miércoles, 27 de noviembre de 2024

Detrás del cielo.

 





Estaba cansado de tantas historias, muchas se las habían contado de joven, en la pubertad, y otras las fue sufriendo a lo largo de su recreo.

Charles era un ejemplo de salud, jamás estaba enfermo y era fuerte como un roble.

Un día en una de las revisiones rutinarias de la empresa, le encontraron una anomalía en un análisis de sangre y la doctora para su tranquilidad, lo envió al hospital a que le hicieran unas pruebas concluyentes para averiguar de qué le podía sobrevenir aquella dificultad en su anatomía.

Charles tenía una vida amplia, un trabajo estable y un empleo de los que hoy en día se consideran prestigiosos. Le proporcionaba un buen sueldo con lo que no pasaba ninguna clase de apuros. Vivía con la tercera mujer que enamoró. Una candidata de una lista de pretendientas amplia, a la que sostenía.

Helen Hemingway, la primera mujer que estuvo viviendo con él, su primer amor, lo aguantó durante cinco años. Hasta que según Charles, encontró una anomalía en su cuerpo y la dejó. Al engordar en sobre manera y mostrar un estómago más prominente de lo que consideraba normal. Se le había acabado el cariño y la despidió como lo haces al bajar de un taxi.

A la segunda persona con la que vivió durante año y medio, Sandy Gleynor, cansada de sus extravagancias y salidas de tono, se buscó un amigo cariñoso, y una noche al regresar a su casa la encontró desnuda y en una posición delicada. Descubriendo claramente su adulterio, con un compañero de la farmacia, donde trabajaba y además era la propietaria.  Sin romperse las vestiduras ninguno de los dos, quedaron como amigos, separándose de inmediato.

Con Susan Dogerthy, la tercera amante de su camada, hacía una vida fácil y le aportaba todo aquello que él necesitaba entonces. Era una rubia estupenda, graciosa simpática con estudios de arquitectura y además muy cariñosa. Amable, sincera y sobre todo, buena cocinera. Con lo que él estaba más que encantado, ya que además de darle gusto en la cama lo obtenía además en la mesa. Eran tal para cual. Dos joyas sin pulir. Los dos pájaros de cuidado, sin apego por nada, sin valores afectivos, sin principios.

En sus conversaciones de pareja, comentaban y lo creían, que el amor era como una epidemia, un contagio en consonancia circunstancial y con su periodo de caducidad, que para nada podía ser duradero.  Y cuando se acababa o se esfumaba por el tragaluz de la atracción, lo mejor era, seccionar el hilo de unión. Dejar de verse y distanciarse sin hacerse daño para poder ampliar sus días y comenzar una nueva historia.

Charles no era un tipo cariñoso ni apegado a la familia. Sin embargo él siempre tenía presente lo que en un momento de su infancia sus abuelos le habían inducido.

“Cuando nos morimos y llegamos al Ultramundo, nos reencontramos con todas las personas con las que hemos tenido trato”.

Con aquellas gentes, familia, amigos, conocidos o quien fuere, con las que compartimos vida, risas, o instantes. Unas con estupendo placer y lo contrario con algunas otras. Gente con las que habíamos dejado pendientes algunas diferencias. Las cuales allí, en las catacumbas del universo, debemos resolver directamente. Por estar en el ocaso del paraíso y no quedar otra salida. Ya ni respiramos.

Aquel niño mal criado, no era ni fue jamás Feliz. Era un tipo que en su infancia lo había tenido todo. Al ser hijo único y estaba creído que la vida tenía que homenajearlo en cada instante.

Siempre tenía presente unas manifestaciones que su abuelo paterno le había inculcado durante su niñez, y no eran otras que ser más fuerte que tus oponentes, para resurgir de entre los problemas y solucionarlos. Teniendo en cuenta que a tan solo uno de esos entresijos, no podría darle solución, y ese mismo dilema, nos acarrea hacia el final. Como a todos y en su momento.

Nos va llegando la partida, en la que pensamos poco y a todos nos traslada al terreno de los callados, o a las hogueras del crematorio. Recordaba sus palabras.

 — Cuando una persona muere. Sigue estando presente, sin ser vista. No nos abandona, aunque deje definitivamente de acompañarnos físicamente, para los que quedamos, pero nos escolta.

Se hace invisible, y de una forma angelical, se hace palpable. Siempre estará presente, y vivirá cuando menos en nuestros corazones y en tanto en cuanto, los que estuvieron a su alrededor lo recuerden, vivirá. —recordó con nostalgia Charles.

 Además de ese motivo, existía otro. Que nadie piensa, por no apesadumbrar a los vivos. Sobre el reencuentro. El destino final. Otro porqué. Que nos ha de llegar. Preguntas que evitamos, para no caer en alguna de las depresiones traídas por los miedos.

El encuentro de nuevo con aquellas personas que habían partido mucho antes que los demás. Y que de haber temas pendientes se deberían subsanar allí en el limbo.

Ofensas, agresiones, disputas, insultos, mentiras, atropellos, diferencias, con cada uno de los ofendidos. Debían quedar zanjadas.

Así como con los beneficiados, con los que mantuvieron concordia, se había congraciado teniendo buenas relaciones, apegos, favores, socorros y mercedes inmateriales.

También tendrían su historia más allá, de los paraísos.

 El resultado de aquel análisis que la doctora le había ordenado, llegó procedente del hospital, y fue concluyente. Sin paliativos.


— Charles te quedan tres meses de vida. No hay solución posible, ni antídoto, que te libre. Estás afectado por una enfermedad bastante desconocida, que no sabemos de dónde viene, ni si es contagiosa. Dolencia que en el mundo quizás no haya una docena de enfermos que la padezcan. La denominamos la enfermedad de la Efusión indeleble. La que se te lleva y te vas de este mundo en el momento menos oportuno, y en el instante que menos lo esperas. Igual estás riendo cuando se acaban tus días, igual estás durmiendo cuando te vas, igual estás trabajando cuando acabas, igual estás conduciendo cuando subes al cielo, igual, igual, igual.

Acabó la perorata de excusas la doctora de cabecera y al cabo de un inciso prosiguió.

 — La verdad es que no tenemos explicación— acabó emocionada la doctora, cuando le advirtió de su dolencia.

— Por lo que consideramos — adujo — que incluso hasta el nombre no es el adecuado.

 Charles salió de la consulta del hospital pensando en que todo aquello que había pronosticado la médico, era una patraña infundada. Que era un cuento y una paranoia. Se encontraba estupendamente. No le dolía nada. No consumía medicinas, hacía ejercicio, practicaba deporte de competición, mantenía unas relaciones vigorosas, y estaba en su mejor momento. Se sentía gracioso, y la gente le respetaba. Tanto es así que pasados cinco meses de la noticia recibida y seguía vistiéndose cada mañana, duchándose y generando conflictos. Acostándose por la noche con Susan y con otros ligues preciosos que le aportaban dicha, y encanto. Exprimiendo su vida normalizada sin el menor indicio de aquella Efusión Indeleble.

 

Aquel día del mes de febrero, llegó.

 

Charles, lo abandonó todo. Dejó esta vida sin previo aviso. Sin condena, sin encanto, y sin murmullo. Se alejó tal y como le pronosticó la licenciada.

Se marchó y no tardó ni poco ni mucho en cruzar los niveles del paraíso. Los rebasó, haciendo una escala mínima entre la estratosfera y los cinco mil hectopascales, que es la distancia entre su espíritu y la tierra. Esperó hasta que Custodio Angelical, le atendió, y sin más le preguntó.

