Entró en la farmacia con idea de pesarse.
Se notaba más gruesa y molesta
que un par de semanas atrás. Achacable a la solemnidad de las navidades y
haberlas disfrutado sin mesura a tope con amigos, amigachos, coleguitas y
familiares. Pasándose diez pueblos en asuntos inmateriales todos inconfesables.
Una vez estuvo frente a la romana
eléctrica, se despojó de la gabardina mostrando un cuerpo femíneo de hembra
presumida mientras el objetivo de la cámara de seguridad del establecimiento
medicinal la enfocaba.
Bajo la prenda de abrigo, nada
más que piel. Lo demás, tan solo chicha.
Vestía un mini atuendo de
dos piezas, en color carne que se confundía con su tono bronceado. El paño
superior ostentaba un par de cazoletas duras a modo de sostencillos de algodón
forrado de franela, que sujetaban dos senos destacados.
En el borde inferior de las
caderas menos ropaje. Tan solo lucía un escueto taparrabos, sujeto a la cintura
por un lazo anudado sobre el muslo izquierdo propio del modelo y marca del
tanga de diseño. Pretendiendo disimular aquello que se escondía.
Al ir a descalzarse de unos
borceguíes mínimos en color negro, con quince centímetros de tacón, acudió el
farmacéutico para evitar que la dama se cayera entre tantas medicinas, apósitos,
compresas, lociones y tiritas de vendaje. Ofreciéndose muy gentil en ayuda de
la clienta fortuita, habiendo dejado con la palabra en la boca a doña Asunción;
una enferma crónica octogenaria parroquiana de aquella apoteca.
–Perdone usted señora. –
dijo el empleado presentándose.
– Gregorio Formal, para
servirla. Permita que le ayude y asesore en lo que usted pretende conseguir.
La morena ya descalza y sin
vestir, a punto de subir a la plataforma de pesaje le respondió con mucha
gracia.
–Muy atento es usted don
Gregorio, y veremos si es tan formal como su apellido.
Ya que se brinda permítame
abusar de su amabilidad y preguntarle si cree usted que debiera quitarme mas
ropa para que el peso fuese más aproximado.
El licenciado muy sereno y
sin quitar los ojos de aquel recipiente físico dotado de hermosura respondió de
forma doctoral.
–Mujer; usted verá. Deje
que le revele un detalle. Cuando un neófito se enfrenta a ingenios super
científicos y perfectos, no imagina la gama de propiedades que le puede
suministrar.
Puede conocer su peso sin
quitarse prenda alguna que lleve puesta, por mínima que sea,
– Esta artificial balanza
puede ofrecerle el dato más insospechado y secreto que suponga.
Le cuento. y prosiguió con su monólogo.
Mientras la mujer que sin
taparse permanecía inerte, oyendo al señor Formal, y sin subir a la tarima, se
gustaba al verse en el espejo mural que estaba detrás del practicante.
Siendo observada desde la distancia por doña Asunción, que aún esperaba a don Gregorio, le expidiera el antitusígeno que le había recetado su doctor de cabecera.
Este invento medicinal, –
apostaba Goyo sin dejar de escudriñarla, – Le ofrecerá a cambio de una moneda
de veinte céntimos de euro, su altura y peso. Presión sanguínea, la velocidad
de sedimentación de su sangre, la grasa acumulada en el hígado. Además del estado
del conducto de sus arterias y otras venas secundarias. La glucosa pasiva, comprobando
su diabetes y colesterol. La cera de sus oídos. El prolapso de su cérvix, y el
contenido del duodeno.
Lo ingerido en las últimas
24 horas con el historial y si es de su interés, la reseña del último mes.
El arqueo de su espalda y
la presión del lumbago hacia sus vértebras. Analizando la artritis pausada que
pudiera aparecer sin haberse destacado de momento.
La cantidad de mililitros
de orina que haya miccionado en el último día, y la sensación corporal general,
incidiendo en su estado de ánimo.
Sopesando la depresión
personal acumulada. Sin dejar de lado la multi fase anatómica pasional. Con
quien y a que hora mantuvo el último trance conyugal.
Reflejando el grupo
sanguíneo de la persona relacionada con el brete sexual.
Aquella señora, concentrada
en las manifestaciones del licenciado, quiso saber hasta dónde podía llegar
aquel invento chivato y el boticario añadió algunos detalles que fueron
poniendo el fin al interés de la clienta.
Proponiendo con un mohín
aquella dama, un alto para frenar la exposición recibida y muy comprensiva y sutil,
dejar el tema por no estar interesada. Avisando al instruido Gregorio Formal,
que no pasaría por ese monstruo irreflexivo que era capaz de descubrir todas
las barbaridades ilícitas que había disfrutado durante su existencia.
Creyendo, que era una práctica
que estaba fuera de la ley al exponer las tropelías en secuencia para
conocimiento del ajeno. Descubriendo reseñas que están protegidos por la ley de
Protección de Datos, como son descubrir la cantidad de cerveza, cubatas y
bebidas espirituosas ingeridas, relaciones extra conyugales y otros menesteres
secretos de cada cual.
Dejando zanjado el asunto
con prontitud, y con un gesto de hartazgo desdobló el tabardo para abrigarse,
coqueteando con su imagen sexi, y recolocándose la tirilla del tanga para que
le enfundase el canal de su trasero.
Saliendo de la farmacia después
de despedirse cordialmente del empleado sin gastar los veinte céntimos y diciendo
entre dientes.
<<Ahora le voy a dar
explicaciones a este Goyo Formal, de las informalidades que cometo a cada
instante y encima pagar por los detalles>>
Se convenció que le valía
la pena de ir a la báscula del súper mercado, cuando quisiera saber si había
engordado.
De vuelta Gregorio, reanudó
el esmero a doña Asunción, que había observado todo el enclave realizado por el
farmacólogo y ésta, se atrevió a preguntar mientras le acercaban el jarabe
recetado.
– Hijo mío si es verdad
todo lo que le acabas de contar a esa señora, creo que vale la pena subirse a
la balanza y dejar de ir al médico.
Es mucho más directo y puede
evitar errores, ingerir pastillas que nos hartan y no curan.
Así y sin desvestirme, por
veinte céntimos voy a subir al invento, porque fui a mi medico por picores y hemorroides
y veo que me ha recetado un arrope contra la tos para lavarme el culo y con
ello erradicar las almorranas.
- Emilio Moreno
- 24 de enero del año 2024
- 134 años que nació mi abuelo materno.
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