Como
puedo soñar con un potaje de pepinillos
Sin
sal, sin carne, sin gusto sin grasa, sin gana.
Hacer
una fiesta en las faldas de Nadia, la gimnasta.
Colgado
de un trampolín a dos pies de altura y a una milla de
distancia
del mortero.
Peligrando
mi cuerpo lastimoso en las estepas de mi duro suelo.
Viajar
a hurtadillas a las miserables sabanas del farsante trasplantador
de
jugos gástricos y de sensaciones de buena digestión.
Que
me repite constante: Si haces bondad… el
colesterol desterrarás.
Encontrarme
con dos pares de jinetes de la poca vida loca y chiflada
recordándome
que no me salga, que no me atreva, que no me exceda,
que
no me coma las entretelas.
Amaneciendo
a destiempo con la risa nerviosa de una jirafa,
que,
al escucharla sin gafas, encuentro que es una espantosa monada.
Con
su camisón a rayas, dándome un síncope en mi apócope y…
despertar
en los brazos de Morfeo, y preguntarme ¿Quién es el feo?
Después
de vociferar al cielo cuando suena mi aguijón cronométrico,
puntual,
correcto, exacto y riguroso diciéndome son las seis,
aquí
en la península, en Canarias una menos ¡Chúpate esa!
¡Anda
y ve!
¡Tú
trabajo te espera!
Tras haber pasado una noche entre velas, por aquello de los triglicéridos,
palabro
con mucho contenido médico, aprendido en televisión y,
con la tensión danesa, o
sea: ‘Muy alta y, muy esbelta.
Que,
al ir a la cama sin cena, en lugar de soñar con Macarena,
y
darle como dice la canción: “A su cuerpo cosas buenas”
fantaseo
y divago con los bocatas de morcillas con berenjenas.
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