Estaba cansado de tantas historias, muchas se las habían contado de joven, en la pubertad, y otras las fue sufriendo a lo largo de su recreo.
Charles era
un ejemplo de salud, jamás estaba enfermo y era fuerte como un roble.
Un día en
una de las revisiones rutinarias de la empresa, le encontraron una anomalía en
un análisis de sangre y la doctora para su tranquilidad, lo envió al hospital a
que le hicieran unas pruebas concluyentes para averiguar de qué le podía
sobrevenir aquella dificultad en su anatomía.
Charles
tenía una vida amplia, un trabajo estable y un empleo de los que hoy en día se
consideran prestigiosos. Le proporcionaba un buen sueldo con lo que no pasaba
ninguna clase de apuros. Vivía con la tercera mujer que enamoró. Una candidata
de una lista de pretendientas amplia, a la que sostenía.
Helen
Hemingway, la primera mujer que estuvo viviendo con él, su primer amor, lo
aguantó durante cinco años. Hasta que según Charles, encontró una anomalía en su
cuerpo y la dejó. Al engordar en sobre manera y mostrar un estómago más
prominente de lo que consideraba normal. Se le había acabado el cariño y la
despidió como lo haces al bajar de un taxi.
A la
segunda persona con la que vivió durante año y medio, Sandy Gleynor, cansada de
sus extravagancias y salidas de tono, se buscó un amigo cariñoso, y una noche
al regresar a su casa la encontró desnuda y en una posición delicada.
Descubriendo claramente su adulterio, con un compañero de la farmacia, donde
trabajaba y además era la propietaria. Sin romperse las vestiduras ninguno de los
dos, quedaron como amigos, separándose de inmediato.
Con Susan
Dogerthy, la tercera amante de su camada, hacía una vida fácil y le aportaba
todo aquello que él necesitaba entonces. Era una rubia estupenda, graciosa
simpática con estudios de arquitectura y además muy cariñosa. Amable, sincera y
sobre todo, buena cocinera. Con lo que él estaba más que encantado, ya que
además de darle gusto en la cama lo obtenía además en la mesa. Eran tal para
cual. Dos joyas sin pulir. Los dos pájaros de cuidado, sin apego por nada, sin
valores afectivos, sin principios.
En sus
conversaciones de pareja, comentaban y lo creían, que el amor era como una
epidemia, un contagio en consonancia circunstancial y con su periodo de
caducidad, que para nada podía ser duradero. Y cuando se acababa o se esfumaba por el tragaluz
de la atracción, lo mejor era, seccionar el hilo de unión. Dejar de verse y distanciarse
sin hacerse daño para poder ampliar sus días y comenzar una nueva historia.
Charles no
era un tipo cariñoso ni apegado a la familia. Sin embargo él siempre tenía
presente lo que en un momento de su infancia sus abuelos le habían inducido.
“Cuando nos
morimos y llegamos al Ultramundo, nos reencontramos con todas las personas con las
que hemos tenido trato”.
Con
aquellas gentes, familia, amigos, conocidos o quien fuere, con las que compartimos
vida, risas, o instantes. Unas con estupendo placer y lo contrario con algunas
otras. Gente con las que habíamos dejado pendientes algunas diferencias. Las
cuales allí, en las catacumbas del universo, debemos resolver directamente. Por
estar en el ocaso del paraíso y no quedar otra salida. Ya ni respiramos.
Aquel niño mal criado, no era ni fue jamás Feliz. Era un tipo que en su infancia lo había tenido todo. Al ser hijo único y estaba creído que la vida tenía que homenajearlo en cada instante.
Siempre tenía
presente unas manifestaciones que su abuelo paterno le había inculcado durante su
niñez, y no eran otras que ser más fuerte que tus oponentes, para resurgir de
entre los problemas y solucionarlos. Teniendo en cuenta que a tan solo uno de esos
entresijos, no podría darle solución, y ese mismo dilema, nos acarrea hacia el final.
Como a todos y en su momento.
