para
entrar en la antesala del límpido y amplio quirófano.
Vienen a tu
mente todos los instantes anteriores que recordarás a lo largo de la espera
larga a que te someten las enfermeras.
—Entre en
el reservado y desnúdese completamente—dijo la señorita de la bata blanca y con
sus gestos indicó el lugar. —deje en esta bolsa los zapatos y las gafas las
coloca en la estantería junto a lo demás. Desvístase por completo y póngase
esta blusa, el gorro de plástico y los zuecos de nylon, y avise entonces, que
le atenderemos.
Obedeces y
poco a poco te vas desnudando, quedándote más indefenso que las plumas que
arrastran los vientos del norte, y una vez acabas. Guardas la precaución,
procuras estar al tanto de todo lo que te rodea, sin llegar a comprenderlo de
entrada, por aquellos nervios que aunque no quieras te abochornan. Te miras en
el espejo del reservado y notas que no somos nada. No somos nada y menos sin
calzoncillos, disfrazado con el gorrito verde, una bata atada a la espalda y
los zuecos que evitan que tus pies toquen el suelo de aquel pasillo.
Pretendes
estar diáfano, y llegas a creer que no tienes miedo. ¡Estás aterrado!
No sabes
que pasará. Piensas que es un riesgo entrar en el sótano del cloroformo. Desprovisto,
y escaso. Tan agudo y penetrante que no te inspira seguridad puedas volver a
vestirte con tus propias manos.
Coincide mi
recelo, muy sesudo, o por lo menos así lo creo. Estoy escaso de ideas y de decisiones
y sigo sintiéndome tan huérfano y tan irreal que ni me siento al palparme, por
el terror y caos al penetrar en aquella sala de espera, donde me colocan en la
muñeca una etiqueta, larga y engomada que colocan alrededor de mi mano, como marcándome
sin fuego, pero estampándome identificación como si fuese el próximo espécimen que
han de degollar.
Me llevan y
me estiran en una camilla procurando me sienta cómodo y al punto me enganchan la
muñeca izquierda y me buscan lo que ellos llaman una vía.
—Voy a
pincharte y verás como ni lo sientes. Dijo una becaria que hace una carnicería
en mi brazo, sin conseguir hallar la vena. Al no conseguirlo llama a la enfermera
jefe y le da instrucciones para la próxima vez, no llague tanto al paciente.
—¡Ya está.
Ahora tranquilo— dijo la entendida. Vendremos a ponerte unas gotas antes de
entrar con el anestesista.
Vuelvo a
quedarme con mis pensares y reservas, pero dejas que todo fluya, ya nada está
en tu mano, ni tan siquiera el volver a levantarte de la camilla, sin que te
den el permiso para hacerlo. Ves pasar urgencias por tus lados y piensas, que
esos pobres están peor que tú, pero tampoco te importa.
Los empleados
enfermeros, van comentando detalles de sus días y explican sus cosas, como lo
hacemos todos cuando defendemos un trabajo. Han pasado mas de cuarenta minutos
y el camillero notas que te arrastra por el pasillo, deteniéndose antes de
acceder al lugar del médico anestesista, y pregunta. — Estás tranquilo.
—Si lo
estoy. Eso creo. No puedo estar de otro modo, ni siento frío ni hambre, ni me
preguntes más que no se ni explicarme.
El auxiliar
se calla y al poco empuja la camilla y quedas a merced de otro licenciado que
te pregunta, por tu nombre, y de donde eres, para cortar el hielo. Es el lugar
donde te colocan y te dejan medio lelo. Dormido como si fueras un demente,
antes de entrar al quirófano donde extirpan y cortan sin engrudo.
—Cuanto
hace que no comes. Imagino que habrás cumplido con lo que te dijeron, llevar
más de seis horas sin ingerir ni mijita… ¿Verdad? Escruta sin dejar de hacer
sus cosillas sin que tu las veas, porque te ponen una especie de gasa encima de
los ojos.
—Llevo sin
comer desde esta mañana a las diez, no he bebido ni tan siquiera agua. Nada, a
la espera de este instante. Ya no obtengo respuesta, o por lo menos no la
escucho.
Dudo por lo
desconocido del lugar, y lo noto muy tenue. Imagino que por los efectos de esa inyección
disimulada que me han colocado para sedarme de forma anónima.
Veo todos
los conceptos y aspectos que pueden llegar a ser negros. No queriéndonos
enterar de que todo puede pasar cuando estás encima de una mesa de cirugía. Notas
la carencia de tus máximos y añoras aquellos mínimos, que hasta hace menos de
una hora estaban muy próximos.
No he
notado el rígido bisturí que abre. Ungiéndonos con sangre que debe recorrer la
piel, bajo aquel cloroformo tan ázimo
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