Lloró el poeta, y fue por puro sentimiento,
perdiendo la sobriedad, dentro de la sazón,
sin dar señales ni emoción, porque el
dolor era suyo,
tan suyo, como su misma pena, ¡Intima!
Tristeza, que mitigó su voz por un
instante disimulado.
Lloró, sin que nadie le advirtiera; consigo
mismo,
evitando lágrimas, posturas y falsedad.
Desvergüenzas que, en ocasiones, se dibujan.
Ofreciendo, una irrealidad, reprochable.
Fue punzante verle tan indefenso, por estar
al tanto.
Actuaba, queriendo evitar imponderables,
con detracciones y desafíos envidiosos,
que procurarían con añagazas,
La nota escueta, aún estaba sujeta en
sus manos,
trazada con el matiz teñido de su llaga,
que daba y quitaba conciencias en su
conducta.
Anunciando con agrura, el por qué, le
abandonaba.
¡Ya no me vales!
¡Estoy harta de esperar!
Refrendando, en el margen inferior de la
glosa.
La gentil fémina que lo atañía: Su vida.
0 comentarios:
Publicar un comentario