jueves, 3 de septiembre de 2015

La Tinaja de Xolotlán

Nuevo capítulo del w.c. Cósmico




_ Eres un buen amante, a pesar de tus debilidades y errores. Lo he pasado muy a gusto contigo, te has dejado llevar y no has sido presumido ni pedante,  al ver que yo te gobernaba en el lecho, y que has sido mi juguete.

_ No voy a decir nada, lo he pasado genial, me has hecho disfrutar como un hombre debiera siempre; regocijarse con el cuerpo de una mujer. Cada vez que se amontonan para gozar del sexo. Lo que puedo decir es que me ha apasionado tu cuerpo, tus formas, tus detalles, tus labios, tus pechos; todo lo tuyo es armonía para mí. Hueles a Dioses, no dejas indiferente a nadie y creo que lo sabes, eres preciosa y además inteligente. Solo preguntarte, ¿podremos vernos más veces?, sin choferes, sin ayudas, sin tanta seguridad, ¿sabremos?¿Querrás?
_ Quizás, se dé el caso, sin embargo deja que sea yo la que concedido el deseo, tome la fecha, el momento y el lugar. Rosalía mi secretaria en todo caso, como sabes, se pondrá en contacto contigo, discretamente.
Me has dado momentos placenteros en la cama y puedo asegurarte que no todos lo consiguen.  Te creía un idiota vanidoso y me he llevado una grata sorpresa. No me esperaba de ti tanta cordura y tanta comprensión hacia mí, que aún y conociéndome, has sabido tratarme con mucho amor y eso lo valoro en los tíos.

La música de aquella alcoba, se detuvo y las luces comenzaron tímidamente a lucir desde el cenital de la estancia, Glenda y Ángel, se bañaban tranquilos muy juntos, dándose jabón y caricias, arrumacos y besuqueos, tocamientos nada postizos, de los que dejan mella para volver a empezar. Otro ritual del amor con deseo y atracción.
Al fin salieron, se secaron y acicalaron de unos perfumes refrescantes. Glenda había dado por el interfono aviso que en diez minutos, estaban dispuestos para ser recogidos y trasladados donde conviniera.


Tras un paseíto por Managua, en dirección por la carretera que lleva a San Miguelito, ya a las afueras de la capital en una zona selecta por extraordinaria y alejada de todo contacto con el pueblo, circulaban Manolo y Metchild.
Una hacienda espectacular, denominada y reconocida como: La Tinaja, por sus dimensiones grandiosas las que vistas desde la cima de los montes cercanos representaba a una vasija germánica.
Completa de cuanto se pueda llegar a imaginar, ganado, tierras de labranza, cafetales, plantaciones de frutales, plataneras, aguacates y cuanto necesitaran aquellas gentes, empleadas en la hacienda, como a los propietarios del latifundio que ayudaban a que el poblado se distinguiera entre los mejores de la región.

Bordeaba la carretera estrecha pero bien peraltada y tras un buen trecho de conducción tranquila y sosegada, a lo lejos divisaron la grandiosa plantación de la Tinaja, en pocos minutos cruzaba el linde y la barrera el mercedes de Mechthild, manejado por ella misma, llevando a su izquierda a Manuel García de la Serrana, muy cómodo y confiado a conocer a la familia de aquella licenciada tan guapa y tan extraordinariamente despierta.

