Aquella
mañana reposó,
sabiendo que había llegado a su destino. El
balcón del primer piso de la casa donde
vivía la niña que buscaba. Una jovencita afectiva, muy
lista y agraciada que vivía protegida
por el cariño de sus papás, y
toda la familia que le rodeaba. De inmediato la chiquitina se dio cuenta que
aquel ruiseñor sonrosado
detuvo el vuelo, en la barandilla de su ventanal, dando brincos y rebotes cortos. Bastante irritado por la tardanza en una premura de una alegría concentrada,
al haber llegado al lugar que pretendía.
Nervioso
y sin poder permanecer quieto, con el aprieto de entregar su misiva y además ilusionado
por intuir que la niña, lo observaba fijamente tras los cristales de su
domicilio, quedó a la espera. Los trinos de su canto, el jolgorio y la parranda
del grojeo de su alharaca, dieron señal a la preciosa destinataria,
que le atendiera porque le traía
desde muy lejos un deseo. Un recado muy importante
que le enviaban desde las montañas y
que debía conocer, sin pérdida de tiempo
y sin lugar a dudas.
El mandado venía desde lugar lejano, y debía de ser entregado a ella misma con mucha certidumbre y rapidez.
Después
de haber volado para ella tras los montes, ríos y
valles, cruzando pueblos, ciudades y barrios muy alejados del origen de aquel secreto, no podía desmayar.
El pajarillo ya aguardaba sosegado, muy cansado, porque
había hecho aquel peregrinaje,
en tan solo un día y una
noche. Un
trayecto muy apurado,
y a la vez necesario, que la princesa
e infantil niña debía recibir.
Enviado, de esa forma tan peculiar, como suelen viajar los deseos esenciales que son preciosos, y que se descubren por
los aullidos, alaridos y baladros suaves, al ser pronunciados en los sueños
galanes y en las manifestaciones reales,
para que la persona destinataria,
lo reciba al
despertar y,
siempre lo pudiera almacenar
en el
mejor de sus recuerdos.
Anna,
abrió su ventanal, recibiéndole con mucha ilusión y lo acarició en su regazo, mimándole,
con esa clase de arrumacos que a menudo regalan las criaturas, cuando notan que
se les quiere. El simpático ruiseñor rosado le dijo, que había volado
para ella, por entre las
nubes grisáceas de inmensos cielos, soportando poderosos vientos que lo hacían
crepitar, sobre y por debajo de las torrenciales lluvias ocurridas. Rodeando el escándalo de los truenos
poderosos con sonidos aterradores y
ecos estridentes, tan enérgicos y duros que proveían un miedo poco explicable. Con las chispas de los relámpagos
centelleantes que podrían haber hecho perder el rumbo a cualquier mensajero que debía
llegar junto a su casa.
El ruiseñor
piaba y la niña le entendía, comprendía, el significado de aquellos trinos,
procedentes del chiquito pajarillo aventurero, que se atrevió a volar para
llevarle las ilusiones, los abrazos y cariños procedentes de un cuento diferente a los que ella
normalmente leía y le explicaban.
El jilguero
antes de finalizar, antes de cerrar la ilusión, le dio el mensaje: Anna,
te queremos mucho y pronto nos veremos.
Chapolín encarnado, el gorrión rosado, y mi mensaje se
ha acabado.
Es para ti.
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