Volvía
Edwin, hacia su casa, tras un día completo de emociones fuertes.
Una
vez finalizada la exposición de Esmirna, sobre temas relativos al
hallazgo de Irene.
En
plaza de España, subió al ferrocarril de la Linea 8. El Carrilet
del Baix, y de repente una vez estuvo sentado en su asiento del
tercer convoy, esperando partir hacia su destino.
Le
sobrevino otro de aquellos azotes espirituales, recorriéndole de
abajo arriba todo el espinazo.
Con
mensaje de ultratumba, por lo menos. Creyendo ciertamente que esas
reacciones intempestivas, que recalaban en su cerebro, se las enviaba
alguien que tenía interés en que, se volvieran a recordar algunos
de los acaecidos, que habían quedado sin alambicar a lo largo de los
años.
Relatados
en la niñez temprana por su abuela Xarme. Que como costumbre, solía
explicarle, a modo de fábula o quizás para mantenerlo entretenido,
toda una serie de verdades en cadena, que quedaron troqueladas en el
hipotálamo del nieto.
Correspondiendo
ésta precisamente, a una de las leyendas, argüidas con más rigor
y que más padecimiento le generó a Edwin, cuando se la exponían.
Siendo
el momento preciso y doloroso en que Xarme, se quedaba huérfana de
madre.
Mantuvo
el donaire muy silencioso. Casi patidifuso controló su respirar,
sobrecogido y aterrado por aquella sugestión. Con el occipital
apoyado en el cristal de una de las ventanas del vagón donde iba
acomodado.
Entornó
sus ojos evitando su presión ambiental, más por intento de
inhibición que por evadir los recuerdos.
Llegando
al punto de la ofuscación.
__(( Una vez muerta Doña Concha, les llegó el luto. En aquel tiempo, no
era cosa pequeña, la tradición marcaba el registro a seguir y cómo.
Cada
familia había adaptado y aceptado la penitencia impuesta y se daba
por bueno hasta que llegaba al plazo marcado.
Dos
años vestidos de riguroso negro o morado, sin escuchar ni una nota
de música, sin risas, sin apenas notar el amanecer, ni agradecer a
la naturaleza percutir un día más.
Prohibido
totalmente salir de paseo, perfumarse para notarse atractivas. Evitar
las alegrías, orillar los pálpitos agradables, esquivar pensares
eróticos y menos practicarlos en ningún modo.
Encerradas
alrededor de la mesa camilla. Lo único que se permitía era, punto
de media, ganchillo, suspiros delimitados e, ir a rezar a la capilla
de la iglesia. Estar a menudo con Dios.
Con
los curas, haciendo labores de voluntariado, y negando a la vida
aquello que la naturaleza, y el propio cuerpo pedían a “gritos
pelaos”,
Se
volvieron de color sepia los días, eternas las horas, interminables
las quejas personales.
El
negocio de pieles y tejidos de exportación. Así como la agencia de
transportes, que dirigía doña Concha, fue traspasada por Saturio, a
un primo de los descendientes de la saga de los Puig, que eran
familia de su viuda.
Los
cuales llegaron a Arnedillo. Unos para tomar las riendas del
floreciente mercado que poseían. Otros para aprender y montar una
sucursal. Otra agencia en la propia Zaragoza, para que de esa forma
y, a la par, energizar y ampliar el ámbito de comercio, que desde
hacía unos años funcionaba a pedir de boca.
Constancia,
no cuajaba con las disposiciones del padre y regañaba con Xarme, por
la mano izquierda y lealtad que poseía con el viejo.
Por
no enfrentarle razones, como lo hacía ella, a la mínima ocasión.
Con
lo que buscaba la oportunidad de fugarse en cuanto le fuera posible,
con uno de aquellos primos que había recalado en Arnedillo de forma
temporal para aprender los manejos de la tienda, transportes y
compromiso con las grandes cuentas de los clientes.
Rutas
de comercio y demás entresijos, para llevar el negocio con garantías
y poder implantarlo en la capital del Ebro, intentando conseguir, que
desde allí funcionara tan fácil, como en la provincia de Logroño.
Malvina,
era la que menos problemas le daba a Don Saturio, se limitaba a ir a
escuela y jugar con sus amigos en la plaza y en las callejas de la
villa. Estaba en edad adolescente, e iniciaba su predilección por
los hombres bien dotados de músculo y de bolsillo.
El
tiempo iba transcurriendo en aquella Rioja preciosa, verde y próspera
que se dejaba enamorar por los habitantes de la zona, que la
respetaban y resguardaban.
Don
Saturio pasados los años no había cambiado absolutamente nada.
Seguía siendo tan cruel, avispado e inteligente como lo había sido
siempre. Procurando que se hiciera siempre aquello que a él le venia
en gana. Visitando a sus pacientes, regentando la farmacia,
peluquería y dando consejos a todo el mundo.
Dolores
Zurita, había quedado como segunda ama de llaves, siempre por debajo
del control de Xarme, quien gobernaba aquella hacienda, controlaba a
su padre y hermanas y llevaba la economía de la familia.
La
señora Zurita viuda de Lacalle, se quedó en la hacienda, después
que la familia Ruzin, le ofreciera marcharse con una dote, donde
dispusiera y con quien quisiera.
Por
mediación y consejo de Xarme, Saturio le había dado la libertad
para elegir, lo que conviniera mejor, respetando su voluntad y su
decisión. Con tal de perderla de vista.
Dolores
en cambio, se quedó en la hacienda y en la villa, aduciendo que su
vida estaba encerrada en aquellas fronteras y que no tenía lugar
mejor para ir a morir.))
Una
estación antes de llegar a su destino, se despertó súbitamente
Edwin de su colapso ilusorio, medio atontado por la visión y
totalmente desvencijado por el cansancio. Se armó de fuerza para
proseguir el trecho que aun le faltaba para llegar a su casa y,
desahogarse y descansar al lado de Eliana.
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