Me
quedo con el gusto de tus labios__pensaba
mientras conducía su Chevrolet Delivey, rojo del sesenta__Lo
iba imaginando en su subconsciente creativo y diverso.
A
la señora Marta no la conocía en persona.
Es
cierto que había mantenido con ella, unas conversaciones por
teléfono desde la lejanía y había nacido cierto “feeling”
entre ambos.
Una
relación
amigable
sin que entre ellos mediara posibilidad de verse, un repertorio de
coincidencias entre
aquellas
dos
personas que se caracterizaba
por ser muy positiva, sin explicitar
qué elementos intervinieron
para trasvasar y convenir en tantos puntos de vista.
Jamás
la había tenido delante en persona, ni existía la posibilidad de
verse desde lejos. Imposible, mediaba un par de Océanos entres
ellos.
No
fijaba su estatura, ni su enjundia, jamás había estado departiendo
a su vera. El pensar que la pudiera sujetar entre sus brazos, era
algo ficticio, tan irrealizable, como trazar una carretera entre dos
islas.
Ni
tan siquiera sabía como era el olor corporal que desprendía.
Aún
menos; la había mirado a los ojos de gacela bondadosa que mostraba
en las fotografías.
Las
risas nerviosas, los milagros imposibles, las ilusiones baratas, era
quizás lo único que los acercaba, porque además no había derroche
de malos entendidos, ya que cada uno vivía de sus días, de sus
vidas y de sus cuitas, por lo que si en las charlas se emitían
detalles no exactos o hipócritas, quedaban sin contexto.
Como
no había rasero para medir, ni existía la comprobación metódica,
todo quedaba deshilvanado como deslumbramientos irreales.
Torcuato
la codiciaba cada noche en sueños. La
tenía como si fuera suya, tan solo de su propiedad, sin compartirla.
Tan
asumido tenía
aquel laberinto amoroso sin salida, que jamás
se había planteado
contarlo.
Ni
tampoco a ella misma, le manifestó en momento alguno que bebía sus
vientos.
No
le apetecía tener prisa, quería saborear aquellas sensaciones
anormales que le abordaban privadamente.
Cuando
pensaba e imaginaba la curva de su cintura, la esbeltez de sus
pechos, el jadeo en sus orgasmos, el aliento amanzanado que tuviere,
o la redondez de sus nalgas sedosas, las que equidistaban no
demasiado diferentes de sus piernas depiladas. Lo ejercía soñando,
levitando y suspirando.
Tenía
la convicción que ella, Marta a su vez también pensaba en él, y lo
valoraba en grado sumo, por las palabras cariñosas y afectivas que
le regalaba, cuando tenían oportunidad de contarse.
Detalle
que solía ser de tarde en tarde y en condiciones poco
esclarecedoras. Huía y no le agradaba desabrocharse el alma frente a
ella y si no tenía tema, estuviera atareado y malhumorado, pasaba de
seducirla.
Pretendía
ser un querubín celestial frente a ella, todo lo contrario a como le
consideraban en su barrio, sus amigos y contactos habituales.
Se
conocieron hacía varios años en uno de esos foros catecúmenos, de
personas neófitas en los millares de tipos de doctrina que existen.
Coincidieron
en un sentimentalismo asertivo, que mantuvieron sobre la fe entre
religiones y personas, comparando deidades y falsas beatificaciones.
De
ahí, continuaron sus charlas su relación y su creciente amistad,
por periodos indeterminados, siempre manteniendo aquella llama de
curiosidad, sin dejar perder el contacto por desidia o por
aburrimiento y sin descubrirse jamás los deseos personales en cuanto
a atracción y anhelos.
Es
verdad que habían aprehendido de pasada, partes de sus vidas
emocionales, pero siempre dando a entender que todo estaba cubierto y
que ninguno de los dos se necesitaba.
Marta
es una mujer abierta, sin pareja y con dos hijos, que ya mayores de
edad, se buscan la vida a su modo. Nacida de una familia humilde del
Cerco Peruano. Con una infancia divertida, a veces graciosa y con
unos cuantos hermanos, repartidos por todo el vasto país.
Así
mismo su madre, ausente del suelo patrio desde ya unas décadas, por
estar afincada y trabajando en los Estados Unidos, sin papeles, sin
pretensión de volver a su tierra y que a su modo, en un principio
les fue arrimando mientras tuvo memoria, de alegrías, ilusiones de
retorno y unos cuantos presentes irreales.
Tan
faltos de autenticidad como de necesidad de estar y vivir todos
juntos en un mismo sitio.
Peculios
escasos enviaba a la familia, que sacaba de su “nómina
laboral con
falta de documentos de residencia”.
Hasta
qué como en el devenir de la vida, todo llega.
