Angelita Camino, era una niña a la que sus papás le compraron
unas botas para transitar de forma placentera y confortable. Evitando al
llover, mojarse los pies en los charcos, esguinces de tobillos y resfriados inoportunos. La abrigara de los fríos invernales y duricias o juanetes en sus extremos inferiores, corrigiendo a su vez su forma de caminar. En el instante de su
compra, y siendo atendidos en la mitológica zapatería de la calle del Buen
Suceso. En el tenderete de “madame” Brígida;
la misma que regentaba el bazar denominado: “No es una ilusión” Famoso en el pueblo por los avatares que se daban y que eran
difíciles de creer. Aquella niña notó
cierto repelús y espejismo, estando en el interior de aquella botica, quizás el ángel de la guarda velaba por
ella.
Darle ese nombre al comercio siempre fue un acierto, con un recado y mensaje claro que, significaba: que se “trataba de un sueño”. Antaño, en aquel lugar se habían sucedido una serie de enigmas
que nadie supo descifrar, quedando en el olvido.
Tras elegir y preferir, aquella peque; de entre mil pares de
modelos y gustos. Se decidió por las más agrestes y menos atrayentes. Un
calzado que combinaba con cualquier tipo de vestidos y épocas.
Angelita, se las había calzado sigilosa, sin ayuda de su mamá. Tan segura estaba de querer aquellas botas que
ni siquiera intervino la “madame” Brígida
que normalmente siempre estaba al “loro”, evitando así se manchara el calzado a
la hora de la probatura.
Las acordonó sutil a sus tobillos y como si flotara comenzó recorriendo
el felpudo sensible de ensayos, que yacía inerte y extenso en el pasillo. Notando
una fuerza inusitada en sus piernas. Eligiendo aquellas botas de entre todas,
sin fijarse ni decidirse por las últimas novedades
más atractivas y actuales.
Cuando las calzó, sus pies tomaron una apariencia invisible, notando
una natural presteza y vigor, al no ser nada artificiales. Percibió el mucho ánimo
y beneficio en todo su sostén, favoreciendo su equilibrio en modo superlativo,
y sin duda notar de forma candorosa, una pluralidad de bienestar jamás antes
gustado.
Apenas tenía que hacer esfuerzos para caminar, como si la
protección del calzado le incitara a seguir, con una enjundia extraordinaria y
una entereza misteriosa.
Pronto supo la niña cuales serían sus babuchas, y Gelita, que
así era conocida en el barrio por sus amigos y colegas, les dijo a sus papás, que
se había prendado de las botitas de cuero recio. Mucho antes de escuchar una
voz tétrica y misteriosa, que le susurraba en los oídos de forma invariable: __
¡Quédatelas! Son mágicas, y tienen poderes
fantásticos. No dejes de calzarlas. Aquel que las lleve, circulará con rumbos distinguidos.
Aquellas botas SATO, que así era como las denominaba el fabricante, y venía
litografiado en la propia caja del embalaje, parecían tener vida, con sus
copos de nieve y penachos de hielo, grabados en su etiqueta. Hicieron mella en la mocita.
Allí mismo, en la propia tienda, la criatura se enfundó los
nuevos borceguíes y cuando sus padres acabaron de gestionar la compra. Había colocado sus antiguas sandalias en una
bolsa, saliendo del bazar muy contenta,
con sus radiantes SATO, de
la mano de su mamá.
Tanto en las calles empinadas, como en
las que tenían un cierto declive, las SATO, protegían a la buena de Ángela, y jamás se cansaba de corretear,
notando un alivio en sus piernas, porque aquel calzado hacía que la sangre de
las extremidades fluyera más liviana por las venas y arterias, renovándole todo su empuje emocional.
Vagaba durante todo el día, y no parecía que se extinguiera toda
su vitalidad jugando. Llegada la noche apenas percibía la sensación de
agotamiento, y al descalzarse las dejaba orientadas al norte. Equidistantes a
la puerta de acceso de su habitación.
Jamás se ensuciaban, siempre estaban lustrosas; a poco que la
niña le frotara un paño; les sacaba un esplendor como si estuviesen recién adquiridas.
A medida que Ángela iba creciendo las SATO, recónditas, iban modificando la talla automáticamente,
adaptándose a la crecida
de sus pies y con su medida justa. Notaba
tanta fuerza y tanta vitalidad, cuando ajustaba aquel par de milagrosas andarinas,
que no tuvo jamás la intención de deshacerse de ellas.
