Las
novicias y rameras no viajan juntas
Viene del capítulo anterior : La Llegada de las féminas
de
fecha: 20 de febrero 2019
Historia
: Cuarentena entre Timadores
Mujeres
de un estrato superior, de las llamadas de “Alta
Alcurnia”,
no hubieron demasiadas candidatas.
Aunque
sí algunas intelectuales defensoras de las causas más ignotas y
religiosas, fueron flechas directas a intentar conocer aquel mundo
tan al otro extremo de sus cuidadas educaciones, con
motivaciones muy variadas incluidas las profesionales.
Curiosidades
inmateriales, promesas
al cielo, y algún que otro reto
cristiano y apostólico.
Tampoco
podían faltar la clásica selección de rameras, aquellas
que quisieran enmendar su condición o incluso cambiar de oficio.
Tan
respetables en intentar purgar
sus vivencias, como cualquiera de las demás. Visibles por su
valentía y por su aguerrida forma de presentar batalla a las
inclemencias de su presente, o quizás porque estaban al borde de su
resistencia particular y trataban de aferrarse al garfio mas ígneo
y, cuanto más alejado de aquella urbe, tanto mejor.
En
el deseo y la
ilusión permanente en
desterrar su aciago pasado y enmendar caminos de
futuro propicios a sus remordimientos.
Otras
meretrices interesadas en el delirio, quizás ni se habían planteado
modificar sus rutinas, hábitos y costumbres, lo único que
posiblemente perseguían con el viaje, era la alternancia de
escenario y nuevas oportunidades, con gentes tan distantes como
despreocupadas por sus cuerpos y vidas, prosiguiendo como de
costumbre con su brega en las esquinas haciendo chapas y felaciones.
Por
ello también se incluían en el embarque, las
que
disfrutaran haciendo su gestión sexual por las esquinas y avenidas,
con sus ancestrales y dispares trapicheos a
los varones y machos de las tierras
amarillas.
Estaban admitidas. Sin
parangón y entusiasmo.
Cualquier
ser humano, que fuera hembra, estaba invitado, sin importar,
profesión, edad, religión, condición ni estrato.
Primero
por la posibilidad de optar a ese anunciado cambio que de entrada se
les ofrecía por ser mujeres y poder comenzar de nuevo y; el otro
factor contemplado, era el de favorecer a descarriados, ambientar
barras de garitos y antros de lenocinio. Mantener a raya a ciertos
rufianes, bravucones y barateros que escondidos entre la población
se mezclan con los inadvertidos.
Además
de llenar ciudades y pueblos, manteniendo el equilibrio entre la
diversidad de bribones escanciados y los denominados habitantes
ordinarios y corrientes.
Todas
ellas vigiladas y controladas por lo menos durante la duración del
viaje, por el denominado
cuerpo
de hombrunas Damas de Aduanas.
Servicio
prestado para
mantener el orden entre andobas sin escrúpulos. Mujeronas con la
fuerza física superior a la media de los hercúleos
forzudos
y sansones.
Todo
parecía iba a ser un éxito inesperado. Incluso los braceros de
aquel navío también estarían soportados por grupos de mujeres que
tenían la misma capacidad que las fuerzas
bravías
de
un río desbocado y
el mismo vigor de cualquier descerebrado porteador de bragueta floja.
Especializadas
descargadoras
de bultos y equipajes en ancladeros de carga en los diferentes
muelles de puertos del mundo entero.
Se
habían fletado para el viaje tres navíos.
La
Doña, la Dulce y la Hembra, nombres alusivos a lo que se iba a
embarcar. Las Carabelas eran de un calado importante y a la par que
se acercaba la fecha de partida, se iba dando solución a los pocos
imponderables que en un principio aquella aventura arrojaba.
En
el propio Arsenal de la ciudad, se había dispuesto el acomodo para
tantas féminas y a medida que iban llegando de sus procedencias las
iban ambientando e instruyendo para cumplir con aquella cuarentena de
días que utilizarían en el desplazamiento hasta Manila.
Entrenándoles
y adoctrinando en cuantos detalles podían sucederles a lo largo del
trayecto hasta que estuvieran afincadas en las diferentes islas del
archipiélago.
