martes, 26 de febrero de 2019

Capítulo nº 3 - Las novicias y rameras no viajan juntas



Las novicias y rameras no viajan juntas

Viene del capítulo anterior : La Llegada de las féminas
de fecha: 20 de febrero 2019

Historia : Cuarentena entre Timadores


Mujeres de un estrato superior, de las llamadas de “Alta Alcurnia”, no hubieron demasiadas candidatas.
Aunque sí algunas intelectuales defensoras de las causas más ignotas y religiosas, fueron flechas directas a intentar conocer aquel mundo tan al otro extremo de sus cuidadas educaciones, con motivaciones muy variadas incluidas las profesionales.
Curiosidades inmateriales, promesas al cielo, y algún que otro reto cristiano y apostólico.
Tampoco podían faltar la clásica selección de rameras, aquellas que quisieran enmendar su condición o incluso cambiar de oficio.
Tan respetables en intentar purgar sus vivencias, como cualquiera de las demás. Visibles por su valentía y por su aguerrida forma de presentar batalla a las inclemencias de su presente, o quizás porque estaban al borde de su resistencia particular y trataban de aferrarse al garfio mas ígneo y, cuanto más alejado de aquella urbe, tanto mejor.
En el deseo y la ilusión permanente en desterrar su aciago pasado y enmendar caminos de futuro propicios a sus remordimientos.
Otras meretrices interesadas en el delirio, quizás ni se habían planteado modificar sus rutinas, hábitos y costumbres, lo único que posiblemente perseguían con el viaje, era la alternancia de escenario y nuevas oportunidades, con gentes tan distantes como despreocupadas por sus cuerpos y vidas, prosiguiendo como de costumbre con su brega en las esquinas haciendo chapas y felaciones.

Por ello también se incluían en el embarque, las que disfrutaran haciendo su gestión sexual por las esquinas y avenidas, con sus ancestrales y dispares trapicheos a los varones y machos de las tierras amarillas. Estaban admitidas. Sin parangón y entusiasmo.
Cualquier ser humano, que fuera hembra, estaba invitado, sin importar, profesión, edad, religión, condición ni estrato.
Primero por la posibilidad de optar a ese anunciado cambio que de entrada se les ofrecía por ser mujeres y poder comenzar de nuevo y; el otro factor contemplado, era el de favorecer a descarriados, ambientar barras de garitos y antros de lenocinio. Mantener a raya a ciertos rufianes, bravucones y barateros que escondidos entre la población se mezclan con los inadvertidos.
Además de llenar ciudades y pueblos, manteniendo el equilibrio entre la diversidad de bribones escanciados y los denominados habitantes ordinarios y corrientes.
Todas ellas vigiladas y controladas por lo menos durante la duración del viaje, por el denominado cuerpo de hombrunas Damas de Aduanas.

Servicio prestado para mantener el orden entre andobas sin escrúpulos. Mujeronas con la fuerza física superior a la media de los hercúleos forzudos y sansones.
Todo parecía iba a ser un éxito inesperado. Incluso los braceros de aquel navío también estarían soportados por grupos de mujeres que tenían la misma capacidad que las fuerzas bravías de un río desbocado y el mismo vigor de cualquier descerebrado porteador de bragueta floja.
Especializadas descargadoras de bultos y equipajes en ancladeros de carga en los diferentes muelles de puertos del mundo entero.

Se habían fletado para el viaje tres navíos.
La Doña, la Dulce y la Hembra, nombres alusivos a lo que se iba a embarcar. Las Carabelas eran de un calado importante y a la par que se acercaba la fecha de partida, se iba dando solución a los pocos imponderables que en un principio aquella aventura arrojaba.

