miércoles, 27 de noviembre de 2024

Detrás del cielo.

 





Estaba cansado de tantas historias, muchas se las habían contado de joven, en la pubertad, y otras las fue sufriendo a lo largo de su recreo.

Charles era un ejemplo de salud, jamás estaba enfermo y era fuerte como un roble.

Un día en una de las revisiones rutinarias de la empresa, le encontraron una anomalía en un análisis de sangre y la doctora para su tranquilidad, lo envió al hospital a que le hicieran unas pruebas concluyentes para averiguar de qué le podía sobrevenir aquella dificultad en su anatomía.

Charles tenía una vida amplia, un trabajo estable y un empleo de los que hoy en día se consideran prestigiosos. Le proporcionaba un buen sueldo con lo que no pasaba ninguna clase de apuros. Vivía con la tercera mujer que enamoró. Una candidata de una lista de pretendientas amplia, a la que sostenía.

Helen Hemingway, la primera mujer que estuvo viviendo con él, su primer amor, lo aguantó durante cinco años. Hasta que según Charles, encontró una anomalía en su cuerpo y la dejó. Al engordar en sobre manera y mostrar un estómago más prominente de lo que consideraba normal. Se le había acabado el cariño y la despidió como lo haces al bajar de un taxi.

A la segunda persona con la que vivió durante año y medio, Sandy Gleynor, cansada de sus extravagancias y salidas de tono, se buscó un amigo cariñoso, y una noche al regresar a su casa la encontró desnuda y en una posición delicada. Descubriendo claramente su adulterio, con un compañero de la farmacia, donde trabajaba y además era la propietaria.  Sin romperse las vestiduras ninguno de los dos, quedaron como amigos, separándose de inmediato.

Con Susan Dogerthy, la tercera amante de su camada, hacía una vida fácil y le aportaba todo aquello que él necesitaba entonces. Era una rubia estupenda, graciosa simpática con estudios de arquitectura y además muy cariñosa. Amable, sincera y sobre todo, buena cocinera. Con lo que él estaba más que encantado, ya que además de darle gusto en la cama lo obtenía además en la mesa. Eran tal para cual. Dos joyas sin pulir. Los dos pájaros de cuidado, sin apego por nada, sin valores afectivos, sin principios.

En sus conversaciones de pareja, comentaban y lo creían, que el amor era como una epidemia, un contagio en consonancia circunstancial y con su periodo de caducidad, que para nada podía ser duradero.  Y cuando se acababa o se esfumaba por el tragaluz de la atracción, lo mejor era, seccionar el hilo de unión. Dejar de verse y distanciarse sin hacerse daño para poder ampliar sus días y comenzar una nueva historia.

Charles no era un tipo cariñoso ni apegado a la familia. Sin embargo él siempre tenía presente lo que en un momento de su infancia sus abuelos le habían inducido.

“Cuando nos morimos y llegamos al Ultramundo, nos reencontramos con todas las personas con las que hemos tenido trato”.

Con aquellas gentes, familia, amigos, conocidos o quien fuere, con las que compartimos vida, risas, o instantes. Unas con estupendo placer y lo contrario con algunas otras. Gente con las que habíamos dejado pendientes algunas diferencias. Las cuales allí, en las catacumbas del universo, debemos resolver directamente. Por estar en el ocaso del paraíso y no quedar otra salida. Ya ni respiramos.

Aquel niño mal criado, no era ni fue jamás Feliz. Era un tipo que en su infancia lo había tenido todo. Al ser hijo único y estaba creído que la vida tenía que homenajearlo en cada instante.

Siempre tenía presente unas manifestaciones que su abuelo paterno le había inculcado durante su niñez, y no eran otras que ser más fuerte que tus oponentes, para resurgir de entre los problemas y solucionarlos. Teniendo en cuenta que a tan solo uno de esos entresijos, no podría darle solución, y ese mismo dilema, nos acarrea hacia el final. Como a todos y en su momento.

Nos va llegando la partida, en la que pensamos poco y a todos nos traslada al terreno de los callados, o a las hogueras del crematorio. Recordaba sus palabras.

 — Cuando una persona muere. Sigue estando presente, sin ser vista. No nos abandona, aunque deje definitivamente de acompañarnos físicamente, para los que quedamos, pero nos escolta.

