Cuando regresaba esta madrugada; solitario, por las calles de mi
ciudad, en busca del descanso del inquieto, he observado que unos metros
delante de mi sombra, marchaba el llamado Santa Claus camino de su rincón, a
esperar de nuevo que vengan estas fiestas tradicionales, para volver a emerger
con su vestido rojo y sus barbas.
El trineo vacío y el reno, ya lo ha cambiado por una moto de
gran cilindrada, con unas ruedas gordísimas y un manillar que parecen
verdaderamente los cuernos del primer ciervo que trajo.
Se notaba en él, el cansancio de todos estos días, de los
momentos alegres que vivió y, de los instantes no tan dichosos, que además
también tuvo que soportarlos. Saltando de balcón en balcón y de casa en casa,
bajando por los postes de la electricidad y gateando por las chimeneas para no
ser visto, escalando por las fachadas entre balcones y dejando sus regalos.
Al llegar a la esquina de Montevideo, con Pintor Mariano
Fortuny, se han casi tropezado con los tres Reyes Magos, que estando hospedados
en el Hotel El Castillo, imagino trajinaban para ir a las cuadras_ el
aparcamiento de Siset_ a preparar a sus camellos, que tampoco habrán descansado
tanto como ellos hubieran querido.
Camellos, digo así bien; puesto que los transportes que traen
estos reyes de las ilusiones, son coches de la marca Citroën, de la empresa local,
que siempre han estado a su disposición. Galanteo de los organizadores de la
Cabalgata.
Melchor le ha dicho a Nicolás_ ¡Ei! Sobresaltado casi, ha hecho un respingo
que por poco cae a la acera húmeda justo al lado del kiosco.
__Tío, vas muy apesadumbrado_ le silbó con ese sonido cabrero
que tienen traído del oriente más lejano, casi aturdiendo a esas horas de la
madrugada al resto de invisibles.
__ Hola Melchor, ni me había dado cuenta, que nos cruzábamos. Voy
cansado. ¡Es verdad! No sé qué pasa, pero cada día hay más regalos para
repartir. No me lo explico. ¿Es necesario todo este despilfarro? En casas, cuyo
poder adquisitivo no llega ni siquiera para subsistir. Tiran la casa por la
ventana_ acabó diciendo Santa Claus.
En ese instante de la madrugada, Gaspar y Baltasar, se habían
acercado a Santa Klaus y a Melchor, y se sumaron al coloquio de alborada.
__ Buenos días Majestades, ¿Qué tal? __ preguntó nuevamente,
Papa Noel, a los recién llegados, abrazándoles y sintiendo ese calor oriental
que portaban entre sus ropajes.
__ Te saludo Nicolás_ dijo Gaspar, el más rubito de todos y
esperando, para proseguir que su colega Baltasar le diera los parabienes al
nórdico vestido de rojo, que tiraba del trineo a duras penas en la subida de
calle Montevideo.
__ ¡Ya lo viste amigo! Ha pasado otro año, y otro y más que
pasaran. Por cierto, preguntó Baltasar a Papá Noel_ Cuantos años, cuantas veces
nos hemos encontrado en este cruce de calles, ¿lo recuerdas, por casualidad?
Santa Claus, quiso recordar y ¡sí!, que dio una cifra en años_
dos mil y pocos, ¿quizás? _ contestó Melchor, sonriendo y observando que
aquellas calles, ni siquiera existían, ni aquella encrucijada de esquinas, ni
aquel pueblo, ni aquel hotel donde esta noche se habían alojado.
Impensable que yo pudiera comprender, el por qué de esta
tradición viene desde hace miles de años, aunque no me había percatado jamás.
De algún modo tuve que hacer algún ruido, y ellos se percataron,
en que no estaban solos y con desparpajo me preguntaron casi a la vez, Baltasar
y Nicolás.
__ ¡Qué haces a estas horas por aquí!, ¿es que no esperas ningún
regalo?
__ ¡No espero nada! _ Mentí, para saber si ellos me detectaban
esa trola.
__ ¡Claro, que esperas! _ mantuvo Gaspar_ y quizás más que
nadie, aunque no lo reflejes en tu cotidiano meneo, pero veo, dentro de ti una
esperanza que nace desde hace años y que no acaba de cuajar.
__ Sois reales_ pregunté con interés, por semejante aparición
inesperada; porque no me lo puedo creer, jamás en la vida, me había ocurrido
semejante espectro y ahora en el borde de la indecente realidad, aparecéis.
No; uno, el famoso Papa Noel. ¡No, nada de eso! San Nicolás y,
además los que faltaban, los de oriente ¡Chúpate esa! Todos juntos, los del
Oriente y el de las nieves.
Por lo que veo, o estoy soñando o me han hipnotizado. No aprecio
vuestras barbas postizas, ni el color de vuestra dermis teñido. ¿Sois de verdad,
los personajes que imagino?
Rápido contestaron con pocas formas y con el descaro de los más
insultantes guerreros medievales. Tanto que pronto Melchor, no pudo contenerse
y dijo.
__ ¡Somos reales!, míranos y acércate y luego si puedes, lo
escribes, porque decirlo así a lo pronto. No podrás.
__ Explicarlo a tus amigos, a tus familiares, al mismísimo “Sur
sum Corda, que como sabes proviene de la liturgia católica_ apuntó el mismo Melchor_
y viene a significar en latín algo parecido a “Levantemos nuestros corazones” y
creamos en la divinidad de lo que refieren en sus milagros.
No te entenderán y presumirán que es ficción tuya de escritor.
Dicho de viva voz, será una pérdida de tiempo y creencia.
No supe que decir, me faltaron los atributos, los adjetivos.
Pasaron por mi cabeza, tantas cosas, que había vivido, junto a mi hermano, a
mis padres, y recordé tanta ilusión enlatada en una milésima de segundo, que solo
pude ejecutar un silencio cobarde.
Me despedí de ellos__, Buenas noches majestades, que acaben bien
la jornada de trabajo_ miré el reloj de pulsera, las cuatro y treinta y tres
minutos de la madrugada, camino de mi casa.
No me contestaron, ni me siguieron con sus miradas, al poco
trayecto, me giré para preguntar en último extremo y ya no les vi.
Ya no estaban en la esquina de Montevideo, Mariano Fortuny.
Seguí muy decepcionado buscando la cama, y amanecí con un regalo que me hizo
mucha ilusión.
Sobre la mesilla de noche, debajo de la lamparita, una nota que
decía. No te creerán. ¡Escríbelo! ¡Somos reales!
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