Aquel
niño escuchaba la melodía desde la emisora de radio, que
sintonizaban sus abuelos, aquella que caló dentro de su hipotálamo
para siempre.
La
que impregnó su reseña de forma imborrable, sin conocer ni el
nombre del cántico, ni donde podría volver a escucharla, con la
misma paz, con qué de chiquito pudo hacerlo. Sin pretenderlo, ni
siquiera imaginarlo, aquella música se diluyó en su juventud y en
su existencia, como suele suceder con la mayoría de las
circunstancias vividas en la infancia, que se recuerdan en el exordio
de la existencia y concluyen, ya bien entrada la madurez, por causa
impensable y sucediendo en momentos inesperados.
Era
una música muy pegadiza al oído, de esas que tan solo el
percibirlas de pasada, enriquecen y, quedan impregnadas en la
memoria, repitiéndose una y otra vez, de forma mimética, como una
vulgar espiral, cientos de veces. Cansina, pertinaz, hasta que
incluso daba rabia, el no poder dejar de escucharla.
Aquellas
notas de Jazz, pertenecían a uno de esos contenidos, que se emitían
alrededor de finales de los años cincuenta, en el ámbito de la
radio española, dentro de la franja matinal.
No
sabía tampoco Brian, el que fue niño y ahora abuelo, el que
intentaba recordar, con certeza, a cual de las dos cadenas, de
prestigio pertenecía. Si era la Cadena SER, o era la Radio Nacional.
RNE.
Era
un espacio variopinto, de esos que abordan diversidad de temas,
pretendiendo amenizar al escuchante, con el talante de espacio de
distracción, y para distraer a la parroquia de seguidores, a la vez
que eran informados.
Con
seguridad, pertenecía aquel contenido, a Radio Nacional de España,
la única que podía, por ley en aquel tiempo, dar los partes de
noticias. Por lo que muchos oyentes—entre ellos sus abuelos—,
dejaban el dial de sus receptores colocados en las coordenadas de la
onda media.
De
ese modo y por ley: El clásico Diario Hablado, «El
conocido parte», que se emitía por la tarde y por la noche.
Se escuchaba en todos los domicilios españoles que poseían
receptor.
Debía
desprenderse desde ese dial. Estando todas las cadenas obligadas a
conectar a “Toque de Generala”, con aquellos ya famosos
diarios hablados de las dos y media de la tarde y las diez de la
noche.
«Hasta
el 25 de octubre de 1977» fecha de la publicación en el Boletín
Oficial del Estado el «BOE», quedaron dispensadas las diversas
emisoras en conectar con la radio nacional.
La
dichosa cancioncilla secreta, le venia a Brian a la cabeza muy a
menudo, y siempre recordaba aquellas mañanas rebozadas de gris,
tristeza y silencio, en compañía de sus abuelos.
La
silbaba a menudo, pero no podía averiguar el titulo de la tonada, ni
quien la interpretaba, tampoco podía preguntar a nadie, por aquella
armonía puesto que ni él mismo la encarnaba lo suficientemente
bien, y no sabiendo si era de esta tierra o extranjera. Detalle que
de conocerlo, a buen seguro le hubiera hecho feliz, con seguridad.
Habían
pasado muy bien sesenta años, desde el tiempo gris, ajado, que
recordaba y refería Brian, y una noche, sin más. Sin pretenderlo y
además sin esperarlo; al disfrutar de una película por televisión,
titulada: El Secreto de las abejas, la pareja de
protagonistas, las dos mujeres enamoradas, mientras bailaban en el
centro de su sensualidad, fueron a disponer en su tocadiscos; las
notas de la música que le transportaba a los años de su niñez.
¡Era
la canción, que buscaba!, la que bailaron durante, no más de quince
segundos, como prefacio de su amor. ¡Es esa! —¿Y como se llama?
—Se preguntó a solas frente al televisor.
Quince
segundos, el suficiente “in pass “para que a Brian se le
despertara de nuevo aquel interés y el recuerdo provocado por
aquella canción.
El
film terminó, con mucha tristeza, porque en sí la película toca un
tema delicado, y que no es de comprensión para aquellos, que son de
miras estrechas.
Brian
esperó, a que finalizara por completo aquella historia, con la
confianza de hallar aquel título tan buscado, para poder escucharlo
en su tranquilidad, dejando que los créditos del Secreto de
las abejas, le ofrecieran el titulo de la melodía.
Hubieron
diversas canciones en la película, pero las anotó todas y después,
una por una, desgranando, llegó a término, descubriendo que
«Lullaby of birdland» era aquella melodía que le
llevó de cabeza, por más de sesenta y tantos años.
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