domingo, 7 de julio de 2013

Dos sustos; dos dientes


Circulaba por una carretera muy transitada, con una densidad superior a lo habitual y los constantes percances y retenciones. Lo que no evitaba el exceso de velocidad.
Richard era un hombre más bien nervioso y muy activo, siempre con prisa, criticando todo y no conforme con casi nada. Creyéndose asimismo ser el ombligo del mundo y todo lo que no se ajustaba a sus conveniencias, ¡no valía!
De repente un adelantamiento ajustado y bastante comprometido, le hizo sujetar con fuerza el volante y frenar de sopetón. Un coche de esos que son tan flexibles el Dyane 6 de Citroën, de un color amarillento febril le obstruyó el paso en la calzada de forma inesperada, llegando y alojándose delante de su marcha. El único carril de aquella angosta carretera.
Súbitamente tuvo que maniobrar y ya no, por pericia suya, sino por suerte pudo controlar su vehículo para evitar salir de su camino.
Los insultos expelidos por la boca de Richard fueron de transgresión. Los excesos con el claxon de su coche hicieron mirar por el espejo retrovisor al conductor del Dyane que vio como Richard le mentaba a su madre y propiciaba calificativos amenazantes con sus puños cerrados, mientras apretaba instintivamente el acelerador como para darle caza y decirle a su cara el nombre del puerco.
El conductor del Citroën sin hacer gestos continúo en su marcha sin menoscabo. Sentado en aquel vehículo con aquella amortiguación semejante a un colchón de agua, y su toldilla enrollable desplegada para suplir de forma permanente, ese aire acondicionado veraniego. Solo se le divisaba su calvicie y sus lentes correctores, que teñidos los cristales evitaban verle el tono de sus pupilas.
_ Hijo de…: Tu mama, será una bendita, pero tú aún eres infame_. Profería Richard gesticulando desencajado, mientras perseguía sin precisar al autor del que le ganó la vez_. Si te alcanzo te rompo la crisma, chulo putas.
El invasor de su tranquilidad, ni gesticuló, continuando su marcha, sin pretender excusarse por la acción realizada en último extremo, para evitar la colisión frontal de su Dyane con otro que le cortaba el paso y que venía en sentido contrario, por su derecha cumpliendo las reglas de circulación. Sin embargo si escuchaba y veía las frases de ofensa y los gestos iracundos del irritado y valiente ocupante del BMW.
_ No te detendrás, si no, verías lo que iba a hacer contigo: desgraciado_. Así prosiguió por espacio de un buen trecho, mientras el Citroën no aminoraba la marcha y Richard con su gran coche pretendía darle alcance y quedarse descansado al desalojar su fiereza.
Los kilómetros se sucedieron uno tras otro, y aquellos dos automóviles parecía se habían imantado, puesto que sin llevar la separación necesaria entre vehículos circulaban por aquella carretera comarcal, uno: insultando y el otro escuchando, hasta que apareció la señal disminución de velocidad por entrada en una población.
Un gran semáforo pendía sobre la carretera, justo en el cruce de caminos. En el acceso a la ciudad, que jugueteando el color ámbar se prendía y se apagaba hasta que el radar detectaba la inadecuada velocidad a la que se aproximaban aquellos atrevidos pilotos.
El disco cambió a rojo, un rojo crudo y sangriento que hizo detener en la línea a ambos conductores. Quedando ordenados uno tras del otro, a tan poca distancia, y en tan brusca frenada. Precediendo en el orden de espera aquel Dyan6, que aún se balanceaba de adelante hacia atrás y de derecha a izquierda, por la brusca interrupción de su marcha.
En el momento que el tráfico se abría para los que circulaban en el sentido de la intersección del cruce de caminos: se abría la puerta del coche amarillo, aprovechando el stop que le indicaba aquella luz semafórica y comenzó a salir cuerpo de aquel fuelle acordeónico con motor, dejando el coche detenido con el motor en marcha y el freno de mano echado, que estaba situado en la parte frontal derecha del salpicadero.
Cuando acabó de salir todo el organismo quedó la puerta abierta,  portilla que tiene las bisagras colocadas en el lado opuesto a las normalizadas en otros modelos de automóviles. Saliendo un corpachón con unas dimensiones exageradas, tanto que bien se hubiese confundido por un gorila del zoo. ¡Eso sí! Un orangután calvo con gafas tintadas que iba en busca del enfervorizado conductor agraviado.
No le costó su maniobra de desalojo del Dyane mucho esfuerzo, a pesar de su corpulencia y miga, presentándose frente a Richard, que después de tanto insulto e improperio, igual estaba agotado y se diría que arrepentido al ver al hermosísimo y robusto pelado acercarse al plateado BMW.
_ ¡Aquí me tienes, impaciente! Repite tus palabras groseras y perdona por no detener la marcha antes, no me lo permitía la circulación._ Richard en ese instante y viéndolas venir, solo exclamó unas excusas baratas que no convencieron al rapado de gafas oscuras.
_ Yo no he querido decir nada que te molestara, ¡sabes! lo que me indigna fue que me abordaras de la forma que lo hiciste, que casi…
Ya no pudo continuar con su insostenible perorata y sus evasivas de espantadizo.

Cuando el semáforo retornó en su color verde el conductor del Dyan6, prosiguió su camino igual que Richard el suyo.
En el salpicadero del BMW, quedaron esparcidos un colmillo y un molar. Del labio de Richard brotaba sangre, la que manchó su camisa y su orgullo.

 

 

 

 

 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

ESTUPENDA HISTORIA,ESO SIEMPRE PUEDE PASAR. NIKITTA.

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