Parecía la cenicienta del cuento, estaba al cargo de cuatro adolescentes,
tres suyos y una prestada, amiga del hijo, quienes llegaron a la casa, primero
para pasar este fin de semana en la torre y después desaparecer con buen
viento. Sin despedidas, sin más que un adiós no pronunciado.
Aquella mujer imaginaba se estaba confesando con un camarada lejano, que
además ni siquiera conocía. Igual era un afecto de esos imperceptibles que se asumen
ahora llamados modernos; o por el contrario, era una elucubración propia del
deseo de poder compartir con su otro yo.
Como una nueva sensación, que le hacía de paño de lágrimas y que a la vez, dejaba
a su persona tranquila y sosegada.
Pretendía llegar a comprender algo, el porqué de su situación, dado que el
padecimiento que soportaba en momentos se hacía irresistible. Ella, además de
ser una persona abierta y confiada, tampoco aireaba sus interioridades con
cualquiera; para hacerlo, debía tener
cierta confianza y haber reconocido valores que ni se miden, ni se pesan, ni se
huelen.
Delirando todo lo que refleja su pensamiento inmediato. Como si estuviera meditando,
quizás ni sabía bien lo que estaba haciendo, ni qué tipo de angustias tenía.
Quedó traspuesta sobre aquel diván del salón diciendo…
_ Desperté de sueños tranquilos, los cuales no recuerdo demasiado precisa,
es como si me rozara la sensación de una textura alada, el aroma de un café ¡Uhm!
al cual soy adicta y el susurro de una
voz con tintes y tonos diferentes, desde acariciantes a rebeldes, como
discutiendo algo con alguien y después la sinceridad como siempre y la dulzura
de una narración que contenía un terrón de azúcar pidiéndome al final el pago
de una historia_ se decía a si misma perezosa y engreída_.
Ahorrándome tres pueblos_ seguía expresando muy tranquila y con tintes
chistosos_, despego del momento, en que yéndole bien a él económicamente se
suma su cambio de personalidad y actitud, infidelidades con mujeres, amigas
íntimas de nuestro grupo y desconocidas buscadas en los antros menos indicados_.
En referencia a su hombre, que recién acababa su relación de pareja.
Es alguien con muy poco valor y menos autoestima_ y me refiero a mi ex
pareja_, con muchos complejos y esos errores de los cuales le advertí en su
momento que fueron causa de tantos conflictos y pesares, donde mis pesadillas
ocasionales le advertían tener cuidado.
Cuestiones que ignoró y que nos llevaron al momento terrible de un día aciago
del que pretendo olvidar cuanto antes.
Desde no sé qué tiempo la delincuencia en el país estaba focalizada en las
grandes ciudades y en contadas regiones y provincias pero Monte Ibero donde yo residía
era un sitio tranquilo, turístico y donde mucha gente vive o veranea, por esa
misma serenidad; sin embargo desde un tiempo atrás la inseguridad se disparó a
todas las villas, inimaginables e indistintas. Cuando el tráfico de mujeres, comercio
de narcóticos, y del negocio de órganos humanos tomó significación. De pronto
escuchabas noticias locales del ajuste de cuentas, de secuestros de turistas
con rescates impensables, de robos a mano armada, de asaltos con intimidación donde
menos te imaginabas.
Por incremento familiar dentro de la misma comarca tuve mudanzas. Las dos
primeras fueron temporales, la tercera fue a la localidad de Azarea, a diez minutos de la capital y donde monté mi
negocio, heredado de mis padres y abuelos. El que construí en sus inicios con el apoyo del
entonces mi compañero Jeremías y, que atendía a tiempo parcial, pues me dedicaba a otras ocupaciones que
también me daban pingües beneficios al final de mes, con lo que la economía
estaba saneada, y además de ahorrar, podía afrontar los muchos gastos que de
forma perpetua existen. Además del costo a distancia en una empresa de
productos de belleza, también de mi propiedad exclusiva.
Dejé Azarea presionada por Jeremías, ya que al sufrir tres asaltos en la
joyería insistía que al estar siempre sola o acompañada de mis hijos la inseguridad
estaba disfrazada y me dejé convencer. Tras cuarenta y ocho meses de vacilación
en Azarea regresé a Monte Ibero, el lugar donde iniciamos la aventura económica.
Sola y desasistida siempre he estado, ya sin negocios apenas, me dedicaba a
lo preciso con mis hijos y familia cercana, daba alguna charla de cocina en uno
de los cursos de la población, ya que me contrataron como profesora adjunta y
así iba desarrollando mis días, con esa tranquilidad, que dan las jornadas
programadas.