Supieran
a que atenerse dado el caso de llegar los problemas en alta mar y
tuviesen la predisposición de darles vía de solución. En cuanto a
la seguridad, orientación, acomodo al viaje, compromiso,
distracciones, descanso y todo aquello que se suscita en las grandes
singladuras de alta mar.
Todos
los requisitos estaban analizados por aquellos emprendedores tan
eruditos, para facilitar aquel venturoso viaje y les proporcionara
pingues beneficios.
Sabiendo
que de antemano se darían dificultades entre el pasaje, por la
diversidad de caracteres, educación vicios y modos de las viajeras.
Habían previsto en cada navío una especie de justicia naval para
mujeres.
Se
contaba con bastante personal adiestrado para mitigar de cuajo
cualquier anomalía o sabotaje que pudiera darse. Sin embargo nadie
podía asegurar que las pasajeras se adaptarían fácilmente a su
nueva manera de entender aquellos bruscos cambios a los que iban a
ser sometidas y una vez no pudieran tocar tierra, ya nada sería
igual.
La
distribución en los navíos, estaba prevista, creyendo que nada
había quedado sin tratarse, por lo cual esas jornadas previas de
aprendizaje en Cartagena, les serviría para comprender, a lo que
ellas mismas se enfrentaban y la responsabilidad que cada una
adquiriría.
El
contacto carnal durante la travesía estaba prohibido, excluyendo a
los matrimonios que viajaban y que estaban acomodados en sus lugares
no compartidos con el resto del mujerío.
Los
oficiales mercantes de la Naviera, también tenían sus gabinetes y
tanto en la sala de máquinas, como en la cubierta estaban prohibidas
las demostraciones sexuales de todo índole, festejos y alegrías y
demás efemérides pecaminosas.
En
el último balance
del personal y
las cifras que se recontaron fueron las aceptables para poder
compensar la inversión y el gasto en el negocio y sufragar los
dispendios extraordinarios que se esperaba y para que sirviera como
experiencia en futuras aventuras similares.
Del
Penal
y de las cárceles
habían reclutado
a cuarenta
voluntarias
entre los diecinueve
y los cuarenta y cinco años de edad.
Del
Monasterio de las Claretianas, se añadieron doce
novicias
que aún no habían prestado juramento y seis
monjas que abandonaban
los hábitos para pasar a considerarse libertas
comunes.
Diez
y
nueve prostitutas
sanas
y jóvenes
de entre los veinte y los treinta y cinco años, sumadas a las
cuarenta
y ocho, que eran las cuatro docenas
de mocitas entre
dieciséis y veinte años, del
Hospicio
Municipal.
Treinta
y una enfermera voluntarias y excedentes de los Hospitales
y Manicomios
de todas las provincias de España.
Intelectuales
y profesionales, educadoras, sumaron ocho
personas
más. Añadiendo a tres
damas de la clase alta
muy altruistas y confiadas, dando una cifra de ciento
sesenta
y siete
voluntarias,
sin contar con aquellas hembras que pertenecían a matrimonios o eran
niñas fruto de las parejas embarcadas
y aquellas otras que pertenecían al cuerpo de las Vigilantes
Aduaneras.
Las
hombrunas encargadas de la carga y descarga de los buques.
Como
cifra final y repartidas en los tres navíos formaban una suma de
ciento noventa
y cinco mujeres.
En
el Navío la Doña viajarían las cuarenta reclusas mas las
diecinueve prostitutas.
En
el Navío La Dulce, iban acomodadas las cuatro docenas internas
del Hospicio y seis monjas libertas
En
el Navío la Hembra, se dispusieron las doce novicias, las ocho
intelectuales, tres damas linajudas y
la totalidad de las enfermeras y boticarias venidas de regiones.
La
Santa Inquisición había instaurado en tres monjas como “juezas”
de viaje, pudiéndose castigar incluso con la pena de muerte, para
aquellas que delinquieran gravemente.
Continuará
To
be continued….
1 comentarios:
Muy bueno, un tema actual y desconocido por la comunidad. FELICITACIONES!!!!
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