Es
una situación cómica y
artística,
lo ocurrido y repetido cada fin de diciembre.
Pasas
de un periodo al otro, tras la última campanada del reloj desde
donde estés viendo la transmisión del festejo tradicional, del
racimo de uvas.
La
apertura de la añada entrante, te
ubica sin más en otra subliminal esfera.
En
este caso el que
nos ocupa, y abordamos con referencia al 2020,
fue
sin más el que como otros pretéritos, consiente
en albergar
la
vida de cada cual,
otra
vez, en
un juego de esperanza y salud, siendo ese el primordial deseo, que
esperas del cielo. Sin
previo aviso, como suele ser.
Dando
lo mejor de ti, con un arrojo prolongado, mientras paladeas
el último grano de uva, y
la campanada final,
de
ese preámbulo teatralizado por los humanos. Pidiendo
al cielo una serie de exigencias, que después «vete
tú a saber»
si se cumplen o quedan como está mandado en el baúl de los tan
deseados y por siempre incumplidos sueños.
Rodeado
por costumbre y modo, de la gente que te gusta, y a la que quieres,
el primer beso venial del mes, el abrazo prolongado y
calador
según venga a cuento y con quien.
El
primer
brindis
del
ciclo,
con el cava que fresquito esperaba ser bebido en dichosa ocasión,
por
supuesto desde el ya, pasado año.
Todo se daba con la naturalidad del mundo, aquella noche nadie podía
prever que los allí presentes ni se enterarían de lo que iban a
suceder, en los próximos cinco minutos, ni
al día siguiente ni tan siquiera dentro del 2020, que ahora
comienza.
Feliz 2020, a todos y sobre todas las cosas la Salud.
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