miércoles, 2 de septiembre de 2015

El wáter cósmico_ Imaginación carnal


Imaginación carnal

Cheo y Jürgen, se entienden a la perfección en todos los puntos del contrato, han adquirido cierta confianza y según ellos no existen trabas en poder representar el detalle plástico en el escenario designado. Tanto es así que el alemán da rienda suelta a Cheo para qué aporte con su profesionalidad contrastada y su elegancia manifiesta, su gusto al completo, por ese don que tiene de la ternura mística y de lo delicado para corregir detalles y engrandecer el espectáculo.
Endulzar comentarios y agradar a cuantos pretenda convencer. Clase y principios de mucha distinción y elegancia posee el refinado Cheo, que todo eso sumado con los estudios superiores que cursó en su Santo Domingo natal, hacen de Cheo; bautizado como: José Trinidad Martínez Recadero, un baluarte en la consecución exitosa del wáter cósmico, en la plaza de Managua.
  
Cuentan en el equipo con Cinta; venida de Costa Rica y además con Cándido, otro componente del grupo los “Caniche” y asociado de Cheo desde los inicios en aquel programa de televisión local, en el que participaron, y que además serán los que escenifiquen ese gran wáter al mundo de la América Central.

Glenda estaba dispuesta a cobrarse la factura de empresa por favores y clemencias, que le había preparado su amiga Rosalía, a costa de los cortejos de Ángel, y ya en la suite de aquel bunker, tras haber entrado con toda la seguridad que su chofer Sócrates le proporcionaba, sumado a que los mínimos detalles estaban soportados por las doncellas ayuda de cámara, parecía estar absolutamente todo controlado.  Todas las señoritas en sus lugares, y siempre prestas a la llamada de su jefa; esperaban por si era necesaria su práctica concursal.

Glenda volvió a preguntar a Ángel, si le apetecía tomar algo, por si hubiera cambiado de opinión y ahora necesitara un trago corto y duro. Mientras tanto, de improviso la tonalidad de las luces ambiente iba descendiendo quedando no en penumbra pero si, en un estado tan sensible que todo, llamaba al amor, a un sexo exquisito y poco vulgar.

Al mismo tiempo un perfume discreto y aséptico sensacional se notaba al inspirar y olfatear, dejando la pesadez de la maquinaria corporal tan relajada que parecía de un momento a otro iba a aparecer frente a ellos algún querubín celestial dejándoles inertes uno frente al otro. Del mismo modo una música doliente de saxo y piano sonaba, sin reservas ni dudas; se conocía al pronto el encanto  de: Kenny G, y se trataba de la composición “Forever in love”.
Todo dispuesto y concreto, alrededor de un encanto ecuatoriano más propio de una casa de lenocinio que de una residencia diseñada para gente tranquila y discreta que busca la serenidad y la reserva antes de fornicar con un buen pibón.

Momentos íntimos, delicados, atrayentes y sexuales que transportaban a un mundo imaginario para que la delicada y sensorial Glenda comenzara a despojarse de sus zapatos y desnudar sus piernas de aquellas medias indesmayables, dejando los muslos sueltos y al aire y  aquel vestido tan ceñido que le bordaba todas sus curvas, y pomposidades aparcarlo en el perchero. Aireando sus carnes prietas que pedían ser tomadas de la forma que fuere.
De pronto quedó a la vista de Ángel, admirable y natural, chiquita como era después de bajarse de la altura de aquellos borceguíes de diseño, de una altura supina, que la hacía dos cuartas más alta de lo que realmente era.  Únicamente tapada por sus sujetadores mínimos y por un tanga que le dibujaba sus genitales sin desenfoque alguno.

Esbozándose allí mismo una situación figurada, la más normal, dadas las circunstancias del encuentro y la más candente y abrasadora; llegados a un punto de excitación brutal que como un imán seducía aquellos polos. Atrayéndose sin parangón.
Jadeos inconcebibles ininterrumpidos, deseos lascivos inmediatos buscaban delicadamente tocarse, amarse y por imperativo condicional de la guapa ecuatoriana: ser cogida por el amigo Ángel, que ya se le hacía la boca agua, al verla que comenzaba a contornearse al ritmo de la música de Kenny y que le pedía sutilmente con bramidos de gata en celo fuera a por ella y la montara.  
Glenda se contorneó jugando y desabrochando la cazoleta de los sostenes, deshaciendo el nudo y despechando tan solo uno de los senos. Se marcaron sendos pechos que ultimaban a la altura de sus hombros. Duros pezones redondos, amarronados, sin cicatrices. Tetas que ni siendo excesivamente grandes ni, tampoco como esos senos publicitarios de propaganda, eran normalizadas por su naturaleza, lindas y pujantes se enseñoreaban  sobre su ombligo a la altura de los omóplatos y tan álgidos como un globo que emerge hacia arriba.

