viernes, 25 de agosto de 2017

Adulterio entre madre e hija.


Florencio hacia unos años vivía solo, en un pisito del centro de la ciudad. De una ciudad diminuta, donde nunca pasaba nada.
Sin cine, sin grandes almacenes, para ir a derrochar el dinero, sin cabaret, donde ver alguna revista sexy, sin hospital para las urgencias, ni estación de tren. Ni siquiera pretensiones por llegar a poseerlos.
De lo que podían presumir era de la tranquilidad, del buen vino, de la misa de doce los domingos, de la falsía de los vecinos y de las muchas barras de bar en los diferentes locales de aquella urbe.
Los censados del lugar, vivían social y reciamente unidos entre ellos. Sin fisuras y como quiera que, se conocían desde la infancia, todos ellos pertenecían a peñas de amistad inexpugnables.
Según edades y fecha de nacimiento, dependiendo de los años de leva y de escuela. Sin dejar entrar en el seno del grupo a ninguna persona forastera, que no perteneciera al pueblo
También existían los raros e inadaptados, como en todos sitios. Aquellos que emigraron y vieron otras culturas, ni mejores ni peores. Diferentes y ya no volvieron más que a pasar periodos vacacionales. Callando lo que pensaban, por miedo a ser marginados, por ser auténticos.
A ellos, hasta las familias y parentelas les habían olvidado y ni siquiera se relacionaban como castigo a su deserción.

La ocupación profesional de Florencio, le llevó por circunstancias a la población mencionada, y por evitar desplazamientos, quiso radicarse cerca de donde desempeñaba sus labores.
Motivo entre otros, por el que cambió de residencia y se fue a vivir a la zona, evitando desplazamientos y madrugones exagerados.
Ocupando un pisito reducido de la calle Carbones. El único inmueble de aquella singular calleja, tan floreada y empinada.
Aprovechando como no, el distanciar además; tierra de por medio después del dificultoso divorcio que mantuvo con su joven y descentrada ex mujer.
Necesitando poner carretera y mojón, entre todos los indeseables problemas de entendimiento de la pareja, durante aquellos días inolvidables, que le sacaron de su naturalidad y de su calma.
De no haber tomado aquella decisión, con seguridad, estaría preso en alguna penitenciaría del país, por motivos más que espeluznantes.

Una noche Florencio, estaba sentado en la terraza principal del bar Montevideo de aquel arrabal, justo al lado de una mesa en la que estaba sentada Irene, acompañada de su grupo de amigos, los de su peña de toda la vida, su corro acogedor y de tanto en vez, las miradas de ambos se entrecruzaban sin reproches.
Se buscaban, como si se conocieran, como si no pudieran traspasar mas de tres segundos sin mirarse directamente a los ojos.
Ella, una dama ya madura de mediana caducidad, separada desde hacía lustros y con dos hijas mayores, con sus líos matrimoniales, que ya estaban emancipadas desde hacía varios años.
Una de ellas en una ciudad costera del litoral y la otra, en la capital del Canadá, Montreal.
Irene necesitada de algo más que no fuera el repicoteo de las estufas en los inviernos, que le rompían el normal devenir de su vida y del ventilador del aire acondicionado en verano, para atosigar sus ganas de existir.
La había abandonado su marido de manera brutal por una amiga íntima de ella y de la familia, una vecina del pueblo que además, se jactaban frente a ella, en los veranos por la plaza, al salir de la iglesia.
Una amiga que había sido dama de honor con Irene en la misma añada, de las fiestas de hacía ya veinte años.