 

 — Tienes algo que alegar de tu vida terrena, te arrepientes de alguna cosa o prefieres hacer contrición a solas, hasta que superes la situación en la que te encuentras. De momento, el purgatorio, es el lugar más apropiado para un estrato de humo, como eres. Irreconocible si te comparas al físico que tenías. Ahora eres un sedimento inmaterial. Pronto alcanzarás, si así lo decides, ver a los que vinieron antes que tú, y lograrás entenderte con ellos, sin necesidad de verbo, de gestos, de emociones. Ve pensando en la decisión que adoptarás una vez alcances la llamada <esponja celestial>

Aquel aliento, el que fuera en su día Charles, pululaba en un estado de inercia, levitando en su propio cerebro, que es lo que de momento le quedaba intacto. Al llegar a su equinoccio y dejar su equilux, que es su final de fase y la iniciación de la nueva etapa, ya había llegado a Nirvana, donde podía distinguir que no había dolor, ni sensación. Todo era un perfume irradiado desde la naturaleza errática. Intentando contactar con su ex vida, en la estratosfera celeste. Pudiendo notar a los grupos de personas que levitaban.

Reconoció a la familia, padres, abuelos, tatarabuelos, y ancestros, que distinguidos posaban frente al humo de naftalina del lugar.  

Registró a otros amigos, conocidos, otros compañeros del servicio militar, colegas de profesión. Espíritus que habían fallecido antes que su propio cuerpo. Por lo que primero quiso entender cómo funcionaba aquella comunidad. Era la hecatombe diluida en flujos, los que yacían diluidos sin pretender entrar en la efervescencia de lo que entendía como realidad.

 

Su propio padre estaba en un estrato dentro de su lapso, tranquilo sin poder abrazarlo. Su madre residía en otra estría, sosegada, acompañada de unas amigas, que fueron muy allegadas en su juventud. Conjunto de efluvios, que fueron personas en su día. Gente que le hacía la vida más feliz incluso disfrutaba de lo lindo con conocidos que había departido, en sus días y que ahora volvía a tener contacto. De una forma poco explicable, ya que todos estaban difuntos, y vegetaron entonces, en algunas décadas hacia atrás. Fue tan inaudita aquella contribución que prefirió quedarse al margen.

Charles, quedó tranquilo observando desde su núcleo, la parte que más le interesaba, la familiar. En principio se dio cuenta que su padre se juntaba con flujos insertados dentro de aromas efímeros coloreados en azul, que en su día fueron las gentes, con las que se relacionaba. Personas que de haber podido volver a vivir, no hubiera tenido trato.

Al poder distinguir, elegir y preferir, todas las opciones que se le presentaron en sus días verdes. Con las consecuencias que hubieran tenido, si en lugar de escoger el camino que llevaron, hubieran elegido otras posibilidades tan diferentes, que les hubiesen dado otras vidas. Al escoger una vía o otra.

Notando que su propio padre, se equivocó en la juventud. Observando que hubiera pasado si en lugar de casarse con su madre, lo hubiera hecho con un amor que tenía secreto y que jamás vio la luz. No se hubiera casado con su madre, ni hubiera tenido el mismo hijo. Por lo que Charles no hubiera nacido.

A su predecesor lo que realmente le hubiera gustado, es reemprender sus días, como aventurero. Estar fuera de la urbe, viajar a zonas lejanas con peligro, participar en guerrillas descomunales. Ser un hombre de mucha acción, y se vio obligado a ser un simple obrero albañil. Un peón de la construcción de carreteras, monótono y aburrido que gastó sus días detrás de su familia. De igual modo su madre de poder volver a vivir sus días, no hubiera seguido la senda que le inculcaron sus viejos, verse obligada a casarse con el hombre que no fue feliz. Exigida por la edad, y la presión de su familia, en que se quedaría sola. Soltera y desgraciada.

No fueron dichosos jamás. Haciendo de sus vivencias una travesía desgraciada de todos y cuantos años estuvieron disimulando. Ella deseaba ser una bailarina. Corista musical, artista dramática, sin estar debajo del yugo de sus padres ni aceptar la boda que le exigieron. Teniendo que aceptar y agarrarse a una subsistencia miserable. Malcriar a su niño y soportar todas aquellas penitencias.

Los abuelos mismos, sus padres y antepasados, tampoco obedecían a lo que se conoce hoy como felicidad. En cuanto a los amigos notó, un vacío tan sumamente grande, qué no valía la pena proseguir aguantándoles, en aquella pululación etérea. Proseguir con aquellas relaciones fuera de lo que era su antigua vida terrena.

 

Ahora estaba en el limbo, en una nube de la cual, jamás volvería. En lo que llamaban paraíso.

Charles prefirió quedarse en su celaje solo, y creyendo lo que siempre había escuchado de sus ancestros.

 

“Cuando mueres. ¡mueres!”

 

Te transformas en carcoma, quedas en nada y la única cosa que puede hacerte perdurar. Es el recuerdo de los que te desprecian, de los que te valoran y quieren.

Mientras están en la tierra, porque cuando mueren y van a la estratosfera, te olvidan. ¿Quién recuerda al bisabuelo de su abuelo?

Todo tiene su final. Nada, ni nadie dura para siempre, por lo que todo acaba con un sueño, a veces bonito, y otras bastante negro.



autor: Emilio Moreno
poeta y novelista.
noviembre de 2024.
 

lunes, 25 de noviembre de 2024

Pitorronco, la voz del pueblo.

 



Pitorronco el portavoz, había sido en su juventud el pregonero, y a través de sus proclamas, cumplía la función de transmitir a su pueblo, noticias generales, convenios ordinarios urgentes y afines con la pertenencia. Noticias de las fiestas y ceremonias eclesiásticas y civiles. Fue el mensajero de aquella villa, que con la modernidad, el turismo y la tecnología se transformó. En la mejor zona veraniega, consiguiendo por méritos propios ser una ciudad turística encantadora. Cercana al mar, y perteneciente a la comunidad más alegre de la península ibérica.

Pepito Roncal Cotura, (Pitorronco), era un hombre agraciado por su don de gentes, su carácter y su persuasión que tal y como su ciudad tuvo que prosperar, obligado. Mutó en el oficio de pregonero, por el de locutor. 
Llevaba en la sangre, el informar a sus gentes de todo lo que ocurría en el barrio, en la calle y hasta quizás en las casas. Siendo a veces muy cotilla. Sin tener el cuidado necesario para no descubrir, aquellas intimidades insondables que deberían haber quedado, por educación en el profundo anonimato.
Se dedicaba en la primera emisora de la comarca a dar referencias venidas de fuera, y como no, las que se producían en su propio terreno. Llegó a ser tan imprescindible que…consiguió diversos premios. Además de soportar las envidias de compañeros, colegas, amigos y demás detractores. Como les ocurre a todos los que consiguen éxito sin ayudas extrañas y son envidiados, incluso por gente, que no llegas a imaginar.
 
De pronto fue interrumpido por la voz del director del espacio que le exigió con genio.
— ¡Alto… Basta ya!... ¡Alto, y mucho cuidado. Cálmate.! ¡No te pases tío.! — le advirtió a Manuel.
—¡Qué es lo que estás ensayando! Con ese ímpetu, te sales de la norma establecida. ¡Además, calma!, el espacio de radio no ha comenzado todavía, por eso te pido calma. Los nervios fuera, que las prisas son malas consejeras, y siempre enemigas de la verdad.
 
— ¡Bueno tío. Todos al suelo. Entro en la calma que me pides. No me pegues! Buana ….. ¡De acuerdo!, te hago caso, ¡Cómo no!, querido Lucas. Tu ordenas y mandas, …que para eso eres el director. Pero comprende, que estoy probándome la entonación realista, y he de hacer un preámbulo creíble a lo que fue y es, el verdadero Pitorronco.
 
— Estoy de acuerdo, pero ten paciencia, que aún no han llegado los invitados, por lo que te pido ¡Aguante! — volvió a exigir Lucas y finalizó exigiendo y pronunciando. 