Se acababa el verano y seguía con mi vida monótona, celebrando charlas
locales y regionales y disfrutando todo lo que podía y más. En esos días
nuestra relación estaba prácticamente acabada, nos despreciábamos, no podíamos
vivir juntos y todo yacía en su máximo conflicto. Nos hablábamos lo preciso.
Aquel sábado del mes mi abogado le fue a visitar para acordar detalles del
divorcio y no quiso escucharle, le dijo
que lo hablaría conmigo pero al llegar a casa ni lo mencionó, como tenia
costumbre no dirigirme la palabra, pues era fácil que se le olvidara o que
estuviera provocado.
El lunes siguiente fue festivo y Ramón, mi hijo mayor se volvió a la ciudad
después de pasar el fin de semana en casa de su padrino Pepe, hermano de mi ex
cuñada Fuencisla, esposa que fue de mi hermano Lucas, ya difunto. Aquella noche
debíamos salir para recoger a una de mis hijas, que estaba en casa de una
amiga, preparando exámenes del instituto. Nos cruzamos en la entrada de la casa
con su padre que había llegando de la oficina, al cual apenas saludé. Subimos
al coche, Raquel y yo, queríamos dar un paseo y yo necesitaba despejarme.
Mientras conducía observé una furgoneta roja muy chillona, con varios
individuos dentro, que al adelantarnos supe nos hostigaban.
Tuve una corazonada, supe en aquel instante que no era normal esa atención
por parte de aquellos individuos y alerté a Raquel, que debido a todos los sobresaltos
que nos hemos llevado, está convenientemente preparada para asumir esas
situaciones y resolver esas contrariedades. Aquel furgón cargado de maleantes
nos adelantó y no sé ni cómo lo ignoré. Borré esa sospecha, quedando mis
niveles de alerta desactivados. Seguimos conduciendo y recogimos a Chori, para
acabar tomando un helado en el centro comercial de Leroy Merlin, que nos queda cercano
a casa.
Los perros ladraban mucho pero yo estaba demasiado cansada para advertir el
porqué y nadie a pesar de ello y notando lo mismo se levantó a averiguar nada. Sobre
las tres de la madrugada, me despertó algo que me hizo incorporarme de pronto
en la cama y vi a un grupo de bandoleros armados irrumpiendo por los pasillos
de la casa, intentando acceder por la puerta de la cocina que distribuye la
entrada a todas las dependencias.
Corrí desnuda sin ropa desde la habitación, a obscuras para cerrar la
puerta de golpe y haciendo mucho ruido
para que mi marido, que duerme en otra habitación se levantara sorprendido y
asustado y preguntara que estaba sucediendo, en el segundo mismo que estos
hombres me golpeaban y amenazaban, metiéndome mano por doquier, dada mi
presencia totalmente sin ropa y con mis chichas al aire.
No pensé más que en mis hijos y les abrí sin resistencia la puerta para que
se llevaran todo lo material que quisieran, el abuso para con mi persona y, la presión y la violencia, contra el padre de
mis niños.
Asustando a todos los chiquillos, rompiendo las puertas a base de hachazos
y de golpes impresionantes y como punto crucial de la pesadilla se llevaron a
la hija de mis vecinos que aquella noche dormía con una de mis hijas, y la secuestraron
confundiéndola como hija nuestra.
Aún percibo el suplicio que nos embargaba, a nosotros y a nuestros vecinos,
que como es natural se inmiscuyeron en la resolución del trance, ya que además
de vecindad, tenemos una fuerte amistad que llega a ser trato muy familiar y de
cariño.
Sin darme cuenta estaba solucionando y negociando con aquellos tipejos la
liberación de Mariquita, momentos inenarrables que quedaran de por vida en mi
ser, imborrables mientras tenga existencia, y encima agradecer, si es esa la
palabra, porque no sé ni cómo llamarlo. A uno de los tipos, con él que más hablé,
con el que negocié y acordé, el que se preocupó de cuidar y proteger a Mariquita
y devolvérnosla a las pocas horas, sana y salva.
Al cual dentro de mi corazón pero que muy dentro le tengo que agradecer que
a nosotras no nos hicieron ningún daño físico, que salimos con vida de todo esto
a diferencia de otros que por menos los liquidan.
A Mariquita no le crearon más daño que no es poco, que el de llevársela a
la fuerza.
Esos trances dispusieron que mi separación con Jeremías, se acelerara, por
fin, del hombre con quien nunca debí casarme_.
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