viernes, 25 de septiembre de 2015

Los esposos de mamá


Prosigue del capítulo anterior:


_ ¡Como dices eso Soraya! Yo no quiero traicionar a nadie, vengo a veros, porque tu mama, es amiga de hace muchos años_ se miraron Cecilia y Javier furtivamente_ y me ha invitado a comer, con vosotras para que os conozca
.
No transcurrió ni el segundo de espera necesario para que Javier pudiera llenarse los pulmones de aire, cuando incidió Natalia,  la mediana de las hermanas, con una interpelación aguda_ Aunque no lo crea usted señor Javier, le conocemos bastante. Madre, nos ha contado una y mil veces la historia de nuestras vidas, y en ella apareces tu mismo; no quedando demasiado bien parado. Por ese motivo mi hermana pequeña, que es la más miedosa, se lo advierte. Me gustaría que le hiciera caso. _ pensó Javier, mirando a Cecilia y no comprendiendo como unas crías tan jóvenes podían expresarse como unas resabiadas cotorras entrenadas.

Cecilia, intervino al momento, sin dejar que las manifestaciones de sus hijas se escaparan del lugar de donde habían previsto, interviniendo al momento.

_ Bueno, permitamos que este pobre hombre entre en la casa, le ofrezcamos un refresco y un plato de comida y podamos tolerar con educación, que se exprese como quiera, sin que le tengamos que hacer pasar un mal rato. ¿no es ese nuestro cometido? Como os he dicho muchas veces, la vida, es muy enmarañada y no vamos a ser nosotras, las que con mala inquina tratemos a un convidado, el cual en su día, estuvo muy ligado a mí, que soy vuestra madre.

_ Por favor tenga la bondad de acompañarme dentro_ dijo Caterina, la mayor de las hijas que le indicó a Javier por dónde debía conducirle.
Con su aplomo y seguridad, Caterina miro a Javier, dándole la preferencia de paso y a éste de la agitación le sobrevinieron repentinos, dos lagrimones en su vista que nadie detectó por estar camino a la sala recibidor de aquella casa.

Dominando la situación la joven, se miró a su madre y le dijo_: Que guapas estás mamá. Lo tengo todo preparado, como convinimos y creo que te gustará, me han ayudado mucho Natalia y Soraya y no creo que nos falte detalle para ofrecérselo a Javier.

Cecilia, le tocó el cabello a su hija mayor, en señal de amor hacia ella y con la mirada se dijeron cosas importantes que tendrían tiempo de sacarlas a la luz si era necesario, porque aquella comida y sobre todo la sobremesa prometía ser de las trascendentes habidas en las vidas de todos cuantos participaban.

Le ofrecieron acomodo al invitado, mientras este, disimuladamente con su pañuelo impoluto de popelín, secaba sus párpados que húmedos estaban de las últimas turbaciones surgidas en aquel pasillo del departamento.
Las cuatro mujeres se sentaron alrededor de Javier. Un hombre apuesto con mucho mundo, que ahora se las tenía que ver con aquellas señoritas y su madre que le iban a coser a preguntas y que las respuestas no podían ser fútiles, ya que no se trataba de un negocio de ventas, ni de la exposición de ningún artilugio por sofisticado que fuera.

_ ¿Qué te apetece degustar Javi?_ preguntó con cariño Cecilia_, ¡estás en tu casa, siéntete cómodo!_, que a pesar de ser cuatro contra uno, no somos fieras, ni nos almorzamos a nadie.
La tensión era palpable, aún no se había roto el hielo sepulcral del comienzo de las aclaraciones y las muchachas esperaban que se dirimieran unas explicaciones sencillas de la historia, sin que corrieran falsas lágrimas, ni que nadie se rompiera las vestiduras por ser culpable de lo sucedido.
Javier se acomodó y miró al espacio sin ver más que a Caterina, que con unos ojos grandes azulados, le miraba con admiración, y también con sosiego.

_ No estoy incómodo ¡para nada! tomaré un refresco, si hemos de comer a continuación.

_ ¿No prefieres un Jerez seco?_ dijo Caterina, tratando de no sonreír y consiguiéndolo, a la vez que se iluminaba su precioso rostro juvenil, arrancando una felicidad declarada en la cara de Cecilia, que se hizo extensiva a Natalia y Soraya.

_ ¿Cómo me has leído el pensamiento Caterina?,_ dijo Javier_ ¿Cómo sabes que me apetece un vino español? Que no he pedido, porque imaginaba no teníais en casa.
_ Pues, igual como dices, sabemos lo que piensas, cuáles son tus gustos y disgustos, manías, tus excentricidades y algo más que igual me alcanza por vínculo de genes y sin que nadie me lo diga, igual estoy capacitada para expresarlo, por parecernos_. Sentenció Caterina con una gran calma.

