Edwin
después de refrendar que Irene, estaba mas muerta y más seca que
una ración de mojama, certificó al doctor de la morgue, que ¡Sí!
la conocía y correspondía con Irene. La
mujer difunta a
la que iba buscando durante toda la jornada.
Firmó
compungido y desatento,
los documentos que le pusieron por delante.
Sin
la mínima duda, se trataba de la Irene que no veía desde el
pasado
mes de diciembre. Fechas
anteriores
de las
últimas navidades.
Sin
imaginarse que aquella
sería
la última vez que la trataba, que la escuchaba, que se abrazaban y
besaban en la despedida.
Entonces
llena de vida y
con risas de agrado por celebrar aquellos instantes vitales.
Hacía
más de un mes y medio que estaba sin vida.
Esperando
ser reconocida sobre una cama gris,
de un lugar muy gris, y con un final tan gris,
que para
reconocerla; la extrajeron
de una nevera, con una etiqueta enganchada
a una
guita en
el dedo gordo del pie izquierdo, que
se leía: nombre Irene y en otra línea causas desconocidas.
Sin
pómulos
y con la frente ahondada hacia dentro de la cavidad de la cabeza, sin
frente y hecha un adefesio, ojos
cerrados, y boca entre dientes, con una sonrisa sarcástica y
rompedora.
Allí
mismo, se despidió por última vez de Irene y pensó__ Olé todos
los momentos buenos que te has chupado.
Te
han criticado, sin
embargo
peor para ellos ¡Eso es lo que te llevas!
Salió
a la calle casi destemplado por el ambiente y los perfumes raquíticos
de la funeraria, y se llenó los abdominales de aire saneado, mucho
más fresco que el que podía aspirar dentro de aquella galería
pútrida por la cantidad de despojos humanos que emanaban
Sin
fuerzas ni
apetencias se adivinó, para
ir con el transporte público hasta la comisaria de los Mossos de
Escuadra.
No
lo pensó y tomó
un taxi que
le llevó al lugar donde ya le esperaba la caporal Esmirna Custó,
en el acuartelamiento policial
de
Penitens.
No
le hizo esperar demasiado en la admisión
de la comandancia, tras haberse presentado a la recepcionista
de guardia que cumplimenta los accesos y puertas del edificio.
Pasó
por los fielatos de comprobación de objetos metálicos y entregó su
acreditación mucho antes de ser recibido por la agente que investía
el affaire de la muerta de Blanes.
La
caporal fue a recibir al declarante Edwin y le acompañó en un
peregrinar por las dependencias del cuartel, hasta que llegaron al
pupitre donde le enmarcaría aquella revelación y causa de lo que en
principio pudieran adelantarle para que quedara al corriente de lo
sucedido.
Lo
invitó a que tomara asiento frente a su mesa, reducida y limitada,
sentada ella, frente al teclado de un ordenador, donde iba
relacionando las respuestas de lo manifestado por Edwin.
Se
descubrió la cabeza dejando colgada en el borde de un perchero, la
gorra de plato que llevaba encajada, cayendo de repente una melena
larga y morena que quedó despilfarrada, sobre las espaldas de la
caporal. Con un gesto amable, le indicó a la vez que pronunciaba.
__
Buenas tardes, tenga la bondad de tomar asiento.
Revisando
su documento de identidad que estaba sobre un expediente justo en el
linde de la computadora, lo miró con ojos de escrutar.
Repasó
el perfil de Edwin, descarada y lentamente, desde la cabeza al
estómago, que era desde donde estaban sentados, la dimensión del
esqueleto que estaba dentro del campo de visión.
__
¿Le han entregado los de la morgue, los datos referentes a la
estancia de Irene, en la Ciudad de la Justicia?
__
¡Sí! Me han dado un documento, que a ciencia cierta, ni se qué es.
No podía dar crédito a lo que veía y la mitad de detalles, me han
pasado por alto.
__
¡Puede dispensármelos, por favor!
__
Por supuesto__ dijo Edwin, sacando de su billetera, el cartón
solicitado para entregarlo a la policía y colocándose bien el
faldón de su americana, mientras observaba el color azulado de todo
cuanto veía en aquel emplazamiento.
Procurando
que no se cruzaran las miradas de la gendarme con las de él. Como
si se tratara de algo prohibido, que solo se atrevía a observar a la
oficiala, mientras ella escribía o comprobaba en la pantalla del
equipo algún detalle
Hasta
la luz que reflejaban los difusores era cálida, atenuada y sin
provocar sombras.
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