viernes, 8 de noviembre de 2024

Anestésico que atonta

 





 


Que sensación estar allí aguardando, cuando llaman por aquel altavoz, que te vayas preparando

para entrar en la antesala del límpido y amplio quirófano.

Vienen a tu mente todos los instantes anteriores que recordarás a lo largo de la espera larga a que te someten las enfermeras.

 

—Entre en el reservado y desnúdese completamente—dijo la señorita de la bata blanca y con sus gestos indicó el lugar. —deje en esta bolsa los zapatos y las gafas las coloca en la estantería junto a lo demás. Desvístase por completo y póngase esta blusa, el gorro de plástico y los zuecos de nylon, y avise entonces, que le atenderemos.

 

Obedeces y poco a poco te vas desnudando, quedándote más indefenso que las plumas que arrastran los vientos del norte, y una vez acabas. Guardas la precaución, procuras estar al tanto de todo lo que te rodea, sin llegar a comprenderlo de entrada, por aquellos nervios que aunque no quieras te abochornan. Te miras en el espejo del reservado y notas que no somos nada. No somos nada y menos sin calzoncillos, disfrazado con el gorrito verde, una bata atada a la espalda y los zuecos que evitan que tus pies toquen el suelo de aquel pasillo.

 

Pretendes estar diáfano, y llegas a creer que no tienes miedo. ¡Estás aterrado!

No sabes que pasará. Piensas que es un riesgo entrar en el sótano del cloroformo. Desprovisto, y escaso. Tan agudo y penetrante que no te inspira seguridad puedas volver a vestirte con tus propias manos.

Coincide mi recelo, muy sesudo, o por lo menos así lo creo. Estoy escaso de ideas y de decisiones y sigo sintiéndome tan huérfano y tan irreal que ni me siento al palparme, por el terror y caos al penetrar en aquella sala de espera, donde me colocan en la muñeca una etiqueta, larga y engomada que colocan alrededor de mi mano, como marcándome sin fuego, pero estampándome identificación como si fuese el próximo espécimen que han de degollar.

 

Me llevan y me estiran en una camilla procurando me sienta cómodo y al punto me enganchan la muñeca izquierda y me buscan lo que ellos llaman una vía.

—Voy a pincharte y verás como ni lo sientes. Dijo una becaria que hace una carnicería en mi brazo, sin conseguir hallar la vena. Al no conseguirlo llama a la enfermera jefe y le da instrucciones para la próxima vez, no llague tanto al paciente.

—¡Ya está. Ahora tranquilo— dijo la entendida. Vendremos a ponerte unas gotas antes de entrar con el anestesista.

Vuelvo a quedarme con mis pensares y reservas, pero dejas que todo fluya, ya nada está en tu mano, ni tan siquiera el volver a levantarte de la camilla, sin que te den el permiso para hacerlo. Ves pasar urgencias por tus lados y piensas, que esos pobres están peor que tú, pero tampoco te importa.

Los empleados enfermeros, van comentando detalles de sus días y explican sus cosas, como lo hacemos todos cuando defendemos un trabajo. Han pasado mas de cuarenta minutos y el camillero notas que te arrastra por el pasillo, deteniéndose antes de acceder al lugar del médico anestesista, y pregunta. — Estás tranquilo.

—Si lo estoy. Eso creo. No puedo estar de otro modo, ni siento frío ni hambre, ni me preguntes más que no se ni explicarme.

El auxiliar se calla y al poco empuja la camilla y quedas a merced de otro licenciado que te pregunta, por tu nombre, y de donde eres, para cortar el hielo. Es el lugar donde te colocan y te dejan medio lelo. Dormido como si fueras un demente, antes de entrar al quirófano donde extirpan y cortan sin engrudo.

—Cuanto hace que no comes. Imagino que habrás cumplido con lo que te dijeron, llevar más de seis horas sin ingerir ni mijita… ¿Verdad? Escruta sin dejar de hacer sus cosillas sin que tu las veas, porque te ponen una especie de gasa encima de los ojos.

—Llevo sin comer desde esta mañana a las diez, no he bebido ni tan siquiera agua. Nada, a la espera de este instante. Ya no obtengo respuesta, o por lo menos no la escucho.

Dudo por lo desconocido del lugar, y lo noto muy tenue. Imagino que por los efectos de esa inyección disimulada que me han colocado para sedarme de forma anónima.

 

Veo todos los conceptos y aspectos que pueden llegar a ser negros. No queriéndonos enterar de que todo puede pasar cuando estás encima de una mesa de cirugía. Notas la carencia de tus máximos y añoras aquellos mínimos, que hasta hace menos de una hora estaban muy próximos.

No he notado el rígido bisturí que abre. Ungiéndonos con sangre que debe recorrer la piel, bajo aquel cloroformo tan ázimo

 







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