En
aquel viaje además del transporte habitual, materiales de obra,
aperos y utensilios agrarios, aparejos y herramientas para animales
de carga, travesaños
de hierro y láminas artesanas
de
cristal, se admitían especialmente
y de
sobre manera a profesionales de construcción, amanuenses, clérigos,
escribanos y pastores.
Animales
de corral, de pastoreo, cerdos y caballos, burros y pavos, conejos y
naturalmente la cuota de gatos y perros que normalmente eran
embarcados.
Pasajeros
de larga duración para que una vez llegados a Manila pudieran
mantenerse en aquellas tierras de por vida o como mínimo durante los
cinco años, que por contrato se le obsequiaba con el regalo del
viaje. Contando que los colonos, buscarían los medios y las formas
para echar sus raíces en aquellas selvas indígenas.
Sobreentendiendo que aquellas gentes buscaban o por lo menos
intentarían reanudar y hacer su vida en las nuevas latitudes, porque
en bastantes casos iban acompañados de sus mujeres e hijos y toda la
parentela que les quería escoltar, como padres, hermanos, suegros,
primos, familiares y parientes tan lejanos como conocidos y
protegidos.
Se
buscaba y admitía desesperadamente una partida de mujeres en edad de
procrear para poderlas llevar a ultramar y fueren en su momento
esposas, concubinas, amantes, protegidas de cuantos necesitaran
primero desposarse y después mitigar aquellas necesidades
fisiológicas que el ser humano aborda.
Además
de solucionar la
papeleta
a
cuantos necesitados buscasen sus
diferentes desahogos,
anhelos, frustraciones y ensamblaje.
Cuidado
de niños, de enfermos, ayudas a
los abuelos,
calor a los solteros y en definitiva componer una sociedad dentro de
un pueblo que pretendía
llegar a ser una gran ciudad.
Detalles
que sin la mano de las mujeres, es meramente imposible lograrlo. Ahí
es dónde entraban y jugaban su papel las compañeras, entre ellos
los embarcados, los colonos célibes sin vínculo,
los viudos de aquellos parajes. Aquellos que en un principio estaban
sin
parentela y dormían
solos con desgana, por la falta de un cuerpo femenino que les
arropara en sus momentos de amor y sexo.
Todos
aquellos moradores
que
dadas
las circunstancias quedaron mermados, solos
con
y sin hijos. Asumiendo unas carencias
por decesos súbitos y otros inducidos
por
la poca salubridad y la privación
de fármacos,
higiene y control fisiológico
de la época; sumados
a los
achaques
y epidemias
ya conocidas y aquellas que entonces se denominaban como tropicales,
que eran ni más ni menos los declives
salubres
que todavía
no estaban asumidos en la naturaleza de cuantos viajaban, ni en las
fisonomías de aquellos europeos, que no contaban aún con los
antídotos de las nuevas bacterias desconocidas hasta aquellos días.
Causa
por
lo que la gente moría con bastante facilidad.
La
única condición que se les pedía a las mujeres era, no estar
preñadas a la hora de embarcar ni quedarse en esa fase en el
intervalo del viaje.
A
parte de poder disfrutar de toda clase de beneficios sexuales entre
pasajeros, que a la postre es lo que en futuro conlleva a crear
aquellos compromisos que acaban en los paritorios y en definitiva en
nacimientos.
No
importaba la procedencia, la clase humana, la decencia, la honradez,
la belleza, ni la delgadez o la gordura, se permitían viajar a niñas
desde catorce años, siempre que ya estuvieran formadas y fuesen
voluntarias a asumir todo aquello que se les iba a poner por delante.
Ni
la religión, ni la condición humana, ni la cultura. Absolutamente
nada podía llegar a afectar, para que no hicieran esa singladura.
Tan
solo se comprobaba el que cuando una joven abordara la nave, fuera
aceptable en su condición física más favorable y con sus
menstruaciones regladas.
En
aquella peripecia las señoras debían ser las protagonistas, era el
embarque con derechos especiales hacia ellas. Era la mercancía más
sobresaliente y valiosa, la que los armadores pretendían llevar a
cabo con las expectativas que ellos habían previsto.
Para
poder generar ilusión en la aventura y conseguir el mayor número de
personal femenino posible.
Hicieron
un sondeo en las fajas de la ciudad y en las prisiones de toda la
Andalucía oriental, con el objeto de conseguir el número deseado de
compañeras para el transporte. Las presas que no tuviesen miedo y
quisieran finiquitar sus condenas a cambio de una forma de vida
nueva, con nuevas costumbres y nuevos aires.
Con
las promesas que les habían manifestado los orientadores, con la
posibilidad y la idea en cambiar sus vidas, formar nuevas familias
con aquellos hombres que eligieran y que a ellas les gustaran,
pudiéndolos conquistar con sus dotes mujeriles y sus meneos
sensuales.
Desde
otros puntos también se intentaba ampliar la cuantía personal del
embarque
y
se andaba preparando y tramitaba con la anuencia de las autoridades
eclesiásticas, sumar
vírgenes
desde las parroquias locales.
Cuantas
más voluntarias pudieran llegar a engrosar semejante éxodo,
mucho
mejor para la repoblación
aquella,
que soñaban
y presentían
todos
los aventurados comerciantes, usureros
y
armadores en reclutar a
cuantas postulantes,
bisoñas
novicias y
religiosas del
Convento de las Claretianas.
Aquellas
que aún no estaban ordenadas, sin
haber
profesado con sus votos de castidad ni obediencia. Procurando no
sin descaro, que
todas aquellas que lo desearan y pretendieran dejar los hábitos
pudieran hacerlo
sin el mínimo altibajo y enrolarse
en la aventura asiática.
El
último foco donde aquellos avispados dinamizadores
habían puesto sus ojos fue en el Hospicio de San Joshué
de la ciudad portuaria, reclutando a cuatro docenas de jóvenes sin
escrúpulos ni vergüenza a la hora de quedarse más desnudas que una
manzana y
ofrecerse a quien les mostrara una codicia por su cuerpo.
Unas mozas llenas de vida y de vicio insatisfecho, en el
estado
más
agradable y lozano que un ser femenino pueda ostentar.
Completamente
germinadas
para hacer feliz a cualquier hombre en la cama y
fuera de ella.
Hembras
a las que el miedo no les preocupaba, porque
no lo conocían y
ni siquiera ese
temor llamado susto, se quedaba aparcado en sus cueros,
por
su
desparpajo audaz superior.
Mitigado
por sus expectantes ganas
de amor,
de ambición y de carne varonil que ostentaban.
Posiblemente
superior
a las presas que cumplían condena en el penal marinero.
continuará
to be continued...
continuará
to be continued...
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