lunes, 11 de diciembre de 2017

Soñando con una bellida



Me quedo con el gusto de tus labios.

<<pensaba Renato, mientras conducía su Chevrolet Delivery rojo del sesenta>>

Lo iba imaginando en el subconsciente creativo y diverso, que atesoraba.

A Mirella no la conocía en persona.

Es cierto que había mantenido con ella, conversaciones interesantes por teléfono desde la lejanía y había nacido cierto “feeling” entre ambos.

Una relación amigable sin que mediara posibilidad de verse. Un repertorio de coincidencias entre aquellas dos personas que se caracterizaba por ser muy positiva. Sin explicitar qué elementos intervinieron para trasvasar y convenir en tantos puntos de vista.

Jamás la había tenido delante en persona, ni existía la posibilidad de advertirse desde lejos. Imposible.

Mediaba un par de Océanos entre ellos, y una compañera llamada Marucha, a punto de mandarlo a freír monos. Harta de aguantar.

 

Renato no fijaba la estatura de Mirella. Ni su enjundia. Jamás había estado departiendo a su vera.

El pensar que la pudiera sujetar entre sus brazos, era algo ficticio, tan irrealizable, como trazar una carretera entre dos islas.

Ni tan siquiera sabía cómo era el olor corporal que desprendía.

Aún menos; la había mirado a los ojos dulces y bondadosos que mostraba en las fotografías.

Las risas nerviosas, los milagros imposibles, las ilusiones baratas, era quizás lo único que los acercaba, porque además no había derroche de malos entendidos, ya que cada uno vivía de sus días, de sus vidas y de sus cuitas.

Por lo que si se diera el caso de pronunciar en sus charlas yerros, o se emitían detalles no exactos o hipócritas, quedaban sin contexto.

Como no había rasero para medir, ni existía la comprobación metódica, todo quedaba deshilvanado como deslumbramientos irreales.

Renato la codiciaba cada noche en sueños. Se transformó en una ilusión. La poseía como si fuera suya. Tan solo de su propiedad, y sin la remota posibilidad de compartirla.

Tan asumido tenía aquel laberinto afectivo sin salida, que jamás se había planteado contarlo. Ni tampoco a ella misma, le manifestó en momento alguno que bebía sus vientos.

No le apetecía tener prisa, quería saborear aquellas sensaciones anormales que le abordaban privadamente.

Cuando pensaba e imaginaba en la curva de su cintura, se emocionaba. Por la esbeltez de sus pechos, y el jadeo en sus orgasmos, se excitaba irremediablemente. Imaginar el aliento amanzanado que tuviere, o la redondez de sus nalgas sedosas, aquellas que equidistaban no demasiado diferentes de sus piernas depiladas. Lo ponía sobre ascuas, levitando y suspirando.

Tenía la convicción que Mirella a su vez también pensaba en él, y lo valoraba por las palabras cariñosas y afectivas que le regalaba, cuando tenían oportunidad de describirse.

Detalle que solía ser de tarde en tarde y en condiciones poco esclarecedoras. Huía y no le agradaba desabrocharse el alma y si no tenía tema, estuviera atareado y malhumorado, pasaba de distraerla o seducirla.

Pretendía ser un querubín celestial frente a la joven.

Todo lo contrario a como le consideraban en su casa. El desprecio de su compañera. En el barrio, amigos y vecinos, colegas y contactos habituales.

 

Se conocieron hacía varios años en uno de esos foros de amistad, de personas neófitas, en busca de apego.

Por una de las tantas casualidades que se dan en instantes de insatisfacción y por la necesidad de encontrarse arropado aunque sea en la distancia, y por los millares de tipos de afectos, doctrinas y contactos que existen.

Coincidieron en una ternura asertiva, que mantuvieron sobre la fe entre personas y caracteres afines.

De ahí, prolongaron sus charlas, su relación y su creciente amistad, por periodos asiduos, casi constantes.

Siempre manteniendo aquella llama de curiosidad, sin dejar perder el trato por desidia o por aburrimiento y sin descubrirse jamás los deseos personales en cuanto a atracción y anhelos.

Es verdad que habían aprehendido de pasada, partes de sus vidas emocionales, pero siempre dando a entender que todo estaba cubierto y que ninguno de los dos se necesitaba.

Estaban protagonizando una mentira, sin destino definido. La historia presentada por Mirella hacia Renato, entrañaba tintes de verosimilitud, sin llegar a ser comprobada por el caballero.