Nos va
llegando la partida, en la que pensamos poco y a todos nos traslada al terreno
de los callados, o a las hogueras del crematorio. Recordaba sus palabras.
Se hace
invisible, y de una forma angelical, se hace palpable. Siempre estará presente,
y vivirá cuando menos en nuestros corazones y en tanto en cuanto, los que
estuvieron a su alrededor lo recuerden, vivirá. —recordó con nostalgia Charles.
El
encuentro de nuevo con aquellas personas que habían partido mucho antes que los
demás. Y que de haber temas pendientes se deberían subsanar allí en el limbo.
Ofensas,
agresiones, disputas, insultos, mentiras, atropellos, diferencias, con cada uno
de los ofendidos. Debían quedar zanjadas.
Así como
con los beneficiados, con los que mantuvieron concordia, se había congraciado teniendo
buenas relaciones, apegos, favores, socorros y mercedes inmateriales.
También tendrían
su historia más allá, de los paraísos.
— Charles
te quedan tres meses de vida. No hay solución posible, ni antídoto, que te
libre. Estás afectado por una enfermedad bastante desconocida, que no sabemos
de dónde viene, ni si es contagiosa. Dolencia que en el mundo quizás no haya
una docena de enfermos que la padezcan. La denominamos la enfermedad de la
Efusión indeleble. La que se te lleva y te vas de este mundo en el momento
menos oportuno, y en el instante que menos lo esperas. Igual estás riendo
cuando se acaban tus días, igual estás durmiendo cuando te vas, igual estás
trabajando cuando acabas, igual estás conduciendo cuando subes al cielo, igual,
igual, igual.
Acabó la
perorata de excusas la doctora de cabecera y al cabo de un inciso prosiguió.
— Por lo
que consideramos — adujo — que incluso hasta el nombre no es el adecuado.
Aquel día
del mes de febrero, llegó.
Charles, lo
abandonó todo. Dejó esta vida sin previo aviso. Sin condena, sin encanto, y sin
murmullo. Se alejó tal y como le pronosticó la licenciada.
Se marchó y
no tardó ni poco ni mucho en cruzar los niveles del paraíso. Los rebasó,
haciendo una escala mínima entre la estratosfera y los cinco mil hectopascales,
que es la distancia entre su espíritu y la tierra. Esperó hasta que Custodio
Angelical, le atendió, y sin más le preguntó.
— Tienes algo que alegar de tu vida terrena,
te arrepientes de alguna cosa o prefieres hacer contrición a solas, hasta que superes
la situación en la que te encuentras. De momento, el purgatorio, es el lugar
más apropiado para un estrato de humo, como eres. Irreconocible si te comparas
al físico que tenías. Ahora eres un sedimento inmaterial. Pronto alcanzarás, si
así lo decides, ver a los que vinieron antes que tú, y lograrás entenderte con
ellos, sin necesidad de verbo, de gestos, de emociones. Ve pensando en la
decisión que adoptarás una vez alcances la llamada <esponja celestial>
Aquel aliento, el que fuera en su día Charles, pululaba en un estado de inercia, levitando en su propio cerebro, que es lo que de momento le quedaba intacto. Al llegar a su equinoccio y dejar su equilux, que es su final de fase y la iniciación de la nueva etapa, ya había llegado a Nirvana, donde podía distinguir que no había dolor, ni sensación. Todo era un perfume irradiado desde la naturaleza errática. Intentando contactar con su ex vida, en la estratosfera celeste. Pudiendo notar a los grupos de personas que levitaban.
Reconoció a
la familia, padres, abuelos, tatarabuelos, y ancestros, que distinguidos
posaban frente al humo de naftalina del lugar.
Registró a otros
amigos, conocidos, otros compañeros del servicio militar, colegas de profesión.
Espíritus que habían fallecido antes que su propio cuerpo. Por lo que primero
quiso entender cómo funcionaba aquella comunidad. Era la hecatombe diluida en
flujos, los que yacían diluidos sin pretender entrar en la efervescencia de lo
que entendía como realidad.