Se hace invisible, y de una forma angelical, se hace palpable. Siempre estará presente, y vivirá cuando menos en nuestros corazones y en tanto en cuanto, los que estuvieron a su alrededor lo recuerden, vivirá. —recordó con nostalgia Charles.

 Además de ese motivo, existía otro. Que nadie piensa, por no apesadumbrar a los vivos. Sobre el reencuentro. El destino final. Otro porqué. Que nos ha de llegar. Preguntas que evitamos, para no caer en alguna de las depresiones traídas por los miedos.

El encuentro de nuevo con aquellas personas que habían partido mucho antes que los demás. Y que de haber temas pendientes se deberían subsanar allí en el limbo.

Ofensas, agresiones, disputas, insultos, mentiras, atropellos, diferencias, con cada uno de los ofendidos. Debían quedar zanjadas.

Así como con los beneficiados, con los que mantuvieron concordia, se había congraciado teniendo buenas relaciones, apegos, favores, socorros y mercedes inmateriales.

También tendrían su historia más allá, de los paraísos.

 El resultado de aquel análisis que la doctora le había ordenado, llegó procedente del hospital, y fue concluyente. Sin paliativos.


— Charles te quedan tres meses de vida. No hay solución posible, ni antídoto, que te libre. Estás afectado por una enfermedad bastante desconocida, que no sabemos de dónde viene, ni si es contagiosa. Dolencia que en el mundo quizás no haya una docena de enfermos que la padezcan. La denominamos la enfermedad de la Efusión indeleble. La que se te lleva y te vas de este mundo en el momento menos oportuno, y en el instante que menos lo esperas. Igual estás riendo cuando se acaban tus días, igual estás durmiendo cuando te vas, igual estás trabajando cuando acabas, igual estás conduciendo cuando subes al cielo, igual, igual, igual.

Acabó la perorata de excusas la doctora de cabecera y al cabo de un inciso prosiguió.

 — La verdad es que no tenemos explicación— acabó emocionada la doctora, cuando le advirtió de su dolencia.

— Por lo que consideramos — adujo — que incluso hasta el nombre no es el adecuado.

 Charles salió de la consulta del hospital pensando en que todo aquello que había pronosticado la médico, era una patraña infundada. Que era un cuento y una paranoia. Se encontraba estupendamente. No le dolía nada. No consumía medicinas, hacía ejercicio, practicaba deporte de competición, mantenía unas relaciones vigorosas, y estaba en su mejor momento. Se sentía gracioso, y la gente le respetaba. Tanto es así que pasados cinco meses de la noticia recibida y seguía vistiéndose cada mañana, duchándose y generando conflictos. Acostándose por la noche con Susan y con otros ligues preciosos que le aportaban dicha, y encanto. Exprimiendo su vida normalizada sin el menor indicio de aquella Efusión Indeleble.

 

Aquel día del mes de febrero, llegó.

 

Charles, lo abandonó todo. Dejó esta vida sin previo aviso. Sin condena, sin encanto, y sin murmullo. Se alejó tal y como le pronosticó la licenciada.

Se marchó y no tardó ni poco ni mucho en cruzar los niveles del paraíso. Los rebasó, haciendo una escala mínima entre la estratosfera y los cinco mil hectopascales, que es la distancia entre su espíritu y la tierra. Esperó hasta que Custodio Angelical, le atendió, y sin más le preguntó.

 

 — Tienes algo que alegar de tu vida terrena, te arrepientes de alguna cosa o prefieres hacer contrición a solas, hasta que superes la situación en la que te encuentras. De momento, el purgatorio, es el lugar más apropiado para un estrato de humo, como eres. Irreconocible si te comparas al físico que tenías. Ahora eres un sedimento inmaterial. Pronto alcanzarás, si así lo decides, ver a los que vinieron antes que tú, y lograrás entenderte con ellos, sin necesidad de verbo, de gestos, de emociones. Ve pensando en la decisión que adoptarás una vez alcances la llamada <esponja celestial>

Aquel aliento, el que fuera en su día Charles, pululaba en un estado de inercia, levitando en su propio cerebro, que es lo que de momento le quedaba intacto. Al llegar a su equinoccio y dejar su equilux, que es su final de fase y la iniciación de la nueva etapa, ya había llegado a Nirvana, donde podía distinguir que no había dolor, ni sensación. Todo era un perfume irradiado desde la naturaleza errática. Intentando contactar con su ex vida, en la estratosfera celeste. Pudiendo notar a los grupos de personas que levitaban.

