jueves, 25 de agosto de 2022

Te contaré un cuento.

 



Érase una vez un mirlo rosado, de la familia de los gorriones, que volaba muy orientado buscando la dirección de Anna, que es una chiquilla muy alegre. El colorín volador, en ocasiones no sabía dónde posarse, por el cansancio y la distancia y en cuanto encontraba una rama de árbol, un recoveco de arbusto, o las propias hojarascas del campo, se detenía a descansar para proseguir su marcha y encontrar la dirección donde debía dejar el mensaje que llevaba.

Aquella mañana reposó, sabiendo que había llegado a su destino. El balcón del primer piso de la casa donde vivía la niña que buscaba. Una jovencita afectiva, muy lista y agraciada que vivía protegida por el cariño de sus papás, y toda la familia que le rodeaba. De inmediato la chiquitina se dio cuenta que aquel ruiseñor sonrosado detuvo el vuelo, en la barandilla de su ventanal, dando brincos y rebotes cortos. Bastante irritado por la tardanza en una premura de una alegría concentrada, al haber llegado al lugar que pretendía.

Nervioso y sin poder permanecer quieto, con el aprieto de entregar su misiva y además ilusionado por intuir que la niña, lo observaba fijamente tras los cristales de su domicilio, quedó a la espera. Los trinos de su canto, el jolgorio y la parranda del grojeo de su alharaca, dieron señal a la preciosa destinataria, que le atendiera porque le traía desde muy lejos un deseo. Un recado muy importante que le enviaban desde las montañas y que debía conocer, sin pérdida de tiempo y sin lugar a dudas.


El
mandado venía desde lugar lejano, y debía de ser entregado a ella misma con mucha certidumbre y rapidez.

Después de haber volado para ella tras los montes, ríos y valles, cruzando pueblos, ciudades y barrios muy alejados del origen de aquel secreto, no podía desmayar.

El pajarillo ya aguardaba sosegado, muy cansado, porque había hecho aquel peregrinaje, en tan solo un día y una noche. Un trayecto muy apurado, y a la vez necesario, que la princesa e infantil niña debía recibir.

Enviado, de esa forma tan peculiar, como suelen viajar los deseos esenciales que son preciosos, y que se descubren por los aullidos, alaridos y baladros suaves, al ser pronunciados en los sueños galanes y en las manifestaciones reales, para que la persona destinataria, lo reciba al despertar y, siempre lo pudiera almacenar en el mejor de sus recuerdos.

Anna, abrió su ventanal, recibiéndole con mucha ilusión y lo acarició en su regazo, mimándole, con esa clase de arrumacos que a menudo regalan las criaturas, cuando notan que se les quiere. El simpático ruiseñor rosado le dijo, que había volado para ella, por entre las nubes grisáceas de inmensos cielos, soportando poderosos vientos que lo hacían crepitar, sobre y por debajo de las torrenciales lluvias ocurridas. Rodeando el escándalo de los truenos poderosos con sonidos aterradores y ecos estridentes, tan enérgicos y duros que proveían un miedo poco explicable. Con las chispas de los relámpagos centelleantes que podrían haber hecho perder el rumbo a cualquier mensajero que debía llegar junto a su casa.

Relatándole a la pequeña como llegó a su destino, gravitando por los vientos erráticos, que lo ayudaban a volar desde las montañas del Bajo Aragón, en dirección al amplio mar Mediterráneo.

El ruiseñor piaba y la niña le entendía, comprendía, el significado de aquellos trinos, procedentes del chiquito pajarillo aventurero, que se atrevió a volar para llevarle las ilusiones, los abrazos y cariños procedentes de un cuento diferente a los que ella normalmente leía y le explicaban.

El jilguero antes de finalizar, antes de cerrar la ilusión, le dio el mensaje: Anna, te queremos mucho y pronto nos veremos.

Chapolín encarnado, el gorrión rosado, y mi mensaje se ha acabado.



Es para ti.


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