Se detuvo Renato a respirar
y en el inciso Marucha no pudo más con los achares que comenzaban a
emborracharle el sentido.
A sabiendas que para ella,
no eran aquellos calibrados palabreos tan desorbitados y llenos de codicia
envidiable.
—Pero que dices ¡mamarracho!
y a quien. Le gritó Marucha, despertando a Renato, con un susto de atajar el corazón.
Dolida y vejada, encendió la
luz de aquella cámara de los horrores, viéndose desnuda frente al espejo y
desmotivada, por un acompañante, que la tocaba y confundía con una sirena
especial que le tenía completamente desconcertada.
— ¿Quién eres?... Que haces tú,
en mi cama. Preguntó Renato, aún por despertarse de un sueño realmente
comprometido, que le desquiciaría durante las explicaciones.
—Pero tú eres bobo, o
quieres hacerte el loco esta noche. reprochó Marucha añadiendo.
—Mira que ya no me queda
paciencia contigo, ¡Estas loco de atar!, y me asustas con esos ojos de criminal
que pones cuando me miras.
— ¡Quién eres! Preguntó Renato, sobresaltado.
¡Quien coño eres! No te
conozco. Interrogó nuevamente Renato, con cara de recién despertado y sin
contemplaciones.
—¡Soy Marucha!... No me
conoces después de semejante actuación, ¡Eres tonto! ¡Se te ha ido la pinza!, o
qué coño te pasa. Me confundiste con alguna de esas estrellas de cine, con las
que sueñas a veces. ¡Eres un desgraciado! Que lo sepas….
Renato tan solo pudo
pronunciar un corto diálogo, que no confundía a nadie, pero que tampoco fue
contestado
— Que pena, no poder soñar
tranquilo.





