Pedro Locubiche
Ridao, es un personaje singular, ya que tiene una larga actividad como escritor,
fruto de su entelequia, la que ha ido cosechando a lo largo de sus vivencias que,
por cierto, en gran medida han sido de provecho, siempre para el beneficio del
prójimo.
Hasta la publicación
de la novela, El laberinto del Jardinero, el autor ha publicado varias parábolas
a cuál de ellas más reveladora. Además de ensayos, cuentos y relatos, regalándonos
su pluma y su buen hacer. Con divulgaciones explícitas en fábulas de su
autoría, que nos abocaban a lecturas plenas de un meollo específico, donde
siempre ha volcado su fuerza y enardecimiento.
Así es como hay que
leer su novísima alegoría, fruto originario de su progreso, que sin duda
pertenece a un prosista tan apasionado como juicioso, que no es fácil
clasificarlo sin previo análisis dentro de tantos y tantos, de los géneros
conocidos al uso. Ya que en este su último trabajo, refleja todo el talento
personal, en un relato, en el que su estilo y ritmo narrativo resultan
primordiales y por supuesto desbordan gratamente los márgenes de lo previsible
o imaginable.
El laberinto donde te
lleva con su habilidad y sutileza hace que vibres ante los acontecimientos descritos,
que han de sobrevenir, sin que después se desarrollen con la coherencia, que el
lector espera y como la mente del leyente, creía o imaginaba. Porque su
tratamiento y planteamiento difiere con nuestras propias convicciones.
Entre muchos
detalles, que no pasan desapercibidos, lo que nos hace pensar y recapacitar de
esta novela es, ese pulso tan peculiar, distintivo suyo inalienable, que hace
discurrir el relato deslizándolo entre la conciencia y el propósito; provocando
adrede en su argumento, un torrente nivelado, en el que las descripciones de
los personajes, las reflexiones sociológicas, sobre los mismos y la actitud de
los protagonistas actuantes, normalmente femeninos, sean creíbles, quedando sus
tesis reafirmadas. Presentándolas aderezadas con un sinfín de adjetivos, adverbios
y frases subordinadas que no hacen sino reflejar el entusiasmo de Pedro
Locubiche, al escribir el texto, en un ejercicio de espontaneidad literaria
realmente notable.
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