sábado, 17 de abril de 2021

Cuidado con las recetas.

Llegó a la consulta de su médico y esperó su hora de visita. Pronto le atendió el facultativo de cabecera. 

Mirándole a la cara, le preguntó que le sucedía y antes de explicarse el enfermo le hizo una señal, indicándole, que ya sabía que le dolía y porqué se quejaba. Que esperara fuera, y ya le darían sus documentos y prescripción farmacéutica.

Aquel doctor, era de los poco amables. Como también existen y los hay.

El colegiado tenía el carácter de un estreñido. Despectivo, agrio y áspero con los pacientes, lo que se conoce como una persona insolente y engreída. Poco amable con la humanidad.

Una vez le visitó el enfermo, no quedando satisfecho, con la conclusión, quiso darle ilustración de lo que padecía, y el medicastro, le instó con malos modos y con urgencias, a que saliera fuera del despacho, que la enfermera, ya le entregaría las recetas de cuanto le había recetado. Así funcionaba el licenciado, sanando con las prisas de un bandolero.

En la sala de espera, diez o doce enfermos aguardaban su tarjeta sanitaria, y las recetas o fórmulas que el displicente sanitario, creía convenientes, para lo que él detectaba padecían aquellas personas.

A la par la enfermera, iba rellenando las papelas para entregar a los pacientes y pudieran retirar de la farmacia, los remedios prescritos por el “prisitas”. Haciéndolo a la velocidad del “gamo herido”. Sin pausa, sin poder respirar y, sobre todo, sin errores en causas tan delicadas, como podían ser las pócimas, para cada una de las enfermedades.

Apareció la señorita, también con premura, apretando en sus manos, un montón de documentos sin las debidas precauciones, que no eran más que las tarjetas médicas, y los legajos para la farmacia. Nombrando por orden de visita a todos los que había visitado el Doctor Conrado Corriendo. Entregando a cada cual sus credenciales y el boletín farmacéutico.

 Al llegar a la botica, el enfermo le dio a su buen amigo Pepe, dependiente de la apoteca, aquella fórmula que debía curarle el gran catarro, que llevaba sobre su cuerpo, y al leer lo que disponía aquella pauta, le preguntó, con muchas dudas al cliente y amigo.

__ Que síntomas tienes, para que te haya enviado una crema vaginal tu doctor__ le preguntó el boticario, a su vecino y cliente de toda la vida. El paciente respondió, sin dilación__ Ah no!, yo he ido para que me diera un jarabe antitusígeno, algo para la tos y la fiebre, pero él es de esos que lo adivinaba y no me dejó hablar.


__Pues tómate esto que te aconsejo yo, y ve a devolver las recetas, que hay un grave error, en la tramitación.

__ ¡Pues menos mal que te diste cuenta Pepe __ ¿¡Que me hubiera pasado de tomarme ese mejunje!?

__ ¡Seguro que te hubieran tenido que hacer un lavado profundo, no de vagina, ¡Que tú no tienes! ¡Pero otro y cojonudo: de estómago!









 



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