Reconoció a la familia, padres, abuelos, tatarabuelos, y ancestros, que distinguidos posaban frente al humo de naftalina del lugar.  

Registró a otros amigos, conocidos, otros compañeros del servicio militar, colegas de profesión. Espíritus que habían fallecido antes que su propio cuerpo. Por lo que primero quiso entender cómo funcionaba aquella comunidad. Era la hecatombe diluida en flujos, los que yacían diluidos sin pretender entrar en la efervescencia de lo que entendía como realidad.

 

Su propio padre estaba en un estrato dentro de su lapso, tranquilo sin poder abrazarlo. Su madre residía en otra estría, sosegada, acompañada de unas amigas, que fueron muy allegadas en su juventud. Conjunto de efluvios, que fueron personas en su día. Gente que le hacía la vida más feliz incluso disfrutaba de lo lindo con conocidos que había departido, en sus días y que ahora volvía a tener contacto. De una forma poco explicable, ya que todos estaban difuntos, y vegetaron entonces, en algunas décadas hacia atrás. Fue tan inaudita aquella contribución que prefirió quedarse al margen.

Charles, quedó tranquilo observando desde su núcleo, la parte que más le interesaba, la familiar. En principio se dio cuenta que su padre se juntaba con flujos insertados dentro de aromas efímeros coloreados en azul, que en su día fueron las gentes, con las que se relacionaba. Personas que de haber podido volver a vivir, no hubiera tenido trato.

Al poder distinguir, elegir y preferir, todas las opciones que se le presentaron en sus días verdes. Con las consecuencias que hubieran tenido, si en lugar de escoger el camino que llevaron, hubieran elegido otras posibilidades tan diferentes, que les hubiesen dado otras vidas. Al escoger una vía o otra.

Notando que su propio padre, se equivocó en la juventud. Observando que hubiera pasado si en lugar de casarse con su madre, lo hubiera hecho con un amor que tenía secreto y que jamás vio la luz. No se hubiera casado con su madre, ni hubiera tenido el mismo hijo. Por lo que Charles no hubiera nacido.

A su predecesor lo que realmente le hubiera gustado, es reemprender sus días, como aventurero. Estar fuera de la urbe, viajar a zonas lejanas con peligro, participar en guerrillas descomunales. Ser un hombre de mucha acción, y se vio obligado a ser un simple obrero albañil. Un peón de la construcción de carreteras, monótono y aburrido que gastó sus días detrás de su familia. De igual modo su madre de poder volver a vivir sus días, no hubiera seguido la senda que le inculcaron sus viejos, verse obligada a casarse con el hombre que no fue feliz. Exigida por la edad, y la presión de su familia, en que se quedaría sola. Soltera y desgraciada.

No fueron dichosos jamás. Haciendo de sus vivencias una travesía desgraciada de todos y cuantos años estuvieron disimulando. Ella deseaba ser una bailarina. Corista musical, artista dramática, sin estar debajo del yugo de sus padres ni aceptar la boda que le exigieron. Teniendo que aceptar y agarrarse a una subsistencia miserable. Malcriar a su niño y soportar todas aquellas penitencias.

Los abuelos mismos, sus padres y antepasados, tampoco obedecían a lo que se conoce hoy como felicidad. En cuanto a los amigos notó, un vacío tan sumamente grande, qué no valía la pena proseguir aguantándoles, en aquella pululación etérea. Proseguir con aquellas relaciones fuera de lo que era su antigua vida terrena.

 

Ahora estaba en el limbo, en una nube de la cual, jamás volvería. En lo que llamaban paraíso.

Charles prefirió quedarse en su celaje solo, y creyendo lo que siempre había escuchado de sus ancestros.

 

“Cuando mueres. ¡mueres!”

 

Te transformas en carcoma, quedas en nada y la única cosa que puede hacerte perdurar. Es el recuerdo de los que te desprecian, de los que te valoran y quieren.

Mientras están en la tierra, porque cuando mueren y van a la estratosfera, te olvidan. ¿Quién recuerda al bisabuelo de su abuelo?

Todo tiene su final. Nada, ni nadie dura para siempre, por lo que todo acaba con un sueño, a veces bonito, y otras bastante negro.



autor: Emilio Moreno
poeta y novelista.
noviembre de 2024.
 

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