La
película llevaba proyectándose más de media hora. Un film de esos que te
producen más alegría que disgusto, sin demasiado argumento o por lo menos, de
los que no son para retorcerse el intelecto especulando. Una historia de amor
romántico con tintes graciosos y situaciones conocidas, que los personajes
interpretaban de forma magistral, haciendo de su fábula un soplo de recreo.
Pronto
la excitación en la sala se colaba, no tardó nada; ni podían imaginar que en
aquellas alturas de la película se iba a desarrollar tremendo susto. Al pronto,
un muchacho surgía salvaje de la fila doce de la sala de proyección, que estaba
acomodado en el casi centro de la hilera, sin cuidado en pedir permiso a los
demás usuarios para llegar rápido a control y dar el aviso de urgencia a los responsables.
La
cinta siguió proyectándose, hasta que pasado un lapso breve, se interrumpieron
las imágenes en la gran pantalla, prendiéndose las luces de aquella gran estancia
del cinematográfico. El público que no estaba cerca del perímetro, no sabía a qué
se debía tal estorbo. Los que ocupaban plaza cerca, entonces es cuando ataron
cabos para comprender a que venían aquellos modos de salir de las butacas con
semejante urgencia.
Por la
entrada nerviosos ascendían a la carrera para interesarse de la alerta, dos
personas responsables de la entidad, mientras una señorita espigada con su
cabello atado a la nuca, que se presentó como médico atendía a una mujer de
unos treinta años, que ya tenía descubierto el pecho y le estaban propinando
sendos masajes, para tratar de reanimarla, a la vez que alguien trataba de
suministrar la respiración asistida por el método bucal.
No
había demasiado tiempo para reaccionar, la presteza era vital para poder salvar
la vida a aquella señora, que desmayada, permanecía en manos de los dos
asistentes, que trataban de reavivarle y poder proveer los primeros auxilios,
hasta que llegara al centro hospitalario más próximo.
Los
encargados viendo la urgencia y la gravedad de lo que se estaba recociendo en
la fila doce de la sala, se racionaron el trabajo, no la urgencia de solución, bajando
uno de ellos expelido, para hacer las oportunas gestiones y que una ambulancia
llegara en el mínimo tiempo. El otro, compungido y sin costumbre similar explicaba
al grueso de los espectadores , que mantuvieran la calma y que con su comportamiento, ayudarían a subsanar aquel imprevisto.
Aquella
doctora que atendía a la lesionada, concluyó y ordenó sacarla de
donde estaba, para adelantar si cabe la evacuación, y que la afectada tuviera
mejor ventilación y lugar para su espera, mientras aguardaba el vehículo clínico
que la portaría al hospital.
Todos los
allí expectantes, se levantaron decididos a transportar el cuerpo inerte de
aquella mujer, hasta el acceso de entrada, bajo las indicaciones expertas de la
doctora y del ayudante voluntario de la respiración del boca a boca.
En volandas
y con energía la llevaron en un santiamén y con un cuidado extremo fuera de la
sala de proyección. Mientras quedaban el
resto de los presentes, con sus conjeturas y su conmoción fortuita.
La
oscuridad más brillante volvió al lugar. Quedó aquel majestuoso sitio a las foscas,
como si no hubiese pasado suceso alguno, como si la noche de los tiempos
hubiese llegado sin dar aviso, no solo para la mujer evacuada, sino para todos
aquellos que mientras vivían la historia de una película, se vieron metidos
dentro de la respiración de la propia muerte.
La
gente se acomodó en sus butacas y paulatinamente fue reduciendo el tono de sus
voces a medida que el sonido del film trataba de reanudar desde el punto de paralización.
Dos butacas de la fila doce, estaban vacías, además de las que mantenían deserción
en la fila trece y fila once respectivamente que estaban ocupadas en la hora
del comienzo de la película por la doctora y el salvador ocasional de la
respiración asistida.
En poco
tiempo, aparecieron imágenes que se ya se habían visto, para que se recuperara
el hilo del cuento, de aquella historia que les hacía mirar a la pantalla y estar
transportados dentro del argumento de una historia bonita y fácil, que era lo
que veían aquellos espectadores, hasta que fueron sobrevenidos por la urgente e
inesperada indisposición de la señora de la fila doce, sin dejar de observar
por el rabillo del ojo a la puerta de entrada y reaccionar ante cualquier
anormalidad sobre aquella mujer que entró a su asiento por su propio pie y lo
abandonó transportada en volandas y sin juicio.
Cuando
finalizó el metraje, y nuevamente las luces de la sala irrumpieron claras, el
personal asistente, aquel que pretendía ver una película graciosa, se giró al perímetro de la fila doce y sus aplausos fueron
dirigidos a la médico y al señor de la respiración obligada, que habían entrado
de nuevo en la sala, sin hacerse eco de todo lo que habían demostrado y
realizado en pro de una vida desconocida, que bien y sin dudar podría haber
sido la nuestra.
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