_ Ya veo, que estoy en un laberinto difícil de salir indemne. Si no soy sincero y hablo con el corazón y con la verdad  ¡Pues sí!  Por favor sírveme un Jerez bien frío que lo degustaré con vosotras, explicando o justificando aquello que queráis. Veo que estoy sometido a una contrición de esas que no te libras aunque lleves las excusas aprendidas y quizás llevéis razón; todo hombre se ha de enfrentar en algún momento a la realidad de su vida y purgar sus lacras.
El mío, mi momento ha llegado y creo que podré dar mi versión de todo aquello de cuanto debo arrepentirme, que por cierto es demasiado y de lo que a posteriori me ha contraído desgracia y sufrimiento.

_ ¡Cheleé! _ Una onomatopeya aguda por lo gárrula; salió de la boca de Cecilia y quiso interrumpir aquello que se desbocaba, como si comprendiera que estaban empezando la casa por la chimenea, sin apenas dejar respirar a Javier, ni plantear  con cordura hechos pretéritos; aquello que ocurrió hacía ya, tantos años.
No habían ni siquiera sosegado el instante de la alegría y la bienvenida de Javier. Ya habría tiempo para todo y la boticaria propuso con mucha energía

_ Primero, nos calmamos todas, después somos agradecidas porque Dios nos concede este día que puede ser divino para todas, y disfrutar con una comida entre amigos, muy buenos, casi de familia que lo somos. Cuando estos pasos hayan sido andados o recorridos, vendrán las preguntas y las explicaciones_  Concluyó la farmacéutica, con aquella sonrisa que usaba ella y que normalmente prendaba a quien podía comprobarlo.

_ Toma Javier, tu Jerez fresquito_ Se lo sirvió Caterina con agrado mientras el invitado estaba ya reclinado en una butaca de piel de caimán con unas grandes orejas negras zainas, que presidía aquel salón majestuoso y amplio.

Natalia le pasó una bandeja con unos mariscos raros de la tierra, de la cual Javier no se sirvió ninguno excusándose con una sonrisa y con una caricia a la mediana de las hijas. Mientras en la cocina Cecilia con Soraya ya disponían los suculentos platitos preparados para degustar.
Nada extraordinario, una comida muy española, que habían preparado las cuatro mujeres de aquella casa, imaginando le llegaría al estómago de mil amores al invitado, sin la necesidad de hacer grandes dispendios y a la vez extraordinarias recetas para poder quedar bien.

Una tortilla de patatas con cebolla y unas aceitunas muertas de Aragón, primer plato, para continuar con unas setas a la brasa con unas piadosas rebanadas de pan con tomate y unas lonchas de jamón importado desde la Ibérica.
La mesa estaba preparada y todos pasaron al salón comedor, donde pudieron disfrutar de aquel manjar que lo es y que hizo recrearse al huésped, por alimentarse con suministros de su propia tierra que tanto echaba en falta desde hacía ya unos días que había recalado en el país de la “Pura Vida”, en la preciosa Costa Rica.

La conversación mientras comían, se derivó por los estudios de cada una de ellas, que clase de emociones les eran más alegres, por la cantidad de amigos y compañeras tenía cada cual, y por las creencias religiosas que también estaban presentes en las cuatro mujeres.
Las cuales sin llegar a ser beatas, ¡sí!; creían en algo que no podían del todo orillar, pero que algo en el cielo, siempre les había protegido de todos los males que pudieron sufrir en alguna temporada. Resolviendo sus opresiones ante los imponderables y por las creencias que ellas guardaban en lo profundo de su corazón.

Cecilia explicó las ayudas que tuvo con Don Cirilo y la gente que trabaja con ella en el laboratorio, que más que compañeros habían llegado a ser aliados. Algunos confidentes y muy arrimados; de los que la licenciada guardaba mucha fe y mucha gratitud.
Relató las penurias que padeció con sus dos últimos amigos, que fueron pareja y que son los papás de Natalia y de Soraya, que llegaron a estar dentro de aquella vivienda que ahora disfrutaban, compartiéndolo todo.

Aquellas señoritas, como si tuviesen más edad de la que realmente les correspondía, comentaban detalles que a Javier, no le pasaron desapercibidos y comprendió que su educación era pulida y dedicada. Ninguna de ellas hizo malos gestos, ni pronunciaron palabras obscenas en contra de quienes habían sido en su momento esposos de su mamá, y como progenitores que fueron de ellas, todos ellos respetados con una elegancia y un cariño tan pulcro como sus pensamientos.



to be continued
continuará




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