viernes, 11 de mayo de 2018

Flechazo en retroceso








Como le había enseñado su abuelo en la infancia.
Ir colocando pedruscos visibles en el camino para poder volver sin perderte.
Esos guijarros serán los que marcaran con precisión el barbecho del retorno.
Con las advertencias consabidas qué se narran explícitamente en el cuento original, comenzó su singladura Maruchi, una joven emprendedora con mala suerte.

Jamás uses para balizar tu propio camino “aquellas “migajas de pan” que a falta de piedras suplantaran tu camino.

Puedes llevarte una sorpresa, ya que cualquier animal del bosque, ave o “pájaro pinto” las hiciera desaparecer y hasta puede que inclusive comérselas.

¡Entonces te quedas sin retorno!

Lo pensó súbitamente, recordó el pasaje del cuento deCalleja”, con el que su antecesor le advertía. ¡Ya era tarde!

Habían pasado sin sentir mas de veinte años, que su abuelo falleciera.
Con lo cual, nadie podría echarle en cara aquello de...”Ya te lo dije y, no hiciste caso”
...y desgranó su historia, porque sus pensamientos le llevaron aquel punto.

Maruchi se enredó por amor—eso se suele decir, cuando no hay una razón más convincente—con un muchacho, venido de lejos, que no tenía ni oficio ni beneficio y además pocas ganas de encontrar ocupación para seguir unas normas. Tener posibles para vivir y mantenerse como dios manda. Realidad que cumplen casi todos los humanos— repito — casi todos.

Las piedras que interpuso en su camino la buena de Maruchi para poder volver, si no convenía fueron subliminales como son los: besos, abrazos, arrumacos y creencias en que todo iba a ser una travesía maravillosa. Al lado de un hombre valiente y honrado, a la vez que trabajador.

Nada de aquello se cumplió, a pesar de apostar que su bonita historia perduraría para siempre y, que aquel amor nunca, jamás iba a decrecer. Siendo la muchacha más feliz de la capa de la tierra, sin necesitar un nuevo comienzo.

Aquellas —piedras en el camino— evidencias simbólicas, se disolvieron súbitamente en la mañana en que Maruchi, harta de madrugar para ir a trabajar, cuidar a los hijos, de hacer la compra, de resolver el mantenimiento de su casa, limpieza y demás gastos, comprendió que tenía a su lado a un vividor de tomo y lomo. Con sus costumbres ineducadas — cuando no estaba de humor el caballero, sometía a Maruchi a sus maltratos de palabra y de obra—. Siempre en el silencio de su casa, para no llamar la atención y que nadie pudiera acusarle de machista, beodo y vago.

Y… comenzó la vuelta atrás, sin besos ni caricias, sin migajas ni piedras con pericia. ¡Harta de soportar ! Al vividor que se había echado a las espaldas.

¡ Es real ! —dijo Maruchi— la historia que me me contó mi abuelo, se ha cumplido ¿Cómo sabría él, lo que me iba a suceder?












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