— ¡No lo crees! — Dejando en el aire una sonrisa instintiva de convicción.

— Además tampoco te ciñes a la realidad. Si has de contar la historia, hazlo con la verdad y no pretendas inventar nada. Que en esta emisora, no vamos de suposiciones. Pretendemos todo lo contrario. Solo verdades manifiestas y verídicas ante todo. Concluyó el jefe de programación del espacio.
 
— Oye; ya que estamos. No invento nada. Lejos de mi deseo, sabes que soy imparcial siempre y más con estos temas tan propicios para que la sencillez presida la realidad. Por cierto — preguntó Manuel. — Dime, quienes son los invitados y tertulianos de esta noche… ¿. Imagino, que podrás adelantárselos al presentador? ¿Verdad que puedes?
 
— Pídeselo a Jürgen, el técnico de sonido, que está preparando el encuentro y las conexiones entre la emisora y el Ateneo, donde estará Pitorronco. Que desde el gran escenario y dando espectáculo, contestará a todas las preguntas y dudas de los contertulios.
 
Jürgen manejaba los cables y la botonera del sonido. Voces que saldrían a su vez en las ondas, para toda la audiencia. También y en directo, se escucharía en el anfiteatro del gran Ateneo de la ciudad. Donde ya esperaba pacientemente Pitorronco. 
Mientras que en el perímetro, y a la par; en las butacas del teatro, se iba congregando el público asistente.
La mayoría de los espectadores que estaban interesados en la trayectoria del invitado y bien querido Pepito Roncal Cotura. Más conocido por el seudónimo de su ronquera, esperaban con ganas ver que decía ante aquel reconocimiento, que le ofrecía su pueblo.
En una de las maniobras probatorias en el panel de control, Jürgen, abrió los micrófonos de la emisión del locutorio accidentalmente, y olvidó desconectarlo, hasta volver a activarlos una vez diera comienzo el programa. Con ello todo lo que hablaban en el set de comentaristas, en la cabina estanca de la radio, lo iban escuchando de forma natural, todos cuantos estaban pendientes del inicio del magazín. Técnicos y espectadores del Ateneo. Percibiendo y oyendo de momento las acotaciones veniales disertadas. Sin darle la menor importancia, al creer que se abrían las líneas de audición por hacer las pruebas del sonido.
 
Manuel, el presentador del espacio solicitó al regidor, los nombres de los invitados de aquella velada, y este despistado y atendiendo diez temas a la vez se los indicó.
— Ahí te leo, y deletreo sus nombres. Desde el escenario, en vía telefónica, y conexión de imágenes participará el homenajeado y conocido Pitorronco, que responderá a las preguntas de todos los interesados y curiosos, además del equipo de entendidos, preparado por la emisora. — siguió argumentando.

— El primero que participará es Jacobo Congoja, que es su colaborador de siempre. El que le acompaña en sus programas nocturnos, en sus viajes de aventuras y en sus juergas carnales, que por cierto le conoce super bien y del que le podéis apretar para sacarle jugo a la entrevista. Apuntó el regidor, como dándole pistas de actuación.
Todo aquello que se pronunciaba desde la cabina insonorizada, y bastidores, salía ON AIR, a la sala del Ateneo, y los cada vez más espectadores acomodados en el teatro. 

Parecía hecho adrede, y era inconcebible lo escuchado, que le robaba la atención a cualquiera que quisiera saber. Nadie ponía fin, ni los técnicos ni el protagonista. Que se iban empapando, al escuchar todas aquellas manifestaciones. Que diáfanas salían desde los altavoces.

Boris, aquel regidor sereno, continuó con la lista de invitados y nombró.
— La segunda en entrar es Eugenia de Oliva Manrique periodista del rotativo “Mucha razón la mía”, que anduvo liada con Pitorronco durante dos años, antes de liarse con la cascabelera cantaora, Piedad Pureza del Cerro.
Noticia que hizo saltar al propio presentador, que soltó un exabrupto, que no favorecía a Pitorronco.
— ¡Joder menudo rompebragas el ronqueras. Que machote el tipo. Y parece bobo. — Dijo Manuel, con cachondeo y como guasa por los ligues que parecía había tenido. 
 
Certificación escondida para unos cuantos, los más cercanos y que se desvelaba. No acreditada y mantenida como secreto por los protagonistas, que cayó a los oidores, como un jarro de agua helada. Escuchada desde los altavoces de la sala del Ateneo, que dejó a todos impertérritos. Y siguió el regidor, dándole gusto a la lengua para decir quién era el último de los invitados.
— Y como bombazo. — asentó el metomentodo, sin saber que todo lo escuchaban los que ponían orejas, que sentados en las butacas del Ateneo, se cebaban de los comentarios inoportunos de aquella panda de desquiciados. Siguiendo con su catalogación especial añadió.

— Ahí os dejo el nombre de la persona, que le tiene más inquina, a nuestro agasajado. Y no es otro que Jordano de la Ciénaga y de Paula, un aficionado a la filosofía y un garrulo de armas tomar, que ahora está afincado en Badajoz y pertenece al Foro Toledano.
Sin cortarse, siguió argumentando para cubrirse de gloria, al mismo tiempo que se buscaba su propia desgracia.
— Un capullo engreído, que se cree, ser el espíritu de la verdad.

 
Nadie cerraba aquella vía de sonido, y los espectadores se iban nutriendo de todo lo que aquellos empleados de la emisora iban reproduciendo.
 
Todos los invitados fueron ocupando sus lugares en el set de locución. Con alegría y sin saber que el sonido de la estancia, estaba abierto y todo lo que hablaban salía a la gran sala del Ateneo.
La primera que abrió la boca fue Eugenia, para decirle al presentador, con mucha acritud.

— Este Pitorronco, es un miserable, y creo que le dais cancha a un tipejo embaucador y sinvergüenza. Con la de gente que merece ser reconocida, traéis al primero que se os pasa por el capricho, sin acertar.
— Porqué dices eso. — preguntó Jacobo, el segundo tertuliano, bastante circunspecto. Queriendo hacer más leña del árbol caído, por si podía sonsacarle más información a la dolida Eugenia.
— ¿Sigues despreciándolo? … y debe ser desde que te abandonó. Eso es gratitud. O es que ya lo despellejabas antes de darle motivos de infidelidad, y te diera el pasaporte. Porque mira — siguió expresando. — Diste qué hablar, en vuestra ruptura y alejamiento. Y sacaste tajada en las cadenas del corazón. ¡No lo recuerdas verdad...! O es que tu memoria se va, y se desbrava como la gaseosa. Cuando te separas de quien fue tu amante.
— Oye… tío tú quien eres para criticarme. No te pases ni mijita y deja de ser un cabrón, que no sabes ni la mitad de la fiesta. — Encendida, replicó Eugenia.

— Fui yo quien le puso la maleta en la puerta. Era un cagado, disfrazado de valiente y me harté de su conducta de pasota. Se las da de buena persona y si le conocierais, os ibais a quedar difusos. Atacó débilmente, con aquellas afirmaciones la excompañera.
— Si yo hablara, más de uno se iba a caer de su pedestal. Mejor me callo y que sea lo que Dios quiera.

—Anda pues. Yo creí que fue él, quien te dio el pasaporte. Lo creo yo, como casi todo el mundo, después de ver cómo lo engañaste. y aunque dices. Le pusiste la maleta vacía en la puerta, debería ser cuando ya tenías al griego enamorado amarrado y acojonado. ¡Sí! … ¿No lo recuerdas? … — Exigió una respuesta siguiendo con el alegato.
¡Mujer. como se llamaba aquel tipazo!; … Giorgio. Si mujer. Aquel que le llamabas Guiguí, el guaperas que marcaba paquete, cuando hacía aquella propaganda de ropa interior, que iba de modelo enseñando calzoncillos. Con el que te liaste rapidísimo.
Con guasa y mucha inquina acabó diciendo Jacobo.

