Entraron los dos
compañeros en el bar. Una pequeña barrita que existe desde hace muchos años en
aquella estación del ferrocarril, donde se sirven para los viajeros toda clase
de licores, infusiones y café en todas sus modalidades.
Era una mañana del mes de
enero, para ellos debía comenzar la jornada de trabajo a las seis, por lo que habían
llegado con suficiente margen de tiempo. El reloj de la cantina marcaba las cinco y doce minutos de la madrugada. Ambos esperaban su tren tranvía, el famoso L8, el que viene de la Cope, para dirigirse como cada mañana al taller mecánico donde trabajaban.
Era muy temprano para
poder pensar con naturalidad. Se apostaron en la barra a tomar un café bien
caliente y como no, algo más duro, algo que les hiciera renacer de aquel
despertar mañanero de martes, algo que les rascara la laringe y el esófago al
descender camino del buche. Dado el estado de helor que tenían aquellos cuerpos
recién sacados de las sábanas de su catre.
Llovía desenfrenadamente y
tras los cristales de la cafetería se veía el alumbrar de los relámpagos que, a
lo lejos destellaban mandando sus centellas quien sabe dónde y, recogiendo al
poco tiempo, el sonido del continuado trueno que repicaba en sus cabezas,
anunciando que la jornada de trabajo iba a ser de las húmedas, desangeladas y
asquerosas.Antonio estaba pasando por unos momentos de desconcierto matrimonial, de suma importancia que le llevaban además loco por cómo iba a quedar el asunto de la custodia de los pequeños y Fernando era un hombre feliz con lo que la vida le propusiera, sin demasiados esfuerzos y sin aventuras que comportaran arrestos añadidos.
El barman les sirvió los
dos cortados "carajillos", que es la suma del café con la leche hirviendo y un
buen chorro de aguardiente, que deglutieron en un par de tragos largos,
haciéndose añicos el gollete por el arrebato que deja el mejunje en la irrupción
de sufrir su circulación hacia el bandullo.
De tiempo iban perfectos,
además el ferrocarril no llegaba al peaje hasta dentro de diecinueve minutos.Conversaban poco, las horas tempranas cuasi de madrugada, no eran para airear sus impresiones y menos aún por no tener despiertas las neuronas suficientes como para entenderse entre los dos, por lo que Antonio, para hacer tiempo y por el capricho diario de la costumbre pidió por señas, una copa de brandy, que el asistente entendió con el gesto mostrado por el parroquiano.
Sin equivocarse el dependiente marcó a lo lejos con el índice de su mano derecha, la etiqueta del licor que le encantaba al cliente.
Manifestando con seguridad
una distintiva marca que relucía de entre las demás y por aquel “toro bravío enamorado
de la luna” que lleva como divisa el afamado néctar.
El despachador de la
barra, se acercó a la estantería donde estaban situadas las bebidas, tomando en
su mano la botella del acuñado Magno y mirando con cara de acertar al ínclito
Antonio Vidal, que le seguía atentamente sin perder detalle, daba la
conformidad y aprobación para que se lo sirviera de inmediato. Un coñac que, dentro de los licores duros, era muy afamado desde hacía décadas, por el tronío de las bodegas de donde procedía y porque era el preciado de los curtidos bebedores no casuales y, además por estar a la altura de muchas bocas viciosas en todas las barritas de las esquinas. Por su cuerpo bouquet, por su enjundia y por el porcentaje de alcohol que infringía a todo aquel que lo gustaba.
Fernando por no ser menos, aunque estaba menos habituado a beber, pidió otra de lo mismo, con lo cual el dependiente sirvió a la vez los dos tragos completos a sus asiduos en aquella jornada.
La parrafada entre ambos parece que comenzaba a darse algo más ligera y suelta, ambos apuraban un par de cigarrillos de la marca Marlboro de importación, que Fernando había comprado en la noche anterior a un revendedor de su barriada, que se dedica al estraperlo y siempre le guarda tabaco del que, reconoce como autentico.
El ambiente en el lugar
era de permisividad abierta en todo, dado los tiempos que corrían y porque
entonces las prohibiciones estaban poco controladas a nivel de las conciencias
y de las autoridades rancias del tiempo.
Antonio probó del caldo
que le habían colocado en la copa y de pronto llamó al camarero, con un genio miserable.__ Oye tío, sin faltarte__ ¿Quieres decir que esto es Magno? Porque lo que me has servido es un caldo de gallina rebajado con agua__ apostilló voceando Antonio
__ Ni es siquiera brandy de verdad__. De un trago acabó su copa frente al camarero antes de que pudiera decir algo el muchacho y en cuanto dejó la copa vacía sobre el mármol de la barra, alzó la voz para quejarse amargamente__. ¡Esto no es Magno! Vosotros rellenáis las botellas con la jeringa por las noches y no me la vas a dar tú a mí.
El dependiente sin saber que formular, le expuso que las botellas están todas a la vista del público y él solo sirve la substancia según van solicitando los clientes, por lo que no se excitara__ le dijo al malhumorado Antonio__ y creyera lo que le decía por ceñirse a la verdad.
