Imaginación carnal
Cheo y Jürgen, se entienden
a la perfección en todos los puntos del contrato, han adquirido cierta
confianza y según ellos no existen trabas en poder representar el detalle
plástico en el escenario designado. Tanto es así que el alemán da rienda suelta
a Cheo para qué aporte con su profesionalidad contrastada y su elegancia
manifiesta, su gusto al completo, por ese don que tiene de la ternura mística y
de lo delicado para corregir detalles y engrandecer el espectáculo.
Endulzar comentarios y
agradar a cuantos pretenda convencer. Clase y principios de mucha distinción y
elegancia posee el refinado Cheo, que todo eso sumado con los estudios
superiores que cursó en su Santo Domingo natal, hacen de Cheo; bautizado como:
José Trinidad Martínez Recadero, un baluarte en la consecución exitosa del
wáter cósmico, en la plaza de Managua.
Cuentan en el equipo con
Cinta; venida de Costa Rica y además con Cándido, otro componente del grupo los
“Caniche” y asociado de Cheo desde los inicios en aquel programa de televisión local,
en el que participaron, y que además serán los que escenifiquen ese gran wáter
al mundo de la América Central.
Glenda estaba dispuesta a
cobrarse la factura de empresa por favores y clemencias, que le había preparado
su amiga Rosalía, a costa de los cortejos de Ángel, y ya en la suite de aquel
bunker, tras haber entrado con toda la seguridad que su chofer Sócrates le
proporcionaba, sumado a que los mínimos detalles estaban soportados por las doncellas
ayuda de cámara, parecía estar absolutamente todo controlado. Todas las señoritas en sus lugares, y siempre
prestas a la llamada de su jefa; esperaban por si era necesaria su práctica
concursal.
Glenda volvió a preguntar a
Ángel, si le apetecía tomar algo, por si hubiera cambiado de opinión y ahora
necesitara un trago corto y duro. Mientras tanto, de improviso la tonalidad de
las luces ambiente iba descendiendo quedando no en penumbra pero si, en un
estado tan sensible que todo, llamaba al amor, a un sexo exquisito y poco
vulgar.
Al mismo tiempo un perfume
discreto y aséptico sensacional se notaba al inspirar y olfatear, dejando la
pesadez de la maquinaria corporal tan relajada que parecía de un momento a otro
iba a aparecer frente a ellos algún querubín celestial dejándoles inertes uno
frente al otro. Del mismo modo una música doliente de saxo y piano sonaba, sin reservas
ni dudas; se conocía al pronto el encanto de: Kenny G, y se trataba de la composición “Forever
in love”.
Todo dispuesto y concreto,
alrededor de un encanto ecuatoriano más propio de una casa de lenocinio que de
una residencia diseñada para gente tranquila y discreta que busca la serenidad y
la reserva antes de fornicar con un buen pibón.
Momentos íntimos, delicados,
atrayentes y sexuales que transportaban a un mundo imaginario para que la
delicada y sensorial Glenda comenzara a despojarse de sus zapatos y desnudar
sus piernas de aquellas medias indesmayables, dejando los muslos sueltos y al aire
y aquel vestido tan ceñido que le bordaba
todas sus curvas, y pomposidades aparcarlo en el perchero. Aireando sus carnes
prietas que pedían ser tomadas de la forma que fuere.
De pronto quedó a la vista
de Ángel, admirable y natural, chiquita como era después de bajarse de la
altura de aquellos borceguíes de diseño, de una altura supina, que la hacía dos
cuartas más alta de lo que realmente era. Únicamente tapada por sus sujetadores mínimos
y por un tanga que le dibujaba sus genitales sin desenfoque alguno.
Esbozándose allí mismo una
situación figurada, la más normal, dadas las circunstancias del encuentro y la
más candente y abrasadora; llegados a un punto de excitación brutal que como un
imán seducía aquellos polos. Atrayéndose sin parangón.
Jadeos inconcebibles ininterrumpidos,
deseos lascivos inmediatos buscaban delicadamente tocarse, amarse y por imperativo
condicional de la guapa ecuatoriana: ser cogida por el amigo Ángel, que ya se
le hacía la boca agua, al verla que comenzaba a contornearse al ritmo de la
música de Kenny y que le pedía sutilmente con bramidos de gata en celo fuera a
por ella y la montara.