— Claro ya es agua pasada, desde aquel griego, has enamorado a cuatro o cinco nenes más.
Enfurecida quería replicar Eugenia cuando interrumpió uno de los compañeros, para poner paz en la discusión.

— Bueno. ¡Basta ya.! Dejemos la cosa en paz. Avisó Jordano parando la discusión que se preveía y aseguró expresando, la falta de personalidad de sus compañeros.
— No seamos hipócritas ni fariseos. Que ahora, a escondidas. Es muy fácil criticar sin medida y sin control, para que además, y siempre que podéis. Por la espalda. Por detrás, a traición todos le denostáis. Y cuando está frente a vosotros, todo son alabanzas, caricias, y amores. Tengamos el encuentro en condiciones. Que la gente que escucha la radio, no tiene porqué, saber más de lo que saben.
 
— Eso es lo que priva en este mundo. —  Anunció de repente Eugenia, para titubear y nerviosa seguir hablando. — Y no iba a ser menos en esta cadena de radio. La verdad, lo que es cierto, siempre queda escondido. ¡Lo que se puede certificar. No conviene, y no se nombra. ¡Para qué!, Si no vende. Por lo que ni se toca. ¡Menuda mierda! — apostilló Eugenia, riendo de la pantomima engañosa, que preparaban y evadiendo sus actos indecentes.
 
Un aviso y alerta urgente le llegó por línea interna a Jürgen. Informando, que las vías de sonido, estaban abiertas y que todo el mundo, se enteraba de los comentarios de los tertulianos, con los locutores y el personal del estudio donde debía emitirse el espacio radiofónico. En el Ateneo, se frotaban las manos, por las mil y una noticias secretas que se habían escuchado. Espectadores, técnicos, agentes de revistas, periodistas y todo el que se reunía allí, se colmó de los últimos comentarios hechos por los tertulianos, en contra de Pitorronco.
Que hiciera el favor de cortar las líneas y a ver si podía pasar el asunto desapercibido, que iba a ser muy difícil. Mientras eran informados los responsables del magazín, para que por lo menos supieran a que atenerse, tras las derivaciones que iba a tener todo aquel chocho.
 
Nadie informó a los tres contertulios que esperaban en la emisora, que sus últimas manifestaciones, eran de conocimiento general. Ellos ilusos, sin más ya pertrechados en el set de emisión, esperaban la cuenta atrás del comienzo del espectáculo.
Abriendo el programa el presentador del espacio Manuel Cuartero, el que dio las gracias a todos los que intervenían en aquella entrevista y saludó a Pepe Roncal, solicitándole hablara de sus comienzos en su antigua actividad de pregonero de noticias por la zona.
 
Muy sereno, y comedido el amigo Pepe, antes de comenzar con los avatares de su dedicación juvenil de vocero. Quiso saludar a todos los allí reunidos con la justa educación y siendo bastante cínico. Casi les desprecia. Comenzando por el propio presentador, al que le reprochó su falta de profesionalidad por llamarle rompebragas y ronqueras, al que ninguneó como a un trapo, para seguir aclarando a los tres colegas, su punto de vista, sobre las palabras que le habían regalado, sin venir a cuento.
Ellos que acomodados y fuera del conocimiento de lo que hacía breves minutos habían pronunciado, no esperaban semejante reacción, y se miraron entre ellos, imaginando el descalabro.
Nombró a las tres personas que acomodadas en la zap, La Zona Auditiva Popular. La emisora que se conoce como la ZAP, y dirigiéndose a los tres manifestó.
 
— Jacobo, Eugenia y Jordano. ¡Muy buenas tardes! He podido escuchar, como lo han oído todos los que están conectados a la ZAP, de vuestras últimas impresiones, las cuales han salido ON AIR, sin que vosotros supierais que se estaban emitiendo.
Quiero imaginar, que por un fallo del control de sonido, pero sin dudar todos hemos escuchado la clase de gente que sois. — hizo un intervalo para respirar y continuó.
— Sois lamentablemente, unos cobardes, embusteros y pretenciosos. Manifestando detalles que no tenéis valor, de decírmelo en la cara. ¡Claro, lo comprendo!, porque los tres me debéis lo que realmente sois y habéis podido escalar en vuestras profesiones. Gracias a los esfuerzos del capullo de Pitorronco.
Podría enumerar la de cosas que he tenido que hacer para que a Eugenia, una periodista, que lo único que tiene es poca vergüenza, piernas y tetas, que enseña para motivar su falta de valía y que su trabajo no le interesa a nadie, pueda comer y ser distinguida. Respiró y tomó un trago del agua que tenía preparada, para continuar, sin vacilación.
— Jacobo Congoja, mi ayudante de la mitad de mi trayectoria, al que le enseñé absolutamente todo lo que hace, porque por no saber, no sabía ni coger un micrófono, ni dirigirse a los entrevistados y además pagarle las deudas que contraía mientras yo hacia el trabajo de los dos. El señorito Congoja, ligaba en el casino de juego de cada pueblo que íbamos y contraía deudas. Las que yo abonaba, como eran las facturas de bebidas y de rameras, con las que mantenía relación secreta, a espaldas de sus dos mujeres. La oficial y la amante.
Jordano de la Ciénaga, un abyecto colaborador, falso escritor y falsa persona, la que en cuantas ocasiones tenía que corregirle los trabajos, porque estaban plagiados. Copiados de otros autores y pretendía decir que habían salido de su pluma. Desterrado a Badajoz, no por su valía profesional, si no porque así tapa uno de tantos líos mantenidos con mujeres, que no viene al caso sean nombradas porque ellas a su lado pudiéramos catalogarlas de buena gente y honradas.
Por lo que pido a la dirección del espacio, que esta entrevista, se aplace y quede yerma. Es más, se anule, ya que no voy a aceptar un reconocimiento, cuando los que lo ofrecen me tratan de la forma despectiva que lo han hecho, y el premio que ibais a concederme quede desierto, ya que ninguno de los ponentes que deben ennoblecerme, tienen la valía, ni la decencia. ni tan siquiera el crédito de dirigirse a mi persona. Entre otras cosas por denostarme y por lo embusteros, desagradecidos y sátrapas que llegan a ser.— Respiró con tranquilidad y omitió más insultos para expresar finalmente.

—Yo había sido invitado al programa de esta cadena para recoger un galardón, y lo que me llevo es una desazón y el desprecio de vuestra parte.
Solo espero ser invitado de nuevo. Pasado este mal trago para la Cadena Zap, y poder rajar de vosotros ampliamente y explicarle a la gente. La misma que ha escuchado de sus bocas, todos los insultos e improperios, con los que me han regalado. 
De sus virtudes y hacerlo y por supuesto defenderlo, con pelos y señales, de todo lo que me acusáis, y de toda mi falta de tacto. 
De lo buenas personas que sois, lo poco que robáis al fisco, lo desmedido con que engañáis a vuestras parejas y algo más… del crimen…el crimen que esconden...

¡Aquella declaración se cortó al instante!
 
El espacio radiofónico, quedó interrumpido, sin que la ZAP, diera explicaciones, a los oidores que mantenían aquella frecuencia abierta, poniendo música pop rock.
A los invitados y espectadores del patio de butacas del Ateneo, les distrajeron con un grupo de humoristas infantiles, sin necesidad de explicar nada. Eximiendo excusas de mal pagador.
Y a los que estaban en la emisora, para hacer la entrevista a Pitorronco. Se les dio y explicó el motivo, por el que Pepe Roncal, había arremetido en contra. 
Al haber escuchado, de sus propias bocas, todo lo que habían rajado entre bastidores.
Aquella audición y espacio, no quedó registrado en el Podcast de la ZAP.  