En el camino se iban encontrando a los guajiros_ campesinos_ que trabajaban la heredad, con una maquinaria muy moderna y con animales de carga en lugares difíciles, dónde aquellos vehículos les era imposible su acceso, haciendo todo aquel personal el clásico trasiego del campo. Atendiendo a las reses mansas y demás menesteres.
Todos los cultivadores, al paso del coche de la señorita por el barbecho, bajaban su frente y descubriéndola del gorrito que les tocaba la cabeza reverenciaban obedientes. Las mujeres, más sublimes lanzaban besos con sus manos a la niña de la casa.
A lo lejos en el porche de entrada de la hacienda, se veía un movimiento frenético, que a Manuel, le hizo prepararse y erguirse, afinarse la garganta antes de llegar, para tener la fonación precisa al saludar a los que les esperaban con tanta impaciencia.
El automóvil, Mercedes verde, se detuvo a unos veinte metros del acceso, para dar tiempo a que los familiares divisaran perfectamente desde lejos al pretendiente de la señorita Miche. Un español licenciado, un tal Manuel, que ya conocían por referencia y así, desde la distancia percibieran su porte, sus mañas y su bamboleo.
En el sombrado sentados estaban todos los allegados expectantes, ocupando unas hamacas comodísimas creadas a mano, fabricadas en  caña de bambú.
Todos echaban una mirada curiosa, como el mayordomo le abría la puerta del vehículo a la niña Miche, diciéndole este criado sin mirarla a los ojos, una retahíla de palabras hermosas con acento campechano, sin ese finales y con un cantadito especial.
Manuel esperó a ver si alguien le abría a él también el portón pero viendo que aquel vejete, seguía piropeando a  Mechthild y nadie le arrimaba el hombro fue él mismo quien se apresuró a tomar tierra.
Las miradas todas; fueron a recaer sobre Manolo. Bajo la sombra y en preferente butaca sentada estaba Patxarin, La Pajarita madre, una mujer preciosa, de edad avanzada y que pertenecía a la raza aborigen Acahual de linaje Incaico nicaragüense.
Viuda de “Herr” _ sustantivo que en español significa: Don_ Don Mathías Sröeder.
Teutón y Ario de pura estirpe. Fallecido tan solo hacía dos años y medio de una enfermedad despiadada, que lo mantuvo con radio y quimio por más de siete años.
Se habían casado, Patxarin la india preciosa y el alemán en el año 1948, cuando Mathías apareció por Managua procedente de un desembarco no oficial en Ciudad de Panamá, desde donde había descendido clandestinamente una noche, en el país del canal, sin más valija que un maletín y unos pasaportes falsificados en Munich, y que algún comando lo trajo a la zona desde donde venía huyendo de algo que jamás se dio a conocer, ni se supo con certeza, acabada la segunda Gran Guerra Mundial.
Quedando como residente primero en los lagos de Managua, muy cerca de Tipitapa, hasta que se recuperó de una Malaria que padecía; se desposaba con la nieta de uno de los responsables que firmó el Pacto del Espino Negro, personaje importante dentro de la ciudadanía indígena allá por el año 1927.
En el poblado de Tipitapa, fue amparado por sus gentes, quienes lo protegieron hasta que mejoró y sano de su enfermedad, callando su procedencia y demás detalles que pasaron desapercibidos a las autoridades del país.
Hasta que pudo gobernar como dueño y señor un rancho amplísimo que no se trabajaba desde hacía medio siglo, y con apoyos y servicios ajenos a lo corriente, sumados a las ayudas de gentes sobresalientes de Nicaragua, Argentina y Venezuela, esa propiedad tomó cuerpo llegando a ser una de las mejores plantaciones de la  zona.

Clara Ramona, así la bautizaron a Patxarin, el jesuita español que estaba en su poblado residente, como capellán  y a su vez acristianando a los feligreses de aquella amplia zona del lago Xolotlán, cuando toda la familia se convirtió al catolicismo apostólico y romano.
La servidumbre la llama Doña Clara o los que le tienen mucha familiaridad la llaman cariñosamente Pajarita o Ramoneta.

A su derecha, sentado con cara de circunstancias estaba sentado René, hijo de la señorita recién llegada, Metchild. Un joven apuesto de quince años que estudia en Montreal, y que no ve con buenos ojos que su madre se haya vuelto a enamorar.
Manoseando una Tablet de última generación con cámara de fotos incorporada y que tenía preparada para su uso.
En un rincón a la izquierda de Doña Clara, sentado aparece un señor muy serio Don Lucas Lizardo, de origen judío y procedente de la zona colombiana de la Guajira, que hace las veces de administrador de las fincas y propiedades de la familia Sröeder, asesor financiero de Metchild y que bebe las aguas por Patxarin, desde hace muchos años, incluso antes de que muriera Mathías. 
Lucas un potentado capitalista que estuvo casado tres veces con damas de la sociedad de países tan diversos como su Colombia de procedencia, Caracas la capital de Venezuela, donde vivió una experiencia con una millonaria; y en el Distrito Federal Mexicano, con la hija de un potentado editor, que fueron los que lo lanzaron a la política y a los negocios brutalmente rentables.
El señor Lizardo daría la vida por ella, por la Pajarita Patxarin, por su honor por la salvaguarda de la estirpe “Germano incaica”, sabiendo de buena mano, el patrimonio, fortunas y capital depositado en el SIBOIF, más conocido por Superintendencia de Bancos y de otras Instituciones Financieras de Managua.



To be continued
Continuará en otro capítulo

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