Soñaba con algo
especial. Había nacido para poder relucir. Sin contar con que, lo hacía en el
seno de una familia disociada y cambiante, que no le iba a beneficiar ni en su
preparación ni en la ilusión.
Había notado algo
especial en su niñez, que le distinguía de sus amigos. Mientras ellos jugaban
sin pensar, él proponía situaciones imaginarias como para practicar y tenerlas
ensayadas para cuando le ocurrieran.
Pendiente de las
conversaciones de su familia, en todo momento atento a sus charlas. Llegó a alertar
a sus mayores por la atención que ponía en los diálogos y comentarios que
tenían. Le obligaban a salir a la calle a jugar, cada vez que ellos tenían que
discutir algún asunto, para evitar estuviera presente.
Por lo que, conociendo
el paño, se las ingenió para hacerse el despistado y no mirar nunca donde se
cocía el nudo de la conversación, como si estuviera en otra cosa. De esta forma aprendió y les
conoció tanto que supo de qué pie cojeaba cada cual y se hizo un competente analista
sin proponérselo.
Era un niño vulgar de
los que no llaman la atención, hasta que no abren la boca. Cuando lo hacía era
una especie de “voz de la conciencia”,
con preguntas difíciles de respuesta; para interrogar de algún asunto peliagudo,
o poner en tela de juicio incógnitas difíciles de confesar. Por ello había
quien le evitaba. Otros y a escondidas, en no pocas ocasiones buscaban con
disimulo su opinión, aun y siendo tan joven. Sondeando como si se tratara de un
juego de chiquillos y al despiste indagar su punto de vista.
De costumbre proponía
sus ideales y sus ansias, con la pena que en su casa no le entendían, más ni siquiera
le escuchaban.
En la escuela era de los
especiales, sin llegar a sobresalir por su coeficiente; no le acompañó la
suerte a la hora de elegir estudios y es que esa estrella le abandonó desde que
era muy niño.
Iniciando un futuro complicado,
sorteando todos aquellos misterios, que le habían propiciado sus propios padres, con muchos y variados mensajes
subliminales en los que se adivinaba, que ellos no podían o, no querían darle
estudios. Por lo que no pudo elegir_ ellos, los progenitores, aducían que
tenían otros cinco hijos y que todo no iba a ser para el “embrujado”, que se
debía repartir lo poco que poseían.
Provenía de un padre que,
no quiso que su hijo fuera, lo que él no pudo, y dejó que aquella materia
infusa se diluyera de forma natural hasta que se agotó de pena por hacerse
entender.
Comprometido consigo
mismo, creció de golpe. No dejó tampoco que la vida lo llevara sin más a la
deriva, previno siempre qué hacer en las medidas relevantes, se supo rodear de
quien bien le quería sin peaje y sin franquicia. Edificando para su alma una
barrera de valores infranqueable que no le permitía que nadie la violara.
Fue asimismo, paño de
lágrimas de amigos, conocidos y compañeros, que a base de comparaciones y de
similitudes aprendió a saber por dónde debía nadar. Detalles que nadie sabía,
que daba consejos y amparaba, cuando él mismo, necesitaba todo el cariño
posible y una mano que le golpeara gratamente el hombro.
Sabía soñar y esos
cuentos los vivía en su persona, tanto que llegó un día que le llamaron
taciturno, porque parecía estar desolado, siendo una práctica en él para
resguardarse de tanta presión y disgusto, teniendo así la posibilidad de
evadirse y concentrarse para sí, cuando le convenía.
Este tipo de personas,
que se hacen a ellos mismos, y triunfan, llegan incluso a ser despreciables a
la vista de otros que no son tan precisos, ni metódicos, que esperan un golpe
de suerte para llegar a término. En caso de llegar.
Finalizó la preciosa canción
de Feliciano: “Que será”, se escuchaba en la radio de aquel vehículo y
de pronto cayó en la cuenta que cuando se conduce no valen los despistes.
Tarareó el estribillo… Tendido como un
viejo que se muere, la pena y el abandono son tu triste compañía, pueblo mío te
dejo…
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