 

 


 






Emilio Moreno.
Noviembre, 2024

viernes, 22 de noviembre de 2024

Pernoctando vestidos.

 


 

 

Fue una de las noches que más frío pasó. La recuerda ahora con nostalgia y bajo los beneficios de una calefacción central. Explicándole la historia a su nieta de siete años, que le encantan los cuentos y las fábulas de hadas. Los chismes anecdóticos y las leyendas. Es un relato, que sucedió hace muchos años, tiempo en el que tantas cosas han ocurrido entre hoy y el ayer de aquel día, que podríamos catalogarlo como uno de los sueños acontecidos en casi una vida. Y ahora, el abuelo, la recuerda y la traslada, haciendo memoria y desempolvándola de sus efemérides mejor guardadas. Tras haber transcurrido todos esos lustros, que pertenecen a sus propias vivencias, que las desentierra y es cuando se la relata a su nietecilla Anna…

Érase una vez una época donde no había casi nada, para hacer que la felicidad, supiera dulce en la casa de los llamados pobres. Todo obedecía a un sufrimiento soportable nada más, por la juventud de los protagonistas, la ilusión que le ponían a lo poco que tenían y las ganas juveniles de vivir sensaciones maravillosas.

No sé bien el mes que fue. Yo diría que principios del año mil novecientos sesenta y nueve, sobre primeros de abril, que es cuando celebramos en aquella época la Semana Santa.

Los padres de mis amigos. Los hermanos Dinarés, Nuria, Narciso, Esteban y Eulalia, se habían comprado una casa muy abandonada y para reformar en una localidad rural del interior de la Comunidad, muy próxima a la Terra Alta. Vivienda que irían arreglando, ya que Pepet, el padre de todos ellos era albañil y entendía de modificaciones, reformas y construcciones. Con lo que para celebrarlo y estar acompañados en aquel lugar lejano invitaron a parte de los amigos más cercanos. Los mismos chiquillos que vivíamos cerca de ellos y compartíamos secretos, juegos y afectos. 

¡Cómo no!... Por Dios. Fue una ilusión. Aceptar semejante aventura. Estar fuera de nuestra casa durante un fin de semana, sin los regaños de nuestros padres, sin la necesidad que nadie te exigiera hacer esto o aquello, y con la libertad de ser tu mismo y disfrutar de la lejanía de tu lugar habitual de concentración. A parte de toda la peña que íbamos a viajar en la furgoneta Ebro de Luis. Un pretendiente que tenía la jovencita y espigada Nuria. Hija primogénita, que tonteaba con el ya postulante panadero, y que siendo mayor que todos nosotros, era el dueño del vehículo que nos trasladaría al pueblo donde estaba la morada recién adquirida. 

Además de todos nosotros, también viajaría Rosa, la prima carnal de los hermanos Dinarés, que era una mocita espigada, rubia y muy vergonzosa. La serenidad de ella, era la que ponía la guinda, entre tantos niños salvajes. Así que en aquella Ebro F100, viajábamos Pepet y Nuria, los padres, Rosa la sobrina, y los cuatro niños de la familia. Luis, el conductor y amigo de todos los componentes del trayecto y el que suscribe. Fue un viaje que comenzó a media tarde y lo pasamos “pipa”. Excepto el timonel que conducía y la señora Nuria, la madre, iban sentados en la parte delantera. Todos los demás, íbamos en la parte trasera de la camioneta, casi amontonados, pero pasándolo en grande. Disfrutando del riesgo, de ser sorprendidos por la Guardia Civil, por aquello de viajar en un transporte que estaba destinado al reparto de pan. La algarabía que llevábamos en la trasera, la falta de un seguro de transporte adicional que cubriera aquel viaje para tanta gente y otras circunstancias que de jóvenes ni siquiera se aprecian y no se ponen en valor. 

Al entrar por las puertas de la localidad, tan solo se divisaban las pobres luces que a un lado y otro del puente romperían la penumbra, llegada la noche.

Se divisaba el río, y al mirar hacia el cielo, en lo más alto, se presentaba la imagen de un magnífico castillo medieval, medio derruido.

El sol había dejado de lucir, y ya era media tarde. Aún había suficiente irradiación diurna para disfrutar de la imagen de portada que mostraba la villa. Al ser jueves festivo, y día Santo, la gente se apelotonaba en la plaza mayor. Llenando la calle principal, que daba justo antes de llegar a la mencionada plaza del Ayuntamiento. Estaba el alguacil dirigiendo el tráfico en una población tan pequeña, que desbordada por los visitantes impedían la buena marcha de los coches que accedían al interior del casco antiguo.

Me impresionó todo el sabor medieval que desprendía aquella villa. Y al ser un pueblo tan pequeño, tuviera el criterio de la gran ciudad. No siendo habitual que en su calle principal, hubiera una persona del ayuntamiento dirigiendo el tráfico. La Ebro F100, aparcó donde pudo, ya que para acceder a la casa, teníamos que ascender por unas escaleras y recorrer cierto tramo. Aquel domicilio estaba en pie. Mostrando una antigüedad de pronóstico, con su puerta de acceso de una madera robusta y con ciertas rendijas por donde entraba, además de la luz, todo el frescor y relente del otoño.

La calleja angosta y medio solitaria, con las chimeneas de los hogares lindantes echando humo y percibiendo aquel olor tan energético y nutritivo por el olfato. Tres plantas habitables, todas ellas para remendar a conciencia. Vigas de madera que soportaban perfectamente el peso de aquella robusta mansión. Sin calefacción a tenor del fogón que en la cocina pronto fue cosechada de leños para dejar un calor soportable. Nos acomodamos de momento como pudimos. Saliendo a cenar a la calle, ya que recién llegados no había absolutamente nada para poder mitigar el apetito. No fue problema encontrar una cantina, para satisfacernos. En la calle plana, fuimos atendidos con unas lonchas de jamón prodigioso y unas hogazas de pan de tamaño superlativo, las que acompañadas de una gaseosa y al final un café con leche, nos desterraron el deseo hambriento que llevábamos. 

Frío a borbotones. Mucho y para la mayor parte de nosotros, desconocido. Volvimos a recorrer la calle y ascendimos por las escaleras hasta llegar a la casa. Helada, y casi petrificado el porche, por los rigores del hielo. Al penetrar desde la cocina, se notaba el calor que desprendían aquellos troncos que quemaban a placer y que nos percatamos que tan solo nos calentaban o te abrigaban la parte frontal del cuerpo. Quedando el resto desguarnecido si no llevabas una prenda que evitara el fresco. En el resto de la casa frío inhóspito. Nos sentamos alrededor del hogar y el señor Pepet y la señora Nuria, explicaban historias de su juventud, que de tan emocionantes, se nos escapó el tiempo y teníamos que ir a la cama, por las horas intempestivas que nos tocaron.  

Nuria la mamá, repartió las estancias y como no podía ser de otro modo las mujeres iban con las niñas y los caballeros reunidos y juntos también. 

Tocó dormir en un lugar que debía haber sido el trastero en su tiempo, con rendijas por todas partes y vías de aire por entre las paredes. Compartiendo el lugar con Luis y repartiéndome con él, todo el frío que hacía en aquella estancia.

Donde un catre de seis palmos, con un par de sábanas de cretona y una mantita diminuta de cáñamo, nos esperaba para pasar aquella gélida noche, con el cometido de abrigarnos a los dos.

En el aposento semi iluminado, un termómetro antiguo y preciso por su mecanismo artesanal, ubicado en un recodo, nos declaraba que no conciliaríamos el sueño. Marcando tan solo 6 grados y en descenso, lo que prometía ser una noche de estremecimientos y tiritones salvajes.