Mirella era una mujer abierta, sin pareja y con dos hijos, que ya mayores de edad, se buscaban la vida a su modo.

Nacida de una familia humilde y honrada. Con una infancia divertida, y muy allegada con los suyos, que le dejaron mella para futuro. Relacionada de forma cariñosa con todos sus hermanos, repartidos por todo el vasto país.

Así mismo su madre, ausente del suelo propio desde hacía unas décadas, por estar afincada y trabajando en otro país, sin pretensión de regresar a sus orígenes. Obligó a la saga a vivir alrededor de la figura del padre, que jamás les falló a ninguno.

 

Renato, era un tipo despistado pero afectivo. Sin bondades conocidas y de nacimiento achinado de estirpe franco judía. Divorciado muchas veces y también con hijos mayores, que conocían perfectamente los pros y los defectos paternales, por estar presente en los momentos decisivos.

Sin querer comprometerse con nadie, por aquello de las responsabilidades, ni tener más ensayos y líos con señoras, a pesar de ser buenos partidos para él. Con lo que explicó a su conocida fue totalmente falso y denigrante. Detalles que Mirella, descubrió a la primera de cambio y fingió por aquello de ver hasta donde llegamos con esta farsa.

Renato no podía camuflar su realidad, era un tipo complicado que acostumbraba a ser una persona displicente e inaguantable. A pesar de querer disimularlo por las conveniencias y por el disimulo de esconder sus defectos.

Un fulano astuto que todo lo quiere, pero que nada compromete.

Al aparcar el coche Renato sonrío sobre el pensamiento mordaz e indecente que había tenido para con Mirella, sin darle la más mínima de las importancias, y pensó.

—<<Me encantaría poder desnudarte sin prisas, con mis argumentos de actor. Sin complicaciones despojarte de tu camisa de seda y tus sujetadores de ballesta. Tenderte sobre mi alma, para amarte mientras el cansancio permitiera. Deambular por la amplia cuna de tu cuerpo y afincarme en uno de esos valles que posees, junto a la fuente de tu vida. Entre besos y arrumacos, para siempre jamás>>.

Volvió al mundo después de regresar de la sonrisa echada tras el argumento sensual de sus inclinaciones amatorias. Sabiendo que del dicho al hecho siempre existe aquel trecho del conocido refrán. Con irrisorias posibilidades de disfrutar lo que hacía escasos segundos había imaginado.

Entró en su cafetería preferida, la del concurrido barrio. Aquella que le disponía a menudo la cena y su gran soledad.

La que linda desde la esquina con la avenida y desde donde divisa mientras degusta lo que solicita, con el pasmo que genera su condición de insociable.

Al acercarse Lucía la dependienta solicitó para cenar un medallón de merluza, con hojas de escarola y algo de embutido.

Regándolo con una copa de buen vino tinto de una zona riojana.

No parecía estar dentro de sus mejores momentos aquella noche, ni de sus amplias cualidades.

Al finalizar aquella frugal dieta, notó algo elevada la temperatura corporal, y creyendo tendría décimas de fiebre, adelantó su retirada.

Aquella indisposición, la conocida de siempre. La que le atacaba y encontraba desprevenido, dejándolo mal trecho durante unas horas. Por lo que se marchó a dormir sin esperar a su compañera, ni ver aquel programa deportivo de televisión que le encantaba.

En un término de tiempo, apenas detallado, quedó completamente con la oreja arrugada sobre la almohada, cortando leña como si estuviera muerto.

Propinando sus acostumbrados resuellos, que ya no perturbaban ni siquiera al gato de Marucha. La amiga, que no siempre llegaba a tiempo para calentarle la cama y el cuerpo.

El silencio apareció en la estancia, y los sueños, como sabemos” sueños son”.

 

— Hola Renato— le dijo la dama de sus fantasías. Ya dentro del profundo sueño.

—Que flojo te veo. Abandonado en esas sábanas cutres de color calabaza, que más bien parecen las cortinas del baño de la asistenta del Doctor Jenkins.

—Que tal Mirella. Tú siempre tan ingenua y sagaz. Te veo ojeriza y despeinada, como si vinieras de pelearte con la amante del guardaespaldas del comodoro Harry Torrans.

—¡Pues mira no! Me han llegado bio ritmos raros hace poco y provenían de ti. Y como sé que has estado fantaseando conmigo durante todo el trayecto de retorno desde la oficina a casa, me he permitido el lujo de hablarte para que sepas como son las cosas.

