Como
le había enseñado su abuelo en la infancia.
Ir
colocando pedruscos visibles en el camino para poder volver sin
perderte.
Esos
guijarros serán los que marcaran con precisión el barbecho del
retorno.
Con
las advertencias consabidas qué se narran explícitamente en el
cuento original, comenzó su singladura Maruchi, una joven
emprendedora con mala suerte.
Jamás
uses para balizar tu propio camino “aquellas
“migajas de pan” que a falta de piedras
suplantaran tu camino.
Puedes
llevarte una sorpresa, ya que cualquier animal del bosque, ave o
“pájaro pinto” las hiciera desaparecer y hasta puede que
inclusive comérselas.
¡Entonces
te quedas sin retorno!
Lo
pensó súbitamente, recordó el pasaje del cuento de “Calleja”,
con el que su antecesor le advertía.
¡Ya
era tarde!
Habían
pasado sin sentir mas de veinte años, que su abuelo falleciera.
Con
lo cual, nadie podría echarle en cara aquello de...”Ya
te lo dije y, no hiciste caso”
...y
desgranó su historia, porque sus pensamientos le llevaron aquel
punto.
Maruchi
se enredó por amor—eso se suele decir, cuando no hay una razón
más convincente—con un muchacho, venido de lejos, que no tenía ni
oficio ni beneficio y además pocas ganas de encontrar ocupación
para seguir unas normas. Tener posibles para vivir y mantenerse como
dios manda. Realidad que cumplen casi todos los humanos— repito —
casi todos.
Las
piedras que interpuso en su camino la buena de Maruchi para poder
volver, si no convenía fueron subliminales como son los: besos,
abrazos, arrumacos y creencias en que todo iba a ser una travesía
maravillosa. Al lado de un hombre valiente y honrado, a la vez que
trabajador.
Nada
de aquello se cumplió, a pesar de apostar que su bonita historia
perduraría para siempre y, que aquel amor nunca, jamás iba a
decrecer. Siendo la muchacha más feliz de la capa de la tierra, sin
necesitar un nuevo comienzo.
Aquellas
—piedras en el camino— evidencias simbólicas, se disolvieron
súbitamente en la mañana en que Maruchi, harta de madrugar para ir
a trabajar, cuidar a los hijos, de hacer la compra, de resolver el
mantenimiento de su casa, limpieza y demás gastos, comprendió que
tenía a su lado a un vividor de tomo y lomo. Con sus costumbres
ineducadas — cuando no estaba de humor el caballero, sometía a
Maruchi a sus maltratos de palabra y de obra—. Siempre en el
silencio de su casa, para no llamar la atención y que nadie pudiera
acusarle de machista, beodo y vago.
Y…
comenzó la vuelta atrás, sin besos ni caricias, sin migajas ni
piedras con pericia. ¡Harta de soportar ! Al vividor que se había
echado a las espaldas.
¡
Es real ! —dijo Maruchi— la historia que me me contó mi abuelo,
se ha cumplido ¿Cómo sabría él, lo que me iba a suceder?
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