Era cuestión de obedecer
como de costumbre en aquella época. Prohibido tener ideas y menos si comportan
gasto. Los padres de Silverio regentaban una tienda de ultramarinos y él
indefectible tenía que ir a cortarse el pelo a la barbería del tío Patiño.
Así el barbero Gervasio
Patiño y su familia irían a comprar el “Optalidon”_ fármaco prohibido en la
actualidad, por sustancias alucinógenas y del todo nocivas _, y el tabaco marca:
celtas cortos, que consumían, adquiridos en los Almacenes Alemanes.
Bautizo preciso, que
había hecho el propio barbero a la pequeña tienda de la esquina, como
denostando su capacidad de servicio.
Los cortes de cabello
que propinaba Patiño eran de recibo bastaba que dijeres que querías las
patillas largas, para que las dejara más cortas que el dobladillo de un pecado.
Hacía de su profesión una máxima y todo el que se arreglaba en la barbería de
la calle de San Pedro, sabia a lo que se exponía.
Sus clientes eran escasos,
¡Sí casi contados! con los dedos de la mano y así era por varios motivos: el
primero que tenía su local en una calle que pasaba muy poca gente; segundo: muy
frío por la mucha humedad; tercero: no se producían aquellos encuentros con la
casualidad, como no había nunca nadie, pues, tampoco podías comentar la jugada
del partido o la película del cine Ateneo.
Su carácter era agrio,
recio y sin miramientos, no tenía muelle con la gente. A la hora de llevarles
la contraria el primero, y sin razón, a pesar de poder perderlo como
parroquiano.
La moda en lo que se
refiere a los peinados estaba como corrían los tiempos, en todas las
peluquerías del mundo, tendencias muy modernas, las de la incipiente moda del
Rock, cada cual intentaba llevar su cabello acorde a como tenía la cabeza, el
tipo de pelo y su propio perfil facial.
Cualquier profesional de
las tijeras se sumaba a la “New Aventure” de los pelos largos y casi todos lo aplicaban,
excepto en la peluquería del Gervasio Patiño, que te dejaba un coco como a él
le saliera de sus mismas bolas, parecido a “Cocoliso”, el hijo de Popeye.
Con ello, día por día
iba perdiendo clientes vecinos, que además eran los únicos que le visitaban en
su negocio para hacer caja, su propia vecindad. Era costumbre de no cambiar a
menudo de calzoncillos, de zapatos, de amigos, de novia, de tienda, de iglesia,
de pensamientos y como no de barbero. Los precios bajos que el señor Gervasio
aplicaba, no compensaba, pues le mal
mantenía, siendo uno de los pocos que no se sumaba al progreso.
Unos, porque tenían la
costumbre de una vez a la semana, ducharse_ eso de bañarse, como les cuesta a
según quien_, preferentemente los sábados por la tarde que es cuando la gente
acababa su jornada semanal. Otros; los menos, usaban el domingo por la mañana, para acicalarse, dejando
para el último momento su puesta a punto.
Arreglarse, lavarse el
cabello, afeitarse con navaja y secarse el peinado con el secador, simulando más
o menos, a Elvis Presley, era la meta de aquella juventud. Con ese tupé lacado
que mantenía el alisado aunque rugiera el viento más brutal, con el objeto de ir
a presumir delante de las mozas, por la tarde en el baile ateneo en su intento
de arrimar el apio.
El resto de personal que
visitaba a Patiño, eran los más jovencitos y los abuelos, que se arreglaban el moño
cuando fuera menester y más bien era cuando ya no podían aguantar mas y
parecían los bandidos del tren inflamado.
Habían días que Gervasio
no se estrenaba, ni pelaba, ni afeitaba, ni teñía a persona alguna con lo que
aprovechaba esos ratos en arreglar a su esposa, la señora Espartana, cortándole
el cabello como a la propia Agustina de Albacete, a la mujer mala de la
película de los Monsters, o a la madre bigotes, pitonisa del teatro Chino de Manolita
Chen.
Hacía rasurados de melenas
a las mujeres que bien parecían varoniles, las dejaba de feas que te arrugaban
el sexo, y claro pues a medida que ellas se sentían no a la última y ojeaban
revistas con cortes tan modernos, cambiaban de artesano.
Era como el sello abstracto
de su salón, veías a alguien con aquel look y sabias que Patiño, le había metido
tijeras en la cabeza, porque los dejaba a todos como si hubiesen venido de los
crematorios Mauthausen, con menos estilo y duende que el farolero de Versalles.
Gervasio, en su vida
personal, era ya un poco rancio, serio, criticón, dicen que es por la deformación
de la profesión, como si todos los peluqueros tuvieran que ser unos: “corre ve
y dile”, que no es.
Eso sí, él reprochaba a
todo bicho viviente, tenía más fama por criticón que por estilista. La
propaganda dañina que hacía a sus conocidos, ¡lógico!, la creaba por la
espalda, porque si los tenía delante les hacía el parabién, aunque con tan poca
gracia que era preferible te pusiera como un trapo.
Un día de aquellos que
apenas tenía gente en el establecimiento, dispuso a pintar la barbería, que no
era demasiado grande, pero que tenía dos sillones anchos profesionales de
barbero, con sus reclinatorios y sus brazos con diferente altura y unos espejos
en el frontal que le ocupaban todo el
paño de la pared y seis sillas cómodas situadas a lo largo de la sala con una
mesita de revistas para los clientes que tuvieran que esperar turno.
Ni corto ni perezoso y
aprovechando que tenía una gran lata de pintura azulada esmaltada para paredes,
comenzó en la labor de pintor y como carecía de brochas adecuadas pues fue a
usar la que utilizaba para el afeitado de los clientes.
Únicamente eran dos
paredes que no eran gran cosa puesto que el perímetro del negocio era reducido;
sin embargo con aquella brocha que se agencio tardó cuatro días en acabar
aquella majestuosa obra de restauración de la peluquería mas chic conocida en
la comarca.
Si era interrumpido por alguno
de sus pocos clientes, y no se asustaban al verle disfrazado con una gorra sin
visera y su bata de trabajo con tiznes de pintura azul, dejaba el pintado, saltaba
de unos de los sillones que le servían de escalera, recogía las tijeras de
corte, las saneaba, se lavaba las manos, enjuagaba la brocha empapada de
esmalte, utilizando un potente benceno y se la pasaba por la cara a quien necesitase afeitarse.
2 comentarios:
MUY BUENA...NIKITTA.
Muy bien escrito! me gusta Carmen
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