Nadie comprendía que aquellos zapatitos mantuvieran su lustre y
su notable fulgor, el lujo que ofrecían al caminar y la novedad agradable de comodidad
al presumir de ellos en todos sus paseos. Siempre parecían recién estrenadas. Brillando como luceros.
El tiempo iba pasando y la joven cumplía entonces quince años.
Por motivos de la moda, el ir creciendo y ser ya una señorita, modificaba un tanto su elegancia, su relación de amistad con las compañeras de otros lugares y ser
algo más presumida, hizo que Angelita mudara de costumbres y de formas de vestir.
Con lo que de una forma evidente cambió aquellas SATO, por escarpines de talón medio, y alto, con
la posibilidad de ir estrenando con mucha frecuencia diferentes tendencias, que
entonces estaban en revistas de culto al cuerpo. Siendo
del todo actuales. Tacones altísimos, en colores variopintos, chancletas de
diseño con medio pie al aire y con suela de caucho para generar más altura y
suelas con luces de colores que la moda francesa las había puesto en boga.
Ángela guardó sus botas con mucho mimo, resguardadas en su caja
original, en el zapatiesto de su alcoba y se olvidó de ellas. Se había hecho mujer,
transformándose en una señorita muy delicada. Atareada
con sus estudios, su oficio y otros dilemas que poco a poco le hacían apartarse de
todo aquello que en un principio presidió su infancia. En la calle donde vivió
de niña, ya no quedaban amistades conocidas, tan solo se mantuvo
viviendo en el barrio, una buena amiguita de Gelita. Una niña muy cariñosa llamada Mariana, a la que conoció en su primera escuela, cuando iniciaron el
parvulario y a la que le unió en sus días mucha complicidad.
Se trataba de su amiga “Rihanna”, con la que había compartido ilusiones, metas y
caprichos. Mariana Costa Arriba, siempre fue muy
próxima a Gelita. Cuando eran niñas iban siempre de la mano, se les bautizó en el
barrio como las dos “bolitas”, una Rihanna y otra Gelita. Ambas en el paso del tiempo se
habían separado por diversos
“porqués”, estudios, distancia, amistades y costumbres. Cada una de ellas al crecer, fueron a
vivir a lugares dispares y demasiado lejos de aquella vecindad, por lo que fue desapareciendo el cariño que se habían tenido mientras crecían. Dejando
de intimar y coincidir, sin pensar más, la una en la otra. Hasta que se olvidaron
de tantos buenos
momentos y del cariño que reinaba entre ellas.
El destino jugó su papel, y los imponderables
no se pueden prever ni encauzar, siendo responsable de las diferentes vicisitudes, de las dos amigas. Gelita
mantuvo la suerte y el éxito deslumbrando por donde fuera y Rihanna, después de
un accidente del cual quedó muy dañada, le sobre llegaron las desgracias. Yendo
a menos, hasta que casi se abandonó, perdiendo la ilusión por los agasajos de
la vida, volviendo a la casa de los padres.
Del suceso heredó secuelas que le hacían caminar renqueante de
un pie, del que quedó invalidada, por el siniestro que la obligaba a desplazarse muy inclinada debido a su cojera. Motivos por los que la joven
tuvo dejación, sintiéndose avergonzada, sin salir apenas a la calle para evitar mostrar
sus depresiones.
Un martes del mes de octubre de aquel año, a la señorita Ángela,
se le había estropeado el coche, y queriendo visitar
a sus padres, viajaba en el bus, en un recorrido que para ella era muy
conocido.
La providencia es a menudo caprichosa y aquel día se esforzó en
pro, de viejas
amigas. Aquellas que olvidaron sus
orígenes y afectos. Sin pretenderlo, se iban a tropezar
gracias a la excelsitud del cielo. Aquel transporte hacía su habitual trayecto
y a mitad del itinerario, en la parada de la esquina, justo a la izquierda del
quiosco de la castañera, y de frente a los columpios de los chiquitines, donde
aquellas niñas, habían jugado tantas veces. Se
detuvo el convoy para recoger a una señorita, que ayudada por unas muletas artificiales y resguardada
de su perrita Lara, aguardaban en aquella espera. Accediendo muy lentas, al interior del bus, con sumo cuidado. Acomodándose en
la única plaza libre que encontró gracias a Lara, que le indicó el lugar, frente a Gelita que absorta, leía distraída una novela.