A medida que entraba la madrugada, el relente en aquella cámara fue descendiendo, hasta rozar los tres grados centígrados, igual que si estuviéramos dentro de un frigorífico de conservas.

Con una temperatura, seca, pálida y desmedida. Temblábamos como papelillos de caramelo. Los dientes nos repiqueteaban como martillos descorazonados. ¡Que frío!

Luis en la parte de la cama que le había tocado, estaba ido. Lucía un color azul pálido, alarmante y escrupuloso. Sin moverse parecía estar muerto. La postura que tomó fue la de una momia del antiguo Egipto, semejante a la de un congelado y difunto repugnante en la cima del Everest.

Lo zarandeé enérgicamente, con toda mi alma para despertarlo, y sin fuerza me miró hasta que reaccionó. Cuando vio que yo estaba congelado y me estaba vistiendo para volver a meterme en la cama, abrigo y guantes incluidos. Copió mis pasos, y reaccionó de forma inteligente. Soportando medio entumecidos en aquel tálamo inmoderado. Aguantamos hasta las ocho de la mañana, que apareció el padre de familia, el señor Pepet, con un termo de leche caliente con cacao, sabiendo que nos hallaría desmaquillados a punto de transformarnos en estatuas de sal. Nos encontró adheridos, vestidos como si estuviéramos cazando alondras. Con la gorra calada hasta las orejas, la bufanda tapándonos el cuello y la boca, cuales asaltadores bancarios y con las manos vestidas con los guantes, debajo de aquella manta que nos cubrió durante nuestra nocturnidad.


y colorín colorado, amarillo y merengado. Este relato del recuerdo que ya es un cuento, el que os he contado, al llegar a su final. ¡Se ha acabado!



autor: Emilio Moreno
noviembre 2024.
 

martes, 19 de noviembre de 2024

El sorteo.

 



 
Aquella familia recién llegada, paseaban por la plaza del pueblo. En la Villa se celebraban las Fiestas Patronales. Era la fiesta de agosto. La gran celebración de cada anualidad. Aquella gente, estaban recién llegados a la población. No conocían apenas a nadie. Excepto unos convecinos de la zona de donde ellos venían.
Los Mondego, habían comprado una casa arcaica del casco antiguo que necesitaba una reforma integral con urgencia. Ellos eran una gente muy abierta, dadas las circunstancias de la época, con sus reservas pero agradables con el prójimo y ocurrentes si llegaba el momento.

Tal y como mandaban los cánones de la educación y de la integración en lugares y con gentes no conocidas. Era integrarse cuanto antes en aquella sociedad, y así lo pretendían. Conseguir ese punto, lo antes posible y mantenerlo como ilusión desde ese momento. Intentando participar de todo lo que diera de sí, aquella metrópoli.

Su aspiración en la integración comentada era manifiesto. A pesar incluso de las reticencias que encontraban con los lugareños. Distancias evidentes que notaron al querer compartir de entrada momentos de vecindad. Aún y con todas las reservas comunicativas, que ofrecían algunas personas del pueblo, trataron de comprender, que a según que personas, les cuesta más que a otras abrirse con los recién llegados, o con lo que ellos denominaban, en algunos casos de forma despectiva, como forasteros. Notando que el poder departir con según que personajes del pueblo, les iba a ser costoso, o quizás imposible. Dado que notaron que era una comunidad muy cerrada, y con dificultades para aceptar a los que no conocían. Alejados de todos los resultados que ofrece la libertad bien entendida.

Allí de entrada, si no eras de la peña, si no te habías criado con ellos en la escuela, si no habías pasado todas las vacaciones de tu infancia en el pueblo. Lo tenías muy mal. A no ser que te llevaras amigos de tu punto de procedencia. Una lástima, que no pudieras disfrutar de las fiestas con los nacidos en la villa, que de haberse dado el caso. Ellos son los que te hacen disfrutar y pueden enseñarte todas las cosas buenas y divinas que tiene el lugar. No bastaba con ser amable y generoso. Nadie los conocía y por lo tanto los miraban como dicen en aquella zona: Al descuido y con cuidado.

Gracias a Dios, que aquellos nuevos residentes llegados a las fiestas, conocían a los González Tinturé. Una familia llegada años antes a la urbe, al haber heredado una vivienda de sus ancestros que gozaban y pasaban algunos períodos, usando aquella propiedad, como vivienda vacacional. Gente, que aún no habían conseguido congraciarse con nadie de la vecindad, ni de la villa, a pesar de visitar aquella zona, en los últimos diez años. Hacer gasto en restaurantes, bares y dispendios en las obras a las que tuvieron que enfrentarse para dejar su morada habitable, y en condiciones adecuadas.
Con los González, recorrieron los entoldados de fiestas y disfrutaron de las orquestas venidas con música preciosa, y de los menús ofrecidos por los albergues y tabernas. En todos aquellos días de paseos y festejos, pudieron mezclarse con nadie de la villa.
Recorrieron la fiesta sin poder compartir la ilusión o alegría de aquellas personas autóctonas, residentes en el lugar. Aquello era inaudito, y no se podía catalogar a aquellas personas, como la “alegría de la huerta”.

Pronto pudieron descubrir los Mondego, que les ocurriría como a la familia de conocidos que los acompañaron aquellos días.
Les costaría mucho relacionarse con aquellos habitantes, que siendo alguno de ellos, buena gente. También contaban como en todos los recovecos de la piel de toro, incluso en las familias. Con envidiosos, rencorosos y resentidos que no les agradaba, que gente de otros lugares comprara propiedades en el pueblo, y trajera costumbres extrañas con las que no estaban cómodos.
A la familia Mondego, les parecía un mal sueño, y que hubieran retrotraído en veinte años hacia atrás. Los jóvenes y las generaciones no admitían a nadie que fuese forastero. Era una especie de coto cerrado. Se reunían por peñas, según las quintas y las muchachas escogían de bien jovencitas, al chaval que sería su marido. Desde la pubertad, ya tenían atado al que sería su esposo, por ser las féminas las que seleccionaban.

Por lo que si alguno de ellos no tenía presencia, dote, o belleza quedaba excluido de ese festejo. Era normal, que hubiera tantos solteros y mujeres sin pareja en aquella villa, con edades diversas. Al no haber tenido oportunidad de festejar, ni de favorecer las normales relaciones que existen en cualquier sitio. Los muchachos entre levas de edad y por las quintas militares, se relacionaban más o menos bien en el casino, en sus asociaciones o peñas, dejando al margen lo que les provocaría el futuro. Siendo pocos los que no regresaban después de su servicio militar y buscaban futuro en otros lugares. Así aquella juventud iba cumpliendo edad, hasta que de buenas a primeras se encontraban en el casino solos, los varones.
Sin amparo, ni medida. Tomando cerveza y renegando de todas las bondades de una convivencia. Ellas, los domingos a misa de doce y el paseo por la rambla principal, mostrando el último vestido que les había cosido su abuela o su madre. Cuidando ancianos y amargadas por la poca gratitud que les había regalado la vida.
 
La familia Mondego, recién llegada hizo lo que pudo y fue acabando la reforma de su vivienda y se abrieron camino en la villa a comprar sus muebles y sus electrodomésticos en el mismísimo pueblo.
Dado que con las ventas, las ganancias, el negocio y la economía. ¡Nadie juega! Y aunque no te aceptaran. Aquellos mismos que te vendían la lavadora o el mueble del salón. Ni te aceptaban para charlar de banalidades, comentar como estaba el tiempo, o sentarse contigo en el Casino, y les costara darte los buenos días.
Sí que admitían. ¡Claro que lo admitían! Que les hicieras gasto en los comercios en la carnicería en la bodega y en las tiendas del territorio.