Sabía que ninguno de los mozos maduros y solteros o divorciados del pueblo se le acercaría para entablar una amistad o, relación duradera. Con tintes de seguir adelante una vida normalizada en pareja o en unión juntos hasta el final. Estaba si no lo remediaba, abocada a la soledad y al olvido.
Las normas de aquella sociedad eran estrictas con las mujeres. En caso de no tragar con quien de entrada festejabas, te relegaba a la omisión y al abandono. A la solitud indeseada o, a la soltería más recalcitrante sin remisión.
El acercarse a alguien que no fuera de la tribu, no estaba bien mirado. Tan solo debía cuidarse de aquellos que la provocaban para intentar mantener sexo secreto y después, seguir como si nada hubiere existido, disimulando, al descuido con cuidado, como en casi todos los pueblos.
La reunión que mantenía con los amigos en la terraza del Montevideo, estaba llegando a su fin y ella hizo para desempolvarse de sus amistades y que la dejaran sola en aquel lugar, con una extraña desvergüenza que nadie creyó, pero que aceptaron, dejándola a su suerte y al pairo de sus elucubraciones.
Al quedar sola, acomodada en la faja de aquel mirador, Irene creyó que Florencio, le abordaría para entablar conversación.
Al no conseguir los óptimos resultados que ella preveía y al pasar un tiempo prudencial, fue la guapa madame, la que preguntó al caballero, de forma descarada y con mucha amabilidad.
__ ¿Por qué, me miras tan fijamente. Me conoces?
Florencio, sin perder la estabilidad y con esa tranquilidad que muestran los que nada tienen que perder, miró tras de sí, por si aquella interrogación no fuera con él.
Se cercioró de que tenía que responder indefectiblemente, a una mujer muy guapa, sensual, muy falta de tocamientos sensuales. Tan caliente y persuasiva que se ponía a tiro, a pesar de ser algo mas vieja que él.
__ ¿Me preguntas a mí? ¿Verdad?__ dijo con sorna Florencio sonriéndole y siguió__ En serio te diriges a mi persona, sin miedo a que te ¿critiquen? ¡Que valentía la tuya! ¿No?
Ella, sin inquietud y con la dulzura con que había iniciado su interrogación quiso seguir siendo amable, y le alargó la mano, esperando que Florencio hiciera lo propio, a la vez que le decía__ Me llamo Irene y creo que te conozco de algo, o me lo parece.
__ Igual eres del tipo de persona, que cuando te ven fuera de su propia población, te saludan sin más y cuando llegan a ésta, te niegan hasta la mirada al pasar por la calle y bajan el morro, pasando disimulados por tu lado evitándote. Así nadie los relaciona.
__ Yo no soy de esas, pero se de lo que me hablas. Conozco a mucha gente de aquí, que lo practica. No estoy en disposición de ganarme más enemigos. Aquí es lo que hay, si te gusta bien y si no, pues te encuentras despreciado. Te montan el boicot y cómo si no existieras.
Cumplido Florencio, le estrechó la mano y aquella noche durmieron juntos en la casa de la calle Carbones, a pesar de que aquel hombre, no tenía intención de enredarse con nadie.
Le dejó bien claro a Irene, que de entresijos pocos, y de obligaciones menos, que sólo hacía unos meses había salido de un lio demasiado grave y no estaba dispuesto a compartir habitáculo con otra mujer.
Después de lo que había vivido con su ex mujer, una ninfómana exagerada, bastante más joven que él, y que durante dos años estuvieron en un puño, viviendo del amor, sin disentir para nada. Hasta que llegó la infidelidad de la damisela, con un hispano aventurero y sin papeles.
Aparte de todas las contra indicaciones habladas y analizadas los días fueron pasando y pasando y ellos follaban todas las noches, apechugando con toda la carga, y el bagaje de ambos.
Fijando una frágil pero emocionante relación que les duraba, día tras día, en la clandestinidad del pasaje Carbones.
Volvieron las alegrías a la vida de Irene, a raíz de los coitos noctámbulos tan agradecidos por la oxidada mujer. Le cambió el carácter y se rejuveneció. Tomó la vida de nuevo con apasionamiento y a pesar de comentarios de las cabilas de la diminuta ciudad, fueron traspasando fechas de ternura y de sexo.
Florencio, aceptaba aquella ilusión de buen grado, sabiendo que las cosas se interrumpen sin avisar.
Aquel hombre, preveía en algún momento la posible ruptura ajena a los intereses de aquella pareja y disfrutaba del momento sin dejarse llevar por las exageraciones ni confianzas.
Inmersos en aquella realidad tan frágil, en aquel deleite tan fanático de ella, tuvieron noticias de una de las hijas, que pasando por malos momentos, le pedía a la madre volver a su casa para reponerse.
Volver al domicilio paterno de Irene, vacío desde su relación con Florencio desde hacía no más de dos meses.
Después del amargo divorcio que disputaría con el que fuera su esposo, su amor de juventud, aquel que la abandonó por una de sus mejores amigas.
Ahora Irene, repuesta con su nuevo amor, no partiría peras con nadie, y no pretendía compartirlo con ajenos, ni siquiera con la presencia de una de sus hijas.
Por lo que cedió a la recién llegada, la casa de los abuelos y no tener que convivir de nuevo juntas.
Aquel apartamento tan solo distaba de la calle Carbones a escasas manzanas de distancia. Donde al poco ingresó una noche, en forma de secreto Davinia, la hija de Irene, para desbaratar la felicidad de su madre.
Davinia, llegó al pueblo sin conocer lo que iba a propinar a Irene y a Florencio.
Dejando a su madre en la pura desgracia, sin posibilidad de arreglo, sin hombre, a pasar a la escasez sexual nocturna y a regalarle otra depresión sin salida.
Jamás imaginó Irene que, su hija Davinia, fue la joven esposa infiel de Florencio, la que hacía pocos años formó pareja con el hombre, que ahora se acostaba con ella.
La demente que le complicó la vida al amante de su mamá y le hizo saltar de su tranquilidad, al cometer adulterio.








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