No quiero saber nada de nadie, y que no vengan a pedirme, que no les daré ni un penique,—dijo despectivo, sin el mas mínimo detalle de humanidad—, el que no tenga que se espabile trabajando, robando o; como le parezca mejor—Volvió a decir en voz baja, el pobre desgraciado.
De esa forma; sin dar golpe se vive muy bien, pero yo, no seré el que ponga un centavo para los regalos, ni de Santa Klaus, ni de los Magos de Oriente.
La Navidad transcurrió, como lo hacen los días, habitualmente, los que tienen familia, se reúnen y acompañan y algunos, los que carecen de ella, hacen por juntarse y mirar de soportar esa pena que ofrecen esas fechas, cuando no recibes cariño, y nada más, tienes recuerdos.
Diciembre cumplió con su treintena más uno, y aquel cinco de enero, Rony no las tenía todas consigo. Era otra fecha, en la que no se soportaba ni él mismo, y creyendo que mejoraría al paso de las horas, desconectó.
La noche de reyes fue larga, el remordimiento trabajaba en contra, ni tan siquiera pudieron acompañarle aquellos sueños de grandeza, de los que con frecuencia presumía. Tampoco esperaba un milagro, y menos, que alguien llamara a su puerta con la excusa de llevarle un parabien o, un regalo.
La verdad es que Rony no se merecía nada, ni tan siquiera el desprecio que se ganaba día tras día, en el devenir de su convivencia, y por su carácter huraño y displicente.
Ni tan siquiera se le acercaba Treisy, la repartidora del correo—la persona mas amable del Condado—, cuando recibía carta, procuraba depositarla en el buzón externo, tan solo por no tener que discutir con el negado de Rony.
Sobre las seis de la mañana, cuando ya no tenia ni fuerzas para abrir los ojos, escuchó a los niños, a sus vecinos trastear ya con sus juguetes. Ilusionados con los regalos de Melchor, Gaspar y Baltasar.
Fue entonces cuando le llegó la hora, el momento de su presente. Su último suspiro.
El destino siempre cumple con sus plazos y en ese instante se lo llevó de este mundo, sin hacer ruido, sin que nadie se enterara. Dejando todo su patrimonio y sus ahorros para aquella gente a la que él tanto aborrecía.
Nadie se lleva nada y menos aquellos que no se ban sabido granjear y han malvivido con estrecheces de miras.
En su lápida, dice tan solo:
Rony el hombre más rico del cementerio.
Sus sobrinos.
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