Aquella tarde los Mondego, paseaban por la plaza sumergidos en la vorágine de las fiestas y de la gente varia que había llegado, para disfrutar de la feria y de sus entoldados. Con los artistas y cantantes de las orquestas venidas. Sin imaginarlo ni por asomo. El alcalde se acercó a Tesifonte Mondego, padre de aquellos chiquillos que jugueteaban por las escalinatas, y le ofreció una ristra de boletos del sorteo que se iba a celebrar el día de la patrona.
Brindándole a comprar unas cuantas papeletas, del sorteo de la Vaquilla, que como cada año se rifaba una ternerilla o becerra. De unos 40 kilos y lo recaudado, iba a mitigar un tanto el gasto del monto, de las fiestas patronales.

 Hola, qué tal —dijo Bernús. El señor alcalde con una sonrisa abierta nada acostumbrada en él, mostrando un talón de cupones.
— Compra unas cuantas papeletas, para el sorteo de la vaquilla. Mostrando una ristra de cupones con el membrete del Consistorio. Tesifonte rio abiertamente por la situación y por la conveniencia del político. Y con la educación acostumbrada en aquel caballero, le dijo a Bernús.
— Para qué quiero yo alcalde, una vaca como la que sorteáis. Qué hago con ella, caso de ser premiado. El concejal en un extraordinario esfuerzo le dijo con talante gracioso.
 — Si te toca. Cuelgas la ternera, en el Arco del Triunfo. En tu ciudad, al regreso, o cuando llegues a tu casa, se la regalas a quien te parezca. A un vecino, o conocido. Verás como entonces, lo aceptan de buen grado y te sonríen.
El amigo Mondego, sacó un billete de dos mil pesetas, que agarró el alcalde, visto y no visto. Dándole todo el talonario de cupones de aquel sorteo y recordándole.
— No creo que nadie de los de aquí, haya invertido las dos mil pesetas en la compra de boletos. Igual tienes mala suerte y te toca la vaquilla, y tú verás que es lo que haces.
Las fiestas finalizaron y los números comprados de aquel sorteo pendían en casa de los Mondego, de una de las repisas del aparador de la sala del comedor hasta que pasados los días, el hijo menor preguntó a su papá.

 — ¿Quién habrá sido el premiado?... Preguntó el chiquitín. El padre le indicó que fuera a la plaza a enterarse del número que había sido premiado. Aquel mocito haciendo caso, apuntó el número y salió para la lonja del Ayuntamiento a comprobar qué guarismo fue premiado en el sorteo de la vaquilla del año 1994.
Al regresar a su casa con mucha alegría le dijo a su papá.
— Nos ha tocado la vaca. Papá somos los premiados… Ha salido uno de los tantos boletos que contiene nuestro talonario.
— Qué dices. Discrepó el padre. ¡Estás seguro criatura! Respondiendo el chaval alegremente, y saltando de puro gozo, al conocer que la vaca era suya. — Nos ha tocado la vaca papá. Mira el número. Ha sido el agraciado. Dijo el nene.
— Pues es cierto. Y ahora, que hacemos. Cómo la llevamos a casa. Menudo lío. Déjame pensar, que creo sea lo más apropiado regalarla.
— No padre. La vaca es nuestra. Nunca nos ha tocado una cosa igual. Dijo el chavea. Nos la quedamos y la criamos como podamos. Igual después nos da leche. El padre, reía al ver la cara de alegría que ponía su hijo, al saberse poseedor de una vaca de carne y hueso.
— Sabes que he considerado — dijo el papá.
— Que lo mejor será, regalar la ternerilla a alguien que la pueda criar y la aproveche como pueda. El niño puso una cara de circunstancias refunfuñona, comprendiendo a la vez, en que forma y modo se iban a llevar semejante vaca a la ciudad.

El cuñado que estaba en la conversación le dijo sin importarle lo que pensara.
— Vas a regalar la vaca a esta gente que no nos saluda y cuando te cruzas con ellos parece que te perdonen la vida.
— No pretenderás que la montemos en el Fiat Bravo, y la transportemos hasta casa. Lo mejor es ir a recogerla y regalarla, que tampoco será tarea fácil. Contando con la poca gracia que tienen algunos de los vecinos. Pensó en lo dicho y añadió
— Lo intentaremos porque no es viable hacer algo diferente.
Fueron a recoger el premio a la Secretaría del Ayuntamiento, y al entrar en la lonja el alguacil les estaba esperando, ya que la noticia le había llegado nada más ver al chiquillo mirar la lista de premiados, y les dijo.
— Casi pierden el premio. Cómo no salía el ganador, hemos retornado la vaquilla a Benifayó, que es de donde procedía.  Y ahora, no es nada fácil recuperarla. Han de comprenderlo. Les dijo muy serio el ministril. Sin dejar que respondieran los agraciados y concluyó.
— He hablado con el alcalde y me ha dicho que os entregue el valor del premio en metálico. Ya que volver a pedir la becerra, es meramente imposible.
Los Mondego, no abrieron la boca y recogieron el talón.
¡Muy agradecidos!


viernes, 15 de noviembre de 2024

Los bisabuelos del visitante.

 



 

En el día 5 de agosto del año de gracia de 1980, aquellos buscadores de historias familiares llegaron al pueblo de sus antepasados. El reloj marcaba sobre las dieciocho treinta de la tarde, y ahí comenzó la emoción de aquellos que querían saber algo más de sus bisabuelos. Unos ancestros de los que no tenían demasiada información. Quizás porque los acontecimientos no permitían presumir de aquella familia arcaica que pasaron sus vidas sin penurias y escasez, que otros menos favorecidos por lo particular y al cabo fueron más felices. No habían sido informados más que de sus nombres, y alguno de los pasajes más graciosos que ofrecían cierta alegría. Sin embargo, del mollar de las cuestiones ocultas, jamás abrieron la boca para comentar detalles. Ni para que sucesores posteriores conocieran realmente que cosas ocurrieron. Dejando sin intuición, sucesos que jamás tendrán luz, para que hijos, sobrinos, primos y demás, estén al corriente. Quedando completamente en secreto, al no estar al tanto de los detalles. Nunca les informaron de nada. Ni tan siquiera los sacaban a relucir o los recordaban. Ocultando asuntos escabrosos, que no interesaba salieran a la luz, ni tampoco airear. Quedando en el olvido.

 Ni más ni menos que pararon frente a la casa de la calle del Val donde se presentaron a la vecindad. Fue allí donde se dieron a conocer, y por aquel efecto de llamada salieron de sus casas, vecinos y conocidos, tras la emoción del momento. Corrió la voz, al instante.

Alguien. Unos desconocidos venían recabando información de personas, que hacía más de setenta años se marcharon de la villa. Aquella buena gente, llenó lo que ellos denominaban “la replaceta”. La plaza del Val.

La primera persona que conocieron y que a la vez ella recordaba al bisabuelo del visitante, era Rosario Norza, hija de Milagros y Esteban, el carnicero.

Al poco tiempo se presentó una señora mayor de ochenta años que se llamaba Pilar Tejero, la que se ilusionó al conocer que su amiga de la infancia Carmen Ruiz, se encontraba bien de salud y vivía en un distrito de Barcelona. Comentó que habían sido amigas en la infancia y que la recordaba perfectamente.

Ese día, ya caída la tarde los recién llegados, dieron un recorrido por el pueblo que presentaba en aquel verano del año ochenta, un estado francamente dejado y derruido.

En el paseo, fueron a la casa de Lázaro “El tripeta”, que entonces contaba con una edad respetable. Noventa y seis años. Pasearon por las calles de Embid, comentando y haciendo memoria del año 1918. Año de la Pandemia Española, que fue cuando falleció Doña Concha Puig, esposa del barbero y sanador. Hablando sobre algunos temas entre vecinos, y volviendo a rememorar aquellas fechas. Los ancianos discutían, unos tienen mejor memoria que otros y señalaban dónde estaba la barbería de donde salió el cadáver de la bisabuela Concha.

