miércoles, 20 de febrero de 2019

Cuarentena entre timadores: capit. 2- La llegada de las féminas -




En aquel viaje además del transporte habitual, materiales de obra, aperos y utensilios agrarios, aparejos y herramientas para animales de carga, travesaños de hierro y láminas artesanas de cristal, se admitían especialmente y de sobre manera a profesionales de construcción, amanuenses, clérigos, escribanos y pastores.

Animales de corral, de pastoreo, cerdos y caballos, burros y pavos, conejos y naturalmente la cuota de gatos y perros que normalmente eran embarcados.

Pasajeros de larga duración para que una vez llegados a Manila pudieran mantenerse en aquellas tierras de por vida o como mínimo durante los cinco años, que por contrato se le obsequiaba con el regalo del viaje. Contando que los colonos, buscarían los medios y las formas para echar sus raíces en aquellas selvas indígenas. Sobreentendiendo que aquellas gentes buscaban o por lo menos intentarían reanudar y hacer su vida en las nuevas latitudes, porque en bastantes casos iban acompañados de sus mujeres e hijos y toda la parentela que les quería escoltar, como padres, hermanos, suegros, primos, familiares y parientes tan lejanos como conocidos y protegidos.

Se buscaba y admitía desesperadamente una partida de mujeres en edad de procrear para poderlas llevar a ultramar y fueren en su momento esposas, concubinas, amantes, protegidas de cuantos necesitaran primero desposarse y después mitigar aquellas necesidades fisiológicas que el ser humano aborda.

Además de solucionar la papeleta a cuantos necesitados buscasen sus diferentes desahogos, anhelos, frustraciones y ensamblaje.

Cuidado de niños, de enfermos, ayudas a los abuelos, calor a los solteros y en definitiva componer una sociedad dentro de un pueblo que pretendía llegar a ser una gran ciudad.

Detalles que sin la mano de las mujeres, es meramente imposible lograrlo. Ahí es dónde entraban y jugaban su papel las compañeras, entre ellos los embarcados, los colonos célibes sin vínculo, los viudos de aquellos parajes. Aquellos que en un principio estaban sin parentela y dormían solos con desgana, por la falta de un cuerpo femenino que les arropara en sus momentos de amor y sexo.

Todos aquellos moradores que dadas las circunstancias quedaron mermados, solos con y sin hijos. Asumiendo unas carencias por decesos súbitos y otros inducidos por la poca salubridad y la privación de fármacos, higiene y control fisiológico de la época; sumados a los achaques y epidemias ya conocidas y aquellas que entonces se denominaban como tropicales, que eran ni más ni menos los declives salubres que todavía no estaban asumidos en la naturaleza de cuantos viajaban, ni en las fisonomías de aquellos europeos, que no contaban aún con los antídotos de las nuevas bacterias desconocidas hasta aquellos días.

Causa por lo que la gente moría con bastante facilidad.
La única condición que se les pedía a las mujeres era, no estar preñadas a la hora de embarcar ni quedarse en esa fase en el intervalo del viaje.

A parte de poder disfrutar de toda clase de beneficios sexuales entre pasajeros, que a la postre es lo que en futuro conlleva a crear aquellos compromisos que acaban en los paritorios y en definitiva en nacimientos.

No importaba la procedencia, la clase humana, la decencia, la honradez, la belleza, ni la delgadez o la gordura, se permitían viajar a niñas desde catorce años, siempre que ya estuvieran formadas y fuesen voluntarias a asumir todo aquello que se les iba a poner por delante.

Ni la religión, ni la condición humana, ni la cultura. Absolutamente nada podía llegar a afectar, para que no hicieran esa singladura.
Tan solo se comprobaba el que cuando una joven abordara la nave, fuera aceptable en su condición física más favorable y con sus menstruaciones regladas.

En aquella peripecia las señoras debían ser las protagonistas, era el embarque con derechos especiales hacia ellas. Era la mercancía más sobresaliente y valiosa, la que los armadores pretendían llevar a cabo con las expectativas que ellos habían previsto.
Para poder generar ilusión en la aventura y conseguir el mayor número de personal femenino posible.

Hicieron un sondeo en las fajas de la ciudad y en las prisiones de toda la Andalucía oriental, con el objeto de conseguir el número deseado de compañeras para el transporte. Las presas que no tuviesen miedo y quisieran finiquitar sus condenas a cambio de una forma de vida nueva, con nuevas costumbres y nuevos aires.
Con las promesas que les habían manifestado los orientadores, con la posibilidad y la idea en cambiar sus vidas, formar nuevas familias con aquellos hombres que eligieran y que a ellas les gustaran, pudiéndolos conquistar con sus dotes mujeriles y sus meneos sensuales.

Desde otros puntos también se intentaba ampliar la cuantía personal del embarque y se andaba preparando y tramitaba con la anuencia de las autoridades eclesiásticas, sumar vírgenes desde las parroquias locales. Cuantas más voluntarias pudieran llegar a engrosar semejante éxodo, mucho mejor para la repoblación aquella, que soñaban y presentían todos los aventurados comerciantes, usureros y armadores en reclutar a cuantas postulantes, bisoñas novicias y religiosas del Convento de las Claretianas.

Aquellas que aún no estaban ordenadas, sin haber profesado con sus votos de castidad ni obediencia. Procurando no sin descaro, que todas aquellas que lo desearan y pretendieran dejar los hábitos pudieran hacerlo sin el mínimo altibajo y enrolarse en la aventura asiática.
El último foco donde aquellos avispados dinamizadores habían puesto sus ojos fue en el Hospicio de San Joshué de la ciudad portuaria, reclutando a cuatro docenas de jóvenes sin escrúpulos ni vergüenza a la hora de quedarse más desnudas que una manzana y ofrecerse a quien les mostrara una codicia por su cuerpo. Unas mozas llenas de vida y de vicio insatisfecho, en el estado más agradable y lozano que un ser femenino pueda ostentar.

Completamente germinadas para hacer feliz a cualquier hombre en la cama y fuera de ella.
Hembras a las que el miedo no les preocupaba, porque no lo conocían y ni siquiera ese temor llamado susto, se quedaba aparcado en sus cueros, por su desparpajo audaz superior. Mitigado por sus expectantes ganas de amor, de ambición y de carne varonil que ostentaban.
Posiblemente superior a las presas que cumplían condena en el penal marinero.






continuará
to be continued...












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