El
olvido de la costumbre y el cúmulo del no recuerdo. Cuando el hábito
deja de ser constancia y pierde fuerza ganando el descuido y la
dejadez, más gris e imperfecta.
Llegando
a la comparsa del “Ni
te conozco”, dejando de tener contacto con tus seres más
cercanos y de reenviarles aquellos patituertos que disimulaban las
necesidades.
Relegando
perfectamente además del envío, el reembolso de los pocos pesos que
les llegaban por Navidades y Pascuas.
Torcuato,
era un tipo despistado pero afectivo, sin bondades conocidas y de
nacimiento achinado de
estirpe franco portuguesa,
divorciado muchas veces y también con hijos mayores, que conocían a
su padre, por haber asistido a todos los compromisos y festejos de
cumpleaños y fiestas de guardar en casa de su ex mujer.
Sin
querer comprometerse con nadie, por aquello de las responsabilidades,
ni tener más ensayos y líos con señoras, a pesar de ser buenos
partidos para él.
Siendo
un tipo, complicado que acostumbraba más bien a ser una persona
displicente e inaguantable, a pesar de querer disimularlo por las
conveniencias y por querer y saber quedar muy bien, ante todas las
situaciones, frente
a extraños y desconocidos.
Un
fulano astuto que todo lo quiere, pero que nada compromete.
Al
aparcar el coche Torcuato, rió sobre el pensamiento mordaz e
indecente que había tenido para con Marta, sin darle la más mínima
de las importancias__ pensó__ Me
encantaría poder desnudarte, sin prisas, con mis argumentos de
reactor, sin complicaciones despojarte de tu camisa de seda y tus
sujetadores de ballesta y tenderte sobre mi alma, para amarte
mientras el cansancio permitiera. Deambular
por la
amplia cuna
de tu cuerpo y afincarme en uno de esos valles que posees, junto a la
fuente de tu vida, entre brazos y piernas, para siempre jamás.
Volvió
al mundo después de regresar de la sonrisa echada tras el argumento
sensual de sus inclinaciones amatorias.
Entró
en su barra de
bar preferida,
aquella
que le administraba su gran soledad.
La
de
la esquina de la calle de su
barrio y pidió un medallón de merluza, con hojas de escarola y algo
de embutido, para cenar.
Regándolo
con una copa de buen vino de Rioja, banda ancha y azul.
No
parecía estar dentro de sus mejores momentos aquella noche, ni de
sus amplias cualidades. Al finalizar aquella frugal cena, se notó
algo elevada la temperatura corporal, creyendo tendría décimas de
fiebre.
Aquella
indisposición que siempre le atacaba y encontraba desprevenido, por
lo que se marchó a dormir sin ver aquel programa deportivo que le
encantaba, ni echar en falta a la compañera, la última compañera
que le aguantaba.
En
un término de tiempo, apenas prolijo, quedó completamente
con: la oreja
arrugada sobre la
almohada, cortando leña y
suspirando por sus esperanzas.
Propinando
sus acostumbrados ronquidos, que ya no perturbaban ni siquiera al
gato de Marucha, la amiga, que no siempre llegaba a tiempo para
calentarle la cama y el cuerpo. La amiga que lo abrigaba.
El
silencio apareció en la estancia y los sueños, como dicen:”
deslumbramiento
son”.
__
Hola Torcuato__ le dijo la dama de sus ensoñaciones__ que flojo te
veo, abandonado en esas sábanas cutres de color calabaza, que más
bien parecen las cortinas del baño de la asistenta del Doctor
Jeckils.
__
Que tal Marta, tu siempre tan ingenua
y sagaz.
Te veo ojeriza y despeinada, como si vinieras de pelearte con la
amante del guardaespaldas del presidente Donald Trumpas
__
¡Pues
mira no! Me
han llegado bio
ritmos
raros, hace poco y provenían de ti y como
sé que has estado fantaseando
conmigo, durante todo el trayecto de retorno desde tu trabajo a casa,
me he permitido el lujo de hablarte para que sepas como son las
cosas__ Argumentó
la imaginación del sueño transformado por la irrealidad del rostro
de Marta.
__He
notado tu alto contenido energético, el cual imagino es
circunstancial, para conmigo, pero la verdad, si me gustaría poder
medirte en un cuerpo a cuerpo, en
un beso a beso, en un desespero emocional. Desnudos
los dos, viendo como me regalas miajas de ese sexo que gastas a
borbotones, entre tus lujurias.
