domingo, 4 de abril de 2021

Las tranviarias



Lo habían acordado hacía días, se trataba tan solo de un simple paseo por una franja muy agradable. Un distrito donde había nacido aquella persona que, acompañado por su hijo, decidieron disfrutar, aquel Jueves Santo, de una caminata feliz, donde ellos se acertaban tan felices.

Al padre, el contorno elegido, le evocaba crónicas gratas de infancia. Vivencias que no había podido compartir con su hijo, porque hacía décadas, se habían visto forzosos a realizar un éxodo repentino y obligado, pero que ahora, pasado el tiempo, le venía muy en gusto intervenir para traspasar momentos y recuerdos, con su descendiente más apegado que, aunque, estaba crecido, le dosificaba detalles de sus días de niñez y de la infancia que le tocó vivir.

Así como otros instantes, no tan agradables, que también pertenecían al propio índice de su vida.

Bajaron del metropolitano y aquel hombre, al notar aquel barrio tan cambiado, tuvo que darse una vuelta alrededor de su figura para situarse. No era igual, tampoco ayudaba el progreso que admitió la barriada. La presencia local, difería de la que presentaba en los años sesenta. El gran cambio, cuando la recorría con su abuelo, siendo él un mequetrefe y su yayo un verdadero anciano.

Comenzó sus pasos acertando la orientación, pero aún y siendo certero, le preguntó a la empleada de la Once que, dentro de su cubículo, esperaba clientes para vender sus décimos de la suerte. Aquella muchacha, no supo informarle, pero los oídos de las personas, permanecen libres y expectantes y en ocasiones, como fue en esta, las orejas del jubilado, que aguantaba la correa de su fox terrier, de pelo duro, informó de repente.

Tan solo, porque lo escuchó y él lo sabía, y dirigiéndose al desconocido, sin permiso y sin “vela del entierro”. Con educación, facilitó al desorientado que pretendía certificar por dónde debía doblar para llegar al barrio.

El denominado Turó de la Peira, por donde escapaba. Fue un DEJA VU, todo estaba tan moderno, tan diferente. Se había transformado tanto, en los últimos cincuenta años, que no daban fe a lo recordado del itinerario. Cuando le confirmaron, que no se había olvidado de donde estaba ubicado el distrito que buscaba. Se alegró y justificó con dulzura a su hijo que por allí había pasado la modernidad, el dinero, la urbe y todo estaba con otra sombra de urbanismo, y era mucho más ciudad que cuando se marcharon del coto.

Iban gozando los dos, como normalmente tenían costumbre, aquel padre con su hijo, y pronto las imágenes iban concordando, con la memoria del no tan joven papá, que iba recordando en voz alta, las esquinas de las calles, los negocios que habían cerrado sus puertas. Los árboles que aún vivos, permanecían en las aceras, y encrucijadas. El colegio Ramiro de Maeztu, que ya no lo era, siendo en la actualidad un Ambulatorio del barrio. El cine del turó ya no estaba, la Sociedad de Palomos de la calle <Travau> tampoco, Por eclipsarse incluso se había esfumado la “aluminosis” de algunos de los pisos afectados del mencionado Turó de la Peira.

Al llegar a la esquina de la calle dónde iban, subía un vecino, paseando con su perro, un precioso ejemplar parecido al galgo, y sin más preguntó, después de mirarles desde lejos y reconocerles __ ¡Qué hacéis por aquí! Por qué hacéis fotos.

La respuesta educada del padre, fue sencilla y sin pensar dónde iba a llegar su voz

__ Yo, de joven había vivido en esta calle, respondió recibiendo como respuesta una inesperada asertiva

__ Ya lo sé, te he conocido

__ pero cómo vas a conocerme, con la mascarilla puesta y después de tanto tiempo que ha pasado. 


La imaginación del hombre, se disparó, sin freno y comenzó a flotar en el aire, a levitar, como si desde algún punto invisible, alguien estuviera siendo cómplice de las palabras del amigo Juan Carlos, el hijo de la Montse y de Quimet, el que se les apareció y les recordó que ellos eran familia de las tranviarias.









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