Rihanna al llegar a la altura del asiento vacante, preguntó por la localidad que mantenía un bolso y un abrigo, si estaba
libre, ya que Ángela, sin percatarse, había dejado sus
pertenecías apoyadas sobre el asiento desocupado. Después de pedir disculpas y
retirar con esmero aquellos enseres, pudo ver que la joven recién llegada, no
podía andar con normalidad, y al mirar aquellos ojos, aquella figura, aquella sonrisa, no le eran
ni ajenas ni desconocidas para la señorita elegante.
Observándola
por el rabillo, y sin ambages, queriendo recordar donde había visto aquella fisonomía,
que para nada le era anónima, se esforzaba en reconocer aquel perfil tan
despejado que presentaba signos de tristeza.
Fue interrumpida por la voz de la recién llegada; que preguntó: Todavía
tienes aquellas botas, que te ayudaban a correr como la que más, ¿y jamás te
cansabas?
Al instante y oyendo con fidelidad aquella voz, Ángela, recordó; y le
sobrevinieron dos lágrimas en las cuencas de sus ojos, reconociendo a Rihanna que,
frustrada frente a ella, se emocionó de alegría en el reencuentro.
Se abrazaron y, entrelazadas siguieron hasta llegar a su
destino, donde bajaron recordando detalles de su infancia, de compañeros y
amigos con los que solían jugar. Vivencias entre sus padres, y jornadas largas en
el colegio. Interesándose muy mucho Gelita, por el suceso que llevó a Rihanna a
tener que caminar ayudada por la ortopedia y de su perrita Lara que, tendida en el suelo,
cerca de su dueña, jadeaba con su lengua fuera y observaba las intenciones de
aquellas chicas, como si fuese humana e intuyera.
Mientras se acercaban al hogar
que les acogió cuando nacieron, y con la velocidad que permitía el sufrimiento
de Rihanna, iban abrazándose y llorando a momentos. Al llegar a la altura de la
casa de Gelita, ésta, recordó un detalle que no había olvidado y como un relámpago brutal le sobrevino. Espeluznante volver a revivir un
comentario desde una voz imaginaria, que siempre había escondido por miedo.
Volvía a repetirse al cabo de los años.
Aquella
voz que había escuchado bruscamente en la
zapatería, regentada por “madame” Brígida.
En el bazar de “No es una
ilusión”, repitiéndose en su mente
con las mismas frases: ¡Quédatelas!
Son mágicas, y tienen poderes fantásticos. No dejes de calzarlas.
Fue instantáneo y quizás de nuevo el destino volvía a jugar su
papel. Sin pensarlo y de corazón le propuso a su amiga, calzara sus fantásticas
SATO, aquellas que
daban tanta energía, y vitalidad. Recordando el bienestar que le ofrecían, cuando ella las llevaba, y aquel
atrevimiento potente que irradiaban, alrededor de los esfuerzos, minimizándolos
y evitando cansancio y desgaste, como si se tratara de la secuencia del mejor
de los milagros.
Mariana, aceptó y su amiga, buscó aquellas botas que aún estaban
en el desván de la casa de sus padres, las cuales permanecían lustrosas,
limpias, como si nadie las hubiese estrenado jamás, esperando darle ilusión a
la buena de Rihanna.
Al colocarse aquellas botas, la
señorita Rihanna, reconoció al instante que eran de su tamaño y se ajustaban perfectas a
sus pies, como si se hubieran fabricado para ella misma, engendrándole la
suficiente confianza para seguir creyendo en el cielo.
Algo
misterioso, muy potente a la vez que enérgico la poseía, y que iba a modificar;
primero sus temblores, y después su fuerza mental.
Una vez las tenía calzadas y sujetas a sus pies, la señorita Rihanna
se levantó del asiento y sin atisbos de disminución física comenzó a caminar, exactamente
igual que su amiga Gelita, entre los ladridos de alegría de Lara, que bien sabía que
Rihanna encontraba de nuevo la felicidad perdida.
__ ¡Dios
mío! ¡¡Puedo caminar sin muletas!
Siempre
supieron aquellas niñas, que la fe mueve montañas y que muchas veces los
milagros existen, aunque
se presenten disimulados.
Colorín
colorado, aquí la fábula que he contado.
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