En el propio Arsenal de la ciudad, se había dispuesto el acomodo para tantas féminas y a medida que iban llegando de sus procedencias las iban ambientando e instruyendo para cumplir con aquella cuarentena de días que utilizarían en el desplazamiento hasta Manila.
Entrenándoles y adoctrinando en cuantos detalles podían sucederles a lo largo del trayecto hasta que estuvieran afincadas en las diferentes islas del archipiélago.
Supieran a que atenerse dado el caso de llegar los problemas en alta mar y tuviesen la predisposición de darles vía de solución. En cuanto a la seguridad, orientación, acomodo al viaje, compromiso, distracciones, descanso y todo aquello que se suscita en las grandes singladuras de alta mar.

Todos los requisitos estaban analizados por aquellos emprendedores tan eruditos, para facilitar aquel venturoso viaje y les proporcionara pingues beneficios.
Sabiendo que de antemano se darían dificultades entre el pasaje, por la diversidad de caracteres, educación vicios y modos de las viajeras. Habían previsto en cada navío una especie de justicia naval para mujeres.

Se contaba con bastante personal adiestrado para mitigar de cuajo cualquier anomalía o sabotaje que pudiera darse. Sin embargo nadie podía asegurar que las pasajeras se adaptarían fácilmente a su nueva manera de entender aquellos bruscos cambios a los que iban a ser sometidas y una vez no pudieran tocar tierra, ya nada sería igual.
La distribución en los navíos, estaba prevista, creyendo que nada había quedado sin tratarse, por lo cual esas jornadas previas de aprendizaje en Cartagena, les serviría para comprender, a lo que ellas mismas se enfrentaban y la responsabilidad que cada una adquiriría.
El contacto carnal durante la travesía estaba prohibido, excluyendo a los matrimonios que viajaban y que estaban acomodados en sus lugares no compartidos con el resto del mujerío.
Los oficiales mercantes de la Naviera, también tenían sus gabinetes y tanto en la sala de máquinas, como en la cubierta estaban prohibidas las demostraciones sexuales de todo índole, festejos y alegrías y demás efemérides pecaminosas.
En el último balance del personal y las cifras que se recontaron fueron las aceptables para poder compensar la inversión y el gasto en el negocio y sufragar los dispendios extraordinarios que se esperaba y para que sirviera como experiencia en futuras aventuras similares.

Del Penal y de las cárceles habían reclutado a cuarenta voluntarias entre los diecinueve y los cuarenta y cinco años de edad.
Del Monasterio de las Claretianas, se añadieron doce novicias que aún no habían prestado juramento y seis monjas que abandonaban los hábitos para pasar a considerarse libertas comunes.
Diez y nueve prostitutas sanas y jóvenes de entre los veinte y los treinta y cinco años, sumadas a las cuarenta y ocho, que eran las cuatro docenas de mocitas entre dieciséis y veinte años, del Hospicio Municipal.

Treinta y una enfermera voluntarias y excedentes de los Hospitales y Manicomios de todas las provincias de España.
Intelectuales y profesionales, educadoras, sumaron ocho personas más. Añadiendo a tres damas de la clase alta muy altruistas y confiadas, dando una cifra de ciento sesenta y siete voluntarias, sin contar con aquellas hembras que pertenecían a matrimonios o eran niñas fruto de las parejas embarcadas y aquellas otras que pertenecían al cuerpo de las Vigilantes Aduaneras.
Las hombrunas encargadas de la carga y descarga de los buques.

Como cifra final y repartidas en los tres navíos formaban una suma de ciento noventa y cinco mujeres.
En el Navío la Doña viajarían las cuarenta reclusas mas las diecinueve prostitutas.
En el Navío La Dulce, iban acomodadas las cuatro docenas internas del Hospicio y seis monjas libertas
En el Navío la Hembra, se dispusieron las doce novicias, las ocho intelectuales, tres damas linajudas y la totalidad de las enfermeras y boticarias venidas de regiones.
La Santa Inquisición había instaurado en tres monjas como “juezas” de viaje, pudiéndose castigar incluso con la pena de muerte, para aquellas que delinquieran gravemente. 




Continuará
To be continued….



1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, un tema actual y desconocido por la comunidad. FELICITACIONES!!!!

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