martes, 20 de abril de 2021

Aquel secreto era: Lullaby of Birdland

                   




Entonces era un chiquillo. Sometido a los caprichos y normas de los mayores. <Como debe ser. Cuando te están educando. Aunque entonces no lo comprendes> Aquella melodía provenía de la radio de casa del abuelo.

 

Un programa y una emisora que no sabría cuál era, pero cada mañana a la misma hora, cuando nos comíamos las tostadas escuchaba, y así un día tras del otro.

El pobre abuelo tenía la responsabilidad de vigilar que nuestra higiene cumpliera con lo obligado y meter prisa para que consumiéramos el desayuno lo más pronto posible, para llevarnos con calma y no llegar tarde a la escuela.

 

La musiquilla era pegadiza, así se me antojaba a mí. La canción no la entendía porque era extranjera, y la cantante la entonaba en extranjero, que era la forma de nombrar aquello que no entendía.

Siendo tan chiquito apenas ocho años o menos, era vocabulario habitual que tenía yo para identificar el idioma, inglés, francés, o el que fuese, no inteligible para mí, lo catalogaba como extranjero.

Fue remachando mi cabeza, todas las mañanas de lunes a sábado, porque ese día era lectivo hasta la hora del Ángelus.

Pacto que resolvía mi abuelo, viniendo a casa y nos levantaba para emprender la jornada. Estando mis padres trabajando.

Creo que mi hermano estaba en otra onda, porque jamás mencionó conmigo detalles de la época, habiéndola vivido conmigo a la par.

 

De vez en cuando la silbaba, era un blus, (ahora lo sé, pero antes, bastante tenía yo, con tantas obligaciones ordenadas), pasaba horas silbándola, y además creo que la calcaba, pero al no ser un pasodoble, de Carmen Morell o Pepe Blanco, ni un bolero de Antonio Machín, pues quien naranjas la iba a reconocer, si provenía de la sintonía musical de un programa de radio. “De vaya usted a saber” de cuál de las dos emisoras entonces existentes en la parrilla española.

Radio Nacional o la Sociedad Española de Radiodifusión, que es lo mismo que la Cadena SER. Emitían en aquel tiempo y en aquel lugar. Una, era como indica su nombre, la cadena del sistema estatal, y la otra pertenecía a la empresa privada. (Esos detalles los conozco ahora, antes; imposible se me pasara por la mente)

Cuando me venía por mi instinto musical y en ocasiones de forma simpática, sin esperarlo. Volvía a silbarla, se me había quedado grabada a fuego, y el día que me daba por "chiflar" la desconocida musiquilla, no había forma de cambiar de tono y seguía pitando con mis labios arqueados al silbar, dándole forma al "jazz and blus" incrustado en mi encéfalo. 

 

Estoy completamente convencido que, ni mi hermano, ni el bueno de mi yayo, habían prestado atención, ni al silbido, ni a la melodía interpretada. ¡Qué va! ¡Ninguno de los dos me prestaba atención!  Ahora sonrío al recordar, aquel tiempo bisoño y gris, en el que si tenías una ilusión tenías que callarla, y tratar de disimular o, te enfrentabas a ser tildado de " Este chiquillo es un viejo y le voy a quitar las tonterías de un pescozón” Tanto es; que cuando me parecía y les deleitaba con la sintonía, incansable. Llegó mi abuelo a decirme, con aquel talante que denotaba, y con su inconfundible tonalidad.

<Nene, échale mierda al pito> Proponiendo, que cejara de rechiflar.

Acabé el colegio, crecí, y cambiamos de domicilio. Viajes de estudios, de trabajo, la defunción de mi abuelo, trazándose caprichoso el destino desbocado cuesta abajo, sin detenciones, ni frenos. Olvidé hasta silbar aquella música, que tanto me evocaba en una edad, la mía, y tan temprana para procrastinar.

 

La verdad, es que cuando quería recordar aquella sintonía del programa de radio, me era meramente imposible. Mi mente tan solo la reproducía por casualidad, en algún sueño celebrado y festejado, pero, cuando me placía recordarla o entonarla, por motu propio, era imposible.

Me costaba tanto que me enfadaba conmigo mismo, siendo imposible y teniendo que desistir, porque mi mente me impedía ocurrir, en detalle. Pormenor tan sublime, que tanto me marcó.

A inicios del año del confinamiento, o quizás no tan al principio, podría ser en el tiempo de las restricciones. A mediados del curso, y viendo en casa una noche, las tantas defunciones habidas, tan solo, sonó la flauta, mientras comenzaba a ver una película.

Instante para que sucedieran los avatares, los misterios, los encantos y las apariciones impensables.

El film, titulado: Green Book, interesante por el argumento que disponía. El tan llevado y traído racismo. Contando la vida de un pianista afroamericano, que contrata a un chofer descendiente de irlandeses, que lo pasea y ampara, en sus conciertos por todo el sur de los estados de la unión. 

El que en su repertorio interpreta un jazz que me retro llevó con mi abuelo, y con aquellas mañanas desayunando con aquella música pegadiza que se quedó conmigo, para siempre y que destacó, por permitirme perfeccionar mi silbido y porque, fue uno de los recuerdos carnales que tuve, con mi abuelito. Esperé al final de la película y como era de las contratadas, tuve la santa paciencia de aguardar que se reflejaran en pantalla los créditos del film, y averiguar, al cabo de sesenta años, de donde venía la súper desconocida y anónima melodía. ¿Qué nombre acarrea la canción?, ¿Quién la cantaba?, y cuál era el tema que ofrecía, que significó dentro de mi circunferencia vital, tanta evocación y añoranza.

Lullabry of birdland, es el título de la melodía.

Cantada por Sarah Vaughan.                             

No duden en que a veces, las interrogantes de toda una vida, se resuelven, cuando menos lo esperas


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