La otra mañana salía Bruno, de las
puertas de su casa, cuando le sonó el teléfono móvil y quiso atender la llamada
allí mismo en el hueco de la planta, entre el ascensor y todas las reactancias
de seguridad que tienen ahora las comunidades de vecinos. No escuchaba lo
suficiente el mensaje, pero sabía quién llamaba, prorrogó la contestación hasta
que salió a la calle y allí reanudó. __ ¡Perdona! Dime. No te escuchaba.
Aquella voz, no era la del amigo que
marcaba en el teléfono de su colega, por lo que intuyó, pasaba alguna cosa de
importancia y, antes de poder interrogar la tenue voz preguntó
__ ¿Eres Bruno?
Noté por el tono, que era aún más grave,
que intentaban dar una notica dura. En síntesis que, estaba pasando algo, y de
pronto Bruno, preguntó
__ Pepe Luis, eres tú, y aquella
voz gimoteando, contestó__ ¡No!, soy su hija Patrice.
Bruno quedó entre cortado y difuso, esperando
algún irremediable dolor, que en breve conocería. Dejó que se explayara,
aquella muchacha, sorteando todo el dolor que mantenía, inspirando la mucosidad
junto con su jadeante respiración y dijo.
__ Anoche, el papa se fue.
__ ¡Pero ¡cómo! ¡Dios!, si hace menos de
una semana, hablábamos __ < pensó Bruno, volviendo a certificar que no somos
nada ni nadie >
Reaccionó a bote pronto, con cierto retraso,
para poder seguir atendiendo a Patrice, sin poder llegar a entender. No supo
preguntar el motivo por el cual, su amigo emprendió la marcha sin
retorno. Fecha que de un modo u otro hemos de principiar todos sin
saber, instante, ni el momento. Con el disgusto, no supo decirle más; que
lo sentía y perdonara que se había quedado de una pieza. ¡De hielo!,
sin gesticular, sin reaccionar, sin entender como mi amigo, y mis tres vecinos,
en una semana partían sin poder solicitar ni siquiera, una dispensa. Tantas
personas de los que no conozco, de esos que están dentro de los números de las
estadísticas, quedan sin un adiós.
Para mi amigo José Luis, mis vecinos y
los demás, que han emprendido ese viaje.
D.E.P.
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