Le decía aquella niña de trece años a su padre, queriendo ajustar las deudas pendientes entre ellos, que la atendiera aprovechando aquel desayuno dominical en la terraza de su apartamento, y si podían, dejar zanjado cuanto antes aquel dilema, sufragando las cuentas pendientes.
Edgardo,
el padre de la muchacha, entendiendo aquella causa, prefirió que Marilén explicara
y les informase de aquellos débitos que decía tener aplazados, una vez
estuvieran todos reunidos y llegara Mariaté.
La mamá
de la chiquilla, que seguía trajinando lo necesario desde la cocina a la
terraza, para nutrirse aquella mañana de primavera, no escuchó las palabras que
pronunció su primogénita, ni se imaginaba lo que seguiría.
Una
vez que todo estuvo dispuesto, se agregaron además en aquel tentempié, los
abuelos de Marilén, que habían sido invitados a degustar aquellas tostadas de
pan con aceite y sal, acompañadas de un buen café con leche, que les serviría
para iniciar aquella jornada de una forma eficaz.
Al
poco, estuvieron todos saludados y cumplidos, alrededor de la mesa, degustando
aquellos bocados. Momento en que Edgardo, hizo una pausa en la conversación para
que Marilén, expusiera algo que le urgía, y así dejar concluidas sus
arrogancias.
Por lo
que tomó la palabra y dijo solemnemente.
-- Vamos
a atender a Marilén, que nos ha de informar de algunos pendientes a tener en
cuenta. Por favor. -- Comentó dirigiéndose a ella.
- Ahora
que estamos reunidos, puedes informarnos de eso que tanto te preocupa y que
quieres corregir.
La muchacha,
sin alterarse y dando un repaso a todos los que allí estaban, adujo que ya no
podía esperar más a que le fueran abonados de una forma efectiva, todos los
esfuerzos que ella hacía para cada uno de ellos, y sacando de su bolsillo una
lista de contenido leyó.
-- A
mamá, por ayudarle a hacer las camas y quitar el polvo de los muebles durante
el mes, debe abonarme diez euros. Por ir cada día a comprar el pan y la leche a
la tienda, cinco euros. Por ser educada con los vecinos y amigos y ser ordenada
en mi comportamiento otros cuatro euros.
-- A
papá, por recordarle que su programa favorito de deporte comienza y dejar sus
babuchas a los pies de la butaca, tres euros. Por recogerle el periódico
deportivo del quiosco cada día y dejarlo sobre la mesa de su estudio, otros
cinco euros.
El cargo
que podría pasarle a los abuelos, se los enviaré por un correo electrónico, que
les será más fácil de entender, cuando lo relean tres o cuatro veces. Ya que
son mayores y lo mismo no comprenden demasiado bien, cómo funciona la
modernidad.
En
total mamá ha de darme 19 pelucos y papá 8, total, veintisiete euracos.
Una vez
finalizó aquella reclamación Edgardo el papá invitó a Mariaté, a que le
respondiera a la señorita, en su requerimiento.
María
Teresa. Antes de responder, acabó de tragar el bocado que masticaba, y sorbió un
traguito del delicioso café con leche humeante que esperaba ser consumido,
mientras los abuelos entendían poco de aquella fórmula matemática de la nieta.
Se limpió
los labios delicadamente con una servilleta de papel y procedió a la réplica.
Con tristeza
comenzó diciendo.
--Has
de eximir nuestro olvido el que a cambio recibirás con atrasos.
Por educarte
y corregirte los deberes del colegio y enseñarte a hacer las camas. Vestirte
con ropa limpia y nueva.
Por permitir
esos instantes de grosería sean olvidados. Procurar que seas una deportista juiciosa.
Visitar al doctor cuando es preciso, llevarte al dentista a que tu sonrisa sea
preciosa. Mitigar todos los errores que cometes por inexperiencia y por tantas
cosas que no voy a echarte en cara, porque aún eres una niña, y sabes muy bien
que todos te queremos.
Me has
de abonar cuando te venga bien y sin prisas, la cantidad de cero euracos
¡O sea
nada!
Que incluso
estoy dispuesta a perdonar tu lapsus, si comprendes lo que acabas de oír y nos
dispensas por todos los esfuerzos que hacemos para que llegues a ser buena
persona. Y el día de mañana seas tú la deudora con tus hijos y sepas quererlos
más de lo que nosotros te queremos a ti.
Mariaté,
volvió a sorber de la taza de café un nuevo traguito, y todos siguieron
desayunando como si no hubiese pasado nada.
Los
ojos de Marilén, se humedecieron tanto que no pudo más que abrazar a cada uno
de los allí presentes, sin decir ni media palabra.
cuento para una niña
Emilio Moreno 15-1-2024
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