Estuvieron estancados cambiando impresiones, en la calle Nueva, que según algunos memoriones había vivido el matrimonio de Saturio y Concha, con sus tres hijas. Para después mudarse a vivir a la replaceta. También habían vivido cerca de la casa de Juana, <la peluquera>. Que fue amante del barbero y practicante de aquella villa y a la vez esposo de Doña Concha.

 Contaron de nuevo, la historia del romance entre el barbero y la peluquera, que por supuesto ya se había convertido en una leyenda. Relatos que en el pueblo, iban pasando de padres a hijos, y por lo visto a los descendientes de la tal Juana, no se les consideraba por ningún anciano y vecino del lugar, gente de bien.

Todos los allí reunidos, referían las buenas manos que tenía Saturio para su trabajo. Se le consideraba muy buen profesional, y toda la familia gozaba de un prestigio adquirido. Influencia que después se perdió un poco, al pasar aquellos acontecimientos de la muerte de la esposa, en condiciones especialmente raras y enigmáticas.

Dejar morir a Cuca, una mujer llena de vida. La esposa del practicante de la villa, que se entendió como una dejación por parte del sanitario, quizás embebido por la seducción del adulterio que tenía con Juana y que aprovechando la ferocidad de la pandemia del año dieciocho, hicieron creer que la muerte fue debida a las fiebres malignas de aquel virus.


 Baltasara pronto recordó con afecto a Carmen Ruiz, hija de Saturio y de la fallecida. Ahora la anciana Baltasara, afincada definitivamente en Embid, después de haber vivido muchos años entre Madrid y Barcelona, refería sus recuerdos. Mujer muy coqueta y cuidada, con su pelo teñido de caoba y sus manos de uñas esmeriladas, que agitaba de arriba abajo, con una gracia especial.

José el pastor, también se esforzaba, con mucho mérito, ya que ha perdido casi toda la memoria, y escuchaba muy atento, recordando que su mujer está muy enferma. Que se está muriendo. Pablo Norza también resonaba todos los detalles que contaban en la calle del Val. Ahora es propietario de la tasca del pueblo. Que es donde se reúnen todos los viejos para tomar sus cafecitos y cervezas. Hacer la partida y hablar de fútbol y de mujeres.

En el pueblo, comentaban muy apenados, que tan solo vive una moza y recodaban que por poco tiempo, porque se marcha a Zaragoza.  Seguramente en busca de marido.

Antonio García Lázaro cuenta como cosa graciosa, que cuando era chiquito las hermanas, hijas de Saturio y Cuca, lo llevaron donde tenía la barbería el practicante y le obligaron a colocar sus dedos en uno de los enchufes eléctricos de la barbería, y el calambrazo lo tiró al suelo. Antonio ha sido durante muchos años, el alcalde del pueblo.  Vive en la casa más antigua, la mejor de la villa y la más grande, conocida por la “Casa de los balcones”. Justo enfrente de donde murió aquella mujer prudente y hacendosa, llamada Concha.

El hijo de Silvestre Gasca y de María Lázaro y la tía de ambos, Doña Trinidad García Lázaro recuerda a la tal doña Cuca, diminutivo cariñoso que le otorgaron.

Manuela Hernández casada con Vicente Lázaro que es el hijo de la señora Cirila.

Apodado, “<El Jilón>” … familia que pasan grandes temporadas en Embid, en la casita familiar, rememoran momentos pasados con Cuca Puig, la valenciana venida desde Calahorra y esposa del pinchaculos, que tantos recuerdos atesoran.

A ellos les llaman los Jilones, y al parecer su tía paseaba todas las tardes con Cuca, dando grandes caminatas mientras las niñas jugaban en la replaceta. Los padres de esta mujer hija de Marcelino y de Blasa Gil, eran amigos del matrimonio Ruiz Puig.

Aquellos visitantes, revolucionaron el pueblo en las idas y venidas. Para el vecindario era una cosa muy nueva. Que gentes de la ciudad, se pertrecharan en sus calles, preguntando por una familia, que en sus días fue insigne, o por lo menos destacada.

 

Vivieron unas horas de emoción, al saber que el biznieto de Don Saturio Ruiz Martínez, y de Doña Concha Puig Martínez, estaba haciendo preguntas sobre la vida de sus antepasados.

Visitaron el cementerio queriendo ver las lápidas de Concha. Ya no estaban. En el año 1954, hicieron unas reformas en la necrópolis, según dijo el alguacil, produciéndose una reforma por ampliación, y todos los panteones fueron desapareciendo por traslado. Se dio un bando y facilitaron aviso a las familias para agrupar tumbas y poder trasladarlas a lugar conveniente.

Los sepulcros y panteones de los que no dieron señales ni reclamaron, fueron llevados a la huesera común del cementerio. Ahora es un rincón de paz, y está muy cuidado.

 

En el castillo, lugar que denominan los vecinos, es la llamada parte antigua de Embid, y a la vez la zona más alta. Solo vivían en aquella época, los descendientes de Juana la peluquera que son los únicos que no se aproximaron al acontecimiento. Ni se sintieron atraídos en saludar a los llegados.

Entonces no había en el pueblo, más de 150 habitantes, y subía todas las tardes el médico desde la población de Paracuellos de la Ribera.

No había escuelas, ni farmacia. Nada absolutamente. A los niños que son escasos, los viene a recoger un autobús. Los lleva a las escuelas para instruirlos y darles clase, en Sabiñán.

El enclave es bañado por el Jalón, con una vega muy fértil en un hondo, desde donde se divisa en relieve la montaña circundante, con el pico de la Cocha. La iglesia de San Miguel, está totalmente derruida. Otra capilla está, donde se ubicaba el cementerio antiguo junto al lavadero y el manantial.

 

Santos lázaro cuenta que siempre ha tenido muy presentes a toda la familia del practicante. Es un vejete muy simpático y goza de muy buena memoria. Contaba como si lo viviera en aquel momento, cuando Doña Cuca, pocos días antes de morir, le mandó traer de la vega, un manojo grande de pámpanos y en una sentada se los comió casi todos. La Doña era una mujer muy de vida, con un volumen considerable.

 

Santos, es hermano de Lorenzín el que cortejaba a la hija del practicante, la joven Carmen Ruiz Puig. Lorenzo fue capitán del Ejército de Tierra, y cuenta también que él hizo el servicio militar en Zaragoza, incluso les había visitado a veces cuando las tres hermanas ya residían en la capital de Aragón.

Como anécdota graciosa, cuenta que cuando la familia del barbero llegó a la población de Embid, su madre envió a todos los hermanos a cortarse el cabello a la barbería de Don Saturio con un real a cada uno de los hijos. Cuando estuvieron arreglados le preguntaron al barbero, cuanto costaba.

El sanador peluquero, les cobró por el arreglo de todos ellos, una perra gorda, y el cambio por supuesto no lo devolvieron a su madre y se compraron chucherías.

Cuando le contaron aquellas incidencias a Carmen Ruiz, de ochenta años, los ojos se le bañaron de lágrimas, por los recuerdos y certidumbres personales.

 

Han pasado desde aquellos días cuarenta y cuatro años, demasiado tiempo. Todo habrá sufrido un cambio para mejor, las calles, los servicios, los recodos. No se yo si la población habrá crecido en habitantes. Estamos en noviembre del 2024, todos los nombrados están en el cielo, viéndonos a nosotros como desdibujamos en según que circunstancias la realidad de las cosas. Que Dios los tenga en la gloria y que descansen en paz.

Lo merecen todos ellos.