Antonio miró a Fernando que se había mojado los labios de su copa y trataba de establecer un símil, con alguna bebida virtuosa de sabor al coñac solicitado.
Cuando intentaba responder a la pregunta hecha por Antonio, este con un respingo le quitó la copa que ya estaba situada en el mármol frente a Fernando, después de haber probado el brandy y en un arranque alcohólico dijo, a la vez que tomaba la taza de su compañero __ ¡Esto no es magno, a ver la tuya!
Antonio cogió en una jugada habilidosa la copa de coñac de Fernando y de una bocanada se la tragó sin más.
Dejando la copita vacía de
su amigo, frente a su pecho, a la altura de él, sin dejar de chillar, ahora
mucho más acaloradamente y de forma insultante hacia el joven servidor de la
barra.
__ ¡Esto es un robo! Nos
ha dado licor de garrafa, dirigiéndose a Fernando, para que lo apoyara en lo
que exigía y acto seguido llamó al camarero de forma soez__ ¡Oye tú, ven para aquí, prenda!
__ Usted dirá señor Vidal, que más desea.
__ Déjate de señor mandangas y ostias. Esto que nos has puesto en la copa, no es Magno, y además es un destilado de vasija. No me engañes, que conozco los sabores mejor que nadie, de aquí a Roma.
__ Le digo que es imposible, ¡señor!, nosotros no tenemos jeringas de embutir líquido, ni saturamos las botellas con un embudo pequeño, las garrafas que tenemos de bebidas virtuosas, no son para la implementación de las ampollas vacías, eso se lo inventa usted.
__ Y como sabes cojonazo, que los botellones se rellenan con la tradicional jeringuilla y se adaptan al vidrio con los embudos azules, por algo lo sabrás tu mozalbete de los cojones__. Aulló con voz de borracho el amigo Antonio.
El muchacho se quedó helado
sin saber que decir, ni a santo de qué, venían aquellas maneras tan maleducadas
de comportarse, por lo que y para suavizar a las fieras, el propio servidor les
invitó de nuevo a dos vasos que dejó rebosantes hasta el mismísimo borde de la jícara.
Vidal no protestó y se
zumbó su trago en una sacudida, dándole prisa a Fernando para que consumiera la
suya propia, que tan solo pudo dar un sorbete y dejarla de nuevo sobre el
mármol y a la pregunta de Antonio__ ¿Qué me dices? Preguntó Antonio ya, con los ojos desorbitados de sus cuencas.
__ ¡¿A que no es Magno?!
Fernando contestó con un gesto de hombros, sin palabras. Mostrando señales de dudas__, mira yo ya no sé qué pensar Vidal__ dijo Fernando__. No lo sé igual llevas razón
Antonio, volvió a tomar la media copa de Fernando y se la engulló nuevamente para volver a saborear el líquido graduado.
Una vez saboreó aferruzadamente el sabor que le dejó aquel caldo en su paladar. Volvió a vocear diciendo__: ¡Esto no es Magno!
¡Coño! ¡Sabré yo, lo que es el Magno!
Se dirigió esta vez al chico con tranquilidad y le comunicó __ Esto es un robo, joder__ Dile a tu jefe que salga de inmediato, que os voy a poner a cuatro patas.
No tardó en aparecer Mingo,
sin necesidad que el muchacho fuera en su busca.
El avalador de la bodeguilla,
se acercó a la altura de Antonio Vidal, con una botella, sin desflorar,
autentica de coñac para descorcharla delante de los dos amigos diciendo en
forma de apaciguar los ánimos__ Vamos a ver, qué opinas ahora del resultante de esta botella, que todavía está caliente del embalaje que portaba y que voy a descorchar frente a vosotros, que me habéis resultado como brillantes “sommeliers” del barrio.
Les sirvió de nuevo en tercios distintos, el caldo procedente del recipiente que acababa de destapar, ofreciéndola a aquellos clientes dos traguitos bien colmados del fabuloso y magnifico brandy de Magno.
__ ¡Qué tal Antonio! Ahora notas diferencia de bouquet o ya no distingues__ preguntó Mingo el jefe del chiribitil.
__ ¡Esto si se puede llamar Magno! Porque es el auténtico coñac. Lo que nos has servido antes era de garrafa y tú lo sabes.
Fernando probó de un sorbo, para que nadie volviera a tomarse su tercio y notó que aquel caldo, no era precisamente tan flojo como el que les habían servido anteriormente.
Sin tampoco poder
discernir, cuál era el verdadero y cual falso.
__ ¿Qué tal? __ preguntó
Vidal a Fernando. Notas la diferencia ¿verdad?__ ¡Sí Claro! Llevabas razón __ contestó con cara de dudas Fernando, mirando al dueño del cuchitril, que este escondía su jeta, al haber sido descubierto.
Dime que te debo__ pidió
la cuenta Vidal, para abonar su consumición y la de Fernando.
__ ¡No le cobres! __ dijo
Mario al dependiente_ Es una invitación de parte de la casa, para que nunca
vuelvas a dudar de lo autentico.
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