El jadeo de aquella preciosa mujer madura y bella se había entrecortado por la necesidad de contacto, al ver que Ángel, iluminado por la codicia de su cuerpo y entusiasmado, estaba más tieso y parado que un urbano en un semáforo rojo. Ella fue la que comenzó la danza, reduciéndolo todo al olor del placer y a la imaginación carnal, que a propósito lo estaban alargando para que nunca finalizara. Tomó a Ángel por las manos y se las situó sobre las tetas para que las palpase a placer. Le arrancó la elástica de un tirón con el que saltaron todos los botones de aquella camisa perfumada con su olor corpóreo.

Fue lo que hizo reaccionar al vendedor, desatando una fuerza furibunda y pasando a las armas, que no eran otras que sus manos, a los besos y a las caricias lentas y prolongadas que requería aquella mujer tan experta y tan promiscua.

La música no finalizaba, ni siquiera la podían apreciar dadas las destemplanzas de aquellos exagerados amantes que de forma mimética, se había entrelazado bullendo descalzos sobre la mullida alfombra, dejando que sus membranas excitadas se tocaran adrede para ir realzando el deseo de unión, en una estrategia de cuerpo a cuerpo, y dejar resuelto aquella necesidad fisiológica que se les ponía frente a ellos.

Los brazos masculinos de Ángel, bajaban al cobertizo de Glenda, los de ella, estaban afinando un escroto repleto que balbucía de placer. Una y otra vez, confundiendo los labios entre sus bocas, dominando un idioma mudo y rudimentario, consistente en mordiscos cortos insensibles cíclicos y a poquitos, sin querer herirse pero consiguiendo ese gozo al mezclarse las diferentes salivas de ellos.
El cabello de la mujer, casi transpirado, estaba ya desacompasado con la suavidad que había mantenido durante toda la jornada, rojeces en su cara de la necesidad de desaguar con prepotencia controlada.
Ambos bailaban al ritmo carencial y soporífero de un saxofón que se quejaba de toda la falta de brío en ellos y volvía a repetirse el mismo arpegio una y otra vez.
Consumieron sus instantes con el placer que da la seguridad oculta y la clandestinidad, Glenda miró con deleite a su acompañante y Ángel, saboreó un último suspiro de su amante, concediendo sin ruidos un plácet de gozoso momento vivido junto a ella, aquella mujer tan sexy y a la vez tan original.

_ Me has hecho vivir unos momentos divinos Glenda.

_ No ha estado nada mal, dada tu falta de iniciativa, es que creías que me ibas a enseñar algún truquito ¿salvaje que no conociera?

_ Todo ha sido tan suave, tan ligero, tan delicioso que volvería a repetir todos los instantes que se han sucedido de nuevo. Eres genial, una mujer de verdad, sin estrecheces, sin memeces, has sabido regalarme lo que quería, un placer sensacional.

Glenda, se acercó de nuevo a Ángel, y lo tomó por sus glúteos hasta llevarlo al umbral de su actuación, volviendo a sofocarle el miembro y tensándoselo hasta que de pura energía emergió como un obús, perfectamente adiestrado y con la necesaria dinamita como para echar un nuevo lodo dentro de una vagina amplia y  depilada, sobre aquel tálamo tan sutilmente decorado.

Ella se volvió a reclinar sobre su sombra dejando que el hombre se motivara al ver aquel cuerpo divino y laxo que lo esperaba, se subiera sobre ella y la penetrara, despojándola del brillo aceitoso que la cubría de nuevo, del calor del deseo. Abriéndose para él sus recovecos y hendiduras en todas sus vertientes y formas, todas ellas diversas y por ello tan sublimes para cualquier amante que se precie. Ella lo llevaba, ella le mordía, ella lo follaba a placer, regalándole aquello que igual, jamás había percibido de una mujer cuando la gozaba en la cama. Lo llevó al país de las callejas corridas, dejando que sintiera un gozoso placer en su cuerpo, que le dejaba semiparalizado sus propósitos. Haciéndole partícipe de un regalo sensual incomparable y a la vez disfrutado.



to be continued
Continuará










0 comentarios:

Publicar un comentario