miércoles, 2 de agosto de 2017

Deceso de la buena esposa


No habían transcurrido ni siquiera siete días del funeral de Segismundo, cuando la mañana del 16 de julio, rodeaba de sus tres hijas murió Concha.
La esposa intachable del boticario, aquella hacendosa dama emprendedora, que había contraído las fiebres en el inicio de aquel mismo año de 1918.
En la flor de su vida, tan solo contaba con treinta y seis años, que los había cumplido precisamente hacía tan solo un escaso mes.

Descendiente de una familia adinerada procedente de la albufera valenciana, que en un principio se había instalado en la ciudad de Zaragoza, a los pies del Pilar, con sendos negocios de transporte de mercancías y tejidos para la alta confección.
Los cuales dirigía desde el fallecimiento de su padre, desde la región de Castilla la Vieja, y por determinación suya, había trasladado la dirección del negocio, allí donde fuera destinado su esposo.

El practicante y barbero Don Saturio, en la actualidad ejerciendo en la zona de Arnedillo y su zona de confluencia.
Aquella noche, se preveía lo peor, dado el agravamiento de la paciente, por la elevación extrema de la temperatura corporal, debido a la fiebre furibunda que la embargaba y consumía.

Hirviendo por las décimas rasgadoras y voraces, que en las ultimas horas ni le había remitido, ni le había dado respiro alguno, hasta que le quitó la vida.
Sin hacerle efecto de mejoría después del tratamiento y consumo de toda la clase de medicinas, que su esposo le suministró. Durante aquella rápida, cruel y desconocida epidemia del bacilo gripal.

Lo había probado todo absolutamente. Fármacos no regulados, pócimas de laboratorio y de incluso los curanderos de la zona. Sin el resultado que se necesitaba para erradicar el microbio fatal.
Aquella cepa pandémica, no era conocida, ni se tenían referencias de lo que la podía desencadenar.

Los escasos laboratorios de investigación de la época, no daban a basto ni siquiera acertaban en sus cálculos.
Tan solo tenían la certeza de que el foco epidémico, llegaba desde fuera de las fronteras, proveniente de los campos de batalla y de las trincheras francesas, alemanas y austro húngaras, que invadían y complicaban a varios países en lo que se llamó la primera Guerra Mundial Europea.

Dolencia aquella desconocida que por supuesto su esposo el boticario, barbero y farmacéutico, no pudo erradicar y que a la postre se la llevó para siempre, como a tantas y tantas personas que la contrajeron.
Una pandemia famosa por la crueldad y por la cantidad de muertes que acarreó en la basta Europa.

Concha Puig antes de morir, hizo que entraran sus tres hijas, para despedirse.
Librando el miedo que acarreaba aquella decisión por lo que era, sumamente contagiosa. El boticario, accedió no sin antes prevenir.
Nadie de los allí presentes, estaba exento de no concebirla y tampoco había magia que pudiera evitarlo.

Ya que se podía propagar según los cálculos, por los esputos de la saliva, por el contacto piel y piel y por cien mil consecuencias.
Nadie lo sabía, era un riesgo que existía y debía ser asumido sin más. Así que el padre, les llamó a las tres y las puso al corriente. Su mamá se moría y las había reclamado para despedirse antes que fuera tarde.
Fueron entrando advertidas por su padre llevando sumo cuidado en tocarla lo menos posible. Evitando no aspirar el aliento de la madre, y que mantuvieran una cierta distancia.

Xarme, la mayor no quiso casi creer a su predecesor y resoluta sin miramiento y sin miedo alguno dispuso la despedida, serena y amable dando sensación que todo podía cambiar en el último instante.
Ella, dolida con su padre, estaba convencida que Don Saturio, había sido el provocador de la dolencia en su madre, aun y cuando veía que otras personas del mismo pueblo iban cayendo con los mismos achaques sin remedio y sin posibilidad que el barbero, les hubiera contagiado. Por lo que su tesis se le hacía pedazos sin poder demostrar absolutamente nada de aquella reflexión.
Tampoco le daba demasiada importancia a lo que se especulaba, sobre si la fiebre la pillabas así, o de otra forma. Era un misterio.
Concha su madre, se moría y ella solo consideraba, que no la volvería a abrazar ni a recibir su cariño, quedándose con una serie de deberes, que a la postre ni siquiera le pertenecían.

No entraron las tres al mismo tiempo, a todas juntas las observó desde lejos, cuando le alzaron el almohadón por debajo de la espalda, para incorporarla a semi sentada.
La primera en visitarla fue xonchita, la de menos edad, catorce años, que prácticamente, con el lloro de una y otra, no se dijeron más allá de los buenos deseos y el cariño que se tenían con algunos consejos de los que por norma estipulados estaban dentro de la casta familiar.
El llanto imperó en la niña y sin besar a su madre, se retiró de su presencia andando marcha atrás sin darle la espalda, dejando un halo de tristeza y un reguero de lágrimas y sollozos imposibles de mitigar, por muy ensayado que se tuviera.

Dando paso a Marina, de diez y seis años. La mediana de las hermanas, ésta más hecha, y con mas cuajo. Con un carácter agrio desde su niñez, casi desde la cuna. Nunca fue una criatura agradable, ni aceptó los mohínos tradicionales, que se les regala a las criaturas. Su albor y su índole la desarrolló entre personas de poco cariño y le quedó asumido para su futuro, como condición.

Era una pupila verde, que no estaba de acuerdo con las normas familiares, ni se llevaba nada bien con Xarme, su hermana mayor, la que por edad y por el orden establecido, era la que le ponía estilo, exigencias y las peras a cuarto.








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