Su propio padre
estaba en un estrato dentro de su lapso, tranquilo sin poder abrazarlo. Su madre
residía en otra estría, sosegada, acompañada de unas amigas, que fueron muy
allegadas en su juventud. Conjunto de efluvios, que fueron personas en su día.
Gente que le hacía la vida más feliz incluso disfrutaba de lo lindo con
conocidos que había departido, en sus días y que ahora volvía a tener contacto.
De una forma poco explicable, ya que todos estaban difuntos, y vegetaron entonces,
en algunas décadas hacia atrás. Fue tan inaudita aquella contribución que
prefirió quedarse al margen.
Charles, quedó
tranquilo observando desde su núcleo, la parte que más le interesaba, la familiar.
En principio se dio cuenta que su padre se juntaba con flujos insertados dentro
de aromas efímeros coloreados en azul, que en su día fueron las gentes, con las
que se relacionaba. Personas que de haber podido volver a vivir, no hubiera tenido
trato.
Al poder distinguir,
elegir y preferir, todas las opciones que se le presentaron en sus días verdes.
Con las consecuencias que hubieran tenido, si en lugar de escoger el camino que
llevaron, hubieran elegido otras posibilidades tan diferentes, que les hubiesen
dado otras vidas. Al escoger una vía o otra.
Notando que
su propio padre, se equivocó en la juventud. Observando que hubiera pasado si
en lugar de casarse con su madre, lo hubiera hecho con un amor que tenía
secreto y que jamás vio la luz. No se hubiera casado con su madre, ni hubiera
tenido el mismo hijo. Por lo que Charles no hubiera nacido.
A su
predecesor lo que realmente le hubiera gustado, es reemprender sus días, como aventurero.
Estar fuera de la urbe, viajar a zonas lejanas con peligro, participar en guerrillas
descomunales. Ser un hombre de mucha acción, y se vio obligado a ser un simple
obrero albañil. Un peón de la construcción de carreteras, monótono y aburrido
que gastó sus días detrás de su familia. De igual modo su madre de poder volver
a vivir sus días, no hubiera seguido la senda que le inculcaron sus viejos,
verse obligada a casarse con el hombre que no fue feliz. Exigida por la edad, y
la presión de su familia, en que se quedaría sola. Soltera y desgraciada.
No fueron dichosos
jamás. Haciendo de sus vivencias una travesía desgraciada de todos y cuantos años
estuvieron disimulando. Ella deseaba ser una bailarina. Corista musical, artista
dramática, sin estar debajo del yugo de sus padres ni aceptar la boda que le exigieron.
Teniendo que aceptar y agarrarse a una subsistencia miserable. Malcriar a su
niño y soportar todas aquellas penitencias.
Los abuelos
mismos, sus padres y antepasados, tampoco obedecían a lo que se conoce hoy como
felicidad. En cuanto a los amigos notó, un vacío tan sumamente grande, qué no
valía la pena proseguir aguantándoles, en aquella pululación etérea. Proseguir
con aquellas relaciones fuera de lo que era su antigua vida terrena.
Ahora
estaba en el limbo, en una nube de la cual, jamás volvería. En lo que llamaban paraíso.
Charles
prefirió quedarse en su celaje solo, y creyendo lo que siempre había escuchado
de sus ancestros.
“Cuando
mueres. ¡mueres!”
Te transformas
en carcoma, quedas en nada y la única cosa que puede hacerte perdurar. Es el
recuerdo de los que te desprecian, de los que te valoran y quieren.
Mientras
están en la tierra, porque cuando mueren y van a la estratosfera, te olvidan.
¿Quién recuerda al bisabuelo de su abuelo?
Todo tiene
su final. Nada, ni nadie dura para siempre, por lo que todo acaba con un sueño,
a veces bonito, y otras bastante negro.
autor: Emilio Moreno
poeta y novelista.
noviembre de 2024.
0 comentarios:
Publicar un comentario