Torcuato,
seguía conversando en sus sueños, con una voz alta, reconocida,
completamente sonámbulo. En su actuación placentera, chirriaba de
su charla altibajos sonoros dados por la gran emoción, que notaba a
lo lejos al ver tan clara a su Marta; su bellida amiga gramínea
En
el final del pasillo, se escuchó de pronto una cerradura que abría
la vivienda, por la llegada de Marucha, que volvía del tajo y viendo
que Torcuato dormía, hizo el mínimo ruido, viendo que parloteaba en
sueños queriendo entender de que iba el chocho. Enmudeció la propia
Marucha, hasta que se metió en la cama, completamente desnuda con
aquel hombre, que ni siquiera percibió que su fámula, le apartaba
de su lugar de descanso para que tomara su espacio en aquel angosto
jergón.
Sin
decir ni media palabra, Marucha, le iba tocando entre espalda y
nalgas a Torcuato, para calmarlo y él, prosiguiera con sus alegatos
nocturnos.
__
Marta ¿estás ahí? __ en sueños pronunció Torcuato, tocando el
cuerpo de Marucha, que a la vez ésta, le recorría las posaderas con
suavidad.
Tanto
era el entronque que suscitaba el aletargado con sus palabras bellas,
que no pudo reprimirse por celos y expulsó toda la mierda que
contenía en sus adentros, la impaciente Marucha.
__
Oye tío, que me ¿confundes? O es que estás borracho, yo me llamo
Marucha.
__
Deja que te cuente lo que por ti siento, nena__ dijo completamente
dormido el pánfilo de Torcuato, aún dirigiéndose a su musa.
__
¡Anda y duérmete! Que eres un poca gaita__ despectivamente le
conminó aquella especie de mujer desaliñada, que por comodidad del
“Habla sueños”, permanecía a su lado.
Viendo
que aquel hombre, no reaccionaba a sus peticiones siguió poniendo
oreja a los comentarios sistemáticos que pronunciaba.
__
La otra tarde cuando te
recordé, riendo, graciosa
__ puso el oído Marucha para saber que decía Torcuato, en su
febrada, que ya le había notado ella, al aproximarse con la
intención de poder yacer.
__
Me quedé con el
empaque
de tu cuerpo, que eres ola extensa
del Índico
de los Océanos.
Con una
preciosa
facción,
en tu desnudez que derrota a las armadas más
potentes de las mezquindades de tantas luchas.
Con
ese cuerpo que ya le gustaría a la Cruz Roja poseer, sin cicatrices
en tu lenguaje, limpia y fértil, como las alondras blancas del
parque de los satisfechos, que alberga ese terreno
corporal
que le quita el sentido a más pintado de los deseos humanos__ seguía
hablando hechizado. Mientras
a Marucha se le descapitalizaba la reacción de protestar
__
Déjame acariciar tu cabellera, y besarte los labios, pasearme entre
la plaza minúscula
del
ombligo. Entre
tu andorga
y los
accidentes
físicos
y arenosos
de tu monte
venus y el bajo
vientre.
Ese
que se intuye
a lo lejos de tu cuerpo, ese que vibra al reconocer mis gatunos
efectos.
Déjame
que pueda acariciar tus piernas y nos enrosquemos los dos como los
churros cremosos de la mejor y más diversa pastelería celestial.
Que
me pueda embriagar con tus perfumes y desgarrarme la garganta, por
esos cantos de sirena que me atolondran y esos deseos irrefrenables
que por ti siento me desbaraten.
Se
detuvo Torcuato a respirar y en el inciso, ella no pudo más con los
achares que comenzaban a emborracharle el sentido.
A
sabiendas que para ella, no eran aquellos calibrados palabreos tan
desorbitados y llenos de codicia envidiable.
__
Pero que dices ¡mamarracho!
y a quien__ le gritó Marucha, despertando a Torcuato, con un susto
de atajar el tic
tac del marchoso
corazón.
Dolida
y vejada, encendió la luz de aquella cámara de los horrores,
viéndose desnuda frente al espejo y desmotivada, por un acompañante,
que la tocaba y confundía con una sirena especial que le tenía
completamente desconcertada.
__
¿Quien eres?, y
que haces en mi cama__ Preguntó Torcuato, aún
por despertarse de un sueño realmente comprometido, que le
desquiciaría durante las explicaciones.
__
Pero tu eres bobo, o quieres hacerte el loco esta noche__ reprochó
Marucha__ Mira que ya no me queda paciencia contigo, ¡Estas loco de
atar!, y me asustas con esos ojos de criminal que pones cuando me
miras.
Decirme
esas pijadas enormes, en una noche fría, es como mandarme los yuyos
del brujo Matías.
__
¡Quien eres! ¡Quien coño eres!, no te conozco__ interrogó
nuevamente Torcuato, con cara de recién despertado y sin
contemplaciones.
__
¡Soy
Marucha! Me asustaste, me confundiste con alguna de esas estrellas de
cine, con las que sueñas a veces.
Torcuato
tan solo pudo pronunciar un corto diálogo, que no confundía a
nadie, pero que tampoco fue contestado
__
Que pena, no poder soñar tranquilo.
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