Argumentó la utopía de su sueño, dentro de la irrealidad del rostro de Mirella.

—He notado tu alto contenido energético. El que imagino es circunstancial para conmigo. Pero la verdad, si me gustaría poder medirte en un cuerpo a cuerpo. En golpe a golpe, y en un beso a beso, de tu desespero emocional.

Desnudos los dos, viendo cómo me regalas briznas de ese sexo que gastas a borbotones, entre tus lujurias.

Renato seguía conversando en sus sueños. En voz alta, y del todo sonámbulo. Actuación placentera en un protagonista dormido. Chirriando, en su palabrería, con sonidos y altibajos sonoros dados por la gran destemplanza que lo contenía y a la vez le transportaba la presencia clara de Mirella. Su bellida amiga lejana.

Al final del pasillo, se escuchó de pronto una cerradura que abría la vivienda, por la llegada de Marucha. Volvía del tajo y viendo que Renato dormía, hizo el mínimo ruido.

Viendo que parloteaba en sueños y queriendo entender de que iba el argumento. Marucha silenció su murmullo, mientras se metía en la cama con Renato. Completamente desnuda.

Con aquel enfebrado, que ni siquiera percibió que su compañera, le apartaba un poco haciéndose sitio, y tomar su espacio en aquel angosto jergón.

Sin decir ni media palabra, Marucha, le iba tocando entre espalda y nalgas a Renato, para calmarlo y él, prosiguiera con sus alegatos nocturnos.

—Mirella ¿estás ahí?... En sueños pronunció Renato, tocando el cuerpo de Marucha, que a la vez ésta, le recorría los rabeles con suavidad.

Tanto era el entronque que suscitaba el aletargado con sus palabras hacia su alejada Mirella; que Marucha, no pudo reprimirse por celos, y expulsó toda la inquina que contenía en sus adentros, con cajas destempladas.

—Oye tío, que me ¿confundes? O es que estás borracho. ¡Que sepas que yo soy Marucha. Sin el mínimo caso el dormido siguió.

—Deja que te cuente lo que por ti siento nena.

Dijo dentro de su sueño el depravado de Renato, dirigiéndose a la protagonista de su fantasía.

— ¡Anda y duérmete! Despectivamente le conminó aquella mujer que permanecía a su lado.

Viendo que Renato no reaccionaba a sus peticiones siguió en sus trece poniendo el oído Marucha, para saber que decía aquel loco, en su confesión nocturna.

—Déjame acariciar tu cabellera, y besarte los labios, pasearme entre la plaza minúscula del ombligo. Entre tu vientre y los accidentes físicos y pedregosos de tu monte venus.

Se detuvo Renato a respirar y en el inciso Marucha no pudo más con los achares que comenzaban a emborracharle el sentido.

A sabiendas que para ella, no eran aquellos calibrados palabreos tan desorbitados y llenos de codicia envidiable.

—Pero que dices ¡mamarracho! y a quien. Le gritó Marucha, despertando a Renato, con un susto de atajar el corazón.

Dolida y vejada, encendió la luz de aquella cámara de los horrores, viéndose desnuda frente al espejo y desmotivada, por un acompañante, que la tocaba y confundía con una sirena especial que le tenía completamente desconcertada.

— ¿Quién eres?... Que haces tú, en mi cama. Preguntó Renato, aún por despertarse de un sueño realmente comprometido, que le desquiciaría durante las explicaciones.

—Pero tú eres bobo, o quieres hacerte el loco esta noche. reprochó Marucha añadiendo.

—Mira que ya no me queda paciencia contigo, ¡Estas loco de atar!, y me asustas con esos ojos de criminal que pones cuando me miras.

— ¡Quién eres!  Preguntó Renato, sobresaltado.

¡Quien coño eres! No te conozco. Interrogó nuevamente Renato, con cara de recién despertado y sin contemplaciones.

       

—¡Soy Marucha!... No me conoces después de semejante actuación, ¡Eres tonto! ¡Se te ha ido la pinza!, o qué coño te pasa. Me confundiste con alguna de esas estrellas de cine, con las que sueñas a veces. ¡Eres un desgraciado! Que lo sepas….

 

Renato tan solo pudo pronunciar un corto diálogo, que no confundía a nadie, pero que tampoco fue contestado

— Que pena, no poder soñar tranquilo.







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