Glenda se contorneó jugando
y desabrochando la cazoleta de los sostenes, deshaciendo el nudo y despechando
tan solo uno de los senos. Se marcaron sendos pechos que ultimaban a la altura
de sus hombros. Duros pezones redondos, amarronados, sin cicatrices. Tetas que ni
siendo excesivamente grandes ni, tampoco como esos senos publicitarios de
propaganda, eran normalizadas por su naturaleza, lindas y pujantes se
enseñoreaban sobre su ombligo a la
altura de los omóplatos y tan álgidos como un globo que emerge hacia arriba.
El jadeo de aquella
preciosa mujer madura y bella se había entrecortado por la necesidad de
contacto, al ver que Ángel, iluminado por la codicia de su cuerpo y entusiasmado,
estaba más tieso y parado que un urbano en un semáforo rojo. Ella fue la que
comenzó la danza, reduciéndolo todo al olor del placer y a la imaginación
carnal, que a propósito lo estaban alargando para que nunca finalizara. Tomó a Ángel
por las manos y se las situó sobre las tetas para que las palpase a placer. Le
arrancó la elástica de un tirón con el que saltaron todos los botones de
aquella camisa perfumada con su olor corpóreo.
Fue lo que hizo reaccionar
al vendedor, desatando una fuerza furibunda y pasando a las armas, que no eran
otras que sus manos, a los besos y a las caricias lentas y prolongadas que
requería aquella mujer tan experta y tan promiscua.
La música no finalizaba, ni
siquiera la podían apreciar dadas las destemplanzas de aquellos exagerados
amantes que de forma mimética, se había entrelazado bullendo descalzos sobre la
mullida alfombra, dejando que sus membranas excitadas se tocaran adrede para ir
realzando el deseo de unión, en una estrategia de cuerpo a cuerpo, y dejar resuelto
aquella necesidad fisiológica que se les ponía frente a ellos.
Los brazos masculinos de
Ángel, bajaban al cobertizo de Glenda, los de ella, estaban afinando un escroto
repleto que balbucía de placer. Una y otra vez, confundiendo los labios entre sus
bocas, dominando un idioma mudo y rudimentario, consistente en mordiscos cortos
insensibles cíclicos y a poquitos, sin querer herirse pero consiguiendo ese
gozo al mezclarse las diferentes salivas de ellos.
El cabello de la mujer,
casi transpirado, estaba ya desacompasado con la suavidad que había mantenido
durante toda la jornada, rojeces en su cara de la necesidad de desaguar con
prepotencia controlada.
Ambos bailaban al ritmo
carencial y soporífero de un saxofón que se quejaba de toda la falta de brío en
ellos y volvía a repetirse el mismo arpegio una y otra vez.
Consumieron sus instantes
con el placer que da la seguridad oculta y la clandestinidad, Glenda miró con deleite
a su acompañante y Ángel, saboreó un último suspiro de su amante, concediendo
sin ruidos un plácet de gozoso momento vivido junto a ella, aquella mujer tan
sexy y a la vez tan original.
_ Me has hecho vivir unos
momentos divinos Glenda.
_ No ha estado nada mal,
dada tu falta de iniciativa, es que creías que me ibas a enseñar algún truquito
¿salvaje que no conociera?
_ Todo ha sido tan suave,
tan ligero, tan delicioso que volvería a repetir todos los instantes que se han
sucedido de nuevo. Eres genial, una mujer de verdad, sin estrecheces, sin memeces,
has sabido regalarme lo que quería, un placer sensacional.
Glenda, se acercó de nuevo
a Ángel, y lo tomó por sus glúteos hasta llevarlo al umbral de su actuación,
volviendo a sofocarle el miembro y tensándoselo hasta que de pura energía
emergió como un obús, perfectamente adiestrado y con la necesaria dinamita como
para echar un nuevo lodo dentro de una vagina amplia y depilada, sobre aquel tálamo tan sutilmente
decorado.
Ella se volvió a reclinar
sobre su sombra dejando que el hombre se motivara al ver aquel cuerpo divino y
laxo que lo esperaba, se subiera sobre ella y la penetrara, despojándola del
brillo aceitoso que la cubría de nuevo, del calor del deseo. Abriéndose para él
sus recovecos y hendiduras en todas sus vertientes y formas, todas ellas
diversas y por ello tan sublimes para cualquier amante que se precie. Ella lo
llevaba, ella le mordía, ella lo follaba a placer, regalándole aquello que
igual, jamás había percibido de una mujer cuando la gozaba en la cama. Lo llevó
al país de las callejas corridas, dejando que sintiera un gozoso placer en su
cuerpo, que le dejaba semiparalizado sus propósitos. Haciéndole partícipe de un
regalo sensual incomparable y a la vez disfrutado.
to be continued
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