viernes, 6 de octubre de 2017

Colgaba la etiqueta, de la muerta




Edwin después de refrendar que Irene, estaba mas muerta y más seca que una ración de mojama, certificó al doctor de la morgue, que ¡Sí! la conocía y correspondía con Irene. La mujer difunta a la que iba buscando durante toda la jornada.

Firmó compungido y desatento, los documentos que le pusieron por delante.
Sin la mínima duda, se trataba de la Irene que no veía desde el pasado mes de diciembre. Fechas anteriores de las últimas navidades.

Sin imaginarse que aquella sería la última vez que la trataba, que la escuchaba, que se abrazaban y besaban en la despedida.
Entonces llena de vida y con risas de agrado por celebrar aquellos instantes vitales.

Hacía más de un mes y medio que estaba sin vida.
Esperando ser reconocida sobre una cama gris, de un lugar muy gris, y con un final tan gris, que para reconocerla; la extrajeron de una nevera, con una etiqueta enganchada a una guita en el dedo gordo del pie izquierdo, que se leía: nombre Irene y en otra línea causas desconocidas.

Sin pómulos y con la frente ahondada hacia dentro de la cavidad de la cabeza, sin frente y hecha un adefesio, ojos cerrados, y boca entre dientes, con una sonrisa sarcástica y rompedora.

Allí mismo, se despidió por última vez de Irene y pensó__ Olé todos los momentos buenos que te has chupado.
Te han criticado, sin embargo peor para ellos ¡Eso es lo que te llevas!

Salió a la calle casi destemplado por el ambiente y los perfumes raquíticos de la funeraria, y se llenó los abdominales de aire saneado, mucho más fresco que el que podía aspirar dentro de aquella galería pútrida por la cantidad de despojos humanos que emanaban

Sin fuerzas ni apetencias se adivinó, para ir con el transporte público hasta la comisaria de los Mossos de Escuadra.
No lo pensó y tomó un taxi que le llevó al lugar donde ya le esperaba la caporal Esmirna Custó, en el acuartelamiento policial de Penitens.
No le hizo esperar demasiado en la admisión de la comandancia, tras haberse presentado a la recepcionista de guardia que cumplimenta los accesos y puertas del edificio.

Pasó por los fielatos de comprobación de objetos metálicos y entregó su acreditación mucho antes de ser recibido por la agente que investía el affaire de la muerta de Blanes.

La caporal fue a recibir al declarante Edwin y le acompañó en un peregrinar por las dependencias del cuartel, hasta que llegaron al pupitre donde le enmarcaría aquella revelación y causa de lo que en principio pudieran adelantarle para que quedara al corriente de lo sucedido.

Lo invitó a que tomara asiento frente a su mesa, reducida y limitada, sentada ella, frente al teclado de un ordenador, donde iba relacionando las respuestas de lo manifestado por Edwin.

Se descubrió la cabeza dejando colgada en el borde de un perchero, la gorra de plato que llevaba encajada, cayendo de repente una melena larga y morena que quedó despilfarrada, sobre las espaldas de la caporal. Con un gesto amable, le indicó a la vez que pronunciaba.

__ Buenas tardes, tenga la bondad de tomar asiento.
Revisando su documento de identidad que estaba sobre un expediente justo en el linde de la computadora, lo miró con ojos de escrutar.
Repasó el perfil de Edwin, descarada y lentamente, desde la cabeza al estómago, que era desde donde estaban sentados, la dimensión del esqueleto que estaba dentro del campo de visión.

__ ¿Le han entregado los de la morgue, los datos referentes a la estancia de Irene, en la Ciudad de la Justicia?

__ ¡Sí! Me han dado un documento, que a ciencia cierta, ni se qué es. No podía dar crédito a lo que veía y la mitad de detalles, me han pasado por alto.
__ ¡Puede dispensármelos, por favor!

__ Por supuesto__ dijo Edwin, sacando de su billetera, el cartón solicitado para entregarlo a la policía y colocándose bien el faldón de su americana, mientras observaba el color azulado de todo cuanto veía en aquel emplazamiento.
Procurando que no se cruzaran las miradas de la gendarme con las de él. Como si se tratara de algo prohibido, que solo se atrevía a observar a la oficiala, mientras ella escribía o comprobaba en la pantalla del equipo algún detalle
Hasta la luz que reflejaban los difusores era cálida, atenuada y sin provocar sombras.












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