sábado, 23 de febrero de 2019

El pintor y sus profesora de amor




Había nacido en una familia Ilerdense, donde le enseñaron a respetar a los demás, primero por humanidad y después por decencia y educación.
Ellos procedían de gente adinerada y de estirpe militar, pero no quitaba para que no apreciaran a los menos favorecidos.
De entre todos los hijos Estanislao—, era el mediano de tres—. No pensaba tan igual como su padre creía y, desde muy joven, se infiltró en movimientos juveniles comunistas que buscaban libertad y nada de proselitismo. 


De todas las enseñanzas que había recibido en su adolescencia, con la única que se quedó fue con el cuerpo de Violete, su asistenta doméstica de color. Un cuerpo de ébano, duro y sensual, que alguna noche se lo llevaba a la cama y le enseñaba como debía disfrutar de la anatomía de una mujer.

Hasta que se alistó al movimiento socialista y luchó en el frente de Teruel, en contra del ejército donde su padre tenía un nombre y mandaba una división. En la famosa batalla del Ebro, que tantos heridos y muertos produjo.
Lo detuvieron y se libró del paredón por razones familiares inconfesables, aunque no le absolvieron del presidio llevándolo a un penal de Lanzarote, condenado por mas de tres años. Recluido como preso político, hasta que con ayuda de Violete, pudo huir y los dos se fugaron a Francia, antes que se declarara la Gran Guerra.

Una vez en París, Violete y Estanislao vivían del sexo, del amor y del arte que aquel joven poseía. Sin más religión que el sexo y el alcohol.
Su pintura descriptiva y realista ayudaba a mal comer y sus poemas desorbitados, le hacían cada vez más fuerte e inconsecuente.
Arte que paseaba por Montmartre, ayudado por Violete, que daba clases de español a alumnos del barrio, con lo que iban viviendo de sus excesos y de sus pasiones.
Ella era mayor que Estanislao veinte años, pero jamás les importó esa diferencia de tiempo, para cansarse de revolcarse por donde fuera preciso con tal de disfrutar de un polvo extraordinario y de los excesos, los vicios, trampas y deudas.

Hasta que Estanislao, se enamoró de Toña, una artista flamenca evadida española del sur, que le proporcionaba en principio su cuerpo, primero para pintarlo como modelo, después entero para tocarlo y disfrutarlo en privado. Los tres se entendieron durante más de treinta años, hasta que Violete fue apresada y ajusticiada por los alemanes, mientras que a Estanislao, lo llevaron a un campo de concentración polaco, donde pudo hacerle un dribling a la muerte otra vez; gracias a la tendencia y las influencias de derechas de su familia.

Toña, se quedó en estado de Estanislao y volvió a Barcelona a criar a su hijo.
Al cabo de los años aquel pintor poeta, destrozado físicamente por los abusos y desencantado de lo que en realidad aporta la política y sus engendros, volvió en busca de su familia y se tuvo que conformar empleado en la industria de maquinaria, desdibujado, nublado y oculto por si las consecuencias. Hasta que de nuevo el llamado Sol de la Justicia, lució en el país.

Siempre estuvo en la clandestinidad y en contra de la política llevada, sin dejar de tener relaciones amorosas con cuantas mujeres le salían al paso y podía emocionarlas con aquella pintura expresivo y sus baladas sensuales.
A su Toña jamás la abandonó, siempre fue con él, mientras, durante y después de sus bailes, sus engaños y locuras. Callada, resignada y seguramente asqueada, lo aguantó sin abrir la boca.

Criaron a Spencer los dos y le dieron una educación muy diferente y en contra de lo que ellos promulgaban.
Su hijo, se colocó en una empresa del gobierno, sin dar explicaciones de sus antecesores, llegando a ser un indigno empresario.
Toña cayó muy enferma perdiendo el oremos y no siendo más que una pobre compañera, entre su casa y la residencia.

El hijo que tuvo Estanislao con Violete, Jerôme fue el que lo recogió, respetó y mantuvo atendido en sus últimas horas.





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